Estados Unidos
La victoria de la esperanza: Zohran Mamdani se alza como nuevo alcalde de Nueva York
La ciudad de Nueva York amanece hoy llena de esperanza, con la victoria del candidato demócrata, el socialista democrático Zohran Mamdani. De 34 años y originario de Uganda, Mamdani es el primer alcalde musulmán de la ciudad.
La exitosa campaña del nuevo alcalde se centró en tres ejes fundamentales: el acceso a una vivienda digna —congelar los alquileres controlados por la ciudad—, autobuses gratuitos como parte de un programa piloto en Estados Unidos, y supermercados y tiendas de alimentación con precios regulados por el ayuntamiento. En definitiva, el derecho de los neoyorquinos a vivir una vida digna y a tener acceso a su propia ciudad. Sin embargo, los ataques islamófobos de la derecha reaccionaria han apuntado no tanto contra su proyecto político contrahegemónico como contra su propia subjetividad: hombre musulmán inmigrante de clase trabajadora.
Hacer del otro un extraño
En 1978 Edward Said publicó Orientalismo, una obra que revolucionó los estudios culturales al analizar la forma en que Occidente construyó una imagen estereotipada y subordinada de Oriente para justificar el imperialismo y el dominio colonial. Hacemos del árabe el Otro, estereotipamos y estigmatizamos su imagen. Convertimos a Occidente en el centro, y a Oriente en lo que está “allá”, frente a “nosotros”, los de “aquí”.
Como intelectual palestino que trabajó durante cuarenta años como catedrático de literatura comparada en la Universidad de Columbia, Said recibió amenazas después de la publicación del libro —considerado hoy una pieza clave de los estudios decoloniales y enseñado en cualquier curso de humanidades en las universidades del país—; fue vigilado e incluso amenazado. Su compromiso intelectual con la causa política le costó oportunidades profesionales e incluso amistades. Hacer una crítica social tan afilada no es fácil: se requiere un proceso de extrañamiento, un alejamiento de la mirada colonial, impuesta también sobre el propio sujeto colonizado. Orientalismo nos enseña que nuestra mirada no es inocente, sino que está atravesada por las estructuras retóricas de la hegemonía.
En el caso de Mamdani, el pasado 27 de octubre, dos días antes de que comenzara el voto anticipado, programa de noticias independiente Democracy Now!recogió cómo Andrew Cuomo, candidato independiente a la alcaldía apoyado por Trump, en el programa de radio de Sid Rosemberg, se rio y asintió cuando Rosemberg afirmó que Mamdani estaría celebrando si ocurriera otro atentado como el del 11 de septiembre, apelando a una supuesta simpatía de Mamdani por la yihad. Horas más tarde, y sin haber pedido disculpas ni retirado el comentario, el equipo de Cuomo publicó en la red social X un vídeo generado con inteligencia artificial que mostraba a personas caricaturizadas como criminales apoyando la candidatura de Mamdani —hombres con kufiyas, personas racializadas y consumidores de drogas, todos apoyando con fervor la candidatura, rezando: “Criminals for Mamdani”—.
El vídeo fue eliminado tras el aluvión de críticas, pero volvió a ser subido por cuentas que denunciaban su islamofobia. En otro gesto xenófobo, el exalcalde de la ciudad, Eric Adams, imputado por corrupción y malversación de fondos, declaró públicamente que los políticos no podían permitir que Nueva York “se convirtiera en Europa”. Mamdani condenó públicamente lo sucedido, señalando no sólo la violencia verbal, sino también la falta de respeto hacia el millón y medio de musulmanes que viven en la ciudad. El ugandés publicó además un comunicado en vídeo en Instagram, en el que habló del miedo y la represión que sufrió la comunidad musulmana tras el atentado a las Torres Gemelas y las invasiones de Irak y Afganistán: “Mi tía no volvió a tomar el metro después del 11 de septiembre de 2001 hasta muchos años después”.
Pero la lucha por la liberación es internacionalista y, como tal, blanco del eje ultraconservador. Pensar en detener el avance reaccionario en Estados Unidos implica afirmar una praxis antibélica, antirracista y anticolonial. El socialista democrático, activo defensor de la causa palestina —junto con voces como las de Alexandria Ocasio-Cortez, Bernie Sanders o Ilhan Omar—, se encuentra en el epicentro de la crítica sionista.
Pese a haber señalado la importancia de la convivencia entre todas las prácticas religiosas en la ciudad, y haber sido respaldado por los principales grupos judíos antisionistas del país, como Jewish Voice for Peaceo Rabbis for Ceasefire, su claro posicionamiento —único si consideramos las prácticas genocidas de Estados Unidos hacia el pueblo palestino— se ha convertido en una de las principales balas cargadas de odio que disparan sus adversarios. Incluso el presidente del país ha amenazado con “tomar las calles” y revocar la ciudadanía que Mamdani obtuvo por naturalización en 2018.
