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Fronteras internas
Con la casa en el aire y la vida en precario
Condenados a la precariedad, una comunidad latina se organiza en París para ocupar y reivindicar su derecho a una vivienda digna.
Gracias al boca a boca en la iglesia, a principios de 2019 se fue creando una comunidad de latinoamericanos en un edificio ocupado en la periferia de París, en Saint-Ouen. Ya fueran demandantes de asilo o inmigrantes sin papeles, su problema era el mismo: la precariedad y el precio desorbitado de la vivienda en París les obligaba a ocupar los espacios vacíos de la ciudad a la espera de que la Administración les diera una solución. Para estas familias, la mayoría originarias de Colombia, pero también de Bolivia, Cuba o República Dominicana, la ocupación era una cuestión vital pero también reivindicativa, ya que visibilizaba el problema de muchas personas que, aún con trabajo, se ven excluidos del mercado de la vivienda. Desde entonces, la vida de esta pequeña comunidad latina ha evolucionado en tres actos, con tres decorados, como en una obra de teatro.
La primera experiencia de ocupación terminó al cabo de seis meses, cuando el 29 de julio de 2019 los antidisturbios cortaron la calle y, con el pretexto de que los locales presentaban riesgo de incendio, desalojaron a las cientos de personas que allí vivían. “El desalojo fue muy sonado porque nunca antes se había visto en París una casa ocupada por latinoamericanos. Además, estaban muy bien organizados y determinados”, asegura Laurent Gardin, del comité del Derecho a la vivienda (DAL por sus siglas en francés) de Saint-Ouen, asociación que les guía en la búsqueda de alojamientos sociales.
Tras la expulsión, pasaron un mes a la intemperie, acampados en los laterales del Ayuntamiento de Saint-Ouen, no fuera que el alcalde les olvidase. Entre tiendas de campaña y lonas, crearon ‘la casa en el aire’, una ocupación precaria bajo los castaños de la plaza pero con sus habitantes determinados a llevar su reivindicación hasta las últimas consecuencias. Aquel mes de agosto, intenso en movilizaciones e imágenes, incluye la foto de unos novios vestidos de boda: Eva y su marido Fran, ambos bolivianos, avanzan entre las tiendas de camino al altar; habían pedido cita en la iglesia mucho antes del desalojo.
Con la existencia reducida a lo que cabe en una tienda de campaña, una nueva puerta se abrió para el grupo un mes después, en septiembre. Juliana tenía puesto el ojo en una nave industrial que pertenece al Ayuntamiento de Saint-Ouen. Así que decidieron ocupar de nuevo. De momento, el final del tercer acto de la obra se desarrolla bajo techo de nuevo, con una vida todavía precaria, mientras en la improvisada cocina huele a pollo asado y café.
Con trabajo pero sin casa
El perfil se repite entre los diferentes habitantes de la casa ocupada: inmigrantes latinoamericanos que trabajan en negro, los hombres en la construcción, las mujeres limpiando o cuidando: “Los únicos jefes que cogen a sin papeles son latinos, los franceses solo cogen con papeles”, afirma Eva, cuyo marido, Fran, que lleva en Francia desde 2013 “trabaja en negro y no le pagan el 100% de lo que le tendrían que dar, pero lo coges porque es lo que hay”. Recién casada, Eva juguetea con su anillo de bodas. “Para mí, el matrimonio es importante; tenemos un hijo de ocho años y hay que hacer las cosas bien”, explica. Ahora quieren seguir dando pasos, estabilizarse e integrarse en Francia: “Queremos demostrar que somos trabajadores y que surgimos de nuestro propio quehacer, no venimos a robar ni a vivir del Gobierno, ni mucho menos”.Si quieres una vivienda que cuesta 1.500 euros, tienes que ganar 4.500, y nosotros, latinos en París, ¿dónde vamos a ganar ese dinero?Las barreras, además de administrativas, son económicas, como confirma Juliana, colombiana y madre de tres hijos, que tras 22 años en Francia sí que goza de una tarjeta de residencia válida para diez años. “Si quieres una vivienda que cuesta 1.500 euros, tienes que ganar 4.500, y nosotros, latinos en París, ¿dónde vamos a ganar ese dinero?”. Una visión que comparten todos los que están aquí, como el colombiano Rodelfi Estupiñán Ledesma: “Pedimos al Gobierno que nos facilite cómo pagar una vivienda porque aquí todo el mundo trabaja, a pesar de que nadie nos haya dado permiso”.
En un país con un salario mínimo neto de 1.171 euros, el precio medio de compra batió récords en la capital en septiembre al alcanzar los 10.000 euros el metro cuadrado, unos niveles que repercuten en el precio del alquiler: un apartamento de 21 metros cuadrados costaba de media en marzo de este año 1.079 euros, según datos de LocService.fr. Desde la asociación DAL se reclama la vuelta de una política social de vivienda más intervencionista “para que se hagan rehabilitaciones de edificios, se construyan más viviendas sociales y se requisen las vacías”, en una ciudad que, como recuerda el DAL, tiene el récord mundial de anuncios en Airbnb: 60.000.
