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Fotografía
Los Alfonso, cruciales testigos históricos
Este otoño, y durante cuatro meses, la Sala del Canal de Isabel II en Madrid albergará una de las exposiciones fotográficas más relevantes del año, dedicada a la obra de la saga familiar de los Alfonso, reporteros y retratistas con los ojos bien abiertos, que supieron colocar la cámara justo donde los actos se convertirían en eventos, y que en su archivo de más de 500.000 negativos atesoraron gran parte de la memoria gráfica de la primera mitad del siglo XX español.
El fundador de la dinastía fue Alfonso Sánchez García, nacido en 1880 en Ciudad Real en una familia republicana de empresarios teatrales. Después de varios años de aprendiz en un estudio fotográfico, en 1900 comienza a colaborar con El Imparcial, El Heraldo y El Sol, adoptando el nombre “Alfonso” para firmar sus fotos de prensa y para el estudio fotográfico que abrió en 1910 en competencia con los otros 58 que ya albergaba la capital, que por entonces superaba el medio millón de habitantes. En 1902 había nacido en el viejo Madrid su primogénito, Alfonso Sánchez Portela, que trabajaría en el estudio junto con sus hermanos José y Luis. “Nací entre fotografías, oliendo a hidroquinona y deslumbrado por el magnesio. Recuerdo que salía del colegio, dejaba los libros en mi habitación y me iba corriendo al estudio, que encerraba para mí un misterio sugestivo y apasionante. Desde los 10 años no hice otra cosa que dar vueltas entre los ayudantes de mi padre, fijándome en todo y preguntándolo todo hasta que decidí coger las cámaras y salir con ellas a la calle. Con 16 años ya tenía muy claro que solo me interesaba la fotografía, y comencé a colaborar en la prensa. La cámara te daba como un sello, que te permitía meterte donde nadie podía entrar y ver lo que nadie podía ver. Eso era para mi algo embriagador. Así, desnudo, soy muy tímido, pero con la cámara soy otro, me da mucha fuerza”, recordaba en una entrevista en 1985, cuando contaba 83 años y seguía manteniendo una apasionada relación con la fotografía, mostrando su buen humor y sencillez mientras repasaba su vinculación con personalidades y acontecimientos históricos como si fuera algo muy normal.
Las guerras de Marruecos consagraron a los Alfonso dentro del mundo de la prensa. En 1909, el padre trabaja en los frentes, y en uno de los combates más duros del Barranco del Lobo tuvo que abandonar las cámaras y ayudar al transporte de heridos, servicio por el que fue condecorado. En la península era tal el interés despertado por los avatares bélicos que, aparte de la información gráfica de la prensa, se editaron colecciones de postales y folletos fotográficos. Así, con sus materiales se publicaron varios fascículos al precio de 25 céntimos, que eran devorados por los familiares de los reclutas, para conocer su entorno y actividades.
En agosto de 1922 será Alfonso hijo quien asombre al país al fotografiar al caudillo de los rebeldes, Abdelkrim: “No era fácil conseguir buenos reportajes, dependiendo de las informaciones del mando español, que no veía bien que los periodistas llegásemos a los puestos de vanguardia”. Junto con otros dos informadores se infiltra en el campo enemigo: “A pesar de la odisea tremenda que tuvimos para llegar hasta su cuartel general, a punto estuve de regresar sin su foto. Después de hacer el reportaje del campamento, cuando llegó el momento de retrararle a él no quería, por prohibirle su religión la reproducción de la imagen. Tuve que emplear todo mi ingenio para convencerle. Al fin, cuando lo daba por perdido, se levantó y me dijo con voz pausada: ‘Va usted a retratarme’. A pesar de la poca luz que había dentro de la tienda, evité usar el magnesio, porque el fogonazo podía habernos resultado fatal. Así que instalé mi trípode y di a la placa una exposición de varios segundos”, afirma. Hubo otro fotógrafo, Díaz Casariego, que también realizó y publicaría fotos de la histórica sesion.
La repercusión del retrato del guerrero rifeño reputará a su autor, quien releva al padre en las labores de la calle para que este se dedique al estudio y el archivo, hasta su muerte en 1952. Por el estudio-rebotica pasaron políticos, periodistas, toreros y gentes de la farándula. Pero Alfonso hijo no se limitó a modelar con la luz sus personajes, sino que salió a retratarlos en su ambiente. “El de Antonio Machado es quizá el retrato que he hecho con más entusiasmo, donde pude reflejar la visión que tenía de él. Fui al café de las Salesas, donde se reunía por las mañanas, y allí logré hacer esa foto que ha dado la vuelta al mundo tantas veces y que, tantas veces también, me han silenciado como su autor. A Unamuno le retraté echando la siesta, y a Valle-Inclán tumbado en una chaise-longue, y debido a la postura se le veían un par de agujeros en las suelas de los zapatos. Pero su retrato que más aprecio es el que le hice en uno de sus paseos por la Castellana, lugar donde entonces se podía pensar y gozar de la naturaleza al mismo tiempo. Como andaba con los brazos hacia atrás, no se le notaba el defecto”.
