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Extrema derecha
La distorsión esperpéntica del discurso de Milei
“Ver para creer”, pensé cuando escuché afirmar a Javier Milei en el Foro de Davos que la cumbre era “socialista”. Aquella fue la presentación internacional —el 17 de enero— del tipo de la motosierra como presidente de una Argentina en severa crisis inflacionaria, política y social: “Vengo a plantar las ideas de la libertad a una cumbre socialista”. Fue inaudito escuchar semejante nivel de distorsión en la primera figuración internacional del minarquista.
La estupefacción mental ante semejantes palabras acudía a la repetición en bucle: “Ver para creer”. Lo pensé siendo consciente de pertenecer a un país donde a la socialdemocracia que roza asiduamente lo socioliberal —por concretar espacio y tiempo: las políticas del PSOE ejerciendo el poder gubernamental a lo largo de la democracia liberal postfranquista— se le sigue llamando, con shockeante desparpajo, desde Felipe González hasta hoy, ‘socialista’. Es decir, teniendo presente que somos del país en el cual “obreros socialistas quieren rey, como cantan los Sons of Aguirre & Scila en “Welcome to Spain”.
Milei articula una cosmovisión que lo reescribe todo, tras noquear a todo público constituido como tal, y lo hace planteando culpables, enemigos y una promesa de futuro inerte
Lo cierto es que no estamos solos en socialdemocracia devenida en socioliberalismo, ni en ultraderecha esperpéntica, ha quedado meridianamente claro pese a la obsesión de este país por explicar sus traumas y puntos de inflexión históricos abusando de la percepción de excepcionalidad patria (“Spain is different”, decía cínicamente la propaganda turística para la apertura económica de la dictadura franquista, a cargo de Manuel Fraga). Sin embargo, el desconcierto y la perplejidad de hace un año con la calificación de Davos como ‘socialista’ a cargo del histrionismo desaforado, con cierto halo new age e influencias de viejos ocultismos y esoterismos renovados, que están a cargo del “jefe” —la hermana de Milei— y del consejero Santiago Caputo, nos remiten a una figura que surgió de nuestra literatura: el esperpento. Un esperpento muy alejado del original pero que, ataviado con nuevos ropajes, realidades, protagonistas y formas, acompañando al acento porteño, no cuenta con mejor síntesis descriptiva para nosotros.
Se podría pensar que era una majadería sin más, pero lo cierto es que no dábamos crédito, ni los anticapitalistas de varias décadas ni los acumuladores de capital presentes en aquella sala, ante el calificativo de Davos como un foro socialista. Cuesta hasta reproducirlo por escrito y, sin embargo, el ultraneoliberal “iluminado” lo espetó con soberbia en una distorsión sin anclaje, oscilando como siempre entre la mentira desvergonzada, la distorsión táctica y el delirio mentiroso, con la intención de reescribir la realidad pasada dibujando una nueva cosmovisión presente que siendo falsa está aposentada en las coordenadas de la doctrina que articularon los teóricos de su ideología. Milei consigue, con el engaño y la distorsión, articular esa cosmovisión que lo reescribe todo, tras noquear a todo público constituido como tal según ciertos límites del conocimiento de la realidad o realidades pasadas y presentes. Y lo hace planteando culpables, enemigos y una promesa de futuro inerte.
En esa oscilación entre la mentira altiva, la distorsión táctica y el delirio mentiroso habita una intersección donde se encuentran la inteligencia estratégica del personaje, al servicio de sus creencias, y su pragmatismo. Un pragmatismo que pone al servicio tanto de los intereses de las elites —navegando sus contradicciones en la macro-economía— como de la posibilidad de llevar a cabo su modelo nacional de darwinismo social.
Un modelo despiadado sobre la injusta estructura social que con el manejo discursivo desplegado sobre la realidad hiperindividualista, hace sentir incluidos simbólicamente incluso a aquellos que son excluidos de facto, tanto en el relato como uno de los indeseables chivos expiatorios como materialmente. Cómo consigue ese espejismo: apoyándose en el ego, la frustración y la competencia individual, exacerbando los odios entre los diferentes sectores populares que, hacia las cotas altas de la pirámide social sólo emanan admiración, comprada por el éxito.
