Cuando el arte se organiza: economía social y solidaria frente a la precariedad de la cultura

Artistas y gestoras culturales encuentran en cooperativas y asociaciones una alternativa para combatir la inestabilidad laboral, pero también para desarrollar proyectos con un trasfondo social.
Grigri picnic
Proyecto Picnic del Barrio 25. Foto: Grigri.
20 jul 2025 06:15

El arte es una profesión, a menudo, precaria. Contratos inestables, encargos puntuales, bajos ingresos y poca organización para reivindicar mejoras, relata la comisaria y productora cultural Susana Moliner. “Las estructuras culturales trabajan a golpe de personas autónomas. Eres autónoma para esto, autónoma para lo otro. O tú propones un proyecto y facturas como autónoma”, explica. Ante esta precariedad, Moliner encontró en la economía social y solidaria una herramienta para conseguir condiciones laborales más justas. “Lo de hacer un sindicato de trabajadores de la cultura está todavía complicado, así que pensamos: ¿por qué no creamos nuestra propia organización para hacernos más fuertes y tener una capacidad de negociación mayor ante la precariedad y el maltrato que sufren las trabajadoras culturales”?, explica Moliner. Y así nació, en 2016, Grigri, una asociación que aúna lo cultural y lo social en sus proyectos.

Moliner no es la única trabajadora del sector artístico y cultural que ha sufrido la precariedad del sector. Así, en 2022 un 36% de los artistas ganaban menos de los 965 euros mensuales que fijaba el Salario Mínimo Interprofesional para el año anterior, frente al 19,4% del conjunto de la economía España. Además, más del 50% de los artistas consideraba difícil vivir de su profesión, según el estudio Condiciones laborales y de vida de los artistas y profesionales de la cultura tras la pandemia, una época especialmente difícil para el sector, recuerda Moliner.

Fue precisamente la pandemia la que le llevó a dar un paso más y a participar en la creación, cuando España aún estaba confinada, de la Red de Espacios y Agentes de Cultura Comunitaria (REACC). “Es una red de profesionales que trabajan en el ámbito de la cultura con enfoque social, y que se crea porque creíamos que no se daba valor al trabajo que desarrollábamos”, explica Moliner. La organización hace así un trabajo de defensa de los derechos de las profesionales del sector ante instancias políticas como el Ministerio de Cultura. “Se empiezan a dar pequeños cambios y se ha creado una Dirección General de Derechos Culturales dentro del ministerio. Ahora buscamos que el Estatuto del Artista no se aplique solamente al artista creador, sino también el rol del mediador, el gestor cultural como el que acompaña los procesos colectivos de carácter artístico”, asegura.

Una filosofía similar tiene Art Diversia, una cooperativa de artistas con raigambre en Torre del Campo, un municipio de Jaén, que también encontró en la unión una manera de trabajar más acorde a sus principios. “Durante varios años estuvimos buscando una fórmula que encajara. Primero fuimos asociación, hasta que apareció en nuestro camino el modelo cooperativista, que lo desconocíamos porque teníamos muy arraigado el concepto de que las cooperativas solamente estaban ligadas al tema de la agricultura”, explica Eva Domingo, una de las socias cooperativistas. “Nos explotó la cabeza porque para nosotros Art Diversia es como una asociación, pero realmente estamos generando empleo, que era el objetivo principal. Esto lo aunaba todo”, asegura Domingo.

Las cooperativas de artistas son menos habituales que en otros sectores, pero para Puñal un artista plástico multidisciplinar y socio de Art Diversia, deberían ser la norma. “A mí me parece que las sociedades se deben de organizar en torno a procesos cooperativistas porque es un modelo en el que la persona está en el centro”, opina el artista. “Por ello, es el modelo más idóneo para el desarrollo de los procesos artísticos, porque además tiene una visión de sostenibilidad, generando un caldo de cultivo que posibilite la vida de la sociedad actual y también la vida del futuro”, continúa

Smart Ibérica es, por su parte, una cooperativa algo especial que ofrece a sus socias asistencia laboral, legal y contable especializada en el sector artístico y cultural y que fomenta unas condiciones laborales dignas en la industria. Así, Smart Ibérica se inserta dentro de las llamadas cooperativas de impulso empresarial, que en España sólo están recogidas en la legislación andaluza, y ofrece apoyo y servicios a emprendedores y profesionales del sector artístico y cultural para que puedan desarrollar sus proyectos de forma colectiva y con menor riesgo. “La precariedad de los artistas no es sólo económica. Es también de falta de acceso a cosas básicas como la prevención de riesgos laborales o la asesoría jurídica”, asegura María Pilar López, coordinadora de proyectos de Smart Ibérica.