Este recuerdo me dio pie para preguntarle por el retratismo: “Yo siempre he buscado la parte más bella del personaje. Había que estudiar antes la forma de verlo, porque se hacía una placa y tenía que salir bien, no como ahora, que se pueden tirar muchas fotos y luego elegir entre ellas”.
Pero su mayor campo de trabajo era la prensa, buscando los sucesos de interés: “Iba lo mismo tras los asuntos políticos que tras los pasionales, no faltando un juez que al llegar al lugar de los hechos me encontró allí y me increpó diciendo que algún día iba a estar yo antes que el propio muerto”. Fotorreportero de plantilla en el diario La Libertad, en 1933 le eligieron presidente de la Unión de Informadores Gráficos Españoles.
Durante la década de los años 30, su cámara se constituye en testigo de cargo de la historia española: el proceso de Jaca, el comité revolucionario republicano en la cárcel, la sublevación de Sanjurjo, mítines, elecciones, asesinatos, el asalto al Cuartel de la Montaña, el bombardeo de Madrid, la vida cotidiana de la ciudad sitiada, la batalla de Teruel, la rendición,… Disparó unas 25.000 fotos de la Guerra Incivil (como él la llamaba). Debido a su trabajo para los periódicos republicanos, los Alfonso fueron invalidados para ejercer en la prensa. Esta desgracia se sumó a la pérdida de parte del archivo familiar al caer una bomba en el estudio.
Indesmayables, Alfonso y su hermano Pepe recorrerán en autostop los pueblos de Toledo para fotografiar grupos y sacar fotos de carné, pagadas a menudo en especie. Gracias a la argucia de retratar al general Moscardó en las ruinas del Alcázar, consiguen que se les permita reabrir un nuevo estudio en la Gran Vía, con lo que podrán mantenerse sin ahogos. En 1951 publica Rincones del viejo Madrid, álbum de fotos nocturnas “donde el protagonista era el farol, con su enigma, misterio y silencio, sin seres humanos. Se tiraron unos cinco mil ejemplares que se agotaron, e incluso me he quedado sin ninguno al regalarle el último al doctor Marañón, que me lo pidió para un compromiso”. Al año siguiente es revocada la orden que les impedía ejercer el periodismo, pero los Alfonso no volverán: “Encontré mi sitio en el estudio y, además, para el periodismo de calle, de acción, se necesita mucha energía y juventud”. El céntrico local también funcionaba como museo con los retratos de diversos personajes y las fotocaricaturas con las que se divertía.
En la década de los años 80 le llegó al segundo de los Alfonso el reconocimiento social que injustamente se le había escamoteado durante tantos años: en 1984 se exhiben en Madrid un centenar de sus fotos sobre la guerra al mismo tiempo que el alcalde Tierno Galván le concede la Medalla de Oro de la Villa, con lo que el gran público descubrirá el valor histórico-artístico de su obra: “A mí este reconocimiento, que ya tuve en la época de la República, me produce una cierta satisfacción. Pero soy ya muy mayor para dejarme seducir por este tipo de vanidades. Solo me interesa mi obra, que ordeno y cuido en mis ratos de ocio. Es el testimonio de mi esfuerzo por lo único que me ha impulsado en mi trabajo: la creación. Porque yo soy un creador y, quizá por eso, siento tanto odio por la destrucción”.
En 1987 moriría su mujer y él, con 85 años, cayó en depresión, encerrándose en su estudio. En 1989, convertido en clásico de la fotografía española, fue el primer fotógrafo admitido en la Real Academia de Bellas Artes. No pudo leer su discurso de ingreso, al fallecer en 1990.
En 1992 el Ministerio de Cultura adquirió 115.000 negativos del Archivo Alfonso, y se sucederían diversas exposiciones, destacando el centenar de fotos de Alfonso padre en 2008 en el CBA de Madrid; siendo la última la de La Fábrica en diciembre de 2019, con 23 fotos de la saga. Esta editorial, dentro del PHotoESPAÑA2021, con el apoyo de la Comunidad de Madrid y comisariada por Chema Conesa, es la que organiza la antológica de los Alfonso que puede visitarse hasta el 23 de enero de 2022.