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Euro
20 años de la entrada en el Euro: 8 economistas hacen balance
Era un momento importante. Parecía que entrábamos en una nueva era. Y no andábamos desencaminados. Aquella noche, la peseta pasaba a la historia. Aunque siguiera coleteando, una nueva moneda venía para sustituirla. El euro se convertía en la moneda oficial para 12 de los 27 países de la Unión Europea: Alemania, Austria, Bélgica, España, Finlandia, Francia, Grecia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos y Portugal, además de micro-Estados europeos como la Ciudad del Vaticano, Mónaco y San Marino, adoptaban una moneda común, dejando atrás sus divisas propias.
Aquel 31 de diciembre algunos afortunados que trabajaban en un bar o en una tienda ya tenían el privilegio de tener alguno de esos billetes. Los enseñaban como si fueran tickets al futuro. Y todos nos empujábamos por tocarlos, por ver las marcas de agua, esos nuevos símbolos europeos con los que todavía no estábamos familiarizados y por comparar el tacto de ese nuevo papel moneda con los billetes de pesetas que llevábamos en el bolsillo. Al día siguiente, aquel 1 de enero de 2002, fuimos a las tiendas con nuestros billetes de 5.000 pesetas a comprar cualquier cosa, abrimos mucho los ojos esperando las vueltas, ansiando ver la nueva moneda. El euro entró en nuestras vidas.
Se cumplen dos décadas de aquel día. 20 años de unificación monetaria europea. De los “qué bien que ahora puedes ir a Portugal sin tener que cambiar dinero”. De pararnos a hacer cuentas con todo. De darnos cuenta de que a nuestra abuela, que había vivido tiempos de decimales de peseta, se le daba mejor hacer el cambio de moneda que a nosotros. De comprar en el “todo a 100” reconvertido en “Todo a 1 euro” una calculadora convertidora a euros.
Pero también se cumplen 20 años de unas subidas de precio que nos dejaron de piedra. De las latas de bebida o el café que subieron de 100 pesetas a un euro. De no poder depreciar nuestra moneda cuando las cosas iban mal. De ceder nuestra soberanía monetaria al Banco Central Europeo y perder una de las principales herramientas políticas y económicas: la monetaria. Un momento en el que alguien sentado en Frankfurt decidía por tu futuro, fueras alemán, griego o español.
Para analizar lo positivo y lo negativo, lo que cambió para bien y para mal, lo que ganamos y perdimos, en El Salto preguntamos a varios economistas que nos hagan un balance de estas dos décadas de euro. Seis mujeres economistas declinaron participar en este artículo por diferentes motivos, por lo que ha quedado un balance de género masculinizado casi en su totalidad.
Eduardo Garzón
Doctor en Economía y Empresa y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid
Lo mejor del euro ha sido la estabilidad del tipo de cambio entre los diferentes países miembro. Esto ha permitido que las empresas que comercian con países del euro hayan suprimido el riesgo cambiario y hayan mejorado su certidumbre a la hora de importar y exportar. Ha ocurrido lo mismo con el turismo, lo que ha venido especialmente bien a la economía española, muy dependiente de este sector. Otra ventaja del euro ha sido la conformación de una divisa potente a nivel mundial, lo que ha contribuido a estabilizar su utilización y valor.
“Lo peor del euro ha sido la pérdida de soberanía monetaria de los países miembro, que no sólo no pueden utilizar ya su política cambiaria, sino que no disponen de un banco central propio”, Eduardo Garzón
Lo peor del euro ha sido la pérdida de soberanía monetaria de los países miembro, que no sólo no pueden utilizar ya su política cambiaria, sino que —y mucho más importante— no disponen de un banco central propio que respalde sus políticas fiscales, de forma que su sostenibilidad fiscal pasa a depender de las decisiones del Banco Central Europeo, que no tiene por qué responder a los intereses de todos los países por igual (por ejemplo, en la crisis del euro este organismo abandonó a los países del sur, generando la crisis de deuda pública que todos conocimos; afortunadamente en la crisis del covid se ha mostrado mucho menos intransigente y ha apoyado por igual la política fiscal y la deuda pública de todos los países miembros, evitando así crisis de deuda pública). Otra desventaja importante del euro es que supone la misma política monetaria para economías muy distintas entre sí (con diferentes niveles de salarios, inflación, modelos productivos y ciclos económicos), lo que ha generado muchos desequilibrios (uno de ellos fue el crédito barato en España que espoleó la burbuja inmobiliaria). Parte de estas fallas se podrían compensar con mayor unión política, fiscal y bancaria entre todos los estados miembros, pero mientras impere la ideología neoliberal esto no será nada fácil de conseguir.
