En saco roto (textos de ficción)
Primera sesión
Fui a la primera sesión. El cine estaba casi lleno. Entre la legión de maniáticos que allí nos concentramos, un hombre de la tercera fila quiso hacerse notar y mandó callar a los de la primera. Hecho el silencio, comenzó la película. Primero una voz en off explicaba lo que íbamos a ver y luego los personajes principales iban desfilando con breves diálogos que introducían el argumento. A los 15 minutos, me pareció evidente que me había equivocado, que aquella no era la película que quería ver en aquel momento. Pero me quedé a verla.
La protagonista intentaba huir de su vida monótona. Los que la rodeaban querían impedírselo. Los que rodeaban a estos parecían figuras de cera. Y todos intercambiaban diálogos en los que lamentaban la vida que les había tocado vivir, sus deseos insatisfechos, sus esperanzas frustradas y, en definitiva, el mero hecho de estar vivos.
Sin embargo, ocurrió algo que lo cambió todo. A la media hora de película, la protagonista se largó de su ciudad en bicicleta sin dar explicaciones a nadie. Luego cogió un tren. Más tarde atravesó una frontera. A continuación, las imágenes nos la mostraban recorriendo sonriente el bulevar Sebastopol, en París. El resto de la película consistió en eso: en mostrar a la protagonista recorriendo el bulevar Sebastopol en distintos momentos de su vida. Pero lo que más agradecí es que desaparecieron los diálogos. Sonaban canciones francesas, música para piano o fanfarrias de orquesta, y la protagonista iba y venía por el bulevar. Después de casi una hora de idas y venidas, la película terminó con la imagen de los fuegos artificiales sobre los tejados de París una noche de julio. Fin.
Luego empezó el debate. La mitad de la sala desertó. Tal vez también debí hacerlo. Pero me quedé.
El coordinador de la retrospectiva explicó el origen y los avatares de la película. Intentaré resumirlos.
El director rodó la primera parte en una ciudad del interior de España a mediados de los años 50. Como se quedó sin presupuesto, viajó a París para intentar lograr financiación con el apoyo de los círculos del exilio. Pero los círculos del exilio estuvieron de acuerdo en ignorarlo. Este hecho, lejos de desanimarle, le invitó a adentrarse en otros círculos. Y tanto se adentró que terminó olvidando las razones de su viaje. Solo al cabo de unos años, establecido en París, recuperó el material rodado e invitó a la protagonista a grabar nuevas escenas para completar la película. La actriz viajó a París y el director la grabó cámara en mano en un primer recorrido por el bulevar Sebastopol. Si el coordinador de la retrospectiva estaba en lo cierto —como se esforzaba en demostrar citando una bibliografía de títulos interminables—, aquella primera caminata había supuesto una auténtica epifanía para el director, que, desde entonces, tuvo claro que la forma de completar su película era grabar a la protagonista en distintos momentos de su vida realizando el mismo recorrido por el bulevar. A eso se dedicó. Cada cuatro o cinco años, el director y la actriz recorrían de nuevo la calle. Las imágenes recogían la caminata de la actriz, el modo en que se detenía ante un escaparate, su gesto relajado sentada ante un velador. Con el material filmado, el director se dedicó durante casi medio siglo a montar una película que nunca terminó de dejarle satisfecho. “No la terminó. Más bien la abandonó”, dijo con tono pausado el coordinador de la retrospectiva. Luego aclaró que sobre este asunto del abandono como forma de conclusión había teorizado un autor que no soy capaz de recordar. Finalmente, tras un silencio forzado, añadió: “Esta es la primera vez que se proyecta esta película ante el público. Así que nos corresponde valorarla”.
Y entonces sí, cuando vi que alzaba la mano el mismo hombre de la tercera fila que había levantado la voz para hacer callar a los de la primera, tuve los reflejos suficientes para irme. Agradecí que mi manía de sentarme siempre junto al pasillo me ahorrase tiempo. Cuando salí a la calle aún era de día. Bajé caminando muy despacio hasta la estación.
Para comentar en este artículo tienes que estar registrado. Si ya tienes una cuenta, inicia sesión. Si todavía no la tienes, puedes crear una aquí en dos minutos sin coste ni números de cuenta.
Si eres socio/a puedes comentar sin moderación previa y valorar comentarios. El resto de comentarios son moderados y aprobados por la Redacción de El Salto. Para comentar sin moderación, ¡suscríbete!