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España no es (solo) blanca
Erin Corine: "No soy tu negra"
Hablar con la cantante Erin Corine de algo tan sentido para ella como la música afroamericana revela un poso de conciencia que cuestiona muchas verdades aprehendidas.
¿Qué es ser español hoy día?, ¿lo decide el lugar de nacimiento o la residencia?, ¿es español el descendiente de marroquíes o ecuatoguineanos nacido en España de raza negra, al que preguntamos ignorantes dónde ha aprendido a hablar tan bien español?, ¿y el africano nacido en África y migrado, pero que destaca en España con su trabajo o profesión?, ¿y tu vecino de cualquier procedencia o color, que trabaja y se busca la vida como tú, y además participa en la comunidad, aportando más que tú?. ¿Y qué hay si de tanto decirles que no son españoles porque no son blancos, ya ni se reconocen españoles, ni quieren serlo?
La cuestión identitaria está permanentemente en boga en toda la zona Euro desde que es confrontada por la crisis humanitaria de refugiados, como si no hubiera sido cuestionada ya con las migraciones económicas y sus fronteras externas e internas, y polarizada al extremo con los ataques yihadistas.
Aunque algunos con mucho poder traten de convencernos de que la verdadera identidad europea es blanca, cristiana, y en todo caso integrada o asimilada en nuestras costumbres de vida “democráticas”, en esta nueva serie de entrevistas de Carlos Monty se expondrá mensualmente una galería de personajes de actualidad que rompen el estereotipo de español euro-blanco para mostrar lo mucho que esos llamados “nuevos españoles” tienen que enseñarnos ahora mismo. Empezamos por un ejemplo extremo del abanico, una cantante que vino con todas las facilidades del sistema que ahora quiere cerrar las puertas.
Niña prodigio de Chicago, nacida para la música a lomos de la tradición familiar del góspel, blues y soul, virtuosa de la flauta en música clásica, Erin Corine llegó hace cinco años a Valencia de la mano de una beca del prestigioso Berklee Institute para terminar de dominar el castellano. Afincada actualmente en Madrid, no ha parado de impartir su ministerio de raíz afroamericana en cada rincón, público o privado, de la geografía española con una naturalidad y una disciplina que rozan casi el taller improvisado con el público y que levantan admiración y entusiasmo allá donde va.
¿Cómo una alumna norteamericana de flauta clásica acaba metida a cantante de góspel y soul en un país tan ajeno como España?
Bueno, desde pequeña yo tenía fascinación por las culturas hispanas porque en Chicago hay mucha influencia mexicana. Así que, al llegar a Valencia y entrar en contacto sobre todo con el flamenco, en el que he experimentado un poco, y darme cuenta de que la expresión y el mensaje eran en realidad tan familiares para mí por mis raíces, te ves obligada a hacer un análisis retrospectivo de quién eres musicalmente. Eso me llevó a dar un nuevo valor a mis influencias familiares, la música con la que crecí.
Cuando decides que tu propuesta musical en España van a ser el góspel, el blues y el soul, ¿cómo convives con esa banalización tan grande que hoy sufrimos del folclor musical afroamericano, que igual sirve para unas Olimpiadas que para vender zapatillas o ambientar un McDonalds?
Pues porque yo me he ido de mi tierra y he aterrizado en una que está como 30 años atrasada respecto a mi cultura popular [no para de pedir disculpas para que no nos ofendamos], así que, si me quería comunicar aquí, necesitaba empezar por lo que sabéis. Además, yo también me estaba conociendo a mí misma como cantante. Y luego está la apreciación que se tiene aquí de mi música antigua, con la raíz, con la que tengo una conexión íntima tan fuerte, porque si fuera en mi país dirían “sí, me gusta la música que haces, pero me da igual que la hagas tú”. Ahí entraríamos en qué es apropiación cultural y qué no. Pero, en cambio, aquí la perciben como algo singular mío, interesa lo que hago como algo primario, porque lo hago yo, una mujer negra de Chicago aquí, algo totalmente insólito para la gente.
Pero aunque despiertes esa atracción como artista, hay un día a día donde la vida no es fácil para una mujer negra y sola en un mundo euro-blanco. Utilizas un término muy descriptivo para referirte a eso, lo llamas “zoo attraction”.
[Le da pereza volver a hablarlo]. Es un tema que ha tenido mucha presencia en mi vida durante mi primer año en España. Lo sufrí mucho. Cada una de nosotras somos de distinta personalidad y experiencia, no somos iguales. Hay gente que cree que todas somos así, fuertes, que opinamos mucho, y encima yo sí que encajo muy bien con ese estereotipo y la gente que me habla de malos modos es que te juro que la mando a la mierda. Ese exotismo de que te gusten las mujeres negras, las que no se parezcan a tu madre… pero es una cuestión de respeto, de entender que da igual lo que a ti te guste, o lo que tú sientas. Yo entiendo que todo el mundo tiene unas preferencias, pero es cosa de educación, de cómo hablas con la gente, cómo la haces sentir como un ser humano, y no como si estuvieras en una exhibición de un zoológico creado especialmente para que tu elijas. Además, yo físicamente soy un cruce entre lo más negro y lo más mulato, que en mi tierra no destacaría, pero aquí les resulta indescifrable y por tanto más intrigante.
