Unos días antes de la cuarentena y el aislamiento total de Guayaquil, mi madre tuvo la ruptura de su fístula, una conexión anormal entre dos partes del cuerpo. En este caso la arteria y la vena se han unido quirúrgicamente para poder realizar la hemodiálisis, el tratamiento para la insuficiencia renal crónica que la mantiene con vida desde hace cinco años. Previo a esta emergencia de la que se logró recuperar, a mi padre le dio una trombosis, la mitad de su cuerpo se desconectó de su cerebro dejando una parálisis y la pérdida de sensibilidad en todo su lado derecho.
Durante estos últimos años he acompañado y sostenido las crisis de mis padres causadas por las alteraciones de su salud. Esta situación ha afectado en cierta medida los vínculos y nuestras dinámicas familiares más íntimas. Con el panorama actual que nos obliga a demarcar límites físicos, límites dentro de casa, estas líneas invisibles se difuminan en pos del cuidado del otro.
En este diario fotografío un ejercicio en donde lo afectivo y lo vulnerable se superponen continuamente. Este espacio colaborativo entre mis padres y yo nos ha llevado a crear nuevas formas de convivencia, de volver a valorar el tiempo y reconstruir el vínculo de los afectos más íntimos, de los recuerdos que tenemos y los que nos faltan por vivir.




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