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Fotografía
Fotografía, estado de protesta

Profesora-Investigadora Titular de la Universidad de Castilla-La Mancha (Facultad de Comunicación)
Probablemente sea una obviedad recordar que uno de los rasgos más definitorios de la fotografía es su capacidad para retratar la realidad. Ya sabemos que una imagen fotográfica no es el recorte del mundo que nos rodea y conocemos también las múltiples limitaciones de la disciplina para esta labor.
Las opciones creativas que pueden enriquecer el texto fotográfico son innumerables. Seleccionar un motivo, aislarlo de su entorno, proceder a su captura, operar sobre el resultado y continuar el proceso de divulgación de una imagen implica la presencia de, al menos, un punto de vista ineludible en la elaboración de una foto. Pero esta marca autoral, que además suele ser múltiple, no nos habla de la precariedad del medio para legar aproximaciones rigurosas de aquello que retrata, sino del valor de este tipo de imágenes para indicarnos (como si de un mapa se tratara) hacia dónde dirigir nuestra mirada. A pesar de los pesares, y en pleno siglo XXI, la fotografía puede seguir siendo esa disciplina que reúne datos icónicos precisos para reconstruir lugares y situaciones donde no todos hemos estado, que no todos hemos vivido. Y en ocasiones decidimos firmar un pacto de lectura con esas imágenes para creernos lo que nos muestran. Esta capacidad documental e informativa de la fotografía convive con otro interesante atributo: el medio fotográfico puede intervenir en el presente, nos ayuda a marcar una posición sobre el mundo y sus conflictos. Sobre eso va este artículo.
Estos días asistimos a la inauguración de varias exposiciones que conforman la programación de la vigésimo octava edición del festival PhotoEspaña. Bajo la idea central que da título al certamen de este año (Después de todo), se pueden visitar más de un centenar de muestras que en buena medida reivindican la fotografía no solo como documento, materia informativa o vestigio para el recuerdo, sino también como herramienta política. Imágenes que levantan acta de lo que nos rodea, pero también ocupan espacios de representación, posicionan temas o nos instan a pensar a cerca de diversas problemáticas que se desarrollan en lo que conocemos como el Sur Global. En esta ocasión, vamos a centrarnos en tres trabajos que comparten un propósito similar: reflexionar sobre la condición presente de la memoria histórica. Es decir, las tres exposiciones referidas a continuación permiten que el espectador observe el estado actual de hechos que hunden sus raíces años atrás y que se desarrollan lejos de sus hogares.

Con Aquella niebla, este silencio (en la Galería Fernández-Braso hasta el 26 de julio, comisariada por Semíramis González), la fotógrafa Judith Prat rastrea los síntomas contemporáneos del sistema esclavista sobre el que se cimentaron las potencias coloniales europeas y, muy espacialmente, la implicación de España en este proceso. Tomando la forma del ensayo visual, más próximo a cierto documentalismo conceptual contemporáneo que a lo que podemos identificar como fotoperiodismo, Prat construye un recorrido que parte de los puertos españoles, pero pronto nos lleva a Sierra Leona, Ghana y Cuba. Este itinerario no es casual y el tránsito permite enfrentarnos a los rastros de almacenes donde se hacinaron personas esclavizadas, cárceles y herramientas de opresión, al retrato de algunos descendientes del sistema esclavista o a las posesiones que obtuvieron los españoles que participaron en la trata de personas. Así, por una parte, estas fotografías desplazan el foco de atención de las víctimas a los victimarios, a los causantes de estos procesos, a quienes originaron y sostuvieron la esclavitud en Europa. Y, por otra, muestran las consecuencias del “estado del horror” vivido bajo los sistemas coloniales, pero en un sentido diferente al que apuntara Didi-Huberman: estas imágenes ni estetizan la violencia, ni nos hacen inmunes al padecimiento de terceros. Las fotografías de Aquella niebla, este silencio retratan un tema que exige no caer en el olvido.
En la intersección entre Mali, Níger y Burkina Faso se ubica Las tres fronteras en el corazón de la guerra del Sahel (Museo Misiones Salesianas, hasta el 31 de julio, comisariado de Juan Sande y Juan Luis Rod). Con una evidente intención didáctica en su diseño expositivo, este trabajo fotográfico se centra en el conflicto librado en el Sahel desde hace más de diez años y que, de un tiempo a esta parte, no es una prioridad informativa para los medios occidentales (si es que alguna vez lo fue). Una de las consecuencias más devastadoras de este escenario bélico, que hasta la fecha suma más de 40.000 personas muertas, son los cuatro millones de desplazados y refugiados en una zona de por sí muy castiga por el cambio climático. Este enclave de tierras yermas, arquitecturas efímeras y dramas humanos que parecen cronificados se vuelve el territorio de acción del fotoperiodista Juan Luis Rod. En una suerte de pensamiento visual, la exposición reúne imágenes para retratar (y en esta acción, ayudarnos a comprender) un conflicto muldimensional que cercena el presente y el futuro de la población civil de estos países. Los flujos migratorios instigados por la guerra, la escasez de recursos acrecentada por la crisis climática contemporánea y la inestabilidad política toman la forma de los múltiples retratos que protagonizan la muestra.

Dentro de la librería especializada en Oriente Próximo y África Balqís se encuentra la Galería Sura, una pequeña sala que acoge el tercer proyecto fotográfico al que quiero referirme. Abierto hace poco más de un año, en este espacio se expone hasta el 19 de julio la muestra colectiva Resistencia en la memoria. Visiones de Sudán. Tomando como catalizador la “Primavera Árabe tardía” liderada por mujeres que vivió Sudán en 2019, la muestra recoge la mirada e historias personales de nueve fotógrafos sudaneses (cuatro de ellos siguen residiendo en el país), testigos directos de las revueltas populares, represión gubernamental y la discriminación racial vivida en Sudán. Haciéndose también cargo de las complicaciones que ha implicado trabajar con este grupo de fotógrafos y fotógrafas sudaneses (Edith Arance, comisaria de la muestra, relata las dificultades en el envío de materiales o la pérdida de parte del archivo de los autores de las imágenes), gracias a esta exposición se puede conocer el trabajo de Suha Barakat, Ammar Yassir, Shaima Merghani, Altayeb Abd Allah, Al Mujtaba Ahmed, Mohamed Abuagla, Jood Elsheikh, Altayeb Morhal y Fakhr Aldein. Sus experiencias personales, la diáspora continua en la que viven y la necesidad de contar (y contarse) atraviesa estas imágenes.
Cuando sostenemos que la fotografía tiene una gran capilaridad en la vida cotidiana y en el imaginario colectivo, nos referimos a proyectos como estos que se clavan en nuestra retina y permean nuestra visión del mundo. Y señalamos también que apropiarse de estos espacios de representación, proponer otras visualidades, tratar de reflexionar de forma colectiva a cerca de complejos conflictos que atentan contra los derechos humanos es una manera necesaria de enfrentar situaciones intolerables. Estas prácticas fotográficas son, fundamentalmente, estados de protesta.