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Historia
La doble muerte de Lenin

Hacer memoria, doblemente: el abismo del pensamiento que se abrió en 1924
1924, año doblemente conmemorativo: no solo por la muerte efectiva de Lenin, sino también de todo el maremágnum histórico y filosófico que trajo consigo una nueva reconfiguración del mundo. A ello contribuyó, sin duda, el filósofo húngaro Georg Lukács, quien el mismo año de la muerte de Lenin publicó un ensayo que pretendía entresacar la coherencia de su pensamiento, reivindicando de esta manera su calado filosófico íntimamente conectado con la praxis política; así como, al mismo tiempo, abrir vías de recorrer un presente histórico que, de alguna manera, se había quedado huérfano de futuro y atorado en la falsa disyuntiva entre oportunismo y determinismo.

Esta ambivalencia fue transformándose en un callejón sin salida en el que se había arrinconado el marxismo de la II Internacional Comunista, de mano de Bernstein y Kautsky, respectivamente, y quien solo alguien como Lukács, a través de una reinterpretación no monolítica del pensamiento de políticos y pensadores tan —aparentemente— dispares como Luxemburg y Lenin, fue capaz de desatorar el futuro de la autoorganización ante la inminencia de la actualidad de la revolución. Eso sí, no sin consecuencias políticas, dadas las acusaciones del partido que le condenaron a cierto ostracismo idealista. Esta acusación idealista será conjurada precisamente a partir de 1924, fecha de la muerte de Lenin, con la publicación del libro que queremos traer al presente con esta columna: Lenin. Estudio sobre la coherencia de su pensamiento, en gran medida conocido por tratarse del corolario de Historia y consciencia de clase (1923), al menos respecto a lo que el problema de la autoorganización y al partido se refiere. Sin embargo, podría decirse que el texto de Lenin constituirá, al mismo tiempo, el cénit del optimismo revolucionario en Lukács, todavía marcado por el influjo de la Revolución Rusa (1917-20). A partir de entonces, se seguirán varios sucesos que harán que comience el viraje derechista de su pensamiento desde 1926, momento de adhesión al partido por parte de Lenin, hasta 1929, momento en el que afianzará definitivamente posiciones más derechistas con Las tesis de Blum (1929). Algunas de las acusaciones propiciadas, como veremos, acaban siendo ya conjuradas parcialmente en el libro homenaje a Lenin que Lukács escribió hace cien años y que hoy recordamos por si pudiera liberar, en alguna medida, el bloqueo mismo en el que subsume hoy la imaginería política respecto al realismo capitalista, aparentemente sin salida.
Tándem Lenin-Lukács: ¿realismo político frente al realismo capitalista?

