En saco roto (textos de ficción)
Un grano de arroz

Cuando acabó con el dibujo en uno de los lados, giró el grano de arroz y ejecutó dos movimientos muy rápidos como si no quisiera perder la inspiración. Sopló el grano para secar la tinta, lo introdujo en una pequeña cápsula de cristal y me lo entregó.
Javier de Frutos
10 dic 2024 08:50

Lo recuerdo con nitidez: el rostro enjuto y moreno, las manos trabajadas. Estaba sentado en el suelo a pocos metros de la Galería Nacional de Escocia, en Edimburgo, y anunciaba a los transeúntes la obra mínima que podía crear en apenas un minuto: “Su nombre en un grano de arroz, con cualquier dibujo o cualquier diseño en uno de los lados”. Algunos curiosos se detenían y preguntaban por el precio u observaban los granos posados sobre una tela morada. En un lado de esos granos figuraban con letra diminuta nombres propios y, en el dorso, con unas líneas finísimas, una guitarra, una luna, una bicicleta, un tiburón. “Su nombre en un grano arroz”, repetía.

Si nadie le hacía un encargo, se entretenía en dibujar con su rotulador extrafino complicados diseños en un lado de un grano de arroz. Le vi perfilar un paisaje montañoso al atardecer, una máquina de escribir, una hoz, tres espigas de trigo, un bañador y un autobús de dos pisos. Tuve la impresión de que ejecutaba movimientos mil veces repetidos y de que era sabedor de que aquellos trazos eran eficaces y sugerentes. No me atreví a preguntarle si dibujaba de memoria o improvisaba. Fue él quien se interesó por mis acuarelas. Recuerdo que le conté que me limitaba a imaginar cuerpos y a tratar de pintarlos con trazos sencillos. También le dije que el agua hacía su trabajo y no siempre en la dirección que a mí me habría gustado.

Pasamos el día juntos. Él explicaba, dibujaba, vendía y cobraba. En mi caso, me limitaba a pintar acuarelas y a colocarlas en el suelo.

En los pequeños momentos que nos tomábamos como descanso, nos refugiábamos dentro de la Galería Nacional. Supongo que porque la entrada era gratuita y porque los dos estábamos hartos del aire libre. O puede que hubiera otras razones que he olvidado. Lo hacíamos por separado: uno se ausentaba unos minutos y el otro cuidaba de las pertenencias y de las pequeñas obras expuestas en el suelo. Al parecer, según constatamos en una conversación a última hora de la tarde, en nuestras visitas al museo los dos nos deteníamos siempre ante el mismo cuadro: Vieja friendo huevos, de Velázquez. Creo que le conté que un profesor nos había hablado de aquel cuadro como un ejemplo de la sublimación de lo cotidiano. Y creo que él sonrío y me explicó que le gustaba sobre todo la mirada vacía de la mujer que freía los huevos.

Después de aquella conversación, comenzó a oscurecer y unas gotas inoportunas volvieron aún más caprichosas las formas de mis acuarelas. Le regalé una a mi compañero de jornada, al que supuse que no volvería a ver nunca. Y entonces él me preguntó qué quería que dibujase en el grano de arroz que iba a regalarme como recuerdo. Dudé y no supe qué decir. Él también dudó, pero apenas unos instantes. Luego se puso a trabajar. Sus manos ejecutaban movimientos mínimos y precisos. No corregía. Cada trazo parecía el resultado de una elaboración muy compleja cuyos vericuetos solo él conocía. Cuando acabó con el dibujo en uno de los lados, giró el grano de arroz y ejecutó dos movimientos muy rápidos como si no quisiera perder la inspiración. Sopló el grano para secar la tinta, lo introdujo en una pequeña cápsula de cristal y me lo entregó. No me atreví a mirarlo en aquel momento. Tan solo le di las gracias y nos despedimos.

Resulta extraño ser consciente cuando algo está ocurriendo de que lo recordarás en el futuro. Pero aquel día me sucedió: a lo largo de toda la jornada supe que recordaría al cabo de muchos años los dibujos mínimos de mi compañero ocasional, las visitas a la Galería Nacional de Escocia, las preguntas de los turistas que se acercaban con gesto sorprendido, los sonidos del bullicio, la conversación y la lluvia de la última hora de la tarde. Supe también, cuando me decidí a mirar el grano de arroz, que recordaría siempre las imágenes allí dibujadas: en un lado, unos ojos abiertos que no veían; en el otro, la yema de un huevo a punto de reventar sobre la clara.

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