Fascismo
Las elecciones en Italia como espejo en el que mirarse

Recordar los desmadres de Berlusconi o la base social del fascismo histórico puede parecer un ejercicio infructuoso, pero lo cierto es que permite abordar la cuestión aportando la perspectiva de la memoria. Y tal vez la memoria sea lo único que nos pueda salvar.
Elecciones Italia Nápoles - 8
Una calle del centro de Nápoles. Álvaro Minguito
25 sep 2022 07:04

Hoy, 25 de septiembre, se celebran elecciones legislativas en Italia. Según los sondeos, los comicios confirmarán un fuerte giro a la derecha gestado al calor del descontento social, la falta de perspectivas económicas y proyectos contundentes por parte de la izquierda, y que, en segundo lugar, pueden leerse como una invitación a pensar en términos predictivos respecto al escenario español.     

En conjunto, las similitudes socioeconómicas e históricas que han avivado la reaparición de la extrema derecha en ambos países no resultan triviales. Recordar los desmadres de Berlusconi o la base social del fascismo histórico puede parecer un ejercicio infructuoso, pero lo cierto es que permite abordar la cuestión aportando la perspectiva de la memoria. Y tal vez la memoria sea lo único que nos pueda salvar.   

Las elecciones legislativas en Italia pueden leerse como una invitación a pensar en términos predictivos respecto al escenario español

Hacia 1914, el nacionalismo italiano prometía una revivificación basada en la potencia nacional, ensalzaba a un individuo superior en su raza y descontento con la política, al tiempo que descreía del camino democrático. Tras la Primera Guerra Mundial, ya fundado el movimiento de los Fasces Italianos de Combate, la militancia engordó a costa de la desesperación de chicos asombrosamente jóvenes, hasta consolidarse con la llegada al poder de Benito Mussolini, homólogo temprano de José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco. Pero, más allá de las alianzas estratégicas ejemplificadas con gestos como el envío de tropas italianas a combatir contra la República Española, o las analogías entre el autoritarismo interno, anticomunista y pro estadounidense, este discurrir paralelo se manifiesta mediante otras señales.  

El doctor en Historia moderna, Davide Scalmani, aborda en su libro Historia de Italia (Silex Ediciones, 2016) (1), los detalles más clarificadores de un devenir que conviene analizar en este sentido. Sobre todo en los últimos años del agitado escenario político, protagonizado por actores que, todavía hoy, ocupan las listas electorales y pueden volver al gobierno. Aunque no resuelva el problema de fondo, no deberíamos desdeñar el estudio de cómo se construyó esa opción política en las últimas décadas, su raigambre fascista y las posibilidades que ofrece para plantear tímidas proyecciones especulativas de lo que vendrá.

Alrededor de 1980 resurgieron en el norte de Italia los primeros grupos independentistas que abordaron la crisis nacional de los gobiernos democristianos “haciendo palanca en temas étnicos y xenófobos, primero contra los meridionales y, después, contra los extranjeros” al tiempo que protestaban contra las corruptelas de la “Roma ladrona” y los viejos partidos. De la unión de esas formaciones diversas surgió la Lega Norte que llegó al Senado a finales de la década con Umberto Bossi al frente, hoy capitaneada por Mateo Salvini. En 1992 refrendaron su victoria en los primeros comicios posteriores a la Tangentopoli, el entramado de corrupción más importante destapado a nivel nacional. 

Para las elecciones de 1994 Berlusconi introdujo en su campaña un lenguaje simple y directo con el que su nuevo partido, Forza Italia, conquistaría a un electorado adormecido frente a las pantallas de televisión gestionadas por sus propias empresas. La candidatura de un político sin filiación partidista, un hombre hecho a sí mismo enfocado en la reconstrucción de un país que ya en la década anterior acumulaba una deuda pública superior a los 100.000 millones de euros, parecía una postulación cargada de sensatez y sentido de la oportunidad. Seguía, además, la estela marcada por el entonces Presidente de la República, Oscar Luigi Scalfaro, quien había convocado al exdirector de la Banca de Italia, Carlo Azeglio Ciampi como Primer Ministro, precisamente para eludir la participación de los denostados partidos políticos en el gobierno.

Berlusconi era un hábil y probado hombre de negocios. No necesitaba de la política para enriquecerse. Su voluntad de servicio al pueblo se basaba en un mandato interior de levantar Italia del mismo modo que había levantado sus empresas. Se asoció con Lega de Bossi en el norte y con Alianza Nacional para las listas electorales del centro y sur del país, lo que resultó una estrategia vencedora. El cambio en la ley electoral le granjeó un número añadido de escaños, pero el primer gobierno de Berlusconi no había nacido para durar. Otra vez la corrupción hacía saltar por los aires el panorama político, y durante los años posteriores el país fue manejado por especialistas de perfil técnico hasta las elecciones de 1996, ganadas por Romano Prodi del Partido Democrático, conminado a escorar los pactos hacia la izquierda.

