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Extrema derecha
De cómplices, islamofobia, fascismos ‘vendepatrias’ y libertad adulterada
En estas últimas cuatro semanas, mientras el genocidio en Gaza continúa, mientras las bombas seguían cayendo por noveno mes consecutivo sobre el pueblo palestino que habita ese territorio de costa, amurallado, asediado, invadido, ocupado y arrasado; mientras el exterminio se profundizaba en Rafah con otra masacre, mientras los proyectiles arrasaban otros dos campos más de desplazados dentro de la Franja y otra escuela de la UNRWA era bombardeada, Biden negaba el genocidio, no sólo materialmente, con el comercio de armas ininterrumpido y el apoyo internacional al Estado israelí en los hechos, sino también con sus palabras. “No es un genocidio”, afirmó el presidente estadounidense frente a las cautelares que finalmente dictaminó la Corte Internacional de Justicia. Unas cautelares incumplidas por el gobierno sionista, que continúa imperturbable con sus matanzas.
Durante el último mes, Donald Trump, el firmante con Netanyahu del ‘Acuerdo del Siglo’ a principios de 2020, era declarado culpable de 34 delitos y hacía referencia, como amenaza, a la toma bizarra del Congreso estadounidense, aquel suceso que tuvo lugar en mitad de la pandemia de Covid19, a principios de 2021, tras haber perdido —el magnate devenido en presidente— su puesto en la Casa Blanca por los resultados de las elecciones estadounidenses. La referencia amenazante del líder supremacista —el que, hasta no hace tanto, era un inesperado jefe del hoy transmutado Partido Republicano—, respecto a su impunidad —no sólo de clase, sino ahora también social—, fue contundente al deslizar, en el imaginario de los oyentes, las imágenes de aquel hecho —conocido como ‘Asalto al Capitolio’— de cara a los comicios del próximo noviembre.
El trabajo del hegemón occidental, que por supuesto no supone ningún alto al fuego ni mucho menos el fin del exterminio, sino un giro en el relato, parece hecho
Mientras, el presidente demócrata que salió de aquellas presidenciales volvía a fracasar en conseguir un alto el fuego israelí, ya no indefinido en virtud de las tres fases de su plan, sino temporal. El plan de Joe Biden no tuvo persuasión hasta la semana pasada, cuando —el mismo día en el que la operación para recuperar cuatro rehenes israelíes costaba la vida a 274 gazatíes civiles— Hamás declaraba que lo aceptaba, tras su aprobación por el Consejo de Seguridad de la ONU. Por supuesto no hubo compromiso israelí, realidad que desmentían las inverosímiles declaraciones del Secretario de Estado norteamericano.
A continuación, el miércoles 12 de junio, las informaciones se alteraron y el cambio de calendario que habría propuesto Hamás, sobre el establecido en el plan estadounidense, era convertido en un “no”. La conclusión para la galería, esgrimida de nuevo por Blinken, quedaba expuesta: “Si Hamás continúa diciendo no, quedará claro que han decidido continuar la guerra en Gaza”. El trabajo del hegemón occidental, que por supuesto no supone ningún alto al fuego ni mucho menos el fin del exterminio, sino un giro en el relato, parecía hecho.
La operación de rescate del martes 11 de junio, con crímenes de guerra incluidos —que se suman a la sistematización en perpetrar delitos de lesa humanidad— era importante para el jefe del gobierno de coalición derechista del régimen sionista, Benjamin Netanyahu (sobre el que, a partir del 20 de mayo, pesa la petición de una orden de detención internacional por parte del fiscal de la Corte Penal Internacional). El primer ministro israelí, “Bibi” para gran parte de su país, “necesitaba” una ‘victoria’ que implicara a los rehenes. Requería públicamente, dentro del sionismo, del ‘resultado’ de esa operación militar tras la dimisión del ministro del Gabinete de Guerra, Benny Gantz, que al irse reclamó una convocatoria electoral.
Ayuso criminalizaba, de nuevo con pulsión eliminatoria, tanto la resistencia palestina a la ocupación y el apartheid israelí como los resultados de las elecciones por sufragio universal en Euskadi
En esta tesitura, mientras Gantz lanzaba su ultimátum antes de dimitir, Netanyahu tenía tiempo para recibir, en Tel Aviv, a Santiago Abascal. Lo hizo durante la última semana de la campaña de las elecciones a la Unión Europea. El líder de Vox mostraba, en un viaje explícito, su tradicional ‘apropiación patria desleal’. Lo hacía en un contexto de confrontación con las medidas del gobierno de coalición y el bloque progresista en el Congreso: el reconocimiento del Estado palestino, diez años después de haberlo votado la cámara baja, junto a Irlanda y Noruega.
