Guerra en Ucrania
Pensarla y explicarla, no solo condenarla

Es increíble y taimado, pero los 74 años de transcurso de la antigua URSS están siendo sistemáticamente extrapolados a la situación actual.
Población civil Ucrania - 14
Un soldado ucraniano en el metro de Kiev. Diego Herrera
11 mar 2022 10:43

El populoso frente anti ruso, originado por la guerra de Ucrania y formado por gobiernos, medios de comunicación e intelectualidad, maravilla por su rotundidad sin apenas fisuras, su monolitismo argumental radicalmente parcial y su ceguera histórica como posición común y poco menos que sacrosanta en nombre de “Occidente y sus valores”. Todo lo cual resulta muy difícil de justificar si se abandona la visión imperante, espectacularmente seguidista, euro/otancentrista.

En efecto, al vibrante y encomiable No a la guerra, pero que incluso en las manifestaciones de protesta resulta insuficiente y algo ambiguo, es necesario añadirle, en el caso presente, un No a la OTAN, que aporte la señal de que el conflicto se piensa y analiza, buscando los porqués. Buscando esas causas, necesarias de identificar, son tres los ejes argumentales (o entornos analíticos a considerar) que no deben ser ignorados si lealmente queremos explicarnos la situación bélica a la que se ha llegado en Ucrania, con sus precedentes, tras la intervención rusa.

El primer eje explicativo es histórico. La historia no debe ser nunca dejada de lado, y menos si es reciente. En general, los hechos pasados, con su dinámica y sus consecuencias, debieran dejar establecida una verdad reconocida por cualquier filosofía de la historia, siendo este marco capaz de aportar lógica y sentido a la sucesión de los acontecimientos. Y hay que destacar que —aun dejando aparte la integración histórica de Ucrania y los ucranianos en Rusia, tanto durante los siglos de Imperio zarista, a partir del siglo XVI, como durante la existencia de la Unión Soviética (1917-1991), con muy breves (y dramáticos) periodos de independencia teórica— en la confrontación actual está sorprendentemente presente el espantajo de la URSS finiquitada, su naturaleza política comunista y su relativa impronta imperialista, lo que parece alimentar una “resistencia implícita” a reconocer los cambios históricos habidos desde 1991.

Esta negativa a considerar hechos evidentes, es claramente perceptible en la inmensa mayoría de los medios de comunicación, que pasan como sobre ascuas tanto si se trata del carácter capitalista del régimen ruso actual, altamente homogéneo con el de Occidente, como sobre los inocultables crímenes militaristas de la OTAN, especialmente nutridos desde la desaparición de la URSS. Es increíble y taimado, pero los 74 años de transcurso de la antigua URSS están siendo sistemáticamente extrapolados a la situación actual, con el fin, no reconocido, de señalar a los actuales dirigentes rusos como los continuadores de los soviéticos (si no los mismos).

La crisis de Ucrania es el resultado de un proceso político y militar de mala voluntad hacia Rusia

Así, dejan estupefactos análisis como el del prestigioso historiador Julián Casanova (“Putin y la mitología histórica”, en El País, 26-02-2022), que basa en supuestos ilocalizables y en un fervor occidentalista acientífico e impropio, una diatriba delirante contra Putin y la reciente etapa de la Rusia moderna surgida de la descomposición de la URSS, de la que quiere ignorar la agresividad y las humillaciones sufridas por ese Occidente enfundado en la OTAN.

El segundo eje para el análisis es el geopolítico. Parece obviarse la necesidad de recurrir a la geopolítica en un mundo en el que tan presentes están los patrones estratégico-territoriales, y esto es especialmente aplicable a las grandes potencias, sus propias capacidades, sus exigencias derivadas y, también, sus servidumbres, singularmente las defensivas.

Las tres grandes potencias actuales se distinguen, en primer lugar, por un extenso territorio propio, lo que lleva aparejada la necesidad de establecer el correspondiente sistema defensivo de fronteras y recursos. El presidente ruso Putin interpela a los Estados Unidos, en su calidad de factótum en la OTAN, preguntándoles qué harían si tropas rusas se instalaran en la frontera mexicana o en alguna isla del Caribe, sabiendo muy bien que Washington no ha consentido nunca un régimen hostil en todo el continente, considerándolo, sin la menor discusión, su intocable patio trasero. Y con seguridad que tiene bien en cuenta la crisis de 1962, llamada “de los misiles”, cuando Estados Unidos lanzó un ultimátum a la Unión Soviética para que retirara los misiles que pensaba desembarcar en Cuba, con capacidad para alcanzar cualquier objetivo dentro del territorio norteamericano. Moscú depuso su actitud y se retiró, obteniendo a cambio, y por lógica mínima, que Washington retirara su armamento nuclear, adscrito a la OTAN, en el territorio turco, limítrofe con la URSS.