Lina Gálvez Múñoz
Catedrática de Historia e Instituciones Económicas del Departamento de Economía de la Universidad Pablo de Olvide. Eurodiputada con el PSOE.
La existencia del Euro, de una moneda común, es posiblemente uno de los mayores y más costosos logros de la Unión Europea. Prueba de ello es que comenzó a diseñarse en 1969 y no se completó, con muchas limitaciones, hasta 1999. El Euro es una unión monetaria imperfecta desde sus orígenes, una moneda inacabada y frágil, sin estado y sin unión fiscal. Y aún así, ha conseguido ser la segunda moneda de reserva del mundo, ha limitado las crisis monetarias que sufrieron algunos Estados miembro entre la década de los setenta y de los noventa del siglo anterior, ha facilitado el funcionamiento del mercado único europeo limitando los costes de transacción para las empresas y para la ciudadanía que de esa manera también ha aumentado su sentido de pertenencia a Europa. Por último, destacar como hace Jean Quatremer en su libro Il faut achever l’Euro que el Euro jugó un papel geopolítico importante al asegurar una “Alemania europea” tras su reunificación en la década de los noventa, si bien a costa de que “Europa se haya convertido en Alemania”.
Los principales aspectos negativos del Euro están principalmente vinculados con su diseño. Si bien hay que reconocer que posiblemente en el momento de su puesta en marcha no se podía haber llegado más lejos desde el punto de vista político en la cosoberanía, no es menos cierto, que hay problemas de diseño vinculados al modelo de gobernanza neoliberal y del análisis económico dominante. Señalaré al menos cuatro:
Primero, algunos defensores del euro reconocen errores de inicio, pero los enfocan desde su defensa. Así nos dicen que el problema principal es que se diseñó en y para tiempos de estabilidad como si eso fuera una verdad absoluta. Cuando lo que eso demuestra es que se diseñó por intereses determinados o ceguera ideológica sin tener en cuenta la historia económica y por tanto el funcionamiento de las economías capitalistas, como si en ese momento estuviéramos en el fin de la historia y las crisis económicas fueran cosas del pasado y no inherentes al sistema. El optimismo que rodeó la puesta en marcha del euro estaba totalmente infundado.
Segundo, otro error de inicio fue que el Banco Central Europeo tuviera como objetivo único el control de precios asumiendo que la inflación tiene solo un carácter monetario, cuando la política monetaria no es neutra y genera importantes efectos redistributivos al no tratarse de una cuestión meramente técnica. De hecho, ahora estamos viviendo un episodio inflacionista que no puede solucionarse únicamente con los instrumentos de la política monetaria. Por ello sumar al objetivo del control de la inflación el doble o triple objetivo de generación de actividad productiva y empleo, de sostenibilidad y equidad, para también contener el crecimiento continuo de la deuda pública debe ser una prioridad para corregir los efectos de este error de diseño.
Tercero, la puesta en marcha del Euro sin unión fiscal ha dado lugar a grandes desequilibrios entre los Estados miembro constreñidos por las reglas de la disciplina presupuestaria obligando a éstos a hacer frente a la divergencia por el lado de la flexibilidad de precios y salarios y a través de reformas estructurales y del incremento de la deuda. Los superávits de unos han sido los déficits de otros. Esto imposibilita la convergencia económica y el avance del proyecto político europeo.
Cuarto, la Unión monetaria diseñada en el tratado de Maastricht dio rango casi constitucional —posteriormente también constitucional en varios países —, a muchos de los elementos fundamentales de la agenda neoliberal limitando enormemente el desarrollo de una agenda social y progresista. Si bien muchas cosas se han ido cambiando por puro pragmatismo, los sesgos de inicio perduran y florecen con poco esfuerzo, sobre todo porque el Euro carece de un auténtico control democrático del Parlamento Europeo y el BCE sigue siendo una institución “independiente”.
