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Comencé mi anterior artículo señalando inquisitivamente la imagen simplificada que se ha difundido de la época medieval. A veces la Edad Media es un mundo poblado de caballeros dispuestos desde el primer momento a defender a los más débiles y a las causas justas, un mundo en el que el honor y lo espiritual vale más que cualquier bien material y se muere por él si es preciso.
En otras ocasiones, el Medioevo se nos presenta como un mundo gris y envuelto en nieblas, en el que las ansias de poder, el fanatismo y la superstición nos ofrecen una imagen de sordidez, pobreza, suciedad, ignorancia. En todo caso, espadazos, mazmorras y sobre todo la violencia (por parte de los justos o de los malos) se hallan omnipresentes en la ficción ambientada en época medieval.
Claro que también alguna que otra vez nos encontramos con visiones de la Edad Media difíciles de clasificar.
¿Podemos conocer otro retrato de la Edad Media? La literatura y el cine han redundado tanto en romances entre caballeros y princesas, duelos con espada, batallas gigantescas, que parece antojarse difícil. Sin embargo, incluso entre algunas grandes producciones destinadas al puro entretenimiento es posible rescatar ciertas escenas, personajes, ambientaciones que pueden contribuir a que adquiramos una visión más enriquecida y completa de la Edad Media.
¿Dónde queda el feudalismo?
Quizá uno de los elementos que los historiadores más echamos de menos en las películas ambientadas en época medieval es un retrato algo más pausado y profundo de las instituciones feudo-vasalláticas y la relación entre señores y campesinos. Se trata del feudalismo -que designa el pacto entre un señor y un vasallo libre, que se compromete a prestarle ayuda militar y consejo a cambio de protección y la entrega de tierras- y, aún más importante, del régimen señorial –sistema socioeconómico que implica el dominio de la nobleza sobre la mayoría de la población, campesina, que obtiene tierras para alimentarse a cambio de quedar sometida jurídicamente a sus señores, a los que además debe entregar parte de su cosecha, trabajar gratuitamente para él y otras obligaciones.
Reconozco que un sistema económico es un proceso de larga duración, una realidad que transcurre lentamente sin demasiados sobresaltos: no resulta igual de atractivo para un largometraje retratar la vida cotidiana en una reserva señorial que acontecimientos como la toma de un castillo o la heroica vida de un caballero. No obstante, para quienes deseamos encontrar un cierto tono reflexivo y de “sensibilidad social” en una película, representar el régimen señorial nos permite conocer la vida de la inmensa mayor parte de la población de la época y llama a tomar conciencia de la lucha que los sectores populares han debido sostener para mejorar su situación con el paso de los siglos.Lamentablemente, las recreaciones detalladas de la realidad señorial, como ya se señaló, escasean. Quizá El señor de la guerra (1965, Franklin Schaffner) sirva en cierta medida para conocer la realidad socioeconómica de época medieval y las relaciones señor-vasallos y señor-siervos, acompañando a Crisabón de la Cruz, caballero vasallo del Duque de Normandía al que se le encarga la defensa de un territorio que sufre constantes incursiones de los frisios.
Vida espiritual y religiosa
Una de las visiones de la Edad Media más frecuentes en el imaginario popular es, como ya vimos, la de un pozo negro de oscurantismo donde reina la superstición y el fanatismo. Si bien es cierto que la condición de la Iglesia como principal guardiana del saber contribuyó a la subordinación de muchas disciplinas a la teología y a la presión sobre filósofos y científicos para no contradecir las Sagradas Escrituras, esta visión ha sido nutrida de tópicos en muchas ocasiones exagerados e injustos acerca del pretendido retroceso cultural y científico en el Medioevo.
El nombre de la rosa (1986, Jean-Jacques Annaud) quizá ahonde en esta representación oscurantista de la Edad Media, enfrentando el anti-intelectualismo y el rigorismo religioso (que como revela el antagonista, se sustenta en el hecho de que sin miedo no puede haber fe, porque sin miedo al diablo ya no hay necesidad de Dios) con la curiosidad y el escepticismo científicos. Pese a ello, la película puede resultarnos útil para conocer en alguna medida los juicios de la inquisición y el surgimiento de herejías religiosas igualitarias en estos siglos.
Bastante apreciada por los historiadores, El séptimo sello (1957, Ingmar Bergman), que narra el regreso de un cruzado a su Suecia natal en tiempos de la Peste Negra, intenta reconstruir la mentalidad medieval con notable fidelidad a las fuentes directas medievales: frescos y poemas medievales y referencias bíblicas para retratar la concepción de la vida y la muerte de la época, la religiosidad e incluso la cultura popular.
