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Monarquía
El rey y los ladrones de relatos

La revista francesa Point de Vue reveló en exclusiva el 23 de septiembre de 2024 la pronta aparición de las memorias de Juan Carlos Alfonso Víctor María Borbón y Borbón-Dos Sicilias, más conocido popularmente como el rey Juan Carlos antes de su abdicación en 2014. El libro será publicado en francés por un sello del grupo editorial Hachette, propiedad por cierto desde fechas recientes de la familia Bolloré, un clan multimillonario conocido por su cercanía a la derecha radical francesa. Sin embargo, siete meses después de aquel anuncio, todavía no ha sido publicado.
En cualquier caso, el título del libro, Réconciliation, anuncia cuál es el propósito principal del autor/biografiado (dado que ha contado con la ayuda de una periodista): reivindicar su propia figura como actor principal de la reconciliación entre los españoles durante la transición de la dictadura a la democracia en España. Nada nuevo bajo el sol, sino una simple reproducción del ‘régimen de verdad’ establecido en la década de los ochenta del siglo XX y que se mantuvo saludable, sin apenas grietas, hasta comienzos del siglo XXI.
Sin duda, habrá que esperar a leer las más de 500 páginas que se anticipa tendrá el volumen. Pero no me parece arriesgado augurar que este es el principal objetivo del libro y que, las novedades y ‘secretos’ desvelados por el rey emérito, serán de escasa cuantía y poca relevancia. Me atrevo a augurar que solo hablará de aquello que sirva a su propia narrativa y, aquello que pueda menoscabarla, será ocultado o presentado en los mejores términos posibles para no distorsionar el relato. Porque todo apunta a que las memorias del rey emérito tienen un claro propósito: apuntalar el ‘régimen de verdad’ sobre la transición que en los últimos años ha comenzado a entrar en crisis.
Si digo esto no es porque tenga unas especiales capacidades adivinatorias ni porque haya tenido acceso al manuscrito, que debe estar guardado bajo siete llaves. Mi razonamiento se basa en dos elementos. El primero, de corte más especulativo —aunque basado en la experiencia—, es que esta la lógica que suele imperar en las memorias, especialmente en aquellas escritas por personas que asumieron altas responsabilidades políticas en el pasado, pero cuyo legado está puesto en cuestión en el presente. En contraste, el segundo elemento es más concreto y directo; me refiere al breve extracto de las memorias publicado en exclusiva por la revista francesa. Dice así:
“Mi padre siempre me aconsejó que no escribiese mis memorias. Los reyes no hacen confidencias, menos aún públicas. Sus secretos quedan ocultos en la penumbra del palacio. ¿Por qué voy a desobedecerle ahora? ¿Por qué he cambiado finalmente de opinión? Tengo la sensación de que me roban el relato de mi propia historia”.
El extracto tan solo consiste en estas seis breves frases pero, a pesar de su brevedad, está nutrido de significados. En las tres primeras el rey emérito hace referencia a un consejo de su padre, conocido popularmente como don Juan, hijo de Alfonso XIII, que nunca pudo tener acceso al trono. Este consejo nos habla de la tradición monárquica del secretismo, de actuar desde las sombras, sin que los ciudadanos conozcan las acciones del jefe de Estado. Es decir, de una deliberada falta de transparencia y control democrático.
Todo apunta a que las memorias del rey emérito tienen un claro propósito: apuntalar el ‘régimen de verdad’ sobre la transición que en los últimos años ha comenzado a entrar en crisis
Alguien puede esgrimir el cínico argumento de que así funcionan las altas instituciones del Estado. No todos los secretos se pueden desvelar por el bien nacional o común. Siempre se suele emplear esta coletilla final, en referencia a lo “común”, porque los que defienden esta postura saben que sus interlocutores son conscientes de que se están traspasando unas líneas éticas. Por lo tanto, para justificar esta trasgresión, se recurre a un lugar común, a un pensamiento vulgar que forma parte de nuestro imaginario colectivo: a veces hay que sacrificarse por una causa mayor.
El problema de este planteamiento es que no todos nos sacrificamos. De hecho, los únicos que se sacrifican son los ciudadanos, mientras que individuos y grupos con poder institucional y corporativo son los que se benefician. Por ejemplo, gracias a esta falta de transparencia y control el rey emérito evadió impuestos mientras ejercía su función de máxima autoridad del Estado. Delitos, no se olvide, por los que nunca ha sido juzgado, y de los que con casi total seguridad no hablará -a no ser que sea para justificarse- en sus memorias.

