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Elecciones Catalunya 21-D
Cuatro meses que cambiaron Catalunya, o no
Primera entrega de la serie ‘21-D: ¿punto y final o puntos suspensivos del procés?’, de Sato Díaz, que en este artículo analiza los últimos acontecimientos del proceso catalán entrevistando a los periodistas Guillem Martínez (Ctxt), Sergi Picazo (El Crític) y Jesús Rodríguez (La Directa).
El pasado 26 de agosto medio millón de personas recorrían el passeig de Gràcia de Barcelona condenando los atentados terroristas de días antes. El paréntesis que la tragedia había abierto en la política catalana se cerraba, el rey Felipe VI y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, eran abucheados por las calles de Barcelona. “Felipe, quien quiere la paz no trafica con armas”. Esta pancarta quedaba inmortalizada en una fotografía junto al monarca. Los acontecimientos se aceleraron, hasta hoy.
“Es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y en su Estatuto de Autonomía”. Felipe VI parecía vengarse de lo ocurrido en aquella manifestación de agosto y daba la orden, el 3 de octubre, de que se aplicaran los mecanismos del Estado, glups, contra el proceso hacia la independencia catalán. Había que pararlo, ya había llegado demasiado lejos.
Dos días antes, el 1-O, más de dos millones de personas votaban entre imágenes de brutalidad policial que dieron la vuelta al mundo. Pelotas de goma disparadas, de nuevo, en Catalunya. Ese mismo día en el que el Borbón hablaba por la tele, se había celebrado una jornada de paro o huelga general con un altísimo seguimiento en Catalunya. Desborde social, se decía.
El 27 del mismo mes, el Parlament proclamaba la independencia y el Senado aprobaba el 155, Rajoy cesaba al Govern, disolvía el Parlament y convocaba elecciones para el 21 de diciembre. Algunos consellers, junto a Puigdemont, se exiliarían en Bélgica. Otros, con Junqueras a la cabeza, quedaban en España donde pocos días después acabarían en prisión preventiva, como los dirigentes de las dos principales organizaciones civiles independentistas: Òmnium Cultural y la ANC.
Alta intensidad
“Han sido unos meses de alta intensidad. Una época bestia, todo cambiaba cada semana, no había ningún guion escrito, la he vivido con gran entusiasmo periodístico”, describe el periodista de El Crític Sergi Picazo. “Ha sido apasionante. Lo más difícil ha sido no caer en un polo sentimental, este es un país pequeño, nos conocemos todos y hasta hace poco no había bloques, el independentismo no tenía una separación del resto de ismos que había por aquí”, hace lo propio Guillem Martínez, de Ctxt. “Lo hemos vivido con mucha incertidumbre, hubo un tiempo que tuvimos miedo como medio de comunicación por si se aplicaba el Estado de excepción con el artículo 116, lo que suponía la suspensión de derechos fundamentales”, relata Jesús Rodríguez, de La Directa.
Hablamos con estos tres periodistas que han vivido muy de cerca lo que ha ocurrido en Catalunya estos últimos meses de alto voltaje político y social. Sesiones en el Parlament que desobedecían las advertencias del Tribunal Constitucional, manifestaciones masivas en las calles que exigían “llibertat presos polítics” o que bailaban al ritmo del Que viva España de Manolo Escobar y aplaudían con fervor a Mario Vargas Llosa.
Los medios han tenido un papel protagonista, tal y como asegura Picazo: “La batalla más importante ha sido la del relato, quién se imponía al otro en el relato de lo que es democrático, y ahí los medios han vuelto a ejercer de actores políticos”. “Medios catalanes y españoles han dado una visión muy sesgada y sentimental. Cuando miente tanta gente, nadie miente, se lo han llegado a creer. A esto se le ha llamado postverdad y ha venido para quedarse, yo me he forzado en el pesimismo para ser más objetivo”, reconoce el de Ctxt.
¿Partida de póker o momento histórico?
