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Guerra en Ucrania
El refugio en Moldavia, una acogida frágil
Svetlana, de 21 años, lleva un mes durmiendo en ModElxpo con su hijo Vlad de dos años. Es de las refugiadas que más tiempo han estado en el complejo y los biombos que hacen de pared ya se han ido cubriendo con los dibujos de su hijo. Su madre se quedó en Odesa junto a sus cinco hermanos, ella es la mayor. “Tienen esperanzas de que traiga de dinero”, explica; pero Svetlana con los trabajos que le han ofrecido aquí, cuenta, apenas podría sostenerse sin la ayuda de los centros para refugiados.
“Soy veterinaria, quiero trabajar, no puedo estar aquí dejando pasar el tiempo mientras miro las noticias de la guerra todo el día”, comenta con los ojos llorosos. Iaroslav, su marido de 23 años, está en el frente desde el inicio de la guerra: “Hablamos semanalmente pero no me puede dar mucha información sobre dónde está, yo rezo por él todos los días”. Una almohada con una foto impresa de Svetlana y su marido evidencia lo jóvenes que son ambos. Por el centro de MoldExpo revolotean niños de todas las edades y el hijo de Svetlana corre por los pasillos del centro junto a decenas de niños que se han conocido en este improvisado centro de refugiados.
Moldavia se ha convertido en el país de destino para más de 400.000 refugiados de la guerra de Ucrania. La mayoría cruzan por el sur, por Palanca, y desde allí son dirigidos a Chisinau, la capital. En 1959, MoldExpo era un espacio dedicado a exponer los logros de la economía socialista de la República Socialista Soviética de Moldavia. Con la caída del bloque comunista, el complejo pasó a ser un expositor de negocios y ferias comerciales y durante la pandemia sirvió de hospital de campaña. Hoy sirve de refugio a familias que huyen de la guerra en Ucrania a la vez que expone la fragilidad en la respuesta a la crisis de Moldavia. Natalia, la coordinadora del complejo en MoldExpo, reconoce que falta experiencia: “Hace unas semanas mi equipo y yo estábamos trabajando en el sector comercial y de negocios, con el inicio de la guerra nos hemos convertido en una especie de ONG dedicada a dar acogida a las personas que llegan a MoldExpo”.
En proporción, Moldavia está acogiendo a más refugiados que Polonia, pero existe un escepticismo sobre la respuesta que el gobierno de Moldavia puede ofrecer
En proporción, Moldavia está acogiendo a más refugiados que Polonia, pero existe un escepticismo sobre la respuesta que el gobierno de Moldavia puede ofrecer. Esto ha provocado que organizaciones locales y el propio pueblo ucraniano en Moldavia tomen la delantera en la acogida y envío de ayuda. Organizaciones como el Congreso Nacional de Ucranianos en Moldavia han dado un giro de 180 grados a sus actividades. En la planta baja de un local lleno de cajas de ayuda, Dimitri Legartev, presidente de la organización, trajeado y recién llegado de una reunión en la embajada de Rumanía en busca de financiación, cuenta que “el pueblo moldavo tiene una empatía especial por lo que está pasando, ellos también tienen una zona de su territorio alzada y con apoyo de Rusia: Transnistria”.
“Sin embargo, nosotros ofrecemos una acogida con mejores condiciones. Somos refugiados ayudando a refugiados”, explica Kiril, un joven ucraniano que llegó desde Kiev. “Nosotros sabemos las necesidades de una persona que lo ha dejado todo porque la mayoría aquí lo hemos dejado todo. Cuando llega una madre joven con su hijo no la metemos a un autobús y la mandamos a otro país. Se queda unos días, come, se calma y entonces decide a dónde ir”.
“Si Putin no miente y centra la guerra en el este y sur del país, esperamos una segunda ola por estas fronteras. Por eso toda la logística que podamos tener se queda corta”
Estos representantes de la diáspora ucraniana en Moldavia se organizan para dar casa a los recién llegados, que al poco tiempo ya pasan a formar parte del ejército de voluntarios que trabajan buscando financiación y coordinando el envío de material al otro lado de la frontera. Las líneas de actuación son tres: acogida, recibir ayuda y mandarla a Ucrania y transportes a Alemania, el país destino de la mayoría de refugiados que cruzan por Moldavia. “Si Putin no miente y centra la guerra en el este y sur del país, esperamos una segunda ola por estas fronteras. Por eso toda la logística que podamos tener se queda corta”, comenta Legartev.
Segregación entre los refugiados
Hace apenas unas semanas saltó a la luz una política de segregación hacia los refugiados de etnia gitana que huían de Ucrania. El gobierno moldavo estaba separándolos del resto en un centro deportivo, el Manej Arena de Chisinau, donde se reportaron quejas sobre peores condiciones que en el resto de centros. La denuncia de este espacio en prensa provocó el fin del uso del centro deportivo como centro de refugiados. Sea por una política de segregación o no, la realidad es que los refugiados de etnia gitana han seguido siendo separados del resto.
Hace apenas unas semanas saltó a la luz una política de segregación hacia los refugiados de etnia gitana que huían de Ucrania. La denuncia de este espacio en prensa provocó el fin del uso del centro deportivo como centro de refugiados
Savina, mujer gitana de 27 años, lleva dos semanas en un edificio universitario en desuso en el centro de Chisinau. Ella, como la mayoría en el centro, es de origen romaní y dejó Odesa junto a toda su familia cuando empezó la guerra. “No me quiero quedar aquí, mi plan es continuar hacia Alemania, pero es difícil hacer planes cuando no sabes cuánto tiempo durará la guerra”.
Un voluntario del centro reconoce que aunque sí existe cierta segregación entre los refugiados, él no ve en ello una política discriminatoria por parte de Moldavia: “A veces son los propios refugiados quienes prefieren estar separados. También se quejan unos de los otros o se acusan de sucios, sin embargo aquí puedes entrar a las habitaciones y verás que todo está bastante limpio”.
Parece que la política no escrita es la de “refugiados ucranianos” por un lado y “minorías” por otro: además de gitanos, el resto de refugiados de esta zona son ucranianos de origen ruso, como Anna, joven de 26 años, que cree que no podrá volver a Járkov por la rusofobia que habrá después de la guerra. Otro colectivo que destaca en el centro son las personas que huyen desde Azerbaiyán, como Yalchyn Ismailov, que es la segunda vez que busca refugio en su vida. Este agricultor todavía cojea por el vehículo militar que aplastó su pierna, no durante esta guerra, sino en la de Nagorno-Karabaj en el año 94. De allí tuvo que huir para llegar a Odesa, de donde ahora ha vuelto dejarlo todo mientras espera un autobús prometido por el Consulado de Azerbaiyán con destino a Alemania.