Enrique Feás
Investigador principal en el Real Instituto Elcano
La experiencia de 20 años del euro ha sido muy positiva para España por dos motivos: primero, porque le ha permitido importar la estabilidad monetaria del norte —dejando atrás los tiempos de alta inflación, tipos de interés de dos dígitos y devaluaciones— y aprovechar al máximo las ventajas del mercado único; y, segundo, porque las herramientas a las que hemos renunciado ya no son tan efectivas como hace 20 años: es mejor participar en las decisiones de subidas y bajadas de tipos de interés del BCE que limitarse a seguir a los del Bundesbank, y la desagregación productiva ha reducido las ventajas competitivas de las devaluaciones (las potenciales ganancias en bienes finales se compensarían en gran medida con incrementos en el coste de los inputs importados).
Si la convergencia real no ha mejorado demasiado en estos 20 años ha sido también por dos motivos: primero, porque las crisis de las dos últimas décadas han afectado proporcionalmente más a los países del sur y, segundo, porque la construcción del euro es aún incompleta y, por tanto, frágil. La solución pasa, a nivel europeo, por completar la unión bancaria y del mercado de capitales —separando definitivamente riesgo bancario y riesgo soberano— y mejorar las reglas fiscales y los estabilizadores comunes; y, a nivel nacional, por reformar la economía para hacerla más flexible y competitiva y menos vulnerable.
Iván Ayala
Profesor de Economía Aplicada de la Universidad Rey Juan Carlos
Lo malo lo podría centrar en tres elementos. Primero es un sistema de gestión macro deflacionario. Cuándo hay shocks asimétricos, los países más afectados, tienen que aplicar medidas deflacionarias para reducir el déficit. Esto se demostró nefasto en 2007. Segundo, es un sistema que merma el control democrático al extirpar la política monetaria de la soberanía democrática nacional y situarla en la supranacionalidad, incontrolable democráticamente, y por tanto sujeta a intereses espúreos. Tres, las consecuencias sociales dramáticas que este entramado genera. En países periféricos como España, acometer duras políticas deflacionarias como las del 2011-2013 significa destrucción de un sistema de bienestar todavía en construcción. Es bueno para los países centrales, porque el coste de perder la soberanía en política monetaria es ampliamente superado por el beneficio de impedir que los países del sur puedan ganar competitividad mediante devaluaciones. Pero eso genera unos desequilibrios macro que son precisamente los que llevaron a la crisis del 2008.
Lo bueno: no es una construcción exógena a los intereses nacionales, sino que es el resultado de la suma de los diferentes intereses en los países. Y la crítica que los economistas heterodoxos hemos venido haciendo de la construcción europea, en buena medida, ha sido absorbida por el mainstream tal y como hemos visto en la gestión de la última crisis. El Banco Central europeo ha actuado como comprador de última instancia (con muchos límites pero no tenemos espacio para debatirlo), se han suspendido las reglas fiscales y se ha generado una —limitada— capacidad de gasto central en la UE (NGUE). Significa que incluso dentro del euro hay posibilidades de gestión progresista si existen gobiernos con voluntad política, y eso a nivel europeo puede significar un cambio.
“El euro es la clave de bóveda del mayor proyecto de integración económica y social llevado a cabo de manera pacífica a lo largo de la historia europe”, Carlos Martínez Urriza
Carlos Martín Urriza
Doctor en Economía y director del Gabinete Económico de CCOO
El euro es la clave de bóveda del mayor proyecto de integración económica y social llevado a cabo de manera pacífica a lo largo de la historia europea. Si durante siglos en Europa se construyeron grandes catedrales con las esperanzas puestas en el más allá; en los siglos XX y XXI los europeos volvieron a poner sus anhelos en el más acá y se embarcaron en la construcción de la gran catedral de la UE sobre las cenizas del fascismo.