Fueron los años de la asimilación económica a los preceptos del tratado de Maastrich, a los que Italia se enfrentaba con desventaja dado el desequilibrio de sus cuentas públicas

Fueron los años de la asimilación económica a los preceptos del tratado de Maastrich, a los que Italia se enfrentaba con desventaja dado el desequilibrio de sus cuentas públicas. A pesar de la buena gestión de Prodi, las tensiones entre la izquierda impidieron que se mantuviera en el poder más de dos años, y en 2001 Berlusconi volvió a vencer valiéndose de su absoluta ventaja como propietario de las televisiones privadas de ámbito nacional. Las acusaciones de corrupción que pesaban sobre su figura no bastaron para alertar al electorado. Más bien al contrario. La gente estaba acostumbrada a los pellizcos y a las tangentes. El tono beligerante que Berlusconi mantuvo contra la magistratura y los periodistas que intentaban dar continuidad a sus causas abiertas se manifestó de manera terrible con lo que fuera el mandato primordial de su gobierno, la modificación de leyes a su favor.

Más adelante, Scalmani recuerda la participación de Italia en la guerra de Irak y la pésima gestión del G8. Dos episodios que hablan de una postura belicista pro estadounidense y una gestión represora del disenso nacional, tal como hemos vivido en España con la propia guerra de Irak y el desalojo de las plazas del 15M. La entrada del euro tapó la realidad económica del país, al tiempo que propiciaba un escenario de desindustrialización equiparable al vivido por las empresas españolas.

La entrada del euro tapó la realidad económica del país, al tiempo que propiciaba un escenario de desindustrialización equiparable al vivido por las empresas españolas

En las arcas públicas proliferaban los desbalances y los desvíos de fondos injustificables, y frente a tanto desgobierno se optó por favorecer la gestión autónoma de las regiones. Sin embargo, igual que en el caso español, el federalismo o las autonomías no resolvieron jamás los problemas de falta de transparencia en la gestión pública, y los políticos aprendieron a justificarse tras los lineamientos gestados en los despachos del norte de Europa. Con Berlusconi, Italia redujo el gasto en Sanidad y Educación públicas a favor de las privadas. La protección a los trabajadores fue reducida en beneficio del autoempleo y la empresa. La familia se convirtió en el único paraguas que protegía a los jóvenes de la falta de perspectivas generacionales y la fuga de cerebros se materializó con un éxodo de egresados italianos que perdura en la actualidad.

En 2006, Prodi retornó al poder con una serie de medidas orientadas al restablecimiento económico interno y al reposicionamiento del país en el escenario internacional, incluyendo la retirada de las tropas italianas de Irak. Pero, otra vez, un caso de corrupción forzó su renuncia, y en las anticipadas de 2008, Berlusconi, ya consolidado como líder del centro derecha, resultó victorioso. Italia llegó a la crisis de la burbuja inmobiliaria estadounidense con una deuda cercana a los 2 billones de euros. El pánico financiero obligó a Berlusconi a dimitir tres años más tarde, dejando un país más empobrecido, injusto y caótico que el que había encontrado.

El surgimiento del Movimiento Cinco Estrellas inauguró de cierto modo un espacio sin ideologías que acusaba a los políticos tradicionales de sus excesos mientras proponía, con un lenguaje cada vez más llano y asequible, la renovación de los estamentos del poder. El ascenso de la formación amarilla fundada por Beppe Grillo, cómico de gran tirón mediático asesorado por Gianroberto Casaleggio en lo relativo a la penetración a través de internet, resultó inevitable. Casi tanto como su reciente caída, atribuible a una deficiente estructura interna y a fuertes discrepancias que han favorecido la escisión actual guiada por el Ministro de Asuntos Exteriores, Luigi Di Maio, en contra del Presidente del M5S y candidato Giuseppe Conte, quien puede resultar fundamental en la noche de hoy para consolidar un pacto alejado del extremismo.

El surgimiento del Movimiento Cinco Estrellas inauguró de cierto modo un espacio sin ideologías que acusaba a los políticos tradicionales de sus excesos mientras proponía, con un lenguaje cada vez más llano y asequible, la renovación de los estamentos del poder

Durante este mes de septiembre los partidos políticos se enfrentan a diario en las televisiones nacionales. Los debates están diseñados para satisfacer todos los gustos. Moderadores que no respetan el turno de palabra de sus entrevistados contrastan con otros que conducen sus espacios con mesura. Periodistas claramente afines a la doctrina berlusconiana serpentean entre las tertulias tratando de aportar una sensación de normalidad. Se habla del escandaloso precio de los recibos, del medioambiente y de la que parece ser la única guerra del mundo. A la mayoría de los que tienen ese altavoz no les gusta escuchar la palabra fascismo, a pesar de las imágenes difundidas esta misma semana donde el consejero de Giorgia Meloni hacía el saludo fascista en un funeral.