Con todo el combo, lo cierto es que al recordar las afirmaciones de hace un año, viendo la transferencia de ingresos de las rentas más pobres a las rentas más ricas que implementó el gobierno de Milei en Argentina a través del ajuste y la recesión anti-inflacionaria inducida, junto con las reformas estructurales y de cara a la necesaria renegociación de la ingente deuda en dólares con el FMI que tiene el país, no es posible que aparezca en la mente el loco del que hablan los tangos sino los monstruos que evocaba Antonio Gramsci en los cambios de época. De nuevo Gramsci y ‘la batalla cultural’, ahora que las derechas neocón no paran de mencionarla para ganarla. Hasta a Lenin y lo revolucionario citó el agente del caos para el orden, el pasado diciembre en Roma.
Aparecen los monstruos y la distorsión al escuchar denominar al Foro Económico del capitalismo posfordista y neoliberal como ‘socialista’, “contaminado por la Agenda 2030”, sin perder de vista los monstruitos propios y siendo consciente, de nuevo, que —más allá de los sectores militantes con formación política— somos parte del país que vivió la Guerra Fría con el Franquismo en el poder, tras su victoria militar en la Guerra Civil de los años 30. Es decir, en un país del sur europeo que no tuvo participación estatal en la II Guerra Mundial, después de haber sido su primer episodio bélico, tanto en el plano político y estructural como en el militar.
Las derechas reaccionarias no tienen ninguna ‘internacional’ porque no pueden ser internacionalistas aunque se coaliguen y mantengan alianzas a nivel internacional
Y es que dicha realidad influyó en los contenidos circulantes del significante ‘socialismo’ durante los años de Guerra Fría por estos lares. Más allá, como digo, de los sectores politizados en las izquierdas y los movimientos sociales, aunque sin olvidar que como cada peculiaridad histórica, también hay rastros de ese aislacionismo en los sectores del antifranquismo, el internacionalismo y, con posterioridad, el movimiento antiglobalización de este país, pese a las formaciones, influencias y diálogos que, sobre la base de la represión desde los años 30 en adelante, se articularon durante la segunda mitad del siglo XX, sobretodo a partir de los años 60.
Pensando en la toma de posesión de Trump y dada la coyuntura actual de giro reaccionario, respecto al internacionalismo me gustaría recordar y señalar que las derechas reaccionarias no tienen ninguna ‘internacional’ porque no pueden ser internacionalistas —“proletarios del mundo uníos”— aunque, obviamente, se coaliguen y mantengan alianzas a nivel internacional, conformando ententes. Y no son internacionalistas ni tienen ninguna internacional porque son nacionalistas reaccionarios y, por ello, cuentan con sus propias contradicciones de poder, atravesadas por nacionalismos supremacistas e intereses nacionales excluyentes y de acumulación globalistas -que se lo digan a Musk en estos días-. En resumen, contradicciones geopolíticas y capitalistas.
Es decir, las nuevas extremas derechas no tienen ninguna ‘internacional’ sino alianzas y coordinaciones desde hace más de una década, que dan sus frutos y las refuerzan. Y de la misma manera que no tienen una internacional porque no son ni pueden ser internacionalistas, dadas sus fronteras nacionales y supremacismos, tampoco son libertarios ni anarcocapitalistas. No lo pueden ser pese a sus nuevas promulgaciones y novedades: libertarios por principios básicos vinculados a las concepciones y realidades de la libertad humana por fuera del mercado; y anarquistas por reproducir algo tan central en la dominación como la explotación y algo tan nuclear en relación al ejercicio del poder como la apropiación, la exclusión y el descarte de la vida ajena. Por tanto, usan estratégicamente dichos significantes para encerrar contenidos de ideas que quieren propagar hegemónicamente, mientras borran la identidad y el pasado de sus alteridades y antagonistas, reapropiándose de las palabras que nos contienen, vaciándolas de contenido, historia y realidad. En una palabra, desapareciéndolas.
Aclarado el punto y volviendo al caso español y el significante de ‘socialismo’ durante la Guerra Fría en relación con la historia del país: la cuestión es que todas fuimos atravesadas por ese aislacionismo dictatorial y represivo, un aislacionismo que tuvo su retorno europeizante en tiempos de Maastricht. Estamos todos atravesados por ese pasado, incluso los que no lo vivimos, tal y como explica Maurice Halbwach en ‘Los marcos sociales de la memoria’.
