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Guerra en Ucrania
Tánatos triunfante
¿Requiere la hegemonía un gran diseño? En un mundo en el que un millar de oligarcas cubiertos de oro y jeques multimillonarios acompañados por los dioses del silicio gobiernan el futuro de la humanidad, no debería sorprendernos descubrir que la codicia engendra mentes reptilianas. Lo que más me llama la atención de estos extraños días, mientras en tierras ucranianas las bombas termobáricas derriten centros comerciales y los incendios hacen estrago en los reactores nucleares, es la incapacidad de nuestros superhombres para fundamental y legitimar su poder en uno u otro relato plausible sobre el futuro inmediato.
Según todos los indicios, Putin, que se rodea de tanta astrología, misticismo y perversión como los últimos Romanov, cree sinceramente que debe salvar a los ucranianos de ser ucranianos para que el destino celestial del Rus no sea imposible. Hay que destruir el presente para convertir en futuro un pasado imaginario.
Lejos de la imagen de hombre hiperfuerte y maestro del engaño admirada por Trump, Orbán y Bolsonaro, Putin es simplemente despiadado, impetuoso y propenso al pánico. La gente que hasta que empezaron a caer los misiles sobre Ucrania se reía en las calles de Kiev y Moscú ante la amenaza de la guerra, solo pecó de ingenuidad al confiar en que ningún líder racional sacrificaría la economía rusa del siglo XXI para levantar una falsa águila bifronte sobre el río Dniéper.
De hecho, ningún líder racional lo hubiera hecho.
Estos días todo el mundo cita a Gramsci sobre el interregno, pero ello supone que algo nuevo nacerá o podría nacer. Yo lo dudoAl otro lado del Atlántico, Biden se halla inmerso en una sesión de espiritismo ininterrumpida con Dean Acheson (1893-1971, secretario de Estado estadounidense entre 1949 y 1953) y todos los fantasmas de las guerras frías del pasado. La Casa Blanca carece de visión respecto al desierto que ayudó a crear. Todos los think tanks y las mentes geniales que supuestamente guían el ala Clinton-Obama del Partido Demócrata tienen, a su manera, el mismo cerebro de lagarto, primitivo, agresivo y básico, que los adivinos del Kremlin. No pueden imaginar ningún otro marco intelectual para el declive del poderío estadounidense que la competencia con Rusia y China en materia nuclear (casi podríamos oír su suspiro de alivio, cuando Putin les ha quitado de encima la carga intelectual de tener que pensar en una estrategia global factible en el Antropoceno). Al final, cuando ha llegado al poder, Biden ha resultado ser el mismo belicista que temíamos que fuera Hilary Clinton. Aunque ahora nos distrae Europa del Este, ¿quién puede dudar de la determinación de Biden de buscar la confrontación en el Mar del Sur de China, cuyas aguas son mucho más peligrosas que las del Mar Negro?
Entretanto, la Casa Blanca parece haber abandonado sin contemplaciones su débil compromiso con el progresismo. Una semana después de la publicación del informe más aterrador de la historia, que sugiere la próxima aniquilación de la pobre humanidad, el cambio climático no mereció ni una mención en el discurso sobre el estado de la Unión (¿cómo podría ello compararse con la trascendental urgencia de reconstruir la OTAN?) Y Trayvon Martin y George Floyd son ahora solo despojos atropellados que desaparecen rápidamente de la vista en el espejo retrovisor de la limusina presidencial, mientras Biden se apresura a asegurar a la policía que es su mejor amigo.
Una OTAN ampliada y atrincherada tras un nuevo muro oriental constituye un remedio peor que la enfermedad
Pero no se trata simplemente de una traición: la izquierda estadounidense tiene su propia cuota de responsabilidad en esta desastrosa situación. Prácticamente ninguna de las energías generadas por Occupy Wall Street, Black Lives Matter y las campañas de Sanders se canalizaron para repensar las cuestiones globales y promover una política de solidaridad innovadora. Tampoco se ha producido la renovación generacional de la inteligencia radical (I. F. Stone, Isaac Deutscher, William Appleman Williams, D. F. Fleming, John Gerassi, Gabriel Kolko, Noam Chomsky... por citar tan solo algunos nombres), que en su día se concentró en analizar minuciosa y escrupulosamente la política exterior estadounidense.
Por su parte, la UE tampoco ha entendido los problemas que definen la época ni los fundamentos de una nueva geopolítica. Alemania en particular, tras haber ligado su destino a las relaciones comerciales con China y al suministro de gas natural proveniente de Rusia, corre el riesgo de sufrir una desorientación espectacular. La coalición paniaguada de Berlín está mal equipada, por no decir otra cosa, para encontrar un camino alternativo hacia la prosperidad. Del mismo modo, Bruselas, aunque reanimada temporalmente gracias al peligro ruso, sigue siendo la capital de un super Estado fallido, una unión que ha sido incapaz de gestionar colectivamente la crisis migratoria, la pandemia o el desafío de los hombres fuertes de Budapest y Varsovia. Una OTAN ampliada y atrincherada tras un nuevo muro oriental constituye un remedio peor que la enfermedad.