Sin tregua. Cuando la sociedad asimilaba lo que acaba de ocurrir, ya había una respuesta nueva, una declaración política, otra movilización convocada. Dos legitimidades, dos imaginarios colectivos distantes, dos realidades que han sido vividas de formas muy distintas en Catalunya y en el resto del Estado. Un Estado que se ha volcado en un ideal, la unidad de España, que ha puesto por encima del resto, cueste lo que cueste.
“Choque de trenes”, repetían aquí y allí. El calendario de este otoño catalán ha sido señalado como una sucesión de días históricos. “Que después de todo lo que ha pasado estemos reclamando, como en el 77, libertad, amnistía y Estatut de Autonomía es para levantarse y no parar de aplaudir”, comenta con socarronería Guillem Martínez, siempre crítico con el procés, al que define como “un invento propagandístico en el que nada es real, todo es un póker, a ver quién llega más lejos”.
“La constatación de que era un verdadero póker es que hemos llegado realmente lejos, pero lo único que ha habido cada día es la construcción de un objeto para negociar, pero el Estado no negocia nunca, ni lo hará”. ¿Hemos llegado realmente lejos en esta partida de póker? “Poca broma cuando hay gente en la cárcel, ni un chiste, eso es muy serio”, dice, con respecto a los presos Junqueras, Forn, Sánchez y Cuixart, que todavía siguen en prisión preventiva. “Son presos políticos, pero no se les ha de santificar”.
El 1-O fue, de todos estos días históricos, el que será más recordado: para muchos, un momento catárquico, nada volverá a ser como antes. “Lo que ocurrió ese día durará años, las imágenes de la represión policial despertaron conciencias en mucha gente que no había visto hasta entonces a la policía como un enemigo, la clase media catalana despertó el 1-O”, afirma Picazo. “Hay gente que la única imagen que tiene del Estado español es a la Guardia Civil pegando a abuelos en los colegios electorales”, añade.
“¿Hacia dónde derivará eso? No lo sé”, prosigue este periodista de El Crític: “Yo defiendo que, en octubre, se creó un nuevo ‘nosotros colectivo’ que unía a autodeterministas con independentistas en contra de la represión y de un Estado español con problemas ante las urnas, quizás eso muera después de las elecciones o ya haya muerto, pero son conciencias que se despiertan, como el 15M que tuvo muchas consecuencias sociales y políticas derivadas de una gente que se decide a participar en política”, prosigue Picazo, que recuerda que el proceso hacia la independencia catalana viene de años atrás. “No podemos caer en el cortoplacismo”.
Coincide en esto Jesús Rodríguez: “En todo el tema del procés no hay días históricos, hay una transformación histórica de la sociedad catalana, se ha cocido a un fuego muy lento, por eso es tan difícil de entender desde fuera”. El periodista de La Directa sitúa el inicio de todo esto antes de la sentencia del Tribunal Constitucional que recortaba el Estatut en 2010 tras la recogida de firmas del PP. “Yo colocaría el origen en las consultas populares por la independencia, la verdadera semilla organizativa que después, de lo popular, sube a la institución”, considera. En septiembre del 2009, en el municipio de Arenys de Munt se organizó una consulta popular sobre la independencia de Catalunya. El origen popular: “Ahí se encuentra mucha gente joven con gente mayor, es un movimiento muy transversal, entra en contacto gente catalana de toda la vida con la inmigración y se pone en valor la organización colectiva, se demuestra la capacidad de poder decidir”.
Rodríguez también vivió el 1-O de una forma muy especial. Este periodista vinculado a los movimientos sociales reconoce que no le sorprendió la capacidad organizativa de la sociedad catalana para llevar a cabo el referéndum de octubre. Rajoy había asegurado decenas de veces que no habría urnas, pero las hubo. “Había decenas de miles de personas involucradas, no se podía parar el referéndum”, asegura, mientras bebe poleo en un bar de Sants, añadiendo: “El Estado intentó aplicar en Catalunya unos métodos represivos pensados para desarticular un comando, pero no tenía nada que ver con eso, eran cientos de miles de personas dispuestas a llevar a cabo una actuación concreta, votar y defender las urnas”. Guillem Martínez cuenta una anécdota: “Un amigo mío fue a su pueblo a visitar a su madre de 80 años, fue a mear al cobertizo y se encontró con una pila de urnas días antes del 1-O”.