El hecho es que, como hiciera el Franquismo y, antes, todo el bloque reaccionario derechista y nacionalista español, en los años 30 del siglo pasado, el españolismo exacerbado de hoy no reconoce la legitimidad del voto del pueblo o los pueblos del país. La traducción en poder parlamentario de éstos votos es atacada, negando su legitimidad, cuando la realidad no se corresponde con lo que ellos dicen que el país ‘es’, es decir, siempre. A través de ese negacionismo excluyente de lo que es la población que habita los territorios que conforman este país, desarrollado en función de ‘su construcción esencialista del ser español’, vehiculan una pulsión eliminatoria y rompen con la legitimidad de esa elección, propia de la sociedad de masas, por sufragio universal. En virtud de todo ello surge su deslealtad, que podría estar ligada, como lo estuvo en el pasado, a la destrucción no sólo de la evolución social existente sino de la propia sociedad como explicara amargamente Max Aub. Una deriva que parte de una deslealtad estrambótica y cómplice, traducida en su imaginario ideológico como fidelidad a los componentes y principios que definen su identidad prefabricada y esencialista.
Con el viaje a Israel, Abascal alimentó la islamofobia como agente ideológico primordial de su formación. Lo hacía de forma expresa en plena campaña. Un eje ideológico fundamental que funciona en el marco de la narrativa —y las acciones bélicas que han destrozado Oriente Próximo durante las últimas dos décadas— de ‘la guerra contra el terror’ del imperialismo norteamericano. Un marco que penetró en la derecha españolista a partir del apoyo de Aznar a Bush en la invasión de Iraq de 2003, tras el 11S.
Con el viaje a Israel, Abascal alimentó la islamofobia como agente ideológico primordial de su formación. Lo hacía de forma expresa en plena campaña
Usan el desarrollo totalizante de la idea de un ‘enemigo terrorista’ que, como significante difuso pero potente, encarna ‘el mal y la barbarie’. De esta forma, ‘terrorismo’ se vincula a una amplia y estereotipada comunidad irracional y malvada, por fuera de las diversas realidades que lo definen como metodología violenta. Una concepción ligada obviamente al dolor —que de una forma sesgada, negacionista, irreal y supremacista, incluso inconsciente, relaciona ese dolor exclusivamente con el dolor en países occidentales— y que, en estos meses, habría pasado de estar encarnada en el yihadismo internacional de los lobos solitarios que derivaban de organizaciones como Al Qaeda y que después estuvo vinculado al ISIS, a —dentro de esos imaginarios— Hamás.
Que se lo digan a Díaz Ayuso y su obsesión utilitarista con ETA, heredera de una política desplegada por el Partido Popular durante décadas. De hecho, Ayuso cerraba la campaña para las elecciones a la UE con una afirmación inclasificable para la política y lo político, que criminalizaba, de nuevo con pulsión eliminatoria, tanto la resistencia palestina a la ocupación y el apartheid israelí como los resultados de las elecciones por sufragio universal en Euskadi.
La islamofobia proclamada y demostrada por Vox se encuentra en el marco del eje nacionalista ultraderechista europeo, común al despliegue que ha ejecutado el discurso sionista, según el cual se autobautizan como defensores, no sólo de la patria correspondiente —a la que entregarán como jerárquicos y oligárquicos ‘vendepatrias’ que son, en función de la estructura social de poder que toque y más allá de la propaganda antiglobalista, igual que ya hicieron los fascismos de la Europa de Entreguerras—, sino de ‘la civilización occidental’ —de su “esencia” concretamente—.
Una ‘civilización occidental’ que es redefinida por “la alianza global de los patriotas”, entendiendo ‘patriota’ no como soberanista en función de los derechos de las clases populares de un país sino como racista, supremacista y clasista ‘vendepatria’ según los intereses de ‘los señores y señoritos’. Una comunidad imaginada considerada por la extrema derecha de estos pagos ibéricos, primero, católica, después cristiana y, ahora, judeocristiana. Una posición que tiene que ver con apoyar al sionismo en medio de otra limpieza étnica imperialista y con la que pretenden borrar el tradicional anti-judaísmo persecutorio de las derechas europeas nacionalistas que protagonizaron la otra ola reaccionaria fascista que vivió el continente. La que hace un siglo pretendió eliminar a los dos ‘otros’ demonizados y deshumanizados a erradicar: los judíos y los rojos. La que conllevó tanto la persecución política antiobrera y anticomunista, como las políticas de encierro discriminatorio y criminal de los guetos judíos desplegadas por el ‘antisemitismo’ obsesivo, que desembocaron en ‘la solución final’ del lager nazi, en ‘la Shoah’.
La realidad es que a menos de un año, el próximo enero, de los 80 años de la liberación por el ejército soviético del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, el lager que nos recordó recientemente la película La zona de interés —una obra sobre el comportamiento de los ejecutores, de los victimarios en su vida privada, con sus ambiciones expoliadoras pivotadas en la cosificación, demonización y deshumanización del ‘otro judío’, plasmando la cotidianidad doméstica de Rudolf Hoss y su esposa Hedwig, “la reina de Auschwitz”—, su director, Jonathan Glazer, fue tildado de ‘antisemita’ por sus palabras contra el exterminio en Gaza al recibir el Oscar este año 2024.
