Estiba
Lucha obrera, sindicalismo 2.0 y feminismo: una mañana en la estiba de Barcelona
1.100 personas trabajan como estibadores en el Puerto de Barcelona. Nueve meses después de la aprobación de la reforma del sector de la estiba, pasamos una mañana con algunos de estos trabajadores para ver sus condiciones de trabajo.

“Desde hace un año el acceso está más restringido”. El estibador Josep Maria Beot avanza en el trasiego de camiones mientras explica que el control no ha sido lo único que ha crecido en el Puerto de Barcelona; también lo ha hecho la conciencia de clase. Durante buena parte de 2017, los estibadores estuvieron en el ojo del huracán político a consecuencia de un conflicto laboral con el Gobierno, que quiso sacar adelante un decreto ley de la estiba encaminado a liberalizar el sector y aligerar la masa salarial. Cerraron un acuerdo que modifica algunas cosas del sistema de estiba, como la conversión de las actuales sociedades de gestión de estibadores (Sagep) en Centros Portuarios de Empleo en un máximo de 3 años, pero que conserva el 100% los empleos. “Los obreros vencimos al capitalismo salvaje de JP Morgan”, resume Beot.
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Son las 7h. Aún es noche cerrada. Entramos en la sala principal de Estibarna, la sociedad que provee de trabajadores a las empresas del puerto. Varios estibadores beben café y miran concentrados una pantalla en la que aparecen números ordenados de manera aleatoria, como en un bingo. Cada cifra corresponde a un trabajador: en ese momento descubren si les ha tocado el curro de las 8h o el de las 14h. Todas las mañanas se sortean los turnos y los puestos del día en curso, de modo que ningún estibador sabe en qué va a consistir su faena hasta que no lo ve en la pantalla del salón. “La gente fuera de la estiba no entiende esa inestabilidad”, comenta Beot dirigiéndose hacia una estancia más íntima.
Es la sala de juntas, donde se reúne el comité de empresa conformado por 22 hombres y una sola mujer. Estibadores elegidos cada cuatro años en listas abiertas y encuadrados en el sindicato de la Organización de Estibadores Portuarios de Barcelona (OEPB). Dentro nos recibe el delegado sindical Sebastián Huguet, un barcelonés de 42 años con 18 de trayectoria profesional. Él nos guiará durante toda la mañana en el puerto. Huguet fue de las personas más activas en la gestión de un conflicto sectorial que, afirma, se puede condensar en una sola idea: “La crisis surge porque JP Morgan compró el holding Noatum y se lo quería vender a una empresa china llamada Cosco. El precio con estibadores era más caro que sin ellos, de modo que Cosco, asesorados por PWC, presionaron a JP Morgan y estos hicieron lo propio con el Gobierno para liberar el sector. El mandato europeo fue una buena excusa”.
Soy un privilegiado porque tengo un sindicato que me defiende y eso, hoy en día, lo tiene muy poca genteDurante las negociaciones tomó cuerpo un concepto que persigue a los colectivos de sectores estratégicos y que siempre emerge en debates urdidos a la vista de la opinión pública: los famosos privilegios. Patronal y Gobierno deslizaron la idea de que los estibadores son una sociedad endogámica, desigual y sobrerremunerada. ¿Sois en verdad privilegiados? “Mi caso es un tópico porque yo sí vengo de familia estibadora: mi abuelo era estibador, mi padre y sus amigos eran estibas; toda mi vida ha sido esto. Cuando era pequeño despidieron a mi padre y sus compañeros le estuvieron dando dinero durante meses para mantener a la familia. Igual pasaría ahora [en la última huelga crearon una caja de resistencia], de modo que sí, soy un privilegiado porque tengo un sindicato que me defiende y eso, hoy en día, lo tiene muy poca gente”.
Beot lanza desde el fondo una mirada ampliatoria, “la fuerza del sindicato reside en la unidad”, y pone de ejemplo a su compañero Patas, simpatizante de la extrema derecha (Plataforma per Catalunya); un tipo cuya “chaladura mental” no tiene mercado dentro de la estiba pero que siempre cierra filas cuando hay ataques al colectivo. Beot y Huguet creen que el sindicato contiene las embestidas del neoliberalismo gracias a una calculada postura de neutralidad en debates potencialmente fragmentadores, caso del Procés, y cuentan por qué se negaron a darles servicio al barco de Piolín antes del 1-O: “Grimaldi nos avisó de que les habían contratado dos barcos y que iban a meter una grúa móvil para atenderles; sin embargo, en el comité decidimos servirles nosotros. No hubo manera: cuando lo comentamos en asamblea, la gente se rebeló y dijo que no trabajaría para tipos que venía a dar palos. Se votó a mano alzada y salió que no”.
Aquello ocurrió en octubre, con la crisis sectorial fresca. Volvemos a ella, ¿cómo revirtieron su posición de desventaja en la negociación del acuerdo marco? En primer lugar, partieron la patronal Anesco en dos: “Sacamos de la ecuación a los partidarios de la economía especulativa y quedaron como interlocutores los empresarios de toda la vida”, relata Huguet. A continuación, y esto es novedad, se actualizaron en la lucha. Tapiaron la trinchera: “Tuvimos que abrirnos a otros colectivos y hacer partícipes de nuestro conflicto a la sociedad, a sindicatos y colectivos, a los grupos políticos. Empezamos a utilizar las redes sociales e incluso grabamos vídeos para hacer ruido en internet”, describe Huguet.