Para los habitantes de esta última casa ocupa, su esperanza se llama Ley de derecho exigible a la Vivienda (DALO por sus siglas en francés), una ley que obliga al Estado a garantizar un alojamiento a toda persona con papeles que lo demande. “La DALO se creó como una medida de urgencia, pero se ha convertido en una rutina más ante la escasez de alojamiento”, confirma Laurent Gardin, miembro del DAL. Según los propios datos del Gobierno, la tasa de respuestas favorables se situó en un 30% en 2017.
huyendo de la violencia en Colombia
El 90% de los ocupas de Saint-Ouen son colombianos que, en muchos casos, son víctimas de violencia en su país y que están, por lo tanto, amparados por la Ley de asilo en Francia: “Tenemos siete personas que ya tienen el estatuto de refugiado y otras seis con su petición en curso”, confirma Edwin Bravo. Con el reconocimiento del asilo, los inmigrantes obtienen el derecho a permanecer en el país y pueden reclamar el derecho de alojamiento.Es el mundo al revés: dejan las puertas del país abiertas para que entre gente ahuyentada de la violencia y con esperanzas de una mejor calidad de vida, pero llegan aquí y siguen sufriendo“Es el mundo al revés —afirma Rodelfi, que llegó a París en avión el 27 de febrero de 2018—, dejan las puertas del país abiertas para que entre gente ahuyentada de la violencia y con esperanzas de una mejor calidad de vida, pero llegan aquí y siguen sufriendo”. Las historias de los colombianos Rodelfi, Elva y su hijo Luis Miguel, o de Edwin Bravo y su familia, reflejan este nudo gordiano burocrático. “No estoy durmiendo bajo una lona con mis dos hijas por gusto —afirma Rodelfi—, venimos de Balboa, en Cauca, una zona 100% cocalera que se disputan las FARC y los paramilitares armados por Álvaro Uribe, donde, además, desde los acuerdos de paz las hectáreas de coca han aumentado”.
Mejor suerte han corrido Edwin Bravo y Elva Villera, ya que ambos han podido obtener el derecho de asilo en Francia mediante la presentación de las denuncias de la violencia que sufrieron en su país: “El papá de mi hijo y yo teníamos un restaurante en Ciénaga de Oro y nos cobraban vacuna [extorsión cobrada por grupos guerrilleros o paramilitares para no atacar a alguien], nos extorsionaban”, relata Elva. “Y por no pagar lo desaparecieron, di parte a las autoridades en Colombia pero nunca me dieron noticias de él”, continúa. Edwin, un gigante de un metro noventa, por su parte, viene de Buenaventura: “Yo tenía un puesto en el centro de la ciudad y, como tenía acceso a mucha gente, querían que reclutara personas para las filas de los paramilitares; como me negué, me empezaron a amenazar y me hicieron un atentado, me hicieron varios tiros a la casa. Así que, finalizando 2008, me fui”. Buenaventura es el mayor puerto de mercancías de Colombia, por ahí pasa el 60% de lo que sale del país, según señala Edwin. “Por lo tanto, mucha droga”, puntualiza. El cuerpo de Edwin guarda la memoria de aquellos días en dos tatuajes: uno del mapa de Colombia y otro donde se lee “si no te mata, te hace más fuerte”.
Tanto para Edwin como para Elva, la elección de Francia como país de asilo se explica por la proximidad de Colombia con el territorio francés de ultramar de la Guayana. “Salí de mi país en 2011 con dirección a Venezuela, de donde pasamos a Brasil y finalmente cruzamos a la Guayana francesa, donde, con las denuncias de la violencia que sufrí en Colombia, pedí el asilo”, relata Elva. Ya con un estatuto de asilo y el derecho de permanecer en el país diez años, Elva y su hijo Luis Miguel cruzaron al continente europeo. Recorrido similar al de Edwin, quien estuvo un año y medio viviendo en una casa ocupada en la Guayana mientras estudiaban su solicitud de asilo. “Estábamos en 2009, y yo veía que cada vez llegaban más colombianos a la Guayana, temía que mi situación empeorase, entré en pánico y decidí venirme a Francia en avión”.
Emmanuel Macron tiene una obsesión con el tema de la migración, desde un punto de vista muy reaccionario: securitario y policialDe las más de 122.000 solicitudes de asilo que gestionó Francia en 2018, solo el 2% se realizaron en la Guayana, una cifra bastante baja si se tiene en cuenta su situación estratégica en América latina y que se explica, según Héloïse Mary, cofundadora de la Oficina de acogida y acompañamiento de migrantes (BAAM por su siglas en francés), porque “aunque la Guayana tenga el mismo estatuto que cualquier otra región de Francia, el Gobierno modificó la ley en septiembre de 2018 para que el plazo de presentación de la solicitud de asilo sea más corto allí”, reduciendo a solo siete el número de días que tiene un migrante desde que hace la petición en la Subdelegación del Gobierno hasta que presenta el papeleo para la solicitud. Para Mary, el presidente de la República, Emmanuel Macron, quien declaró en 2017 que la Guayana era un territorio “demasiado atractivo“ para personas que, según él, no necesitan necesariamente del estatuto de asilo, “tiene una obsesión con el tema de la migración, desde un punto de vista muy reaccionario: securitario y policial”.
Francia es, tras Alemania, el país de Europa que más peticiones de asilo recibió en 2018 según Eurostat. La cifra ha ido en aumento desde 2014, según Mary, porque a los inmigrantes no se les deja otra opción: “Francia lleva desde 1974 buscando complicar al máximo el proceso de inmigración, tanto la reagrupación familiar como las regularizaciones. Por lo que la única vía que les queda a los migrantes es la solicitud de asilo”.