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Elecciones Catalunya 21-D
Elecciones amarillas en Catalunya y frío polar en La Moncloa
Crónica de la jornada electoral. La mañana en Ciudad Meridiana y la noche del triunfo de los partidos-marca Ciudadanos y JxCat.
Nueve de la mañana. Un rincón cualquiera de la ciudad de Barcelona.
A la puerta de un colegio electoral una brigada de limpieza empieza a eliminar los trazos de un 'Stop 155' pintado en amarillo sobre la acera.
Símbolo de estas votaciones, pocos metros más allá, cientos de electores se pelean también por esa sigla. Unos por desafiarlo y borrarlo ellos mismos de sus vidas. Otros por darle el espaldarazo definitivo.
Un hombre sale con un banderazo de España en el pecho mientras a otro le dicen algo por llevar un lazo amarillo en la pechera. Pero igualmente entra. Y vota.
Ante las montañas de papeletas un hombre recoge tres de Ciudadanos y se las da a esposa e hijo, que, sin rechistar, las ponen en el sobre y se van para la cola. Un hombre alucina mirándolo de reojo mientras rumia y coge su papeleta de Esquerra.
“Mi hijo me ha dicho que tengo que votar, pero yo le he dicho que al Rajoy ni loca” suelta una mujer saliendo del colegio. Se despide de las amigas y se va hablando sola.
“Bueno, ya hemos votado...ya veremos qué mierda sale luego...”
Hoy, en un bar, un chaval se desayuna un tercio de Estrella al grito hooligan de “Arrimadas, presidenta” y las carcajadas de sus colegas
Ciutat Meridiana. Unos de los epicentros del abstencionismo y también del voto unionista en Barcelona ciudad. El último barrio de Barcelona en muchas listas. Excepto en una. La de los desahucios. Aquí siempre había arrasado el socialismo. Hasta que llegó Colau.
Hoy, en un bar, un chaval se desayuna un tercio de Estrella al grito hooligan de “Arrimadas, presidenta” y las carcajadas de sus colegas. No son ni las diez de la mañana. A pocos metros, en el casal de la Gent Gran Pedraforca hay una considerable cola para votar. “Antes daba la vuelta” me dice una señora con el carrito de la compra. Una escena que se ha repetido en cientos de colegios en todo el país. De dentro van escuchándose gritar los números de las filas que van quedando vacías.
¡110!
“Ay Encarni, ¡cuánto tiempo!” suelta una mujer “¿como se presentan las navidades, mi arma?”. “Yo no he votado en mucho tiempo, pero hoy toca” dice un hombre mayor. “Suerte que no hace mucho frío” espolea una tercera mujer. “Hombre Manolo, ¿qué has votado?” “A ti te lo voy a decir, que esto es secreto” y se parte la caja.
¡107!
“¿Qué pasa aquí que hay tanta cola?” pregunta una chavala. “Que regalan billetes de 500” le responde una.
La cola mira de reojo a un punki que se pasea por delante con un enorme lazo amarillo en la pechera. Más tarde pasa un chavalillo con unas cholas y una jaula de canario cubierta con un mantelito y suelta “¡Pero si son todos unos chorizos!” y su amigo se disculpa entre risas fumetas. “No lo conozco, yo, a éste ¡eh!”.
¡113!
Una mujer se me queda mirando. Dice que si estoy de observador. Es la única que habla catalán en toda la cola. Le digo que soy periodista. “Tú vigila que no haya fraude”. Le digo que por qué debería haberlo. Me arquea las cejas y dobla el cuello como diciendo: tú ya sabes. Su nonagenaria madre asiente afirmativamente.
Ante la campaña electoral con menos política de los últimos tiempos, realmente parece que se esté jugando algo más importante que nunca
Desconfianza y temor al pucherazo. Tensión que se corta con cuchillo. Rumores en las redes. Noticias que en otras contiendas pasarían desapercibidas son ahora motivo de miedo y pavor. En tal colegio han encontrado sobres llenos. En tal otro han desaparecido las papeletas de tal partido. En tal otro ha votado un muerto. En tal otro había sobres de otras elecciones. En tal otro papeletas de Ciudadanos entre el montón de Junts Per Cat.
Ante la campaña electoral con menos política de los últimos tiempos, realmente parece que se esté jugando algo más importante que nunca. Y las vueltas se han tornado en pocos meses. Los del 155 se lanzan con ilusión a un voto que los independentistas acatan a regañadientes. El temor a una victoria naranja cacareada por toda la Brunete, sobrevuela la arena indepe.
Mientras en el otro lado, visto como un partido de fútbol, se vislumbra como la única oportunidad de ganar el partido. Ni que sea de penalti en el tiempo añadido. Así como en el 155, por ejemplo.
Ana Rosa le pregunta en antena a un chico que en qué se diferencia esta votación de la del primero de octubre. “En que por suerte esta vez no tengo que preocuparme de si voy a volver a casa bien porque haya unos salvajes aquí que me quieran pegar” le suelta el chico antes de que la presentadora corte de tajo al grito de “insultos a la policía española, no”.