De esta manera, queremos desempolvar, tal como ha hecho recientemente la editorial Verso en este 2024, el famoso texto de Lukács de Lenin. Estudio sobre la coherencia de su pensamiento, en una versión revisada por Diego Fernández Correa de la primera traducción de Jacobo Muñoz, ya que remarca, de alguna manera, la urgencia de la conmemoración de la doble muerte de Lenin: por un lado, la muerte de la ilusión revolucionaria con la que comenzaba el siglo pasado y que implicaba la ventana de oportunidad de su realismo político —síntesis superadora, por tanto, de los bandazos organizativos respecto de la formación del sujeto revolucionario del proletario y su responsabilidad en la acción transformadora—; y por otra, el remate de la transformación de dicha ventana de oportunidad revolucionaria, que ya con la venida del siglo XXI, se ha convertido en la mínima rendija de la posibilidad de pensamiento del cambio —transformando el realismo, por tanto, en un estatuto ontológico más que en una actitud revolucionaria—. Esa doblez entre la muerte de Lenin y la muerte de la imaginación política hoy, que abarca estos 100 años, es aquella, a su vez, que pretendía Lukács desatar del bloqueo determinista que asolaba, en ese momento, la praxis política de su tiempo. Hoy en un sentido muy diferente, pues no se trata de leyes económicas que conduzcan inmóviles hacia la liberación, sino de un inmovilismo político que, desatadas las leyes del capital nos conducen hacia la desaparición. Con todo, parece revivirse dicho atoramiento en la posibilidad de cambio y el determinismo de que todo lo que hay no tenga más visos de lo que es.
Ni vanguardismo ni espontaneísmo; totalidad frente a la disolución social
A ese desbloqueo político, estrechado por el fenómeno de la cosificación entendido como el fetichismo de la mercancía afincado en la consciencia en tanto que forma abstracta de toda socialización posible dentro de las ataduras del capital, respondía, a su vez, la articulación del concepto de conciencia atribuida [zugerechnet] del proletariado. Ante el problema de la solidificación de la conciencia y la imposibilidad, por ende, de subvertir las relaciones sociales capitalistas, el filósofo húngaro supo detectar a la perfección la aporía que estaba azotando al marxismo en ese momento: esta se dividía entre una posición meramente empirista y realista respecto al grado de conciencia de clase del proletariado y, por otro lado, una posición totalmente utopista y posibilista, meramente espontaneísta, de la potencia de la conciencia de clase del proletariado. Ambas posturas resultaban estériles si lo que se tenía por fin era formar un sujeto revolucionario capaz de abanderar el proceso de subversión de la sociedad capitalista: como bien supo verlo Michael Löwy, ni vanguardismo ni espontaneísmo. Esto, desde luego, fue identificado por Lukács y, por ello propuso el concepto de conciencia atribuida, o posible, del proletariado, ya que será capaz de abrir una tercera vía entre ambas posturas. En este sentido, por una parte, Lukács se enfrenta a esa concepción, propia del materialismo histórico vulgar, de un cientificismo económico que rige la estructura de lo social, contraponiéndose a la superestructura como velo ideológico-cultural que oculta la verdad de los procesos sociales entendidos unilateralmente por las leyes económicas del capital; y por otra parte, consigue introducir la categoría de totalidad social como contrapuesta a la de ideología, en tanto que esta última supone la fragmentación de la experiencia que nombra el todo por la parte, mientras que la totalidad social es entendida como conocimiento integrador que es asimismo acción, aunando así en la conciencia atribuida del proletariado como sujeto/objeto la función teoría y praxis.

La categoría de totalidad como antídoto a la fragmentación social producida por el fenómeno de la cosificación cumple una función crucial para la formación de la conciencia atribuida o posible del proletariado. En dicha mediación de la totalidad para la conformación de la conciencia atribuida del proletariado opera la función del intelectual orgánico y con él la de la organización del partido como los encargados de recuperar dicha totalidad a través de la única disciplina que aún no ha perdido la categoría de totalidad como su horizonte debido a la especialización brutal que se ha llevado a cabo en las ciencias especiales: esto es, la filosofía. Esta salida cuasi chovinista podría parecer un tanto repipi, trasnochada por hegeliana y hasta de mal gusto en tanto que hoy en día parece que la filosofía no es más que una señal de distinción de clase; sin embargo, el campo de lo posible, cuando solo quedan intelectuales inorgánicos y profundamente contradictorios, tal vez sólo pueda ser jugado en una colectividad que resista a lo meramente existente para dar cuenta, en lo que ya hay, posibles articulaciones de un futuro, todavía hoy inconcebible, pero porvenir. La pregunta por el sujeto de la transformación revolucionaria no es, desde luego, trasnochada si uno afina el tiro, transformando el problema de la autoorganización de la colectividad y su articulación soberana en la pregunta que con el tiempo ha devenido aún más que latente en la política de la identidad de nuestros días. Tal vez, lo que verdaderamente se extrañe de dicha exigencia política lukacsiana sea lo que tiene de trasnochada: precisamente lo revolucionario.