“Siempre estamos como en ese espacio híbrido, entre lo artístico y lo social, porque creemos justamente que las herramientas artísticas son útiles para trabajar en lo social", Susana Moliner

Así, en Smart Ibérica, además de las socias cooperativistas que forman la estructura de la organización, hay cerca de 1.000 socias usuarias a quienes ofrecen un acompañamiento que va desde hacer las facturas, gestionar la seguridad social o crear una red para facilitar los procesos de solicitud de subvenciones y licitaciones. “Además se les adelantan los pagos aunque los clientes no hayan pagado las facturas”, explica López. López advierte que formar parte de una cooperativa de este tipo “no es más barato” que ser autónoma, como a menudo se piensa, pero que “aporta dignidad” porque asegura derechos básicos que las trabajadoras no tendrían de otra manera. “En la pandemia nuestras usuarias se sorprendían porque tenían derecho a paro. Y eso se da porque hay un buen asesoramiento que piense en el medio y largo plazo”, asegura López.

La cultura como herramienta de transformación social

Tanto Grigri como ArtDiversia va más allá de ser una asociación para dar más fuerza a sus trabajadoras y lleva lo social en su ADN. “Siempre estamos como en ese espacio híbrido, entre lo artístico y lo social, porque creemos justamente que las herramientas artísticas son útiles para trabajar en lo social. Y que trabajar el arte sin una perspectiva comunitaria, de territorio, material o política, de contexto, nos parece también vacío”, explica Moliner. Así, desde Grigri han impulsado proyectos como Un botiquín para mi ciudad, en Ceuta, en Valencia, en Orriol, o en Vallecas, donde “se visibilizan los saberes que habitan un lugar y que no han sido apreciados”, explica Moliner, o Bridging Borders, cuyo objetivo es implicar a la ciudadanía joven de la Unión Europea en una campaña de sensibilización que fomenta una mayor solidaridad que luche contra la polarización y la fragmentación.

Por su parte, Art Diversia también buscan siempre una mirada social en los proyectos en los que participa, a través de sus dos patas principales, la formación y gestión cultural. Así, desde Art Diversia diseñan festivales completamente accesibles, organizan congresos y eventos relacionados con el arte y la inclusión, o utilizan la cultura para impulsar cambios sociales con colectivos desfavorecidos en entornos rurales. Han creado además una compañía profesional inclusiva, La Diversa, que busca profesionalizar el trabajo artístico de personas con diversidad funcional, siempre partiendo de que el arte sea accesible a todas las personas. “Nosotros siempre hablamos de arte inclusivo, porque antes el arte era como algo muy elitista y nosotros hace muchos años entendimos que el arte era un derecho y que todo el mundo tiene derecho a participar” explica Puñal.

Desde La Rueda se sirven del teatro social para tratar temáticas sociales con grupos de vecinos y vecinas que escogen las problemáticas que más les interesan en el proyecto Mosaicos

Desde La Rueda, una asociación especializada en teatro social, se sirven de esta disciplina para abordar problemáticas sociales usando la interpretación como elemento de conexión. “El teatro te hace conectar de una manera instantánea con la realidad que estás representando y el contacto emocional es mucho más rápido y más potente que si solamente te mueves en un término de diálogo”, explica Fernando Gallego, uno de sus fundadores. Así, desde La Rueda se sirven del teatro social para tratar temáticas sociales con grupos de vecinos y vecinas que escogen las problemáticas que más les interesan en el proyecto Mosaicos. “Son ellas las que hacen el proceso de investigación sobre la temática que se elige. En Lavapiés, por ejemplo, escogieron el tema de la muerte”, explica Gallego.

Desde La Rueda también usan el Teatro Foro, creado por el brasileño Augusto Boal en los años 70, para impulsar el debate sobre cuestiones más sensibles como el estigma relacionado con la salud mental o la discriminación de colectivos vulnerables. “Es una representación teatral en la que plasma un conflicto social y donde se abre un diálogo con el público”, explica Gallego. “Finalmente se hace como una especie de juego de roles en el que el público sube al escenario y trata de modificar el conflicto que se está planteando proponiendo cosas desde la acción”, continúa.

Impulsar todos estos proyectos no es fácil, aseguran, aunque el camino se ha ido allanando poco a poco. “Hay una sensación agridulce, porque todo es muy complejo. Es difícil sacar adelante este tipo de proyectos, pero al mismo tiempo parece que empieza a haber una mayor comprensión de que lo que hacemos tiene un sentido transformador, y un valor a la hora del diseño de políticas públicas”, asegura Susana Moliner. “Aún hay que hacer una gran pedagogía para entender que esto es una profesión, porque mucha gente todavía considera las artes como un proceso lúdico que se hace de forma altruista”, añade Puñal. “Pero cuando se hacen trabajos con calidad en los que se ve que hay una evolución en los procesos (sociales) en los que se ha intervenido, se ve el valor y eso garantiza que este modelo se pueda replicar en otros espacios”, concluye.

Culturas
La clase obrera de la cultura en la era Amazon

En el acto de entrega de la cartera, el ministro de Cultura saliente, José Guirao, le dijo a su sucesor en el cargo, José Manuel Rodríguez Uribes, que “los ministros, los concejales y los consejeros no hacemos la cultura, la hacen los creadores y los ciudadanos”. El problema es en qué condiciones se realiza en un mundo dominado por corporaciones gigantes que imponen sus normas, como Amazon y Google.

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