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Francia
Nicolas Fensch, del gaullismo social al black-bloc
En la primavera de 2016, las imágenes de la agresión a un policía en las calles de París y el incendio posterior de su coche patrulla se convirtieron en uno de los símbolos de las manifestaciones contra la reforma laboral del Gobierno de François Hollande. El proceso judicial contra los responsables de este ataque reveló la identidad de uno de ellos: Nicolas Fensch, un perfecto desconocido para la policía que nunca antes había participado en manifestaciones violentas. La historia de cómo una persona anónima y perfectamente “integrada” acaba agrediendo a un agente de policía se puede leer en su libro Radicalisation express, una obra que sirve también de clave de lectura para entender la deriva social y represiva de Francia en estos últimos cuatro años, desde el movimiento contra la reforma laboral, en 2016, hasta los Chalecos Amarillos.
Sin embargo, hay ciertos episodios traumáticos en el devenir de una persona que modifican inexorablemente la visión de la propia existencia y el prisma con el que se analizan las etapas de una vida. En el caso de Nicolas Fensch, desde aquella manifestación en de mayo de 2016 en la que agredió a un policía con una barra de plástico, cada detalle pasado y futuro cobró un nuevo significado.
El relato de Nicolas Fensch empieza un poco antes, en abril de 2016, su madre acaba de sufrir un accidente cerebrovascular y los médicos les aconsejan que la mejor rehabilitación es caminar. En plenas protestas contra la reforma laboral del Gobierno de François Hollande, Fensch decide asistir a una de esas movilizaciones con su madre. En este momento, Fensch insiste en que las movilizaciones de aquellos primeros meses de 2016 seguían el esquema de lo que en Francia se denomina “manifestación sandwich-merguez”, marchas acordonadas por los servicios de orden de los sindicatos donde el ambiente es familiar, con música y puestos de comida.
“Durante el recorrido, nos llamó la atención la cantidad de antidisturbios que había. Para alguien que no había participado en muchas manifestaciones, ver a tanta policía te pone en tensión”, dice Fensch. Poco después, la policía bloqueó el puente de Austerlitz y cerró todas las salidas por las calles adyacentes, creando una ratonera que duraría varios minutos. “Gasearon indiscriminadamente para dispersar sobre familias con niños y personas mayores. Después de eso, los manifestantes que quedaron arrasaron con todo lo que pillaron a su paso”.
Un elemento importante en la deconstrucción de todo lo que Fensch había sido hasta entonces fue comprobar que la imagen que difundían los medios no se correspondía con la realidad que él había vivido ese día: “Al volver a casa puse la televisión y sólo se hablaba de los violentos pero en ningún momento se hablaba de lo que había desencadenado todo, la provocación de la policía”. Apenas veinte días después, esos mismos medios abría sus telediarios con el perfil encapuchado de un Nicolas Fensch.
“Señor Fensch, es usted un enigma”
“Hay vidas que dicen más de su tiempo que análisis más largos y sesudos”, con esta frase definían varios intelectuales como Éric Hazan o Juan Branco la experiencia de Nicolas Fensch. Cuando Fensch fue detenido por la agresión al policía, durante el registro de su apartamento, la policía judicial no salía de su asombro ante el estilo de vida del sospechoso que tenían ante sí: “En un momento, se me acercó uno de los policías y me dijo, Señor Fensch, es usted un enigma”. Fensch no casaba con la imagen del black bloc que se habían construido los investigadores.
Cuando Fensch agredió a ese policía, ya llevaba varios meses en paro. Por primera vez en su vida, con 39 años, encadenaba un periodo relativamente largo sin trabajar, lo que le dejó tiempo para, entre otras cosas, aprender a cocinar. “En ese momento estaba al borde del colapso mental y físico, llevaba muchos años trabajando como consultor informático más de diez o doce horas al día, empalmando con fines de semana, y creo que el instinto de supervivencia me estaba obligando a parar”, señala.
Fensch fue educado en la creencia de un República que defendía el Estado de Bienestar. De joven, hasta tenía un retrato de Charles de Gaulle en la habitaciónCon Nicolas viviendo bajo un estrés insoportable, el año 2015 fue importante para la familia Fensch. Su hermana, Clémentine, enfermera en un hospital público de París, se convertía en la portavoz de la revuelta del sistema sanitario francés ante la implantación de una visión contable y mercantilista de los servicios públicos. “Es fascinante, porque mi hermana denunciaba desde el sector público la violencia del capitalismo que yo estaba sufriendo a la vez en la empresa privada”.
Fensch describe esos días como dotados de un simbolismo muy fuerte porque son el final de toda una época en la que muchas familias como la suya habían creído: “Fue una traición de todo en lo que nos habían educado: la República, el Estado del Bienestar, la democracia representativa. Al final, en la familia fuimos todos evolucionando a posturas más de izquierda”, sentencia.
Aún sin militar activamente, Fensch siempre había seguido con atención la evolución política de su país: “Durante la campaña electoral de 2012, que ganó Hollande, yo empatizaba con los mensajes de Jean-Luc Mélenchon porque mi situación laboral me estaba concienciando de que el capitalismo estaba yendo demasiado lejos”. Fensch, que con 16 años se sentía cercano a la derecha gaullista, llegó a militar durante unos meses en el RPR de Jacques Chirac —“pero lo dejé rápido porque veía que mis compañeros de militancia eran todos niños bien y yo, en cambio, había dejado el colegio y tenía que trabajar para salir adelante”— se había construido ideológicamente a la sombra del general Charles De Gaulle, el padre de la Vª República francesa y símbolo del Estado del Bienestar francés: “De joven, hasta tenía un retrato suyo en la habitación”.
