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Francia
Éric Zemmour, Vox y la izquierda Bombacci
El ultraderechista y polemista Éric Zemmour ya es oficialmente candidato a las presidenciales de la V República francesa que se celebrarán el próximo 10 de abril de 2022. El periodista, escritor y habitual tertuliano político oficializó su anuncio para “salvar a Francia” a la vez que las encuestas empezaban a mostrarle un menor impulso tras el ascenso meteórico de los últimos meses. Su candidatura se presenta en un momento en el que el futuro del Elíseo está rodeado de un aura de incómoda y amarga incertidumbre: Francia, un país acostumbrado a la polarización y los extremismos, va aún más allá en este nuevo capítulo crítico de su política cuyo desenlace puede arramblar con los valores republicanos de Liberté, égalité, fraternité.
La Real Academia Española define el ruido como un “sonido inarticulado, sin ritmo ni armonía y confuso”. Si algo define a Éric Zemmour es su capacidad para generar ruido, un mecanismo de éxito que le sirve para captar la atención de los focos mediáticos y exaltar las pasiones de los franceses. Zemmour es una estrella mediática que ha ido medrando con un discurso misógino, racista y profundamente islamófobo: el candidato a la presidencia de Francia replica la teoría del gran reemplazo, una teoría conspirativa de la extrema derecha popularizada por el escritor francés Renaud Camus.
Aunque Macron tenga casi asegurados los apoyos para pasar a la segunda vuelta de estas elecciones y para una probable revalidación al frente del país, la segunda posición de la primera vuelta está todavía en el aire
Su primer mitin realizado este domingo —ya como candidato oficial— ha conseguido reunir a más de 13.000 seguidores y, como se esperaba, ha acabado en incidentes y detenciones por parte de la policía. Durante el acto, Zemmour dijo que quería perseguir el objetivo de inmigración cero para Francia y confirmó ante los presentes el nombre de su nuevo movimiento político: Reconquête (Reconquista), toda una declaración de intenciones. De nuevo, un proyecto político ultraderechista que acude a un supuesto pasado glorioso de la patria y a la legitimidad de recuperar los valores auténticos de la nación: make La France great again.
El efecto Zemmour, así como toda estrategia ultraderechista, busca en la polémica constante llevar a la sociedad francesa anímicamente a la extenuación, una forma de hacer política que supone uno de los mayores peligros para la convivencia en democracia al estirar intencionalmente sus costuras y arriesgar el futuro del país a un enfrentamiento interno que llegue a las cotas necesarias y suficientes de violencia que acaben por justificar su plan de mano dura. El fin y objetivo prioritario de esta nueva ola reaccionaria que acecha aún más a las clases históricamente subalternas del mundo no es otro que el de restablecer las jerarquías y posiciones de clase conservadora de aquellos que siempre detentaron el poder y que hoy ven que sus valores arcaicos y retrógrados peligran ante el avance de una nueva sociedad que nace abierta y plural.
Aunque Emmanuel Macron tenga casi asegurados los apoyos para pasar a la segunda vuelta de estas elecciones y, por lo tanto, para una probable revalidación al frente del país, la segunda posición de la primera vuelta está todavía en el aire. De manera inesperada, Marine Le Pen, otrora en una posición de partida más cómoda favorecida por una derecha tradicional ciertamente desnortada y una izquierda anclada en la eterna división y de esperanzas menguantes, ve ahora tambalear sus posiciones ante un adversario que compite con sus mismos términos y que ha conseguido en un tiempo récord arrastrar a otro nivel un debate público francés ya de por sí acostumbrado a los histriónicos discursos y profundamente reaccionarios de la ultraderecha.
El vídeo de presentación como candidato a las presidenciales de Francia de Éric Zemmour es una burda imitación de las formas y estéticas del general Charles de Gaulle en la BBC
En poco más de cinco meses se disiparán las dudas y se materializará en las urnas una realidad francesa que, a priori y a tenor de las encuestas, se debate entre la continuidad —es decir, el populismo neoliberal del start-up nation y marketing pomposo, pero esencialmente hueco y parcos hechos del actual presidente Macron— o el cambio que, en este caso, pasará obligatoriamente por la aplicación de políticas de mano dura de una ultraderecha que se pelea de manera fratricida por monopolizar a su favor el descontento, la fatiga emocional y el miedo que ellos mismos tratan de potenciar con discursos cargados de violencia e iracundo odio. En cualquier caso, la peligrosa y delicada situación por la que atraviesa el país es el síntoma de una enfermedad, de un virus que se ha expandido a nivel mundial y que no deja de ser consecuencia de vasos comunicantes entre múltiples hechos históricos que han acabado por conformar un engendro político profundamente peligroso para la vida en democracia.
