Guerra en Ucrania
Los campos de refugiados de Polonia, al límite

Durante el fin de semana cruzaron la frontera 272.000 personas, la cifra más alta desde el inicio del conflicto bélico y el mayor movimiento migratorio desde la Segunda Guerra Mundial.
10 mar 2022 05:33

“He estado más de 24 horas en el tren sin poder salir del vagón, de pie, sin agua ni comida y con mis dos hijos estirados en el suelo entre el equipaje”, relata entre lágrimas Valerie a El Salto nada más llegar a la estación de tren de Przsemyl, procedente de la frontera. Como ella, cada día son más y en peores condiciones las personas que llegan a Polonia buscando a la desesperada la salida de un conflicto que se recrudece día tras día.

El éxodo de refugiados desde que estalló el conflicto armado se ha acentuado. En el último fin de semana, 272.000 personas han cruzado la frontera con Polonia, más de un millón de huidas si se atiende a las cifras desde que comenzó la invasión, según los datos facilitados por la Oficina de la Policía Fronteriza de Polonia. Los que entran esperan en los controles de frontera más de diez horas. Las largas colas de los principales pasos están provocando que muchos ucranianos intenten cruzar por pequeños puertos de montaña o incluso intentando saltar la concertina de forma desesperada. En total, ya son más de 1,7 millones las personas que han abandonado Ucrania desde el inicio del conflicto armado el pasado 24 de febrero, según las cifras facilitadas por ACNUR.

Con temperaturas que a duras penas superan los 0 grados durante el día y las nevadas intermitentes que irrumpen en mitad de la noche, las esperas para cruzar a territorio europeo se pueden llegar a convertir en un verdadero infierno. Los soldados ucranianos ordenan a los que llegan cuatro filas distintas dando prioridad a las mujeres y los niños. “No es verdad que exista ningún tipo de racismo cuando llegas al borde. Lo que pasa es que dan prioridad a mujeres y niños, y la mayoría de los hombres que llegamos no tenemos la nacionalidad ucraniana. En caso contrario, estaríamos obligados a quedarnos a luchar”, explica un joven argentino que no ha querido dar su nombre. Mientras carga unas cajas con chocolatinas, explica que él es un refugiado más que se encontraba viajando por Ucrania cuando las tropas rusas entraron. Ahora ha decidido quedarse a este lado de la frontera como voluntario. “¿Qué voy a hacer? Cuando te encuentras ante una situación así y la vives en primera persona no te queda otro remedio que ayudar”.

Lo que empezó con una pequeña mesa y varios cargadores portátiles para ayudar a aquellos que no tenían batería en sus teléfonos se ha convertido en el campo de refugiados más grande de la región

Aunque la logística y la organización tanto de la administración del país como de los miles de voluntarios y organizaciones está siendo ejemplar, el gran volumen de gente que se acumula en los puntos fronterizos está empezando a hacer sus primeros estragos. Es el caso de Korczowa, en la región sur, donde se ha habilitado un centro comercial que da cobijo a más de 6.000 personas sin tener capacidad para ello. “Vamos a intentar pasar aquí la noche, aunque no sea el mejor lugar para ello. Llevamos dos días sin dormir y no tenemos dónde ir”, explica con la voz entrecortada Aylona, que ha conseguido escapar de Ucrania con su madre en autobús. Ya sea por el shock que produce una situación así o por el gran alivio que experimentan al pisar territorio seguro por primera vez tras días de incertidumbre absoluta, los rostros de los que llegan no desprenden sensación de desesperación o angustia palpables a primera vista.

En las múltiples entradas del recinto se acumulan decenas de personas en pocos segundos cada vez que llega un autobús procedente del punto fronterizo, situado a escasos seis kilómetros de distancia. Las inmediaciones del centro comercial son un vaivén constante de vehículos que se desplazan hacia distintos lugares del interior del país donde, a su vez, también les esperan autobuses hacia otras ciudades europeas. Un megáfono estridente anuncia los destinos y salidas de autobuses. En el interior, centenares de hamacas se disponen en fila a lo largo de los pasillos. En la relativa calma de saberse en un sitio donde reposar, muchos estallan a llorar por primera vez después de días de viaje.

A pocos kilómetros al sur, en otro centro comercial cerca de la estación de Przemysl —una de las zonas cero de llegada de refugiados— se recibe a la mayoría de los que entran por la frontera de Medyka. Lo que empezó con una pequeña mesa y varios cargadores portátiles para ayudar a aquellos que no tenían batería en sus teléfonos se ha convertido en el campo de refugiados más grande de la región. Jan, un voluntario británico, fue el primero que llegó al lugar, completamente solo y con los recursos que tenía. Combina su actividad de ayuda en el terreno con viajes recurrentes al Reino Unido donde coordina el envío de alimentos y productos de primera necesidad. Reacio a los medios, desvía cualquier foco de atención hacia los refugiados y la necesidad de que se incremente la ayuda ante una situación que tilda de “extremadamente delicada”.

refugiados ucrania en Polonia
En el último fin de semana, 272.000 personas han cruzado la frontera con Polonia. Cristina Tallón


La mayoría de los que llegan, según explican los coordinadores de los centros de acogida, ya tienen un lugar dónde quedarse al menos durante algunos días. “El 90% nos dicen que tienen amigos, familiares o compañeros que les han ofrecido un espacio donde quedarse. El resto intentamos que puedan cobijarse en casas de voluntarios, hoteles o albergues”, explica Armin Azadeh, una voluntaria de Ucranian Refugees Assitance (URA) que llegó el pasado viernes procedente de París. “A pesar del increíble despliegue logístico para atender a todas las personas que van llegando cada día, todo esto va a ir a peor. Hay que estar preparados para lo pueda pasar. Necesitamos ayuda de todos los países, si no esto puede convertirse en un cuello de botella”.

El principal país receptor de refugiados vigila de cerca las cifras de llegadas con el miedo a que en unos días no puedan seguir ubicándolos. La solidaridad de los vecinos de las localidades cercanas a las fronteras se traduce en donaciones diarias. En lo que hace una semana era un aparcamiento de un centro comercial se acumulan cientos de sacos llenos de ropa de abrigo y zapatos. Los kilómetros de caminata para poder sentirse a salvo hacen que muchos tengan que buscar calzado al llegar. Entre las bolsas con donaciones, se levantan carpas con sopa caliente, café y comida gratuita para poder entrar en calor. Hasta aquí también llegan muchos camiones con aportaciones de otros países. “Ahora mismo lo que más necesitamos enviar al país vecino son botas militares, cascos y chalecos. Por favor, difundidlo entre todos vuestros compañeros”, comenta un voluntario a la prensa.

La mayoría de los refugiados ruegan la intervención de los países europeos cada vez que se les pregunta por la resolución del conflicto. “Si no ayudan con militares, vamos a salir todos perdiendo. Hui de Yemen por la guerra y ahora tengo volver a salir corriendo. Por favor, paren esta completa locura de una vez”, exclama entre llantos un joven mientras corre hacia el autobús mas cercano con un bebé en brazos.

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