Guerra en Ucrania
Disidentes rusos en Serbia, un exilio en campo contrario

Ante la negativa europea a conceder visados a ciudadanos rusos, quienes se oponen a la guerra se ven forzados a buscar refugio en el único país que les concede visados, pero que es también el más cercano aliado de Putin en el continente.
Foto Pintada putin
Una pintada de Putin boicoteada en Belgrado. Ricard González
Belgrado
15 nov 2022 06:00

Desde hace más de un siglo, Serbia y Rusia han sido aliados en el campo de batalla balcánico, por lo que existe una simpatía mutua entre ambos pueblos. El bombardeo de la OTAN durante la guerra de Kosovo en 1999, cimentó esa alianza y desató un profundo antiamericanismo aún vigente. Serbia es hoy el país más pro-Kremlin de Europa. Sin embargo, a causa de las sanciones de la Unión Europea que restringen la política de visados a los ciudadanos rusos, a los disidentes o desertores les quedan pocas opciones, y Serbia les ofrece, de momento, una entrada libre de visados. Su situación es toda una rareza en términos históricos, ya que los exiliados suelen dirigirse a países hostiles al régimen del que huyen.

“Escogí Serbia porque ya tenía amigos aquí que me podían ayudar en temas logísticos, como el alojamiento. También valoré el hecho de tener una lengua parecida y una misma religión, la ortodoxa. No me veía en un país musulmán”, confiesa Ivan, que pertenece a la última ola de exiliados rusos en llegar a Serbia, muchos de ellos escapando a la movilización parcial decretada por el presidente ruso, Vladimir Putin.

“Estoy en la reserva, por lo que es muy probable que me llamen a filas. Y no quiero ir a luchar a una guerra sembrada de mentiras. Si Rusia fuera atacada, entonces incluso me alistaría voluntario”

“Estoy en la reserva, por lo que es muy probable que me llamen a filas. Y no quiero ir a luchar a una guerra sembrada de mentiras. Sus objetivos ya han cambiado varias veces. Si Rusia fuera atacada, entonces incluso me alistaría voluntario”, apunta Ivan, un nombre falso por motivos de seguridad. Su suegro es de origen ucraniano, país en el que vive su hermano y buena parte de su familia. “El solo hecho de que llamen a filas a mi suegro y pueda luchar contra su propio hermano me revuelve el estómago”, espeta. Según el Gobierno serbio, unos 20.000 rusos han solicitado la residencia permanente, pero otras decenas de miles viven con un visado de turista, lo que les obliga salir del país cada 30 días. El influjo de rusos ha provocado que se dispare el precio de los alquileres en la capital, y los billetes de avión se llegan a pagar hasta los 5.000 euros.

Peter Nikitin, un ruso casado con una mujer serbia que reside en Belgrado desde hace un lustro, ha liderado la organización de las protestas contra la guerra entre la comunidad rusa de Belgrado. Creó un grupo de Facebook llamado: “Rusos, ucranianos, bielorrusos y serbios contra la guerra”. No obstante, después de la masacre de Bucha, los ucranianos decidieron organizar sus propias protestas. “Para ganar la guerra, creen que necesitan crear un enemigo que es todo el pueblo ruso. Lo entiendo, pero la guerra es culpa de Putin y su Gobierno, no de todo el pueblo”, razona Nikitin. A pesar de las discrepancias, los disidentes rusos continúa realizando donaciones a ONGs humanitarias ucranianas, y algunos incluso ayudan a confeccionar redes de camuflaje para el Ejército ucraniano. 

Teniendo en cuenta que los exiliados rusos en Serbia se cuentan por decenas de miles, las manifestaciones anti-guerra solo suelen reunir a una pequeña minoría de ellos. En la última protestas, hecha después de la anexión de cuatro provincias ucranianas por el Kremlin, se congregaron unas 500 personas. “La mayoría tienen mucho miedo y no se quieren exponer. Siempre están mirando por encimas del hombro. Después de vivir en una dictadura, puedes entrar en una especie de paranoia”, justifica Nikitin, más protegido por disponer también de la nacionalidad holandesa. 

Los exiliados coinciden en que la policía serbia se comporta de forma profesional y protege las protestas de posibles ataques. Katia, una activista política que llegó a Serbia poco después del estallido de la guerra, cree que el problema son los movimientos ultranacionalistas serbios. “En sus grupos de Telegram, comparten nuestras fotos y nos amenazan. Por ejemplo, la mía ha circulado. De momento, no nos han atacado, pero no es agradable”, dice esta valiente graduada en filosofía. A veces, sale a las calles de Belgrado con un par de amigas sosteniendo pancartas contra la guerra, y algunos peatones las increpan: “Algunos son serbios, pero creo que más bien son rusos pro-Putin, que también los hay aquí”.
Un asunto que genera un consenso absoluto entre la diáspora rusa es el rechazo a la política europea de visados. “Me parece bien que no se deje entrar a los turistas rusos. Pero es criminal e inhumano que castiguen a los opositores que quieren huir”

Según las encuestas, un 60% de los serbios se declara “cercano” a Rusia, y un 75% culpa a la OTAN de la guerra. Presionado por la opinión pública, de un lado, y la UE, con la que negocia la adhesión de Serbia, el presidente Alexander Vucic se ve obligado a hacer un complicado juego de equilibrios. “Los americanos están utilizando a los ucranianos para sus intereses imperiales”, sostiene Dragan, un veterano taxista. En las calles, no es difícil encontrar dibujada con spray la letra “Z”, símbolo del Ejército ruso, así como mensajes del tipo “Ucrania es Rusia”. En el centro, los quioscos venden camisetas de Putin que rezan “Todo está saliendo según lo previsto”, una muestra de lo rápido que caducan algunos eslóganes en una guerra. 

Un asunto que genera un consenso absoluto entre la diáspora rusa es el rechazo a la política europea de visados. “Me parece bien que no se deje entrar a los turistas rusos. Pero es criminal e inhumano que castiguen a los opositores que quieren huir”, sostiene Katia, preocupada porque Vucic ha declarado que pondrá fin a la libre entrada a los ciudadanos rusos a partir del año próximo. Esto le permitiría alcanzar un logro difícil en esta guerra: satisfacer a la vez a Moscú, que dificulta la huida de los disidentes, y a Occidente, que exige a Belgrado que aplique sanciones a Rusia, algo que hasta ahora no ha hecho. La única opción de entrar a la UE para los disidentes rusos que huyen de la represión y la guerra es obtener un visado humanitario, algo que Katia ha intentado conseguir para algunos de sus amigos sin mucha suerte. “Los visados diplomáticos son muy difíciles de recibir y el proceso burocrático es muy largo. Alemania, por ejemplo, solo ha dado unos centenares. Si Vucic cambia la política de visados, no sé qué haremos, la verdad”, se pregunta angustiada.

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