¿Un desborde controlado por el Govern?
Llueve. Martínez, escéptico, bebe Vichy y fuma en una terraza, bajo una sombrilla, a pocos metros de plaça Catalunya: “El 1-O fue algo fenomenológico, a la gente que participó le cambió la vida, quien no participó ni se enteró”. Este periodista se desplazó a su pueblo para escribir la crónica: “Yo estuve en el coche que transportaba las urnas, entrar en un colegio con una urna ilegal es épico”. Pero, para él, no fue un referéndum. “Creo que fue un acto de protesta descomunal, no lo veo como un referéndum porque no me atrevo a avalar los resultados, fue un acto de protesta desactivado por el Govern”, considera el de Ctxt, añadiendo: “Durante estos meses, el Govern ha frenado todo lo que había de sociedad a la vez que lo potenciaba, y todo ello se ha canalizado a elementos folclóricos, derechistas, peronistas… Ponen unos tacos gubernamentales a todo intento de protagonismo social que alucinas”.
Para Rodríguez, de La Directa, también ha existido esa voluntad desde el Govern de controlar lo que en algunos momentos, especialmente el 1-O y en la huelga de dos días después, tomaba connotaciones de revuelta y desborde social. “Els carrers seran sempre nostres”, coreaban miles de personas en las calles de Barcelona durante esos días. “Si Puigdemont decide, tras la proclamación de la independencia, no llamar a la población a resistir es por dos factores: por la amenaza de extrema violencia que llegaba desde el Estado y que podría suponer un gran sufrimiento a la población, donde vemos una actitud paternalista por parte del Govern; pero también por otro factor, teme que el desenlace no esté en los despachos, que esté en la calle. Tiene miedo a perder el timón institucional de todo el proceso”.
Este periodista pone un ejemplo de esta teoría: “El Govern, Òmnium y la ANC tenían claro que, si el 1-O se aplicaba un grado de represión muy elevado, el referéndum no se podría aplicar y los resultados no podrían ser vinculantes. Entonces, se dieron consignas de que en los colegios se hicieran colas para que la prensa las pudiera fotografiar, pero no de que se hicieran bloqueos que resistieran a la policía”. En busca de una imagen: la Guardia Civil llevándose urnas.
“La Policía Nacional y la Guardia Civil tenían capacidad para intervenir en 80 puntos, había 80 unidades de antidisturbios, y con colas, como preveía el Govern, la policía podía entrar, llevarse las urnas y al cabo de una hora estar en otro colegio distinto. Pero, con la resistencia, esa operación, en vez de ser de 15 minutos era de 5 horas por cada colegio de retransmisión en directo de la violencia”, prosigue. “La capacidad real de impedir el referéndum únicamente se consiguió en un 4 o 5% de los colegios, algo irrelevante. Los resultados del 1-O podían ser vinculantes y el Govern tenía que hacer efectiva la decisión tomada en las urnas, tal y como se había comprometido, algo que no habría sido así si hubiera habido colas y los policías hubieran desactivado más colegios”.
Y llegaron las banderas de España
El 8 de octubre, una masiva manifestación a favor de la unidad de España organizada por Societat Civil Catalana recorrió la Via Laietana de Barcelona. El discurso final de Borrell y de Vargas Llosa fue muy repetido en las televisiones españolas. “Es cierto que ha habido una presencia mayor del españolismo en las calles, pero también es cierto que se han manipulado los datos, El País tituló que había participado un millón de personas, cuando tenían un informe de que habían sido 230.000”, asegura Jesús Rodríguez.
El periodista de La Directa reconoce que “pasar de 15.000 personas, como en manifestaciones del 12 de octubre de otros años, a 230.000 es un salto cuantitativo importante”, pero también asegura que “llegaron muchos autobuses y trenes de fuera de Catalunya para participar en la movilización”. Si en las manifestaciones de años anteriores, los manifestantes mayoritariamente eran de clase alta, de barrios barceloneses como Les Corts, Sarrià o Sant Gervasi, en esta ocasión llegó mucha gente de barrios populares y del área metropolitana de Barcelona. Rodríguez también afirma: “En estas manifestaciones ha habido una fuerte presencia de la extrema derecha, que también asume un liderazgo, están en primera fila, participan en las reuniones en las que se organizan estas manifestaciones”.