Todas somos atravesadas por el pasado a pesar de que, en este presente, a cierto sentido común le resulte intragable semejante relación con tiempos pretéritos en su autopercepción de construcción como sujeto, influido por las concepciones del yo y la relación establecida con lo pasado a partir de la posmodernidad. No obstante, es cierto que, desde fuera de la subjetividad del yo, las generaciones más jóvenes han recibido las herencias —han sido atravesadas— de manera diferente a las generaciones precedentes, precisamente por esa relación con el pasado desplegada, de nuevo, durante la posmodernidad y, después, en el contexto de desarrollo de la última revolución tecnológica.
Pues bien, ‘socialismo’ se trata de un significante que encierra referencias ligadas a las luchas y la historia de todo el siglo XX, herederas de las del XIX, y que, por tanto, implica una polifonía de significados y contenidos en su propia historicidad temporal. Y los implica dentro de los imaginarios sociales de ayer y de hoy -más allá, una vez más, tanto de la discusión histórica como de la política, en referencia al proyecto político para la construcción de otro orden social distinto al modo de producción capitalista-.
Por ello, algunos de los contenidos populares más usualmente presentes en otras latitudes, que fueron atravesadas de forma diferente por las décadas posteriores a 1939, tienen en este país del sur europeo una representación menor (cuantitativamente hablando), y el significante cuenta con evocaciones diferentes en los imaginarios que circulan mayoritariamente en los espacios públicos de otros países. No obstante, por doquier está habiendo entre los más jóvenes una nueva significación transversal —en lo que a países se refiere— que se encuentra escindida de las realidades y significados anteriores a 1989. Un vacío cuyo sustrato se riega, sin embargo, con uno de los componentes de ese pasado: el viejo anticomunismo, pero remasterizado según las coordenadas de la victoria capitalista en el mundo posterior a los fracasos, las derrotas y la Perestroika.
A 30 años del “fin de la historia” (Fukuyama) se ha difuminado una imagen dominada por una caricatura heredada, profundizada y reformulada a partir de estos últimos años, que se conecta y alimenta mediante la tecnología, después de los cambios marcados en las subjetividades tanto por la posmodernidad como por la globalización, aquella desarrollada bajo el paradigma neoliberal.
Cuando hablamos de imaginarios y sus significantes circulantes, nos referimos además a un entramado de opinión pública que ha sido devaluado. En el caso español, primero por la represión de la dictadura y, después, ya en sintonía internacional sobre las masas de cada casa —permeando en identidades y estructuras socioeconómicas tanto nacionales como regionales dentro de cada Estado— por el individualismo neoliberal, con su canto al apoliticismo, el auge del consumismo y la centralidad de lo privado en detrimento de todo lo público, la mentada posmodernidad y el fin de los grandes relatos, al menos en las Américas y la vieja Europa. De hecho, a todo ello habría que sumarle la influencia estadounidense y la última vuelta de tuerca dada por el citado desarrollo tecnológico, que ha acompañado a la evolución del capitalismo financiarizado tras su última gran crisis, la de 2008.
Me refiero a los cambios cognitivos y simbólicos inducidos por las redes y el smartphone sobre las generaciones del mundo de la postglobalización neoliberal, y la alienación de las anteriores en su adultez y vejez. Generaciones que se llevaron dos impactos consecutivos en nuestra problemática relación con ‘lo real’: la crisis de 2008 y la pandemia de covid-19, mientras los episodios naturales de la emergencia climática se agudizan y la guerra nos come terreno. Con todo ello sobrevolando, me preguntaba tras la victoria electoral de Milei en una Argentina en profunda crisis económica, como retorno antitético del crack de 2001: quién puede creer allá y aquí un dislate como afirmar que ‘Davos es socialista’.
Es difícil de analizar y calibrar la respuesta porque, tras haber atravesado los años del movimiento antiglobalización contra la hegemonía del neoliberalismo de los 90, escuchar semejante afirmación excede la distorsión y manipulación propagandística, aunque beba de sus técnicas —aquellas que fueron tan desarrolladas en la modernidad—. Las excede al nivel de dar sentido de época al concepto de ‘posverdad’, imbricado en las nuevas subjetividades aún más presentistas que las anteriores, en un in crescendo apabullante. Que se lo digan a los acumuladores de capital que escucharon in situ al protagonista de “la matanza de Texas” social en su país, mientras es encumbrado en la prensa económica financiera e ideológica por doquier.
