Extrema derecha
El malestar político: entre la ola conservadora y el avance social

Detrás de las ideas de superioridad, el odio y las actuaciones políticas violentas está el malestar, presente en todos los ámbitos vitales: lo emocional, lo personal, lo relacional, la vida en colectivo, lo político o lo existencial.
25 sep 2024 06:00

El documental White Power. En el corazón de la extrema derecha europea de ARTE.tv analiza el auge de esta corriente política. En él se muestran entrevistas a miembros de movimientos de extrema derecha de países europeos, periodistas que los investigan o activistas antifascistas. Expone claramente cómo se trata del viejo fascismo volviendo una y otra vez, que son movimientos fundamentados en bulos y mentiras estadísticas (sobre la inmigración, principalmente), que bajo la fachada de partidos respetables se esconden aquellos que han dado (y dan) palizas a migrantes, personas del colectivo LGTBQI+ y a cualquiera que consideren blanco fácil, y un largo etcétera de hechos que es fundamental difundir. También describe conceptos clave en su propaganda como el de remigración o viejas teorías conspirativas como las del gran reemplazo, ayudando a comprender las dinámicas y estrategias que siguen el la actualidad.

Una parte del documental está dedicada a retratar a los skinheads neonazis de hace unas décadas, caracterizados por su conducta violenta y su falta de escrúpulos a la hora de ejercerla. Para ello la documentalista entrevista a ex-militantes arrepentidos, quienes hacen hincapié en que la falta de sentido vital, habilidades para socializar o conocimientos para manejar los problemas emocionales, les llevaron a ellos y a otros muchos jóvenes de su época a formar parte de este tipo de organizaciones.

Se trata de un argumento que hemos escuchado innumerables veces y que podemos resumir de la siguiente manera: detrás de las ideas de superioridad, el odio y las actuaciones políticas violentas está el malestar. Ciertamente, al ver en el documental imágenes de esos jóvenes levantando la mano en saludo nazi, pegándose entre ellos o sosteniendo ideas absurdas (como la de negar el Holocausto), es difícil negar que seguramente sufrieron mucho emocionalmente antes de entrar en esos círculos, que tuvieron que encontrar en ellos una manera de dar salida a la rabia que llevaban dentro, a la necesidad de ser alguien en un mundo que posiblemente les había maltratado. Es extraño pensar que alguien pueda decidir ingresar en uno de estos grupos a partir de una reflexión sosegada y calmada, nos cuadra más que sea desde la irracionalidad producida por el dolor. No obstante, creo que es necesario darle unas vueltas más a esta cuestión, ya que me parece que estamos pasando muchas cosas por alto. Me gustaría compartir aquí algunas de las reflexiones.

El malestar no es una experiencia que aparezca en ciertos momentos concretos para luego desaparecer, sino más bien una fuerza constante, el telón de fondo de nuestras decisiones, ideas y proyectos

El malestar está presente en todos los ámbitos vitales: lo emocional, lo personal, lo relacional, la vida en colectivo, lo político o lo existencial. En ninguno de ellos es una experiencia que aparezca en ciertos momentos concretos para luego desaparecer, sino más bien una fuerza constante, el telón de fondo de nuestras decisiones, ideas y proyectos. Sufrir no es una experiencia restringida únicamente al mundo de los sentimientos, sino una condición presente en todas las esferas vitales, sean estas individuales o colectivas, del fuero interno o del mundo externo. En ocasiones hay que sacar esta experiencia del marco de comprensión de la salud mental y ampliar al máximo la noción que tenemos de ella.

En concreto, al analizar la relación entre el malestar y alguna cuestión social, no creo que el centro de la cuestión sea buscar el modo de eliminar el padecimiento a toda costa, sino en entender qué funciones cumple, qué significados tiene, qué actuaciones implica o de qué manera se está hablando sobre él. En el propio acto de asociarse, de formar un grupo o una sociedad en la que vivir, hay presente un malestar que queremos evitar o compartir; sobre esta base se edifica el comportamiento político, las ideas y agrupaciones, los posicionamientos y las estrategias, las preferencias y las ideologías.