El odio en el seno del hogar
Quizá lo que ocurre en este imperio pueda advertirnos de lo que puede pasar, o ya está pasando, en lo que fue en otro tiempo el nuestro, o en la visión idealizada que algunos todavía parecen tener de lo que fuimos hace quinientos años: una potencia tremendamente sanguinaria. Los melancólicos de aquella España imperial se transforman ahora en ávidos defensores de un Estado que nunca fue tal, anclado en la época de los Reyes Católicos, en la idea del fanatismo religioso de la corona.
El caso Mamdani puede servirnos de advertencia ante el auge de un problema endémico: mostrarnos cómo el racismo se está expandiendo como un virus global a través de distintas latitudes. Según datos del Ministerio del Interior, el 43,73% de los delitos de odio cometidos en el Estado español se deben al racismo y la xenofobia: desde Torre Pacheco hasta los comentarios suscitados por la apertura del nuevo centro para menores migrantes en Monforte de Lemos, pasando por las detenciones de migrantes indocumentados en el casino de Lavapiés, en Madrid, el odio se extiende como una plaga.
Una plaga que ya ha parasitado Europa —Italia, Portugal, Alemania, Hungría, Argentina, El Salvador—, pero que también nos está alcanzando: la tenemos delante. En el mismo informe ministerial, el 40% de las personas entre 18 y 24 años afirma tener intención de votar a la ultraderecha en las próximas elecciones, la misma derecha que clama contra una “avanzada musulmana en nuestro territorio” y que pide “deportar a ocho millones de personas del Estado”. Jóvenes que no sólo se dejan seducir por estos discursos, sino que también permanecen fascinados por una nostalgia de un momento histórico pervertido por el relato hegemónico, despojado de una verdad historiográfica propia.
La historia, ya nos enseñó la dialéctica, es cíclica. De ella aprendemos que no se avanza en línea recta, sino que los procesos ocurren en fases. Y, como nos advirtió Santayana: El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla.
Un atisbo de esperanza
En Estados Unidos, comentaristas políticos han señalado que la campaña de Mamdani es efectiva porque logra llegar no sólo a las clases populares —aquellas que, lejos de la visión idealizada que proyectan series como Sexo en Nueva Yorko Gossip Girl, ganan por debajo del salario mínimo, unos 16 dólares por hora, y que, desde Manhattan hasta el Bronx, sostienen el engranaje productivo de la ciudad—, sino también a la juventud. Una juventud que recoge la herencia de Stonewall, que ha cerrado universidades y estaciones de tren en solidaridad con Palestina, y que rebautizó Hamilton Hall de la Universidad de Columbia como Hinds Hall, en honor a Hind Rami Iyad Rajab, una niña palestina de cinco años asesinada en el genocidio gazatí del año pasado mientras ella y su familia intentaban escapar del asedio israelí en Gaza.
Una juventud para la cual el nuevo líder representa un atisbo de esperanza frente a un imperio en decadencia. Datos recientes muestran cómo el neoyorquino promedio tiene dificultades para pagar el alquiler, hacer la compra semanal o llevar a sus hijos a la guardería. En nuestro país, el reflejo es similar: la crisis de la vivienda, la inflación de los alimentos, la dificultad para decidir si tener descendencia, la precariedad laboral.
En 1959, el poeta palestino-iraquí Yabra Ibrahim Yabra publicó en Beirut Tammuz al-Madina, un libro que habla de la pérdida, el exilio y la búsqueda de una identidad colectiva entre las ruinas de la modernidad árabe. Hoy también podemos volver la mirada hacia Yabra, quien utiliza la figura de Tammuz —el dios de la fertilidad en la antigua Babilonia— como metáfora de la esperanza y la resistencia frente a la destrucción. En su hermoso poema En mi tierra tomada, escribe:
En mi tierra tomada
por un teatro de serpientes
una ruina de perros salvajes
un desierto
construí un hogar con mis huesos
levantado con mis manos
plantado con mis raíces
dejando que entrara el agua
por páramos y desiertos
sin vivir en la búsqueda
del vacío de la gloria
donde no nada brota
en la ubicuidad de las espinas y las bestias
ellos lapidaron mi hogar
mis frutos deseantes de desobediencia
yo aún con mis brazos
hago aparecer a las serpientes reptando
hago aparecer el corazólo amparo frente al aturdimiento.
La victoria de Mamdani es un hilo de esperanza para una ciudad que fue tomada y que, esperemos, vuelva a pertenecer a quienes la levantan.
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