El experimento de Pinochet, el que articuló el shock neoliberal más profundamente aún que la dictadura de las juntas militares de Videla al otro lado de los Andes, ahora parece continuar
El experimento del Cono Sur que fue el Chile de Pinochet, el que articuló el shock neoliberal más profundamente aún que la dictadura de las juntas militares de Videla al otro lado de los Andes, ahora parece continuar, en esta coyuntura histórica, en el país de costa atlántica. No obstante, es realizado sobre aquella “reorganización nacional” de la represión del terrorismo de Estado y la política económica de Martínez de Hoz durante la última dictadura de Argentina, pero realizado en dos o tres tiempos. En conclusión, la Argentina actual parece ser el caso experimental de ajuste, hacia una sociedad distinta, ejecutado a raíz de unas elecciones por sufragio universal y con libertad política partidaria, sin proscripciones, es decir, con los resortes de la institucionalidad de una democracia liberal. Una institucionalidad que, a su vez, es el foco de la culpabilidad de todos los males del país en la estrategia para ganar las elecciones de Milei y compañía.
Esa institucionalidad ha representado, y no sólo los votantes esperanzados de Milei, el consenso del ajuste que ha demostrado este año, porque no hay que olvidar que el partido de Javier Gerardo —La Libertad Avanza— contaba sólo con 37 diputados y 6 senadores. Por tanto, nos encontramos con una democracia liberal en crisis, con una desigualdad estructural e informalidad ingente, empobrecimiento constante y continúas emergencias inflacionarias, que ha dejado paso a la vuelta de tuerca del neoliberalismo, con lo iliberal acompañando, cual marca monstruosa, en lo político.
Con estos mimbres, Milei quiso convertirse en faro del minarquismo mundial y el pasado septiembre habló en la ONU repitiendo fórmula sin generarnos ya sorpresa: según su discurso las Naciones Unidas han sido transformadas en “un leviatán”, cuyo modelo propone “un nuevo contrato social” que ha convertido a la ONU en “un programa de gobierno supranacional de corte —cómo no— socialista”.
Pues bien, a la espera de profundizar en la pregunta por la permeabilidad receptora de la distorsión mileísta, frente a las palabras del presidente argentino, viene al recuerdo la intervención en la ONU de otro argentino, Ernesto Guevara, 60 años antes —el 11 de diciembre de 1964—, para volver a señalar el uso de la ‘neolengua’ que hacen estos movimientos reaccionarios. Frente a sus usos de ‘socialista’ nos surge el discurso de un revolucionario socialista, latinoamericanista e internacionalista que marcó la época de conciencia contra el colonialismo, de lucha por las liberaciones nacionales y de oposición al neocolonialismo de la superpotencia democrático-liberal capitalista del Norte sobre Latinoamérica.
Así, mientras Milei hablaba, desafiante y orgulloso, con motivo de cumplirse un año de su toma de posesión, el 10 de diciembre, sobre su “Matanza de Texas II” —que empezó en diciembre y se proyecta continuar los próximos meses— y reiteraba su discurso ideológico sobre la libertad, nosotras podemos traer a la memoria otra de las intervenciones del Che —aquella de la Organización de Estados Americanos— y escuchar en su voz a José Martí nítido: “hay que equilibrar el comercio para asegurar la libertad”.
Lo cierto es que desde finales del siglo XIX ha llovido lo suyo con la libertad a cuestas en las subjetividades —en ‘la estructura de sentimiento’ que diría Raymond Williams— pero la dualidad centro-periferia, la explotación, el expolio, la desigualdad, la dominación, la timba financiera en la acumulación de capital esquilmando recursos —también monetarios—, los terratenientes de tierras y plataformas tecnológicas, la llamada “condena de las materias primas” de la primarización de las economías dependientes, el denominado ‘subdesarrollo’ y la deuda nacional con sus dependencias —aquella enemiga de la autonomía soberana y personal construida sobre la injusticia social estructural— siguen moviendo y comiéndose el mundo. Lo hacen como la lógica mafiosa, como el narco que ahora crece desbocado en los barrios populares del “éxito mileísta”: devorando a sus hijos. Igual que el algoritmo de la cosificación nos succiona y vacía de sentido en la relación con los otros, alimentándose desaforadamente de nuestro tiempo y cerebro, bañados en autorreferencialidad y competencia. Que no nos desaparezcan ni shockeados ni saturados para escuchar aquellas voces sobre la libertad y la justicia social.