Hay una continuidad entre la aflicción individual y la organización social, entre el dolor y lo político. Es así como el malestar contribuye a explicar muchos de los actos políticos más habituales, tales como opinar en redes sociales, votar, cuidar una amistad, ir a una manifestación, trabajar horas extra, compartir bulos o seguir un podcast ideológicamente afín. Y por supuesto, también los actos más extremos, como las muestras de odio o la violencia.

Hay una continuidad entre la aflicción individual y la organización social, entre el dolor y lo político. Es así como el malestar contribuye a explicar muchos de los actos políticos más habituales

El problema, por tanto, no está en relacionar el malestar con la violencia política, sino en dos cuestiones.

En primer lugar, que en la mayor parte de ocasiones se tiende a sobredimensionar el papel del primero en el segundo. Estrategia peligrosa porque deja en un segundo plano factores con un gran peso en la decisión de ejercer esta violencia, tales como el contexto social, la educación recibida o ciertos alegatos políticos presentes en redes sociales y medios de comunicación. Al restringir la relación del malestar y la violencia a un problema terapéutico, da la sensación de que si neonazis, racistas, machistas y terroristas de extrema derecha hablasen con un profesional y compartiesen sus sentimientos, el odio dejaría de estar presente (y dudo mucho que así fuese). Debido a que esta visión limitada lleva a un callejón sin salida, da la sensación de que no puede hacerse otra cosa con ella que asumirla como una fatalidad inmodificable.

El otro problema es que únicamente se hace referencia al malestar en el campo de lo político cuando se da un acto de violencia. Esto refuerza la idea equivocada de que del primero únicamente pueden provenir ideas y actos que van en detrimento del resto de la sociedad, bloqueando una comprensión más amplia del modo en que nuestro padecimiento se entrelaza con la vida política.

Por ejemplo, no se señala cómo el padecimiento da pie a iniciativas opuestas: las manifestaciones contra el genocidio en Palestina están abarrotadas de gente que sufre con cada noticia que llega, muchas mujeres que forman parte del movimiento feminista han pasado por abusos o violencia patriarcal, el dolor de las personas migrantes puede llevarles a formar un colectivo, la frustración e impotencia empujan a convocar una manifestación contra la gentrificación de un barrio, etc. Se habla del sufrimiento cuando alguien ha cometido un acto violento, pero no cuando este es un motor de cambio, un productor de comunidad o un iniciador del pensamiento crítico. Tampoco cuando se trata de explicar una conducta política “normal”, es decir, que ni propone un avance ni supone un retroceso, o cualquier otra forma de participar en la vida colectiva.

Hay que delimitar el papel concreto que juega el sufrimiento emocional en el actual auge de las ideas conservadoras. No sobredimensionarlo. Y también ampliar la reflexión, tratar de entender

Es importante, por tanto, pararnos a pensar si no estaremos teniendo una conversación limitada y contraproducente cuando, en la arena política, solo se habla de malestar para hacer referencia a la violencia y la insolidaridad. Dos maniobras son necesarias. La primera, delimitar el papel concreto que juega el sufrimiento emocional en el actual auge de las ideas conservadoras. No sobredimensionarlo. La segunda, ampliar la reflexión y tratar de entender las múltiples y complejas relaciones entre el malestar y el comportamiento político en general.

Respecto a la primera maniobra, una de las muchas actuaciones que se necesitan para parar la ola de conservadurismo es acotar qué aspectos de esta corriente política responden al sufrimiento emocional, qué aspectos no, y qué hacer para desactivarlos. La idea de que se nutre de chavales que no se integran y que provienen de familias desestructuradas, aunque no dibuja un mapa completo, sí que nos lleva hacia la dirección adecuada: la gente joven lo pasa mal, cierto porcentaje lo canaliza a través de lo político y esto hay que tomarlo en serio. Uno de los malestares más relevantes en este sentido es el de aquellas personas resentidas con los avances sociales de las últimas décadas.