Personajes femeninos
Como en la aplastante mayoría de las películas producidas desde los inicios del cine, los largometrajes ambientados en la Edad Media conceden un previsible rol a la mujer. Predomina la caracterización de la mujer como ser pasivo a la espera de ser rescatado por el héroe, u objeto de disputa entre caballeros (aunque también puede ser un personaje calculador que intenta hacerse con el dominio de las situaciones).Sí ha habido un personaje histórico femenino (heroína nacional francesa) que ha sido la protagonista de un no desdeñable número de películas: Juana de Arco. Precisamente la primera película ambientada en la Edad Media, a cargo del mítico Georges Méliès en 1900, fue Jeanne D’arc. Asimismo, aquella muchacha francesa que lideró la contraofensiva contra los ingleses volvió a aparecer en películas muy variopintas: desde La Pasión de Juana de Arco (1928, C.T. Dreyer) hasta los retratos cinematográficos de Victor Fleming (Juana de Arco, 1948), Roberto Rosellini (Juana de Arco, 1954), Otto Preminger (Santa Juana, 1957) o el más reciente de Luc Besson (Juana de Arco, 1999).
Las otras edades medias: musulmanes, japoneses, rusos…
Que la Edad Media europea occidental (y cristiana) está sobrerrepresentada en el cine puede explicarse como un resultado lógico de la influencia de la industria cinematográfica y del entretenimiento estadounidense (de ascendencia europea anglosajona) sobre el resto del mundo. Podríamos también argüir que el propio concepto de la Edad Media es un invento de Occidente, de aquellos renacentistas italianos que menospreciaban los siglos “intermedios” que los separaban de su añorada época clásica.
Sin embargo, otros pueblos y culturas ni europeos ni cristianos también han sido representados en el cine occidental. Por un lado tenemos Atila en Attila (2001, Dick Lowry) un telefilm de aceptable recreación histórica; y Genghis Khan en El conquistador de Mongolia (1956, Dick Powell), protagonizado por John Wayne y rodada en un valle de Utah donde hacía un año se habían realizado pruebas nucleares (causa atribuida por algunos a la muerte por cáncer de parte del equipo en los años posteriores). En ambos casos se trata de personajes medievales -Atila se encuentra en el límite entre Antigüedad y Medioevo- no cristianos del Lejano Oriente con fama pesadillesca en Europa.
Por otro lado, disponemos de abundantes representaciones del mundo musulmán. La importancia del mundo musulmán para comprender el nacimiento de Europa en la Edad Media fue puesta de relieve por el afamado historiador Henri Pirenne, quien sostuvo que fue a partir del dominio islámico del Mediterráneo cuando se constituyó una identidad cristiana europea diferenciada, con eje en el Norte y Occidente europeos. La visión de Occidente y la cultura islámica como civilizaciones hostiles y enfrentadas ha contado con enorme difusión en nuestra época contemporánea (especialmente desde la caída de la URSS, cuando Estados Unidos empezó a fijar su enemigo principal en el mundo árabe, y el afloramiento de fanatismo islamista a partir de los años 80-90).
Las superproducciones occidentales, no obstante, nos sorprenden ocasionalmente con ciertas visiones humanas de los musulmanes en películas sobre cruzadas como Las Cruzadas (1935, Cecil B. DeMille) o la más moderna y rodada en los años de la Segunda Guerra de Irak El reino de los cielos (2005, Ridley Scott).
¿Pero qué hay de las producciones cinematográficas verdaderamente originarias de fuera de Occidente? La Edad Media fue la ambientación de aplaudidísimas películas soviéticas como Alexander Nevski (1938, Serguei Eisenstein), que narra las hazañas de dicho héroe ruso en el siglo XIII contra los Caballeros de la Orden Teutónica, y Andrei Rublev (1966) de Andrei Tarkovsky. Una producción libia protagonizada por Anthony Quinn presentaba a Mahoma, el mensajero de Dios (1976); y cabe destacar algunas películas japonesas también ampliamente reconocidas: Rashomon (1950, Akira Kurosawa), Los siete samuráis (1954, Akira Kurosawa) o Harakiri (1962, Masaki Kobayashi).
Con todo, hemos podido observar que se detectan importantes lagunas en la visión transmitida por la Edad Media desde el cine, orientado a perpetuar el mismo relato de caballero y duelos de espadas. El cine todavía se muestra poco presto a explorar otras realidades de la Edad Media y dar voz a personajes olvidados que todavía esperan a protagonizar alguna historia (mujeres, campesinos, etc.).
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Buen artículo, como recomendaciones me gustaría añadir dos películas de Frantisek Vlácil, El Valle de las Abejas y sobre todo Marketa Lazarova, una obra con muchas miradas hacia una época muy oscura.
Me gusta el enfoque que das a tu artículo y el matiz esencial para reflejar el papel social de los campesinos. Creo que no desmereceria a la obra hablar mas sobre esa situación.
Un saludo amigo!!