En parte se trata de la victoria de un presentismo patológico, que efectúa todos los cálculos en función de los beneficios obtenidos a corto plazo a fin de permitir que los súperricos consuman todas las cosas buenas de la tierra durante sus vidas
Estos días todo el mundo cita a Gramsci sobre el interregno, pero ello supone que algo nuevo nacerá o podría nacer. Yo lo dudo. Creo que lo que debemos diagnosticar en su lugar es un tumor cerebral en la clase dominante: una creciente incapacidad para comprender coherentemente el cambio global como zócalo para definir intereses comunes y formular estrategias a gran escala.
En parte se trata de la victoria de un presentismo patológico, que efectúa todos los cálculos en función de los beneficios obtenidos a corto plazo a fin de permitir que los súperricos consuman todas las cosas buenas de la tierra durante sus vidas (Michel Aglietta, en su reciente libro Capitalisme: le temps des ruptures, publicado en 2019, subraya el carácter inédito de la nueva fractura sacrificial entre generaciones). La codicia se ha radicalizado hasta el punto de que ya no necesita pensadores políticos ni intelectuales orgánicos, únicamente Fox News y ancho de banda. En el peor de los casos, Elon Musk simplemente liderará una migración multimillonaria fuera del planeta.
También puede darse el caso de que nuestros gobernantes estén ciegos, porque no sienten la mirada penetrante de la revolución, sea esta burguesa o proletaria. Una era revolucionaria puede vestirse con ropajes del pasado (como explica Marx en El Dieciocho Brumario de Louis Bonaparte, 1852), pero se define a sí misma por el reconocimiento de las posibilidades de reorganización de la sociedad surgidas de las nuevas fuerzas de la tecnología y la economía. En ausencia de una conciencia revolucionaria externa y de la amenaza de la insurrección, los viejos órdenes no producen sus propios (contra)visionarios.
Aunque Xi Jimping ha fortalecido económica y militarmente el peso de China, su imprudente desencadenamiento del ultranacionalismo podría abrir la caja de Pandora nuclear
Permítaseme señalar, sin embargo, el curioso ejemplo de la conferencia pronunciada por Thomas Piketty el pasado 16 de febrero en la National Defense University del Pentágono. En el marco de una serie de disertaciones sobre la “respuesta a China”, el economista francés argumentó que “Occidente” debe desafiar la creciente hegemonía de Pekín abandonando su “anticuado modelo hipercapitalista” y promoviendo en su lugar un “nuevo horizonte igualitario emancipador a escala global”. Una sede y un pretexto cuanto menos extraños para defender el socialismo democrático.
Mientras tanto, la naturaleza vuelve a tomar las riendas de la historia, haciendo sus propias compensaciones titánicas a expensas de las potencias, especialmente sobre las infraestructuras naturales y construidas, que los imperios en un momento creyeron controlar. Desde este punto de vista, el “Antropoceno”, con su tono prometeico, parece especialmente inadecuado para la realidad del capitalismo apocalíptico.
Como objeción a mi pesimismo, podría afirmarse que China tiene una visión sagaz allí donde todos los demás están ciegos. Ciertamente, su vasta visión de una Eurasia unificada, el proyecto del Cinturón y la Ruta, es un gran diseño para el futuro inigualable desde que el sol del “siglo americano” se elevó sobre el mundo destrozado por la Segunda Guerra Mundial. Pero el genio de China, 1949-1959 y 1979-2013, ha sido la práctica del liderazgo colectivo, centralizado pero plurívoco, anclada en la tradición renovada de su mandarinismo. Xi Jinping, en su ascenso al trono de Mao, es el gusano en la manzana. Aunque ha fortalecido económica y militarmente el peso de China, su imprudente desencadenamiento del ultranacionalismo podría abrir la caja de Pandora nuclear.
Estamos viviendo la edición de pesadilla de “los grandes hombres hacen la historia”. A diferencia de la Guerra Fría en su momento álgido, cuando los politburós, los parlamentos, los gabinetes presidenciales y los estados mayores contrarrestaban hasta cierto punto la megalomanía presente en la cúspide del poder, hay pocos interruptores de seguridad entre los máximos dirigentes de hoy en día y el Armagedón. Nunca se ha puesto en tan pocas manos una amalgama tan inmensa de poder económico, mediático y militar, lo cual nos debería invitar a rendir nuestro homenaje sobre las tumbas de los héroes Aleksandr Ilyich Ulyanov, Alexander Berkman y el incomparable Sholem Schwarzbard.