Un hombre antes, por el hecho de serlo, tenía más probabilidades que una mujer de conseguir un trabajo cualificado; ahora, con la igualdad de oportunidades, ven que sus pares femeninas están mejores preparadas

Un claro ejemplo es la reacción de los hombres jóvenes ante los avances en igualdad de género. Tal y como muestra una reciente encuesta del CIS, la mitad de ellos considera que se favorece tanto a las mujeres que ahora los oprimidos son ellos. Se está empezando a ver que muchos se sienten inútiles debido a que ya no pueden acceder al rol de proveedores familiares y a que los valores tradicionalmente adscritos a la masculinidad (virilidad, competitividad, hermetismo emocional…) están dejando de ser bien vistos en el mundo actual. Hoy en día las mujeres tienen una mayor formación académica y llegan cada vez a mejores puestos profesionales, mientras que ellos bajan en la escala laboral.

Un hombre antes, por el hecho de serlo, tenía más probabilidades que una mujer de conseguir un trabajo cualificado; ahora, con la igualdad de oportunidades, ven que sus pares femeninas están mejores preparadas y que se manejan mejor en entornos laborales que requieren, entre otras cosas, una inteligencia emocional en la que ellos no han sido socializados.

En estos casos, una opción que ven disponible y razonable es recrearse en ideas machistas o posicionarse en contra del feminismo. Estas ideas cumplen una función emocional, porque dan esperanza, sensación de control, una identidad a la que aferrarse, sitúan a la persona como víctima o como vencedor, le hacen sentir que es alguien y que la igualdad real ya se ha alcanzó hace tiempo. Todo ello contrarresta las dudas e inseguridades relacionadas con una mala digestión de la emergencia del feminismo.

La igualdad de género conlleva una adaptación paulatina, con ritmos desiguales y una constante renegociación de privilegios; el avance de su maquinaria implica rozaduras y dificultades. Si no se comprenden y canalizan estos malestares, serán explotados por discursos que les llevarán a apuntar en contra de los avances, o a tergiversarlos para darles un significado contrario. Hay motivos para tenerlos en cuenta. Y lo mismo podríamos decir acerca de la creciente aceptación social de la migración, de los derechos de las personas trans o de cualquier otro avance social.

Para acabar con la desigualdad hay que centrarse en mejorar la vida de las personas discriminadas, no en los sentimientos negativos de quienes tienen que dejar a un lado sus privilegios

Con esto no pretendo defender que hay que justificar cuando los miedos se articulan en forma de ideas discriminatorias, tampoco que ahora tienen que disfrutar de toda la visibilidad y atención, ni que debemos parar los avances sociales para dejar de incomodar. Para acabar con la desigualdad hay que centrarse en mejorar la vida de las personas discriminadas, no en los sentimientos negativos de quienes tienen que dejar a un lado sus privilegios.

Asimismo, no quiero transmitir la ingenuidad de que por el hecho de comprender estos miedos e inseguridades vayamos a poder desarticular toda idea reaccionaria por la vía única de la conversación (ya he señalado que no considero que sea un problema terapéutico). A lo que me refiero es a que es necesario situarlos para poder adelantarnos a ellos y tratar de canalizarlos hacia otras direcciones, al menos en la medida de lo posible.

No solo hay que analizar los sufrimientos que rápidamente nos llevan a problemas conocidos (p. ej. la depresión que proviene del desempleo, la ansiedad derivada de la precariedad laboral, el trauma de la violencia de género, etc.), sino también aquellos que nos llevan a lidiar con ideas contrapuestas (p. ej. miedo a no ser “alguien” de no conseguir un trabajo cualificado, considerar que tu cultura está siendo atacada, sensación de que las mujeres ahora tienen más ventajas que los hombres, etc.). Aunque los primeros nos parezcan de mayor importancia, esto no erradica a los segundos. Si consideramos que una parte del comportamiento político proviene del malestar, tenemos que interesarnos por los malestares que están presentes, no solamente por los que ya conocemos.

Dicho esto, pese a que el padecimiento sea un actor clave, no podemos achacarle siempre toda la responsabilidad sobre aquello que no nos gusta. Un simpatizante de la extrema derecha o del antifeminismo ha adquirido sus ideas debido a un amplio conglomerado de cuestiones ideológicas, económicas, educativas o políticas, y en algunos casos, habrá un sufrimiento emocional que habrá favorecido el proceso, pero en muchos otros no.