Los Reyes Magos son los padres
Quizá fue la fe del converso la que se apoderó de Fensch, pero tras toda una vida sin haberse casi movilizado, en 2016, al cabo de dos manifestaciones se encontró formando parte del black bloc de París. “Tras lo que viví con mi madre, estuve informándome sobre los casos de violencia policial en Francia, estábamos en plena Nuit Debout, y en la acampada de la Plaza de la República, al abrigo de la noche, la policía se daba carta blanca. Además, vi muchos vídeos de lo que de verdad ocurría en las banlieues”.La transformación de los Chalecos Amarillos es similar mi experiencia: eran muy naifs respecto a la brutalidad de la que era capaz el Estado. Después de las primeras manifestaciones ya empezaron a gritar: policía, moríosEl uso de la violencia en el black bloc tiene para Fensch límites muy concretos: “Se busca hacer retroceder a la policía en las manifestaciones como un símbolo de que el Estado tiene que dar marcha atrás en sus medidas”. Fensch confiesa que: “Cuando ataqué a ese policía, sinceramente, sólo quería que se marchara. Tampoco habría podido hacerle mucho daño con la barra con la que le di”. No obstante, en su opinión, los Gobiernos actuales no conciben mostrarse magnánimos o débiles antes una movilización por miedo a que se interprete como una falla en el sistema.
Con 2.500 manifestantes de los Chalecos Amarillos heridos durante las manifestaciones de este último año, la vivencia de Nicolas Fensch encuentra su eco en las movilizaciones actuales. “Las primeras concentraciones de los Chalecos Amarillos empezaron con la gente gritando: la policía con nosotros. Pero cuando la policía empezó a cargar y a lanzar gas lacrimógeno, la cosa cambió al: policías, moríos”. Para Fensch, la inocencia de los Chalecos Amarillos murió el día que descubrieron la acción de los antidisturbios: “Su transformación es similar a la mía, eran trabajadores blancos que se manifestaban por la primera vez, absolutamente naifs ante la violencia del Estado. Pero el día que la tienes enfrente, es como cuando descubres que los Reyes Magos son los padres, es duro, pero desde ese día piensas con más claridad”.
En prisión, el 90% de los presos son negros o árabes, el 99%, pobres
Arrestado a principios de junio de 2016, Nicolas Fensch tuvo que pasar un año encerrado en la prisión de Fresnes a la espera de que empezara el juicio. Durante esos meses, tuvo tiempo para estudiar el funcionamiento de la justicia y de la prisión. Durante el juicio, en el estrado, les esperaba una juez joven, al inicio de su carrera, “los abogados nos decían que no habíamos tenido suerte porque un juez joven es más influenciable y, si encima es mujer, tiene más presión. Un juez viejo al final de su carrera debe menos favores”. Más tarde se enteraría de que la juez que les condenó es la misma que está instruyendo el caso de Adama Traoré, el joven negro asesinado por la policía en 2016 en la periferia de París, “está claro que las atribuciones de casos no son fortuitos”, sentencia.“En prisión descubres que el 90% de los detenidos son negros o árabes, y el 99% pobres”, afirma, “porque desde el siglo XIX se viene aplicando un dogma jurídico para individualizar las penas, es decir, que se juzga a la persona y no el acto punible. Así, si eres una persona con un trabajo, una familia y considerada “útil” para la sociedad, es más difícil que entres en prisión. Es triste lo que voy a decir porque habla de la hipocresía de nuestro sistema, pero yo habría preferido el ojo por ojo, que aquel policía me hubiera pegado cuatro varazos como revancha y para casa”, confiesa Fensch.
“Los Miserables somos nosotros, los de la banlieue”De los cinco años de condena, Fensch cumplió los 13 primeros meses en la prisión de Fresnes, una de las más antiguas de Francia. Fensch comparte celda con un detenido al describe como “el arquetipo de chaval de la banlieue”, un joven negro en detención provisional por tráfico de drogas. “Me confesó que había pedido compartir celda conmigo porque necesitaba saber cómo piensan los blancos para poder preparar su defensa”, afirma Fensch, porque, en su mundo de barrio pobre, los únicos blancos con los que había tratado eran policías.
“Un día me pidió que hiciera entrar en la cárcel el libro Los Miserables, de Víctor Hugo, porque había visto a un juez que lo tenía sobre su mesa. Mientras lo leía me decía: Los Miserables somos nosotros, la banlieue”.
Por fin libre, Fensch expone una crítica libertaria del Estado y la brutalidad policial que bebe de sus lecturas del Comité Invisible y de su propia experiencia. Su proyecto vital pasa, hoy en día, por vender su apartamento en París e instalarse en el campo: “para intentar vivir en autogestión, al menos hasta que estalle la crisis climática”.
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Intersante, desde luego. Pero el final de la historia es todo lo necesariamente tragicómico que se le supone al efecto de la crítica anarquista actual. El tipo cobró conciencia y...decidió cobijarse en el campo. ¿Ante qué clase rinde pues la conciencia adquirida? Si he entendido bien, el actuar social trascendente y no individualizado solo es tomado en consideración con la condición de la existencia de una eventual crisis climática (¡Quiero creer que se plantearía dejar el mundo rural por este motivo!). ¿Es entonces el desastre ecológico el nuevo derrumbe sin el cual el proletariado no puede actuar? ¡Dejen de introducir factores externos que cabalgar y forjen el jinete!