Como toda gran historia tiene sus claros y oscuros, en particular, en el caso del euro y el BCE, su gran regulador. Ellos fueron el origen del virus monetario que causó la anterior crisis. A principios de siglo Trichet aumentó la liquidez para que funcionara la política de austeridad expansiva aplicada por el canciller Schröder con las reformas Hartz y las exportaciones sacasen a Alemania de la recesión. España, gracias al Euro, por primera vez contó con un entorno macroeconómico estable: ya no era necesario tener tipos de interés altos —que dañaban la inversión— para mantener un tipo de cambio estable que permitiera comprar energía sin provocar inflación. Desgraciadamente la oportunidad se desaprovechó y mientras que ahora el sistema sanitario público nos ha defendido eficazmente del virus pandémico, entonces el Banco de España, la institución pública pensada para drenar los excesos de liquidez, se puso de perfil arruinando —junto a otros— una gran oportunidad para el desarrollo del país, hundiéndolo en una profunda recesión y dejándolo sobre endeudado. Después Draghi combatió las malas políticas de su predecesor y de la codicia alemana, que no solo no quiere reinvertir los sobre beneficios que obtiene del Mercado Interior en la UE sino también rentabilizarlos financieramente con los tipos de interés más altos posibles. La llegada de Lagarde a la jefatura del BCE plantea dudas sobre la posible vuelta al esquema de funcionamiento franco alemán de la época de Trichet. En esta línea, se ha comenzado a retirar estímulos monetarios en medio de la pandemia, a pesar de que el servicio de estudios del BCE señala como coyuntural la raíz del repunte actual de los precios.
No obstante, una importante vía constructiva y esperanzadora se ha abierto paso con los fondos del Next Generation EU. Los representantes italianos la lideran. Su éxito dependerá de si el nuevo gobierno alemán acepta transitar de un crecimiento basado en las exportaciones y la competencia entre socios, a otro basado en la inversión y la cooperación entre vecinos.
Sergí Cutillas
Economista e investigador
El Euro ha supuesto un avance en la globalización financiera europea y del Estado español. Esto ha supuesto algunos beneficios a corto plazo, pero mayores perjuicios a medio y largo plazo. El Euro dio estabilidad cambiaria, facilitó la entrada de flujos de crédito a bajos tipos de interés en la primera década del milenio. Eso produjo un gran crecimiento económico, pero a costa de generar una gran burbuja inmobiliaria que acabó en una gran crisis financiera doméstica (2008) y posteriormente internacional o de la Eurozona (2010-12). Desde entonces nos encontramos en una situación de sobreendeudamiento en una deuda denominada en una moneda sobre la que el Estado tiene poco control político. Alemania ha conseguido ser el Estado que domina la política fiscal y monetaria, usándola para desarrollar una política exportadora (mercantilista) basada en la austeridad y, por lo tanto, con un euro depreciado respecto el resto del mundo. Los Estados de la periferia sur han quedado atrapados en una trampa y en una situación de dependencia financiera y luego política. La crisis del Covid-19 solo ha acentuado esta situación.
España ha quedado muy tocada económicamente y ha incrementado mucho su deuda debido a las políticas torticeras y autoritarias de restricciones. El resultado es que ha quedado más a merced de las ayudas de la UE, a falta de capacidad para realizar políticas fiscal y monetaria propias. Por ello, forma parte del Plan de Rescate Europeo “Next Generation EU”, que supone un estímulo fiscal de aproximadamente 1-2% del PIB en los próximos 2-3 años. Este impulso irá dirigido especialmente al reverdecimiento, la digitalización y el soporte a las políticas sociales relativas a la crisis del Covid-19. Estas tres categorías tienen un claro enfoque neoliberal, dado que tienen una naturaleza público-privada favorable a las grandes empresas que, por una parte, supone una subvención al sector privado, y dos, lo hace bajo criterios de favorecimiento de aquellos proyectos que generen beneficios para los sectores exportadores de los países contribuyentes netos del Plan de Rescate. Además, la participación en el Next Generation lleva incorporadas consigo condiciones de austeridad. Estas son sutiles políticamente, en el campo de lo que llamaríamos poder blando —no basado en memorandos de entendimiento (MoU)—, aunque sí están escritas de forma ambigua en el acuerdo. A pesar de la ambigüedad, parece muy probable, apreciando la correlación de fuerzas de los estados de la UE, y la lógica acreedores-deudores conformada en los últimos años en la UE, que España deba ofrecer reformas neoliberales a sus socios europeos en los próximos años como contraprestación al Plan de Recuperación. Resumiendo, haciendo balance el euro es un gran problema para el desarrollo y la autonomía de los países del sur de la Eurozona. Estos deberían abandonarlo para revertir la globalización neoliberal que causa el deterioro político, social y económico de la última década.