El malestar y lo político son dos grandes campos que se tocan y solapan en muchos de sus territorios, ejercen una influencia recíproca de gran amplitud

Poner el peso únicamente en este último es una manera de escurrir el bulto y taparse los ojos frente al verdadero problema: vivimos en una sociedad que considera razonable compartir ideas de desigualdad, discriminación y superioridad. Así, si bien tener en cuenta el factor del malestar ayuda a comprender algunos de los comportamientos y posicionamientos políticos que hemos señalado, solo sirve para hacerlo en ciertas situaciones o personas, no para todas. Acotar su papel es de tremenda importancia, pero ni mayor ni menor que la de acotar el papel de medios de comunicación, redes sociales, cuestiones culturales, partidos políticos, relaciones de poder, clases sociales, etc.

Llegamos entonces a la segunda maniobra. Si bien hemos señalado que se está sobredimensionando el papel del sufrimiento en las ideas más discriminatorias, y que es necesario acotarlo y delimitarlo, ahora toca observar qué papel juega en el resto del comportamiento político, porque aquí lo que sucede es lo contrario: se está infradimensionando.

Como decíamos antes, el malestar y lo político son dos grandes campos que se tocan y solapan en muchos de sus territorios, ejercen una influencia recíproca de gran amplitud. Es fundamental explorarlo por muchos motivos: para poder saber cómo articular cambios sociales relevantes para los procesos de sufrimiento, para poder implementar un cuidado mucho más completo a los problemas de salud mental, para poder contrarrestar ideas de felicidad individualistas y egoístas, para evidenciar la necesidad de una vida en colectivo, para que quede claro cuándo corresponde un apoyo a nivel psicológico y cuándo una medida social o económica (o ambas cosas a la vez), para poder identificar antes las vulneraciones de derechos, etc.

El sufrimiento puede explicar un determinado comportamiento o idea política de una persona, pero no en otra; podrá explicar en una persona un determinado comportamiento, pero otros no

Naturalmente, conocer la dimensión social y política del malestar no es una tarea fácil. El sufrimiento puede explicar un determinado comportamiento o idea política de una persona, pero no en otra; podrá explicar en una persona un determinado comportamiento, pero otros no. Además, no siempre lo hará de una manera clara y directa. Y naturalmente, si bien todos los malestares tienen una dimensión social, no todos van a ser relevantes para la vida política. En otras palabras, no hay certezas ni patrones universales. En este sentido, para dar inicio a esta reflexión no tenemos que esperar a ningún comité de expertos e investigadores, porque es un conocimiento que no puede restringirse a un sistema cerrado ni a un conjunto de datos concluyentes. Antes bien, debe concebirse como un eje de pensamiento, uno de los ángulos a adoptar o una cuestión siempre abierta que es importante incluir en los análisis. Debido a que todo el mundo experimentamos malestar y todo el mundo tenemos un comportamiento político; todo el mundo podemos (y debemos) participar de esta reflexión.

Como decíamos, este proceso es deseable por muchas razones, pero además de por las que hemos enumerado, también lo es porque puede ayudarnos a comprender mejor el propio fenómeno de las ideas reaccionarias. En esta dirección, el sufrimiento no contribuye únicamente a explicar la paliza propinada por un grupo de nazis o el enviar amenazas de muerte a representantes de partidos políticos de izquierda, sino también aquellos posicionamientos más cotidianos como la puesta en funcionamiento de un banco de alimentos solo para españoles o el voto a VOX de un joven que niega la violencia de género. Los primeros tienden a achacarse a sufrimientos intensos, mientras que los segundos parecen derivarse exclusivamente de una reflexión deliberada, pero en realidad, el malestar está presente en ambos y de alguna manera, ayuda a dibujar el continuo que los une.