Lo cierto es que a pocos días de los 80 años del Desembarco de Normandía, Alternativa por Alemania quedaba segunda fuerza en las elecciones al parlamento europeo, dentro del contexto de crisis que abrieron las medidas del gobierno de coalición alemán frente al gas ruso en favor de los intereses norteamericanos; y Marine Le Pen conseguía ser la primera fuerza en Francia, siguiendo la misma estela de la Italia gobernada por Meloni, sin olvidar los resultados de Austria, Países Bajos y la desolación húngara.
Lo cierto es que a pocos días de los 80 años del Desembarco de Normandía, Alternativa por Alemania quedaba segunda fuerza en las elecciones al parlamento europeo
Así las cosas, con la visita al régimen sionista mientras éste desarrolla el exterminio en Gaza, Santiago Abascal siguió los pasos del principal agente de polarización que tuvo el PSOE durante estas semanas, Javier Milei. Una polarización por la cual pasaron a ser ‘zurdos’ los socioliberales empujados a socialdemócratas por los socios de coalición, en las coyunturas que caracterizaron este lustro.
De hecho, alguna prensa consideró esta utilización una resignificación en positivo, como si la palabra en sí perteneciera a quien se la oyen primero, esto es, los insultos de Milei. La verdad que con semejantes paralelismos —establecidos en concreto con otras estrategias que sí implican darle la vuelta identificatoria a insultos propiamente dichos, como ‘perro Sanxe’— no me extraña que Milei, definiéndose como ‘libertario’, haya ganado ser considerado la encarnación de la ‘libertad’, como él proclama, incluso siendo un ultraderechista.
Con este percal, la cuestión central pasan a ser aquellos significados que bailan en relación con el concepto ‘libertad’. Y ahí estamos en problemas, más allá tanto del desastre vergonzante en la gestión del fracaso en ‘la ilusión’ de las izquierdas por parte de sus representantes, como de la falta de movilización defensiva que los imaginarios de izquierdas estatales de este país demuestran ante la avanzada de los neofascismos.
Nos encontramos en serios problemas: primero porque a Milei se le puede relacionar, como estandarte, al significante ‘libertad’ por puro prefijo evocador —de ‘libertario’, ‘libertad’; de ‘libertad de mercado’, ‘libertario’— aunque él sea minarquista, mercantilista, ultraconservador y contrario a la “aberración” de los derechos sociales; y, después, porque ‘la libertad’ —sobre todo en los imaginarios juveniles de la actual estructura social y la correlación de fuerzas de estas hegemonías simbólicas del presente, que votan mayoritariamente a ‘Se acabó la fiesta’ porque consideran, como Milei, que “los impuestos son un robo”— pasa a tener adosados los significantes usados y vinculados a lo proclamado por personajes como Javier Gerardo, Díaz Ayuso, Esperanza Aguirre y Alvise Pérez. Esto es, resumiendo, ‘la libertad’ se transforma en sustituto de ‘éxito’. El sinónimo sustitutivo de ‘tener suceso’ para poder abusar, presumir y consumir todo lo que te tiren las diferentes plataformas del mercado total en el que vivimos, a lo largo del tiempo de una vida. Cómo, pues alienado, mientras niegas, por supuesto, que sea posible alienar a un triunfador. Un triunfador que si no termina de serlo es por culpa de muchos ‘otros’ odiosos pero nunca de sus perturbados modelos.
En la misma generación, las movilización estudiantiles contra el genocidio palestino y el activismo contra la destrucción del planeta por la emergencia climática, además de la lucha feminista contra la reacción machista, son su contracara. Sin embargo, ante la potencia de las amenazas necesitamos más fuerza, vehiculada en todas las herramientas que encontremos a nuestra disposición, pese a todo y todos, incluidas nosotras mismas.
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Sólo un apunte pequeño, o no tanto....
Me pregunto, se puede ser islamófobo, cristianismófobo, tener cualesquier otra fobia a religiones que discriminan a las mujeres, homosexuales, personas ateas, etc, sin ser tachado de fascista ??
Es decir, qué tiene de malo tener fobia a estos creados que son un puto lastre para la humanidad. Me hace gracia ver a mucha gente de izquierda, lleva toda la vida criticaando con razón al catolicismo, ahora disculpan o suscriben directamente las gilipolleces musulmanas por no pasar por fachas.
¿Pero, cual es la diferencia entre un terrorista y un soldado? ¿No preferirían los palestinos tener un ejército regular con portaviones, tanques y cazabombarderos a reacción? Pues claro que sí. Pero no pueden tenerlo, así que usan otros medios.
"Grita terrorista", es la consigan para cometer todo tipo de desmanes. Por eso se ha generalizado.