We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Elecciones
¿Y si a Feijóo no le ha ido en el debate tan bien como cree?
No hace mucho, mientras aún era presidente de la Xunta de Galicia, Feijóo se vio obligado a comparecer en el Parlamento en unos meses en los que la sociedad gallega estaba especialmente soliviantada por el estado de la atención primaria.
En las calles aumentaba la sensación de deterioro de la sanidad pública, los retrasos en las citas médicas protagonizaban las conversaciones mientras el PP anunciaba cierres de centros de salud y servicios sanitarios que pusieron a varias vilas en pie de guerra y suscitaron masivas protestas. En esas, en el lapso de pocas semanas, varias personas que aguardaban turno en el vestíbulo de los servicios de Urgencias fallecieron sin haber sido atendidas.
Entonces, con aquellos muertos aún en el recuerdo de todos, Feijóo se justificó en el Parlamento diciendo que no era posible gestionar bien cuando “había centros de salud que tenían, de un día para otro, hasta un 16% de bajas laborales”.
Acostumbrado a que nadie verificase sus estadísticas inventadas supuso que esta vez no sería distinto. Pero lo fue, y en esa ocasión alguien revisó la cifra. Resultó que Feijóo se refería a un único centro, muy pequeño, situado en las afueras de Vigo, en el que de seis profesionales médicos en plantilla, uno se había puesto enfermo. Ese era su 16%. Y todavía hubo suerte de que no hubiesen sido dos las personas de baja, porque entonces, Feijóo habría exhibido un 33% de absentismo laboral.
No cabe escandalizarse porque este, como los gallegos saben, era su modus operandi habitual y ejemplos parecidos se cuentan por centenares, ya fuese de muertos o decenas de miles de hectáreas ardiendo que presentaba triunfalmente con creativas gráficas. Sin embargo, conviene detenerse unos instantes en la génesis de esta mentira concreta. ¿Cómo se gestó?
Aquí hay una premeditación, una preparación rigurosa y sutil, una falsificación fina, un trabajo casi de orfebrería de la calumnia
Podemos imaginarnos a Feijóo preparando su intervención parlamentaria y ordenando a uno de sus lacayos que buscase el centro de salud de Galicia que tuviese el porcentaje más alto de bajas laborales. El lacayo bucea en el ordenador y, qué mejor que utilizar uno de los centros más pequeños en los que una sola ausencia tiene mayor peso proporcional. Eureka, aquí está, se dijo. Pero, ya puestos, fueron algo más allá de la grosera manipulación matemática. Porque en su frase Feijóo desliza también que son los médicos los responsables del mal servicio por lo que parece una confabulación para cogerse bajas masivas. Y sin son masivas, son sin duda fraudulentas ¿O es que casualmente enferman todos a la vez? ¿Hacen esto con intencionalidad política? No lo dice, pero ¿por qué si no? De hecho, dado que inmediatamente después acusa a la oposición de orquestar una campaña para obtener mezquinos réditos políticos, cabe suponer que los médicos también participan del mismo complot. ¿Y qué mayor prueba que el hecho de que esas bajas se produzcan “de un día para otro”? Así, lo que es lo común en ponerse enfermo, que ocurre de un día para otro, se presenta como si fuese la señal de una actitud malintencionada y sospechosa.
¿Cómo podríamos juzgar este sigiloso modo de mentir y calumniar? No se trata de una mentira corriente, ni de una improvisación en un momento de acaloramiento. Aquí hay una premeditación, una preparación rigurosa y sutil, una falsificación fina, un trabajo casi de orfebrería de la calumnia que Feijóo vierte, no al Parlamento, sino a millones de gallegos que son los destinatarios últimos del mensaje.