Ya que dices eso, aquí existe un mantra muy común entre afroespañoles y afrodescendientes en el sentido de que los norteamericanos sois como la clase privilegiada de los negros en un mundo de blancos, que a vosotros no os paran por la calle ni os presionan como a ellos…
[Se muere de la risa]. Vaya tontería. Mi experiencia es igual que la de cualquier otro negro. La gente me para igual. Fingen igual no entenderme en un restaurante, que entre en un banco y me digan que qué hago allí y si tengo cuenta, y luego les demuestre que tengo 10.000 euros en su puta cuenta. Claro, cuando les saco el pasaporte azul marino entonces me cambian el estatus y ya es en plan “qué guay, de Chicago como Obama”. Pues sí, Michelle fue al mismo colegio que mi madre, ¿y qué? [se ríe a carcajadas]. Pero como soy morena clara, ni soy bastante negra para los negros ni bastante blanca para los blancos. Pero a mí me da igual, porque en realidad soy descendiente de esclavos pero nunca he estado en África. Así que mi cultura africana es secundaria, como la de la mayoría de afroespañoles y afroeuropeos, que es con los que yo más conecto, porque los inmigrantes sí saben su ascendencia, y yo no la sé. Pero mi experiencia no cambia, porque lo que yo temo más en mi tierra es que a mis hermanos les pare la policía y les pegue un tiro en la cara, así que mi experiencia como negra es la misma o peor.
La expresión y la historia del blues y de las grandes divas del soul y el jazz en las que podríamos decir que te inspiras, como Billie Holiday o Nina Simone, muestra un enorme coste personal para una artista negra, que no tiene comparación con el de sus equivalentes masculinos. ¿Cómo llevas tu esa “carga” que se “impone” siempre a mujeres negras artistas, más en una sociedad como la española?
Yo diría que sobre todo es mantener fijas mis creencias, mi personalidad, y no caer víctima de eso que decíamos de “ah, qué bien que les guste yo…”. No, mira, mi música va a ser así, al margen de que yo le guste a la gente, y no dejarme afectar por lo que los hombres, incluso las mujeres, opinen de mí. En realidad, esa presión es como en mi tierra, pero aquí un poco más, porque aquí llamo más la atención. Es como cuando me dicen aquí que en realidad no soy negra, que soy mulata, como si me hicieran un favor como algo mejor considerado socialmente, cuando en mi tierra sería alguien negra totalmente corriente.
La música afroamericana que tu representas viene asociada en el imaginario europeo al activismo negro al menos en cierta etapa histórica. ¿Cómo representas ese activismo en tu música, tú que has liderado aquella personificación en directo de 2015 del disco “Protest Anthology” de Nina Simone o que reivindicas el doloroso “I’m not your Negro” de James Baldwyn?
Lo que tienes que entender es que muchos son activistas ocasionales y luego estamos los que somos activistas de por vida. Pero eso no significa respirarlo 24 horas al día. Muchas veces lo que hago es un reflejo de lo que estoy viviendo en ese momento, de las distintas realidades que vivo a la vez como mujer negra cada día, como persona extranjera en otro país, y reconocer que es lo que me mantiene conectada a mi cultura, y eso se proyecta en que a veces me pasa algo duro durante el día y lo tengo que contar en mis conciertos. O sea, no es que tenga que hacer el papel de negro consumible para que tu consumas mi imagen de negra activista, es como si me llaman para que actúe con mi afro, porque yo no me hago mi afro para que la gente pueda consumir mi imagen. Así que si no te gusto o no me contratas porque no lo llevo, que te follen. O si tengo el color de piel apropiado para tu disfraz. Eso es lo que significa en realidad “Yo no soy tu negra”.
¿Cómo te conectas con los movimientos actuales de reivindicación pronegra en España?
Claro que se conecta. De hecho, como tengo un proyecto neo-soul de temas propios esperando a ver la luz cuando el público aquí esté preparado para recibirlo y sienta que tengo su entera confianza, y que tiene mucho que ver con esa experiencia de mujer negra extranjera no europea con otro bagaje musical, pues yo me identifico más con mujeres negras sudamericanas o caribeñas. Pero estoy en contacto con la revista Afroféminas o con Black Barcelona, a través del baterista Marc Ayza que tocó conmigo en Clamores, porque compartimos una experiencia no convencional y nos identificamos con algo global pero a la vez muy específico a la existencia negra como minoría en un país mayormente blanco. Solo que yo sé que soy negra desde que nací, y ellos no lo han sabido hasta que les han llamado negros, como cantaba la afroperuana Victoria Eugenia Santacruz, o como ilustra tan bien ese fotógrafo tan importante de Madrid, Rubén H. Bermúdez (en su libro gráfico Y tú, ¿por qué eres negro?) y eso hace este proceso absolutamente novedoso en España porque no tienen referencias, son los primeros que están viviendo esta realidad.
Pero estamos en España, frontera territorial con África. Al margen de la conexión de sangre, ¿qué conexión personal sientes tú con África, ahora que cada vez hay más músicos africanos trabajando y produciendo su música desde España?
Es interesante, porque a mí me pilla lejos, aunque esté aquí. Yo lo reconozco. Porque en realidad yo soy de segunda cultura africana. Es decir, de mirarme la cara, la estructura, el pelo, yo sé que soy de ascendencia africana, pero de primera cultura no lo soy. Me fascina ver, me da mucho orgullo ver a gente negra que tiene tanta conexión con su tierra, porque sabe qué tierra es la suya, porque yo esa conexión no la tengo. Cuando pienso en mi raíz solo puedo identificar mi ascendencia francesa por mi tatarabuelo. De hecho, mi nombre francés “Corine” viene de mis bisabuelas. Pero claro que conozco músicos africanos aquí como Kwami Mensah en Valencia, en Barcelona no tanto, pero incluso en Madrid, hay músicos haciendo muy buen soulcomo Astrid Jones o el sudafricano Dattie Capelli o (Bobby) Lykantho que es muy importante y el primer amigo congolés que tengo. Pero cuando me relaciono con ellos no es como con los caribeños, que es más parecida a mi cultura y son más como hermanos, sino más bien como primos, es gente que reconozco como de mi propia familia pero lejana.
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