Picazo, de El Crític, también considera relevante este aumento del españolismo movilizado en los últimos meses: “Es obvio que la batalla en el eje nacional va a provocar que la batalla izquierda-derecha quede en segundo plano y que esta polarización favorece a los que mejor se mueven en el eje nacional”. “Un 45% de la población catalana se ha mostrado partidaria de la unidad de España, y han salido en manifestaciones masivas a la calle, pero hay que poner en relieve que también se han visto agresiones y actos de la extrema derecha”, recuerda. “La extrema derecha ya estaba ahí, pero este clima de avance de lo nacional le viene bien”, alerta. “No creo que el independentismo haya dado alas al fascismo”, dice en referencia a las polémicas declaraciones de Pablo Iglesias en este sentido, recordando que “la presencia de la extrema derecha viene aupado por muchos factores, Le Pen, Trump… Hay algo antimusulmán, que ayuda a que estos grupos tengan más presencia en la calle, no sólo pasa en Catalunya”.
Sobre esto, Guillem Martínez comenta: “Ese es el gran fenómeno: miles de personas con la bandera española en las calles, lo que, traducido a nuestra visión, era el final del mundo”. Culpa de ello, en parte, al procés: “Se han comportado como si esto lo hubiera apoyado el 80% y no era así, esto hubiera tenido sentido si hubiera habido un apoyo mayoritario de la sociedad”. Para Martínez es peligroso que algunos sectores del españolismo estén atacando la lengua y el modelo educativo catalán: “El catalanismo son muchas cosas y no todas buenas, pero reposaba en un consenso social: la idea de que el catalán fuera la lengua vehicular no es de la derecha, la derecha nacionalista quería hacer dos vías como en Euskadi, la izquierda peleó contra eso, con dos comunidades lingüísticas nos íbamos a la mierda”. Otro consenso roto, para Martínez: “Los catalanes teníamos el consenso de no utilizar la bandera monárquica, eso se ha roto”.
“No sé si los independentistas se han dado cuenta de que todo no es procesismo, La Moreneta y la bandera… Hay barrios con una enorme cantidad de banderas españolas ahora, si tú atacas con una bandera, la respuesta es otra bandera, y eso ha venido a quedarse, veremos qué forma adquiere”, prosigue Martínez. Banderas, españolas y esteladas. Gritos, “llibertat, presos polítics” y “Puigdemont a prisión”. La cuestión nacional copa el debate político en Catalunya.
Mientras tanto, cuatro personas siguen en prisión preventiva. Lazos amarillos colgados en farolas y pintados en paredes de toda Catalunya, la Junta Electoral los prohíbe. “Que Sánchez y Cuixart estén en prisión por una movilización es muy peligroso. Los movimientos sociales tienen que estar alerta, parar un desahucio podría convertirse en motivo de ser juzgado por la vía penal”, valora Picazo. Y en este contexto, nos encontramos en plena campaña electoral y, el próximo jueves, elecciones catalanas decisivas convocadas por Mariano Rajoy, no por el president de la Generalitat. Las encuestas dicen que el independentismo no revalidaría su mayoría absoluta, ni tampoco la conseguirían Ciudadanos, PSC y PP… Pero bueno, eso lo veremos en el próximo capítulo.
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La cosa no es indepe si o indepe no. La cosa es independencia ¿para que? si es para hacer otro Estado euroPEDO con paro masivo y ricos y pobres. ¿Pa qué? si fuera para hacer una república de currelas asamblearios como en Kurdistan sirio bueno, pero habría un boicot intenacional y quizá un rio de sangre por represión policial-militar asi que mejor ni intentarlo. Mejor ocupar edificios vacios de los bancos y protestar frente a las empresas que impagan las horas extras trabajadas y NO cobradas. Mejor pelear por cosas concretas mas asequibles. ¿Pedimos la luna? vale, y que nos la envuelvan para regalo