Enfoques
Bielorrusia no quiere ser Ucrania
Atrapada entre Europa y Rusia, el país sigue con un pie en la época soviética.

Dirigida con mano de hierro por Alexander Lukashenko, presidente caprichoso que desvía en su provecho la nostalgia del antiguo régimen soviético del que se pretende heredero, Bielorrusia sigue viviendo en la época soviética, con sus koljoses y sus empresas de Estado.
El tiempo parece haberse detenido. La arquitectura soviética y las estatuas de Lenin o de Stalin son omnipresentes. Fervientes patriotas reproducen año tras año las grandes batallas del Ejército Rojo en el complejo Línea de Stalin, un museo a cielo abierto dedicado a las horas de gloria del comunismo. Las cicatrices dolorosas y los grandes relatos históricos son los dos instrumentos utilizados por el Gobierno para preservar la imagen de unidad nacional. Al mismo tiempo, el memorial de Katyn para las víctimas del estalinismo, sistemáticamente boicoteado por el régimen, se ha convertido en un lugar emblemático para las concentraciones de la oposición bielorrusa.
Atrapada entre Europa y Rusia, Bielorrusia se cuida de tomar el mismo camino que la vecina Ucrania. Desde hace 20 años, las relaciones entre Minsk y Moscú se basan en el intercambio: soberanía por créditos y subvenciones. En las mentalidades, la cultura, la política… y, por supuesto, la economía, nada parece posible en Bielorrusia sin Moscú.

Sin embargo, Bielorrusia también mira hacia el oeste. Minsk es otra ciudad moderna con sus bares de moda, sus jóvenes que deambulan con ropas fashion, sus McDonald’s o sus cadenas de grandes marcas. El propio Lukashenko intenta girarse hacia Europa; su Gobierno ha instaurado recientemente un régimen de entrada sin visado durante cinco días y actúa como mediador en la crisis ucraniana.


Aunque un movimiento contra el Gobierno de Lukashenko parece impensable, subsisten bolsas de resistencia. La compañía del Teatro Libre Bielorruso hace representaciones clandestinas que critican al régimen. La escena musical, principalmente el movimiento punk, está muy activa. Critican los ataques contra la democracia y los derechos humanos tanto en Bielorrusia como en Rusia. Incluso la población “se atrevió” a manifestarse en las calles a principios de 2017, una concentración de pequeñas dimensiones pero que provocó una reacción brutal de las fuerzas del orden. Mientras tanto, gente como Olga espera con paciencia “que Lukashenko se vaya, pero solo tiene 63 años… y dos hijos en edad de sucederle”.
El país se debate entre este y oeste, pasado y futuro, comunismo y economía de mercado. Un país desconocido, con un rostro complejo que nos permite entender mejor los juegos de poder en un espacio postsoviético siempre en movimiento.


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