Meloni, la Meloni, como suelen llamarla, se muestra tranquila. En la noche del 22 de septiembre intervino, junto a otros candidatos, en el programa Porta a Porta, de la Rai 1, conducido por Bruno Vespa en un cómodo formato que ofrece veinte minutos independientes a cada participante. Salvini intentó una jugada sucia invitando a un señor ciego a cantar las loas de la Lega, pero Bruno Vespa recondujo el asunto hasta que acabó repitiendo el violento discurso xenófobo al que nos tiene acostumbradas. Giuseppe Conte, por su parte, el candidato actual del M5S, no escondió su talante nervioso. Mientras que el Partido Democrático, liderado por Enrico Letta, detalló sus propuestas de una forma tan parca y apagada que parecía el anticipo de la temida derrota.

Fuera de las pantallas prosigue la vida de un país que lleva decenios en crisis. La semana pasada, en Ancona, once personas perdieron la vida a causa de un temporal que dejó toneladas de fango y destrucción a su paso. En la región de Veneto, un joven de 18 años murió a causa de un accidente laboral ocurrido durante las prácticas enmarcadas en los acuerdos scuola-lavoro. La tercera muerte dada en tales circunstancias en lo que va de año, y que reabre el debate sobre la antiquísima y sólida fractura social que divide la juventud del país en dos clases. La apariencia de que existen dos coaliciones que se aproximan a las urnas con la misma seguridad no debería confundirnos. El escenario de desesperanza solo se ilumina con la aparición de Unione Popolare, UP, el partido de reciente fundación liderado por Luigi de Magistris.

En la región de Veneto, un joven de 18 años murió a causa de un accidente laboral ocurrido durante las prácticas enmarcadas en los acuerdos scuola-lavoro. La tercera muerte dada en tales circunstancias en lo que va de año, y que reabre el debate sobre la antiquísima y sólida fractura social que divide la juventud del país en dos clases

En la ciudad de Torino, al norte del país, la candidata de UP, Francesca Bertini, participó en un encuentro abierto organizado en la zona universitaria, junto al Palazzo Nuovo, en la tarde del 22 de septiembre. El público estaba compuesto por estudiantes y gente mayor, aquellas personas que nunca se vieron representadas ni apoyadas por los sucesivos gobiernos y que ahora, en palabras de Nicoletta Dosio, invitada al debate como activista veterana de la lucha contra el tren de alta velocidad (No Tav), se sienten parte de una posible ilusión comunitaria.

A diferencia del M5S, Unione Popolare tiene ideología y está liderada por un exfiscal napolitano con un transparente pasado político. De Magistris fue alcalde de su ciudad entre 2011 y 2021 y abanderado de la lucha contra la ‘Ndrangheta. Su trayectoria remite a dos de los más nobles representantes de la memoria italiana, los jueces Falcone y Borsellino, asesinados por la mafia en los años 90, a quienes reconoce como referentes.

Uno de los valores de esta Historia de Italia reside en demostrar hasta qué punto el entramado de corrupción, desindustrialización, sometimiento a los dictados de Europa y mal manejo de los fondos públicos confluyen en un escenario social sin salida aparente

Uno de los valores de esta Historia de Italia reside en demostrar hasta qué punto el entramado de corrupción, desindustrialización, sometimiento a los dictados de Europa y mal manejo de los fondos públicos confluyen en un escenario social sin salida aparente. Es ahí, y con las posibilidades que ofrece internet, donde aparecen los elementos que Steven Forti desgrana en su libro Extrema Derecha 2.0, un valioso empeño de entender ese fenómeno que llamamos populismo.

Pero más allá del repaso histórico, ¿qué pasará si vence la extrema derecha en Italia? ¿Se repetirán las claves antidemocráticas de la Hungría de Orbán? Tenemos elementos para pensar que serán incapaces de hacer otra cosa. Que siguiendo la excusa de la impotencia política ante los poderes financieros que controlan el mundo, gobernarán contra la inmigración, los derechos civiles, la diversidad, las mujeres y los feminismos. Cuando Giorgia Meloni grita “soy una mujer, soy madre, soy italiana, soy cristina” no se está definiendo en positivo. Tampoco de una manera plural. Meloni está diciendo que existe un solo tipo de mujer, un único prototipo posible. Lo demás es el territorio inmenso del ser humano que abarca todo lo que ella no es, todo lo que somos el resto. Formas de vida y de lucha que serán ferozmente perseguidas.

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