Lo que todos los españoles vieron en directo hace unos días fue su verdadera quintaesencia. Feijóo en estado puro: un personaje cínico, marrullero y mendaz que lleva la mentira a otra dimensión
En sus años gallegos Feijóo se beneficiaba de cierta institucionalidad y que, mal que bien, siempre podía mostrar algún logro de su gestión. Pero lo que todos los españoles vieron en directo hace unos días en el debate frente a Pedro Sánchez fue su verdadera quintaesencia. Feijóo en estado puro: un personaje cínico, marrullero y mendaz que lleva la mentira a otra dimensión. Que es capaz de estar 90 minutos mintiendo sin parar y sin despeinarse ni torcer el gesto ni una vez. El dato de inflación, mentira; el dato de creación de empleo, mentira; el del PIB, mentira; el de la renta, mentira; el de los impuestos, mentira; su posición con respecto a las pensiones, mentira. Y así hora y media sin parar.
Por supuesto, sin anunciar ni una sola medida propositiva. Los salarios no compensan la inflación pero... ¿piensa él subirlos? Claro que no. Sánchez no hizo vivienda social pero... ¿la anuncia él? Ni hablar. Sánchez no alivia a los hipotecados... ¿Y Feijóo? Ni soñarlo. Todo así. Vimos a un candidato incapaz de proponer en hora y media ni una sola medida en positivo, ¡pero ni una sola!, ¡ni siquiera falsa!, tal fue su entrega a la destrucción y al engaño.
Así, no estamos aquí ante un cínico ni un mentiroso común, sino ante su evolución superior: el puto cínico, el puto mentiroso.
Entendiendo “puto”, claro está, sin ningún ánimo despectivo sino como un aumentativo, incluso admirativo, que señala su excelencia en el manejo de la mentira, su excepcionalidad, su brillantez en lo suyo, como cuando decimos de un deportista que es un “puto fenómeno”. Pues del mismo modo, como mentiroso, como puto mentiroso, Feijóo es un puto crack.
Los salarios no compensan la inflación pero... ¿piensa él subirlos? Claro que no. Sánchez no hizo vivienda social pero... ¿la anuncia él? Ni hablar. Sánchez no alivia a los hipotecados... ¿Y Feijóo? Ni soñarlo. Todo así
El hecho de que vapulease a Sánchez, que no es en absoluto un mindundi, da la medida de su peligrosidad. Si alguna virtud tuvo el debate es de mostrar al candidato del PP tal cual es. Que los españoles que aún podían pensar que se trataba de alguien sensato, moderado, correcto, viesen con qué clase de elemento se juegan los cuartos. Y aunque la prensa presente estos eventos poco menos que como un pulso de matones donde solo importa saber quién gana y quién pierde no debe hacernos olvidar que éramos nosotros los destinatarios de sus mensajes. Que Feijóo no mentía a Sánchez sino a todas y cada una de las las personas que estaban viendo la televisión.
Parte de la izquierda y parte también del feminismo afrontan estas elecciones con desánimo, imbuidos en desconfianzas o rencores ante lo que consideran distintos agravios recibidos por parte de las fuerzas de izquierda que se presentan. Desde esos sectores se promueve una especie de voto asqueado, un voto “sin ilusión”. Cuando no directamente la abstención.
Sobre este tema convendría reflexionar un poco. Yayo Herrero afirmaba hace unos días que “la ilusión” es un significante vacío. Yo, más proclive a las expresiones gruesas me atrevería a decir que la ilusión es una gilipollez. O, mejor aún: una puta gilipollez.
Me atrevería a afirmar que los votantes del PP jamás votan con “ilusión”. De hecho, sospecho que, de preguntarles por su “ilusión”, me mirarían pensando si soy idiota
Creo que conozco bastante bien el ecosistema de votantes del PP, sobre todo de mi generación y la anterior a la mía. Y me atrevería a afirmar que estas personas jamás votan con “ilusión”. De hecho, sospecho que, de preguntarles por su “ilusión”, me mirarían pensando si soy idiota. La ilusión ni se plantea; votan movidos por otras razones: votan por fidelidad, por responsabilidad, con un sobrio sentido del deber. Piensan que estos partidos, singularmente el PP, comparten con ellos una cierta concepción del mundo, de un modo quizá inconcreto y con el que no siempre están de acuerdo, pero que se acerca a su cultura y a su manera de juzgar la realidad. El suyo es un voto adulto, en el sentido de que está atravesado por ese cierto escepticismo que dan los años. Es un voto de gente que ha vivido, que sabe que las cosas y las personas no son siempre como uno quiere y que hay que aceptar la imperfección. De esa gente que sabe que su familia y sus amigos no son ideales, pero es su familia, son sus amigos.