Por otra parte, creo que cuando se trata de contrarrestar a los discursos conservadores, es fundamental observar cómo el dolor no solo puede llevar a movimientos reaccionarios, sino también a políticas transformadoras. Hay que tomar conciencia de la relación que tiene con el apoyo mutuo, la colectividad, la solidaridad y la horizontalidad; también con aquellos comportamientos cotidianos de cuidado, comprensión o amistad; y darle visibilidad a todos ellos. En primer lugar, para contrarrestar la idea de que el malestar solamente puede traer cosas malas. En segundo lugar, porque tienen que haber referentes disponibles en el imaginario colectivo. Cuando una persona se sienta a disgusto con el mundo en que vive, tiene que tener a mano discursos y reflexiones que le permitan canalizar ese sentimiento hacia un planteamiento beneficioso para toda la sociedad.

Para que estos discursos y reflexiones consigan interpelar de manera efectiva, lo primero es conocer cómo han articulado el malestar y la transformación social quienes han optado por esta vía. Sus experiencias pueden contener una enseñanza muy valiosa. Por tanto, es importante que aquellas personas que estén involucradas en activismo o movimientos sociales se pregunten, ¿qué padecimiento me mueve? ¿Qué efecto tiene mis intentos de transformación sobre mi estado anímico y emocional? ¿Cómo manejo mis emociones de rabia y odio hacia una sociedad indiferente? ¿Qué hago cuando me encuentro con una idea contraria que me produce duda, frustración o cansancio? ¿Me movilizo para cambiar las cosas o para sentirme mejor? Por una parte, este planteamiento supone un ejercicio de honestidad, al no presentar las iniciativas de mejora social como consecuencia exclusiva de una reflexión pura y racional, o de una integridad ética intachable, sino también de experiencias irracionales y de sufrimiento. Lejos de idealismos y grandes proclamas, toda propuesta es susceptible de fallar la puntería o de caer en dinámicas equivocadas, como toda iniciativa humana, y aceptar esto incrementa su legitimidad, no la disminuye. Por otra parte, reconocer cómo el malestar afecta a las dinámicas de transformación puede servir para que otras personas de una realidad social semejante, y con cierta inquietud política, se sientan representadas y no solamente dispongan de las narrativas que promueven desigualdad.

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Los sectores conservadores están engrosando sus filas de muchas maneras. Una de ellas es la explotación de la inseguridad, el miedo y la vulnerabilidad, a través del alarmismo y la confrontación. De ese modo, convierten en razonables propuestas políticas que no solo son discriminatorias e insolidarias, sino también ineficaces para esos propios malestares. La agenda política de los movimientos reaccionarios busca sumar a quienes no están seguros de tener un lugar asignado en un mundo cambiante: dicen a los que se sienten españoles que España va a desaparecer, a los autóctonos que los extranjeros vienen a delinquir y vivir de las ayudas, a los hombres que ahora las mujeres tienen el poder…

Nada de esto es cierto, pero lo que menos importa en la arena política actual es ajustarse a la realidad objetiva, lo que importa es decir lo que la gente quiere escuchar, y esto, a su vez, está muy influenciado por el estado afectivo. Decir la verdad no basta. Las mentiras y bulos no son eficaces porque la gente no sea inteligente, sino porque son mentiras que sientan bien, que permiten aliviar el malestar a través del victimismo y del rechazo de colectivos que reclaman igualdad o derechos. En consecuencia, no solo hay que poner en evidencia la manipulación y la mentira, sino también disputar la esfera del malestar político. Proponer maneras distintas de canalizar los miedos y las dudas: cuidados, políticas transformadoras, espacios de reflexión, análisis realistas de las estructuras sociales… En definitiva, una conversación social en la que esté presente la dimensión política del sufrimiento. Multiplicar, ampliar, interpelar. Que la opción de la discriminación y el rechazo quede como una entre miles.

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La hipótesis de Polanyi (La Gran Transformación, 1944) me parece que sigue siendo certera: el fascismo lo crea el abandono de la democracia a su población forzado por el control capitalista, el mito del «libre» Mercado. Si pretendes hacer de la gente una mercancía más (mano de obra) que puedes usar y tirar, te darás cuenta que, al contrario que la mercancía y la tierra, señor burgués capitalista, esta mercancía humana es capaz de revolverse y abandonar a esa misma Democracia inoperante controlada por el poder del dinero (Plutocracia). Cf. Günter Grass, El Tambor de Hojalata, 1959.

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Asanuma
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Artículo muy necesario, gracias.

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