Al mismo tiempo, las tres primeras frases adquieren un nuevo significado al leer las tres posteriores. Los reyes no necesitaban escribir sus memorias, porque ya había otros que escribían un relato elogioso y justificador sobre su reinado. Esos otros siempre fueron actores que contaban con una posición privilegiada en el espacio público para instalar un ‘régimen de verdad’ en relación con la monarquía y el rey de turno: periodistas, políticos, historiadores, etc. Juan Carlos I, como sus predecesores, contó con un amplio círculo de voceros que construyeron el mito del rey bonachón y padre de la democracia española.
Es esta crisis del ‘régimen de verdad’ sobre la transición lo que provoca la sensación que tiene el monarca de que le han “robado” el relato de su historia, la historia que hasta ahora otros habían escrito por él.
Pero, entonces ¿por qué el emérito tiene la sensación de que le están robando el relato de su historia? Muy sencillo, porque el consenso que llegó a lograr ese mito hace años que se rompió. No es que falten portavoces del viejo mito de la transición. De hecho, son muchos y poderosos. Pero ya no son las únicas voces que se escuchan en el espacio público, ni son capaces como en el pasado de monopolizar el debate.
Las grietas se han hecho cada vez más grandes. A mi modo de ver, el movimiento por la memoria y el 15-M, desde distintos ángulos, fueron los primeros que desafiaron con éxito el ‘régimen de verdad’ respecto a la Transición (con T mayúscula) y la figura de Juan Carlos I. El escándalo de la evasión fiscal del rey en mitad de una brutal crisis económica y una política de recortes fue la puntilla que no solo acabó con su reinado, sino con la hegemonía del relato de la Transición. No es que este relato haya dejado de tener adeptos. Por el contrario, sigue teniéndolos y suelen estar situados en plataformas mediáticas y políticas con gran capacidad de difusión e influencia. Pero el relato está cada vez más cuestionado y en disputa.
Juan Carlos I, como sus predecesores, contó con un amplio círculo de voceros que construyeron el mito del rey bonachón y padre de la democracia española.
Es esta crisis del ‘régimen de verdad’ sobre la transición lo que provoca la sensación que tiene el monarca de que le han “robado” el relato de su historia, la historia que hasta ahora otros habían escrito por él. Por eso considera que ha llegado el momento de defender su relato en primera persona, aunque sea con la ayuda de una periodista. En este arrebato, el rey emérito nos permite observar de forma transparente lo que en inglés se denomina el sentimiento de entitled, ese profundo sentido de privilegio que sienten y exhiben algunas personas. Porque Juan Carlos I siente que la historia, al menos la de su reinado, es suya y solo suya.
Mientras otros escribían lo que él deseaba (y en no pocas ocasiones, supervisaba y corregía), no había ningún problema. Pero en cuanto unas voces críticas con ese relato empiezan a coger fuerza, lo siente como un robo a su persona. Porque para el emérito, como para los monarcas del pasado, la historia también forma parte de su patrimonio. De hecho, es lo más valioso de su patrimonio porque está conectado con su legado y, en gran medida, con la legitimidad de la institución monárquica en el futuro.
En cualquier caso, el extracto publicado de las memorias de Juan Carlos I va más allá de la disputa en torno a las interpretaciones de la transición/Transición. El planteamiento patrimonialista de la historia que hace el antiguo monarca sostiene preceptos de una verdad de carácter absolutista, como las que sostenía aquel viejo ‘régimen de verdad’ que ahora trata de restaurar. El problema radica en que este posicionamiento choca frontalmente con la naturaleza de la historia en un contexto democrático, donde tanto ciudadanos como expertos deliberan sobre los significados del pasado. Sin embargo, el rey emérito, mal acostumbrado por una amplia corte mediática y política durante décadas, se revuelve al descubrir que este ejercicio es posible.
Identificar y denunciar esta tendencia patrimonialista de la historia y el propósito de instaurar o reinstaurar nuevos y viejos ‘regímenes de verdad’ es crucial en estos tiempos actuales, donde tanto en España como a nivel global observamos movimientos en esta dirección, particularmente protagonizados por la derecha radical. La tergiversación del pasado y de la política van de la mano, como bien vienen demostrando los representantes de VOX en el parlamento.
De este modo, aquellos que formulan una versión crítica con la transición y/o el papel de la monarquía, no son para el rey emérito ciudadanos o expertos que debaten y discuten sobre el pasado, sino unos meros ladrones
No Solo eso, sino que en fechas recientes vemos como historiadores y ciudadanos son descalificados como “rojos”, recuperando el viejo lenguaje necropolítico de la dictadura. Y, tras la deshumanización, han comenzado las condenas judiciales y el acoso por desafiar viejos/nuevos ‘regímenes de verdad’ franquistas o neofranquistas. Y todo ello, en no pocas ocasiones, en nombre de una Constitución cada más secuestrada por fuerzas de escasa o nula naturaleza democrática.

Por estos motivos, los principios básicos que el rey emérito ha expuesto en ese breve fragmento de sus memorias no solo resultan preocupantes, sino que son peligrosas. Porque no se presenta como parte de una deliberación, sino como víctima de un robo. De este modo, aquellos que formulan una versión crítica con la transición y/o el papel de la monarquía, no son para el rey emérito ciudadanos o expertos que debaten y discuten sobre el pasado, sino unos meros ladrones; ladrones de un pasado que no les pertenece y del que ahora quieren apropiarse. Ladrones, por supuesto, no sólo del pasado, sino potencialmente del futuro.
Aviso para navegantes: la reinstauración del viejo ‘régimen de verdad’ no puede hacerse sin estigmatizar y criminalizar. Y la operación ha empezado. Porque la democracia está bien, claro, pero tampoco es cosa de que a los plebeyos (y menos las plebeyas) se le suba a la cabeza.