Es este marco, el geopolítico, el que obliga a considerar el muy serio asunto de la seguridad internacional, esencial en el discurso y el transcurso de las grandes potencias y que da lugar a tratados y convenciones numerosas sobre desarme, negociación, inspección mutua…, en una palabra, a la soberanía limitada, mutua y negociada. La seguridad internacional, objeto derivado de las “leyes de la geopolítica”, obliga a ciertas renuncias a la soberanía absoluta de los Estados, por interés mutuo y a cambio de garantías de seguridad internacional… Proclamar hasta arriesgar por ello el ir a la guerra —como hace Occidente con su OTAN y su empeño en integrar a Ucrania en ella—que un Estado tiene todo el derecho del mundo a albergar en su territorio una alianza militar ofensiva que amenaza e intimida a un Estado vecino, es una procacidad y una provocación, lo que la comunidad internacional no debiera consentir en pro de la paz global.

El enfrentamiento Occidente-Rusia ya no puede interpretarse en clave ideológica, ya que ambos mundos practican el mismo capitalismo (brutal, depredador y desigual), sino de mera pugna hegemónica

Tanto la Historia como la Geopolítica señalan que la negativa a negociar la paz y asumir sus exigencias de diverso tipo, insistiendo unilateralmente en avanzar posiciones militares, que es el caso de Estados Unidos y la OTAN, debe responderse oportuna y contundentemente, antes de que, para el acosado, resulte demasiado tarde (o las consecuencias del enfrentamiento inevitable sean más dramáticas de lo esperado). La crisis de Ucrania es el resultado de un proceso político y militar de mala voluntad hacia Rusia, con el papel destacado y dirigente de los Estados Unidos, que en los últimos años, a más de jalear a la OTAN cercando a Rusia, ha abandonado por su cuenta tratados de desarme y contención, precisamente concertados durante la etapa soviética o en los años inmediatos de su final, lo que ha producido la natural decepción y desconfianza de Moscú.

Y el tercer eje es el económico, muy relevante tanto en la preparación de esta crisis como en las medidas de castigo adoptadas por Estados Unidos y sus asociados de la OTAN, que han de considerarse sin precedentes (a más de ilegales) y que buscan, expresamente, un debilitamiento serio y esencial de la economía rusa. En efecto, parece que el enfrentamiento Occidente-Rusia ya no puede interpretarse en clave ideológica, ya que ambos mundos practican el mismo capitalismo (brutal, depredador y desigual), sino de mera pugna hegemónica, y en estas condiciones lo económico resulta ahora el elemento principal, aunque lo enmascare lo militar.

Nadie puede ocultar, ya que los propios interesados lo afirman, que en su pugna con China, los Estados Unidos traman la reducción del potencial económico (y militar, en otro plano) de Rusia

La preparación meticulosa de los “paquetes” de sanciones económico-financieras desde Estados Unidos y la UE así lo confirman, aunque ignoran, muy imprudentemente, los daños a sufrir por las economías europeas. Estados Unidos, sin embargo, no oculta las ventajas económicas, propias, de esta crisis, no ya porque se siente alejado y a salvo en numerosos aspectos, sino porque el debilitamiento europeo a esperar lo beneficia directamente. Estados Unidos pretende sustituir a Rusia en algunos abastecimientos estratégicos, energéticos y alimentarios, que es un objetivo claramente expuesto y que persigue reducir las relaciones de interdependencia europea que incluyen crecientemente a Rusia, proceso que se ha revelado como un neto factor de paz y distensión. Los europeos, sin embargo, no parecen reparar en la perfidia global del papel y el liderazgo norteamericanos (que los maltratan como gesto adicional de humillación del Imperio hacia sus lacayos, más que aliados), de la que difícilmente van a beneficiarse, a medio y largo plazo, en su guerra económica contra Rusia.

Nadie puede ocultar, ya que los propios interesados lo afirman, que en su pugna con China, los Estados Unidos traman la reducción del potencial económico (y militar, en otro plano) de Rusia, a la que todavía cree vulnerable tras los terribles años vividos después de la caída del régimen soviético, para estar mejor preparados en el enfrentamiento, inevitable, con la imparable potencia china. Y como parecen descartar una inminente alianza global ruso-china, insisten en el urgente debilitamiento de Moscú, ya que consideran más fácil frenar el auge de Rusia que el de China. Ahí hay que situar las presiones norteamericanas por bloquear el gasoducto Nord Stream-2 y el previsto a través del Mar Negro, orientadas muy explícitamente a sustituir el gas ruso consumido en Europa por el norteamericano, excedentario tras la fiebre del fracking.

No es, pues, un objetivo prioritario de debilitamiento militar de Rusia lo que pretende Estados Unidos, ni mucho menos un enfrentamiento bélico directo, sino un posicionamiento económico acrecido que, debilitando a Rusia, aumente la dependencia económica de la UE respecto de ellos. La agresividad e intransigencia de la OTAN frente a Rusia, aceleradas en los últimos meses, ha de describirse como mera expresión de su papel como punta de lanza del hegemonismo de Estados Unidos, que es tanto económico como político-militar.

Asistimos, pues, a la continuación, un tanto desesperada y más arriesgada que nunca, del imperialismo estadounidense, infatigablemente intervencionista en todo el mundo, que se caracteriza sobre todo por la protección y extensión de los intereses económicos de sus empresas (y de cuyos empresarios son generalmente extraídos sus líderes políticos). Lo verdaderamente asombroso es la ceguera y la estupidez de los Estados europeos, entre los que incluyo al ucraniano, que no quieren reparar en que esta crisis los identifica como mera carne de cañón y pendencieros de la Historia.

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