De sus acciones destaca la creación de una plataforma integrada por colectivos obreros llamada Ciclo. Cuando se enfrentaron al decreto ley pensaron que esa lucha quizás la ganarían, pero las siguientes, ¿podrían? Sobre la clase trabajadora se vienen los tratados comerciales de nueva generación, la cuarta revolución industrial. ¿Podrían contra todo eso los estibadores en solitario? “Montamos la plataforma para exportar nuestro modelo de lucha porque necesitamos socios fuertes, necesitamos una clase obrera potente con taxistas que se alzan, con las kellys, la gente de Titanlux y los riders, con los chavales de ‘Lote 22’; todos y todas apretando en el mismo barco”.
Son las 9.30h. Hace rato que amaneció en esta ciudad de asfalto y acero. 825 hectáreas sin un solo árbol. Huguet conduce en dirección a la terminal de Sammer, una empresa que, dice, se ganó el cariño del colectivo por apoyarles durante la gran huelga de los 80. Aquel parón se recuerda con nostalgia; la gloria de batallas mejores. El estibador cuenta que entonces vinieron sicarios de la mafia marsellesa contratados por empresarios para deshacerse de los líderes sindicales. Que fue una batalla campal con las mujeres de los estibadores lanzando bombonas de butano a las lecheras de Policía y sus maridos plantando maquinaria del puerto en las calles de la Barceloneta. Dice que ya no se lucha como antes, pero que tampoco les dejan relajarse.
Aquí se cobra por rendimiento, yo en 2017 he trabajado 48 fines de semana y 354 jornalesHuguet aparca el coche en la terminal de Sammer. Frente a nosotros, varios compañeros lanzan listones de madera sobre un cargamento de vigas. Nos sale al paso Paco Guerrero, un estibador de 45 años crecido en el barrio marinero. Paco entró en la estiba animado por un amigo que vio el anuncio de oposiciones en La Vanguardia. Ni tenía familiares dentro ni había pensado jamás en meterse en la estiba. 20 años después considera que el privilegio, de existir, es muy relativo: “Si coges mi sueldo y lo comparas con un tipo que gana 800 euros quizás sí soy un privilegiado, pero tienes que mirar lo que producimos; aquí se cobra por rendimiento, yo en 2017 he trabajado 48 fines de semana y 354 jornales”, detalla. “Decían que teníamos una huelga encubierta. Mentira, yo he trabajado más que en toda mi vida”.
Paseamos hacia un barco turco amarrado en el muelle. Dentro hay cinco estibadores trajinando entre vigas, haciendo trabajo de a bordo. Por encima de nuestras cabezas vuelan vigas constantemente. Guerrero dice que hace un rato les cayó una junto a los pies, y habla de siniestralidad: “Casi todos hemos tenido accidentes. El año pasado un compañero, Íñigo, se despistó con el coche y acabó en el agua, completamente a oscuras. No pudo salir de ahí”. Traga, mira al frente y continúa: “Es un trabajo peligroso pero bonito. Estás junto al mar, cada día haces una faena distinta y el ambiente es muy bueno. Sí, nos estamos pudriendo por el salitre y la humedad, pero yo no lo cambio”.
Dejamos a Guerrero en su puesto y volvemos a la carretera. 11.15h. Atravesamos las nubes de polvo que levantan los camiones a su paso. Huguet conduce en dirección a una vista panorámica de la terminal de Hutchison Port Best. “Los chinos”. Empieza a chispear. Retomamos la conversación de la lucha sindical y de cómo los controladores aéreos encuentran menos empatía en sus reivindicaciones, quizás porque los vuelos perdidos trastocan nuestras vacaciones. Los parones de la estiba también afectan, solo que —en apariencia— de manera más indirecta: “Muchas veces dejamos de hacer acciones precisamente por eso. Una huelga nuestra hunde a muchos colectivos: transportistas, consignatarios, amarradores; mucha gente cuelga de nosotros en el ecosistema del puerto”.
Vista la terminal de Cosco, damos media vuelta y paramos en el punto de Grimaldi. Nos saluda Laia Marimon mientras hace funciones de sobordista (controladora de mercancías). Marimon dejó sus estudios de Traducción e Interpretación en Lleida para opositar en la estiba barcelonesa; de aquello han pasado 15 años. Aprovechamos para preguntarle por un tema polémico: “Me sorprende cuando hablan del machismo en la estiba, yo estoy dentro y debo ser la única que no lo ve. Aquí cobramos exactamente lo mismo hombres y mujeres, tenemos los mismos derechos; claro que hay pocas mujeres dentro [42 en una plantilla de 1100 personas], pero tiene sentido porque antes era un trabajo de mucha fuerza bruta”.
12 del mediodía. Despedimos a Laia y bajamos hacia la salida. Camino del control asoma en la conversación un histórico de la OEPB, Julián García, expulsado de la asamblea por sus intereses en una empresa del puerto. Enfilando la puerta, Huguet explica cómo decir adiós: “Julián impulsó el sindicalismo a nivel local, estatal e incluso internacional. Lo fue todo para nosotros, pero no se supo jubilar. Cuando detectamos que la patronal tenía un exceso ilógico de información decidimos nombrarle persona non grata; nos estaba vendiendo. Su caso es triste porque después de una trayectoria sindical increíble ha quedado como un traidor. Al final tienes que hacerte la pregunta de cómo quieres acabar: ¿prefieres seguir vinculado al colectivo o pudrirte en un consejo de administración? La mayoría aquí lo tenemos muy claro”.
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