Fernando Luengo
Profesor de economía aplicada. Facultad de Económicas de la Universidad Complutense de Madrid.
Diría que el Euro fue pensado como el gran paso, el paso decisivo de la UE. Quienes han defendido que había que avanzar en esa dirección pensaban que habría costes, nadie lo ha dudado, pero que los beneficios superarían a los costes. Beneficios por las economías de escala, transparencia de los mercados, movilización del ahorro y, en resumen, un aumento de las ganancias y la producción. Ese aumento derivado de la integración monetaria no se ha producido y ha sido un fiasco, desde ese punto de vista. Yo no creo que haya un “lo bueno” y “lo malo”. Yo creo que es una apuesta de las élites, de aquellos que han apostado por la financiarización de la economía, por la transnacionalización de los aparatos productivos y un despliegue de las cadenas de valor y por un federalismo asimétrico. En este sentido, el Euro ha cumplido su cometido.
“El Euro ha ido de la mano de un crecimiento de las disparidades productivas, comerciales, tecnológicas y sociales”, Fernando Luengo
Pero si tenemos otros objetivos como la reducción de la desigualdad o la reducción de las disparidades productivas, o la convergencia —de la que tanto se habla y tanto se escribe como si fuera un resultado inevitable de la Unión Europea—, ahí diría que no, que el Euro ha ido de la mano de un crecimiento de las disparidades productivas, comerciales, tecnológicas y sociales. Disparidades que han sido funcionales para que la lógica de la financiarización se implante.
Juan Laborda
Profesor de Economía Financiera. Universidad Carlos III
Desde un punto de vista económico, el balance de la introducción del Euro en nuestras vidas ha sido globalmente negativo. Hay dos fases bien diferenciadas. Como requisito necesario para la pertenencia al Euro, en primer lugar, entró en vigor el Tratado de Adhesión a la Comunidad Europea, que exigió a España una reconversión industrial y una liberalización y apertura de sus mercados de bienes y servicios, que unidos a la libre movilidad de capitales, acabó siendo absolutamente nefasta para nuestro devenir futuro. El papel que nos “asignaron” implicaba una desindustrialización masiva, una tercerización de la economía y una bancarización excesiva. Con estos mimbres, la introducción del euro se tradujo en nuestro país en la generación de la mayor burbuja inmobiliaria de nuestra historia, financiada con una gigantesca deuda privada. Pero no contentos con ello, el mayor error del Euro fue rescatar a los acreedores de nuestro sistema financiero, básicamente bancos alemanes, franceses, estadounidenses... con dinero público, es decir, a costa de los contribuyentes españoles, lo que a su vez fue aderezado con una devaluación salarial y una política fiscal contractiva, empobreciendo masivamente a las familias españolas. Si queremos saber cuánto hemos perdido como españoles con la introducción del Euro respecto a la situación previa, me remito el estudio académico 20 years of the Euro: Winners and losers realizado por los economistas Alessandro Gasparotti y Mathias Kullas, del instituto alemán Centre for European Policy. Concretamente, la pregunta que se hicieron los autores fue la siguiente: ¿cuál sería el PIB per cápita de un país específico de la zona Euro si ese país no hubiera introducido el euro? Los resultados obtenidos muestran que Alemania es, con mucho, el país que más ha ganado con la introducción del euro: casi 1,9 billones de euros entre 1999 y 2017. Esto equivale a unos 23.000 euros por habitante. Por lo demás, sólo los Países Bajos han obtenido beneficios sustanciales de la introducción del euro. Por el contrario, ha desangrado a los países del sur de Europa, especialmente a Italia, Francia, y Portugal, y, en menor medida, a Bélgica y España.
Lo único positivo de nuestra pertenencia al Euro, pero que se podría quizás haber conseguido sin entrar en la moneda única —véase Suecia o Dinamarca—, son la pertenencia a un club regido por unos claros principios democráticos que suponen límites a comportamientos pre-democráticos de las élites patrias, tanto económicas como políticas y funcionariales (véase diversas sentencias judiciales que enmiendan la plana a nuestro sistema judicial). Finalmente, para valorar globalmente el cambio de políticas tras la pandemia, incluidos los fondos europeos de transformación, recuperación y resiliencia, habrá que esperar a ver qué ocurre con las nuevas reglas fiscales.