No por mucho repetirlo servirá como estrategia útil con la que poder enfrentar a lo que se viene en términos políticos. Sin embargo, sí se debe de tomar buena nota de aquello que en parte detona el descontento generalizado y, con ello, sus potencialidades proselitistas: la pérdida progresiva de bienestar y protección social; las grandes pérdidas de derechos laborales desde la irrupción de las doctrinas de libre mercado thatcherianas de los años posteriores a los 70; la globalización neoliberal —es decir, la deslocalización, la externalización de las cadenas de producción y la liberalización del capital—; el estancamiento histórico de los salarios; la debilidad de los sindicatos y la atomización de la base comunitaria necesaria de los partidos laboralistas y socialistas; un sector financiero desregulado e hiperfinanciarizado; y el aumento incesante de la brecha de desigualdad. Todo ello sin perder de vista el cambio de las hegemonías en las subjetividades, imaginarios y empatías sociales de los últimos años y, por supuesto, el papel central de las estrategias de manipulación mediática y proliferación sin control de las fake news como arma política y moldeador cultural.
En Vox no dudarán en copiar hasta lo más mínimo de aquello que le acabe funcionando estos días a Zemmour
El vídeo de presentación como candidato a las presidenciales de Francia de Éric Zemmour es una burda imitación de las formas y estéticas del general Charles de Gaulle en la BBC, una oda al nacionalismo francés, aquel que instrumentaliza la identidad francesa reconvertida en mito y realza un pasado glorioso e idealizado. Sin embargo, este discurso no tiene como intención llamar a la résistance y levantar el ánimo popular francés frente al invasor nazi y la Francia colaboracionista de Philippe Pétain como hiciera en su momento De Gaulle, sino que tiene como objetivo servir de acicate a lo más nativista, supremacista y reaccionario de las profundidades de la peor y más oscura Francia.
En España, la situación no es muy diferente. Independientemente del resultado de Zemmour en las presidenciales, la semilla del odio está regada y la ultraderecha española, muy afín a copiar estrategias de la extrema derecha de otros países, ya debe de estar tomando notas de aquello que le funcione al candidato francés. Por ello, es cuestión de tiempo que Vox, con posiciones ultracatólicas, clasistas y reaccionarias, saque todo su arsenal discursivo para crispar y deformar la realidad social de España tratando burdamente de imitar aquello que ve en casos de éxito como el de Zemmour. Ya lo hicieron con Trump y su estrategia MAGA (Make America Great Again), lo hacen con el actual éxito de Giorgia Meloni en Italia y, por eso, no parecen haber muchas dudas de que más pronto que tarde acabemos viendo un vídeo que bajo un manto de aparente patriotismo se intercalarán mitos, símbolos nacionales e imágenes de la España tradicional en una atmósfera carga de añoranza de un pasado reciente con el fin de demarcar aquello que bajo sus premisas definen la verdadera identidad española. Solo ellos serían los señalados para poner orden y salvar España del caos y de la amenaza del enemigo externo —inmigración— e interno —en este caso, cualquiera que no piense como ellos— cuya hereje empresa radicaría en obstaculizar ese devenir glorioso al que, se supone, está destinada la histórica nación española.
Para ello, no dudarán en copiar hasta lo más mínimo de aquello que le acabe funcionando estos días a Zemmour, empezando por hacer un vídeo de exaltación nacionalista y que, por supuesto, también vendrá cargado de mentiras acompañadas de imágenes duras y violentas, véase inmigrantes en la valla de Ceuta con policías heridos o disturbios en Catalunya con contenedores ardiendo. Sobre todo eso, muchos contenedores ardiendo: todo lo que sirva para dibujar a España como un caos descontrolado que los medios se encargarán de reproducir convenientemente una y otra vez. No escatimarán en emplear numerosas escenas que alternarán sin rubor escenas de películas históricas —seguramente con episodios que recojan la 'Reconquista' de España, los tercios de Flandes o la conquista de América— e imágenes de triunfos deportivos que servirán para instrumentalizar el deporte y ensalzar el sentimiento nacionalista español desde cualquier frente. Todo vale para rellenarse de intangibles identitarios que difuminen la diferenciación de intereses de clase. Al tiempo.
La nostalgia siniestra que se perfila en los discursos actuales marca un horizonte político que lleva puesto el traje de estética oscura y bordados fúnebres
Por supuesto, ese vídeo volverá a llenar horas y horas de tertulias televisivas y llevará a los columnistas e influencers mediáticos a rellenar hojas de sesudos análisis políticos que solo añadirán más miedo y crispación ante un problema que crece y se reproduce sin control. De nuevo, se volverán a debatir sus temas predilectos y con sus términos favoritos: inmigración, inseguridad y orden continuarán marcando la agenda del país. Y, así como la historia habitúa, llegado el momento crucial puede que hasta veamos a una parte de esa izquierda Bombacci enredada en los tentáculos de la falsa estrategia obrerista de la ultraderecha y que, bajo el trilema trabajo, familia y patria, como en la Francia de Vichy, acabe lanzándose sin mucha dificultad a responder a la ansiada llamada de la patria que les lleve a transitar hacia otras latitudes ideológicas y a anteponer la nación a la clase.
La nostalgia siniestra que se perfila en los discursos actuales marca un horizonte político que lleva puesto el traje de estética oscura y bordados fúnebres, aquel que acompaña un episodio de la historia nefasto y relegado a la desmemoria que ha ido macerando durante décadas un clima de malestar y una atmósfera cultural proclive a reeditar la tragedia y a romper el marco de convivencia común en torno a la brújula de respeto de los Derechos Humanos. ¿No sentís un escalofrío?