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Elecciones Catalunya 21-D
Aprovechemos el otoño
Las urnas simplemente confirmaron que no hay suflé independentista. Que el apoyo a la secesión no ha caído en tres ciclos electorales.
El otoño llegó este año un día antes a Catalunya. El 20 de septiembre la Guardia Civil entra en diversas sedes de la Generalitat, practica 14 detenciones y 41 registros, y pone cerco al referéndum. Cientos de miles toman las calles. Se proclama la movilización permanente. “Votarem”, rugen las masas.
Ese día se da el pistoletazo de salida a tres meses locos. Al eléctrico pulso entre Moncloa y Sant Jaume. Guste o no, el mayor desafío al régimen del 78 en cuatro décadas.
Un pulso cuyo último capítulo, hasta ahora, llegó en el último día de otoño. Y el invierno se selló un 21 de diciembre por orden de Mariano Rajoy.
A las urnas.
Aprovechemos el otoño antes de que el invierno nos escombre.
Y las urnas simplemente confirmaron que no hay suflé independentista. Que el apoyo a la secesión no ha caído en tres ciclos electorales. Que incluso crece más de 100.000 votos respecto a 2015. Que se confirman las cifras del 9-N y del 1-O. Y que, como todos sabíamos, el tema sigue ahí. Los catalanes hacen cosas. Y la mitad quiere irse enmendando el 78.
Y Mariano, que haría bien en aprender de los catalanes y hacer alguna cosa, sigue haciendo como que llueve. O como que caen hojas. Y las únicas hojas que caen son las azules. Las suyas. Humilladas al grupo mixto mientras se consolidan las naranjas y resisten las rojas. Las propias del otoño, vaya. Aunque el amarillismo ciudadano destiñó espectaculármente el cinturón rojo de Barcelona para convertirlo en naranja. Naranja Ibex35. Y arrasar. En una pírrica victoria, eso sí.
El frentismo del 155 solo ha conseguido eso y darle alas a una Convergència que estaba en la UCI. Y regalarnos el riesgo de volver al ciclo del procesismo ante la victoria de una lista con un único punto en el programa: el retorno del president. Y sacar a CDC de la respiración asistida.
Y con ello, consolidar que con el fin del otoño se hiela todo lo que había. Y que ahora nos espera un futuro inmediato del todo inquietante. Muchas dudas y poca claridad.
Las elecciones, poniendo fin al otoño, han sellado el fin del autonomismo
Y las elecciones, poniendo fin al otoño, han sellado el fin del autonomismo. La mitad de los catalanes se mantienen tozudos en sus convicciones independentistas y no debería minusvalorarse. No queda claro cuál será ese postautonomismo, pero entre indepes y partidarios, al menos discursivos, de la reforma territorial suman más del 70% de los votos. La opción recentralizadora de Ciutadans y PP, aunque pueda arrasar y hacer lo que quiera en Madrid, apenas representa el 30% en Catalunya. Si azules y rojos insisten por esa senda, la fractura con Barcelona solo será mayor.
Aprovechemos el otoño.
Ese otoño, que nos regaló la movilización de desobediencia civil más impactante de los últimos tiempos, que nos regaló el nacimiento de los comités de defensa de la república y su movilización de base, que nos enseñó el camino con dos huelgas generales, que nos regaló la persistente insurrección de un pueblo determinado a expresarse; contra todo. Ese otoño en que cientos de miles de catalanes le plantaron el más doloroso bofetón a Rajoy y al régimen del 78, que solo supo responder con lo de siempre: porras, pelotas de goma y cintas de vídeo. Y arrestos y mentiras, y fiscalías afinadas.
Ese otoño en que cayeron las caretas. En el que tuvo que salir Felipe a romper ese papel simbólico constitucional, posicionarse con las partes y demostrar, definitivamente, de qué va realmente el chiringuito.
Y el otoño demostró que, contra viento y marea, podía haber referéndum. Podía haber imposible. Y volverlos a todos locos.
Otoño, cuya flor descolocó incluso al propio Govern, que parecía no haber previsto ese posible éxito. Un pueblo organizado que hizo posible lo imposible. Y sobrepasó a sus gobernantes. Y los puso contra las cuerdas. Y estos, sin plan b ni alternativa, sin saber cómo parar esa marea que los empujaba hacia adelante, se lanzaron al vacío sin saber si había red o agua. Sin haber preparado el terreno que llevaban dos años anunciando. Aparentemente sin saber contra quién luchaban. Y, claro, se encontraron que no había ni red ni agua, sino 155 también improvisado, pero con todo el aparato de un Estado detrás. Y ahora que lo han sacado de la jaula, a ver quién es el guapo que lo vuelve a encerrar. “Ahora ya sabemos cómo es”, decía Rajoy. Las cuentas del Ayuntamiento de Madrid ya han visto, también, de qué va la cosa.
El independentismo suma, sí, pero en su versión más rancia
Y solo la gente, aquella que hizo posible el primero de octubre, puede devolver esa flor de octubre a su floración. El 155 demostró que no hay suflé. Que la mitad de los catalanes se han independizado emocionalmente ya de ese Estado demofóbico que es hoy España. Pero también nos obsequió con el frío polar de la victoria en ambos frentes de las opciones más liberales. Y el resurgir de una Convergència procesista que puede congelar, de nuevo, todo el panorama. El independentismo suma, sí, pero en su versión más rancia. La semilla del pulso todavía está en la calle. Deberemos enseñarla a ser madre.
Porque, con ello, llegó el invierno.
Que no nos escombre ni convierta el futuro en escarcha.
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