Por el contrario, pareciera que el votante de izquierdas viva en una permanente fantasía infantil que tiene que ser insaciablemente alimentada con mágicas “ilusiones”. Paradójicamente, aquellos que se dicen materialistas son los más idealistas y en cada elección necesitan acercarse a las urnas con el mismo comportamiento soñador de los niños en la noche de Reyes. Salvo que los niños tienen fundadas razones para pensar que recibirán juguetes al día siguiente y a los votantes de izquierda les acostumbran a dejar carbón.
También paradójicamente, son aquellos que más hablan del “bien común” quienes, cuando se trata de juzgar la acción de gobierno de los suyos, se muestran incapaces de contentarse con un cierto sustrato benéfico colectivo, para airear coléricos sus decepciones personales como si estas fuesen lo verdaderamente relevante. La ilusión, entonces, muestra su única y verdadera utilidad: preparar el camino para la desilusión, que se presenta como prueba de una moralidad insobornable.
En las películas de terror, a veces, el monstruo adopta al principio la forma de una persona normal. Hasta el instante en que necesita hacer una exhibición de su verdadero poder
Quizá estos votantes de izquierda, que necesitan ese ilusionamiento infantil debieran pensar más en términos de responsabilidad. Aquellas personas que afirman que “total, para lo que ha hecho este gobierno por el feminismo, por la justicia social, otro no lo hará peor”, con todo mi respeto, están diciendo un auténtico disparate. Por supuesto que otro lo hará infinitamente peor. Solo desde una cierta seguridad en la propia situación personal se puede ser exhibir esa indiferencia. Quizá para alguien en concreto su vida no empeore, pero, por supuesto, que pueden causar un inmenso dolor en miles de personas y un daño inconmensurable. ¿No es esta una razón suficiente como para olvidar los agravios propios y pensar en el tan cacareado bien común?
Sánchez acostumbra a repetir que nos amenaza una larga noche tenebrosa. En las películas de terror, a veces, el monstruo adopta al principio la forma de una persona normal. Hasta el instante en que necesita hacer una exhibición de su verdadero poder. La hace, sí, pero a costa de mostrar su verdadero rostro, tal como le ocurrió a Feijóo en el debate. Mostró ser el que es: alguien sin el más mínimo escrúpulo.
Abierto hasta el amanecer es la historia de esa mutación de la normalidad al mal radical y de cómo unos desconocidos, incluso adversarios, muy distintos o casi antagónicos entre sí, superan sus desavenencias y se unen en la lucha contra esa fuerza brutal que amenaza con destruirlos a todos. No necesitan ser amigos, ni darse mimitos. No se andan con putas chorradas: comprenden que la colaboración es la única manera de sobrevivir. Tal tendría que ser nuestro comportamiento ante Feijóo, Vox, y lo que significan.
Cuando la luz del amanecer llega para algunos, uno de los supervivientes interpretado por George Clooney dice: “Puedo ser un cabrón, pero no soy un puto cabrón”. Bien, eso Feijoo no lo podría decir. A menos que mienta.
Relacionadas
Opinión
Ascenso de la derecha Donald Trump, Javier Milei, Giorgia Meloni… en el Jardín del Profeta
Estados Unidos
Estados Unidos Directo | Trump será el presidente 47 de la historia de Estados Unidos
Estados Unidos
Elecciones en EE UU Pensilvania y otros seis estados definen unas elecciones que Trump y Harris disputan al milímetro
La apisonadora ultraderechista no tiene freno. Nos acercamos nuevamente al abismo de los exiliados por sus ideas políticas.
Yo he visto a padres echando de su casa a hijos por ser gays, a víctimas de violencia machista despotricando contra las que pelean judicialmente contra sus exmaridos, a jóvenes que estudian gracias a la red pública alabando las bondades del libre mercado.