En la cabeza de Ana Rosa el 1 de octubre fue un día de paz y concordia y no está dispuesta a que nadie le quite esa idea del coco. pic.twitter.com/XAa5i1ZSjf
— Nate (@Nate68M) 21 de diciembre de 2017
Pocos metros más allá unas latas pintadas de amarillo enganchadas en la pared dibujan la frase: “la vida debería ser amarilla: amar y ya”. Alguien de la Junta Electoral habrá pasado por aquí, porqué algunas letras han sido arrancadas. Aunque reemplazadas de nuevo con un spray en la pared.
Las elecciones del amarillo. Gente votando disfrazada de Mochilo, de Bob Esponja o de riguroso color canario de arriba a abajo para mofarse de la Junta Electoral. Hasta un jubilado se plantó en un colegio con un collar lleno de bananas.
El 155 y la normalidad
Y en estas elecciones, una chica de 18 años, Laura Sancho, cediendo su voto al último president de la Generalitat. Porqué este no puede votar. Y un vicepresidente sin condena votándose a si mismo por correo desde la cárcel. Y todos tan tranquilos.Y en esta campaña marcada por los tribunales, aparece la Guardia Civil queriendo votar. Y dice que las peligrosísimas manifestaciones de las Diadas son parte del delicto de rebelión. Y hasta hizo su lista de candidatos.
Y mientras, el Gobierno Central dando los datos de participación. Que resultan ser de récord. Enric Millo, el conde Duque de Olivares que venía a implantar aquella operación diálogo de La Moncloa, que ya vemos como ha funcionado, se acompaña de Juan Antonio Puigserver, el comendador de Interior en Catalunya tras el 155, para que nos diga que ha habido menos incidencias que en las ultimas votaciones. Desde luego, si el referente son las porras del primero de octubre, no lo dude. Hubo menos.
Lo que hubo más que nunca fueron votantes. Si el 27S de 2015 parecía de récord con un 74,95%, el chicle aquí se llevó todavía más al límite. Boom Boom Boomer. 81,95%. Alucinante.
Y Arrimadas gana.
“Campeones, campeones” le cantan en su fiesta de la Plaza España.
“Hemos derrotado al nacionalismo” dicen ataviados en banderas.
Lo de los colores ya lo aprendimos en parvularios. A base de amarillear la política, Ciudadanos ha conseguido desteñir el cinturón rojo de Barcelona hasta convertirlo en un naranja Ibex35.
A Iceta se le cortó el olfato. De golpe. 17 sillas. Muy por debajo de esas expectativas que le hacían creerse presidenciable.
Leer: Arrimadas gana, mayoría independentista
Pero va a ser una victoria pírrica. Su bloque, el del 155, apenas suma 57 escaños. A 11 de la mayoría. Gana 300 mil votos respecto hace dos años, pero la mayoría sigue en manos de un independentismo que queda 170 mil votos por encima, se resiste a hacer bajar ese soufflé, rebasa el límite simbólico de los dos millones por primera vez, y consigue esas 70 sillas que le dan la mayoría para poder gobernar. Que coinciden con aquellos dos millones que desafiaron la represión ese ya lejano primero de octubre.
Dos millones plantando cara al 155.
Contra viento y marea. Contra cárceles, juntas electorales, millonazos del Ibex35 y amenazas. Y, sobre todo, contra la gran cagada de la república de azúcar que se deshizo con la primera agua de Moncloa ese 27 de octubre. Las caras largas en la sede de Esquerra tras ver su debacle ante la marea naranja se convertían en cómplices sonrisas en ver que su proyecto puede seguir teniendo cancha en Catalunya. Y que seguramente la tendrá.
En esta anormalidad revuelta en la que estamos pescan las dos formaciones con un discurso más tristemente simple y binario. En una campaña sin discurso, se impuso el españolismo naranja y, contra pronóstico, se sobrepuso del previsible batacazo el frente convergente gracias a capitalizar el victimismo alrededor de Puigdemont.
Batacazo de los Comunes que, pese a solo perder 40 mil votos, se hunden con tres escaños menos en estas votaciones cada vez más plebiscitarias sin serlo.
Batacazo tremendo de las CUP, que devuelven a Esquerra todo su voto prestado en 2015 y aún se ven castigados por apelar tanto al unicornio republicano en el que solo ellos creen.
Y Rajoy, el verdadero gran derrotado de todo esto, ha conseguido llevar al grupo mixto a su partido, hacerle perder casi la mitas de los votos y, encima, no sacarse de encima el problema del secesionismo catalán. Hoy, el PP es el último partido del parlamento catalán. Otra bofetada en toda regla. Y ese soufflé que llevamos cinco años oyendo que está deshinchándose, sigue sumando.
Y los catalanes, pues votan cosas. Y Puigdemont será, probablemente, el futuro president. Si Rajoy lo permite, claro. Porque ahora esa es la duda.
Nos contarán ya, por fin, ¿qué piensan hacer unos y otros?
Ayer empezó el invierno en Catalunya. Y en La Moncloa cayó la primera nevada.
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