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Historia
Arqueología agraria, cuando los territorios hablan
Vigaña es un pueblín del concejo de Balmonte (Asturies), en una zona no muy lejos de donde los romanos encontraron oro. Oro es lo que está encontrando desde hace diez años el grupo de investigación Llabor de la Universidad de Oviedo, hoy recrecido y reconvertido al inglés, Social Landscape, que lidera la catedrática de Historia Medieval de la Universidad asturiana Margarita Fernández Mier con el también arqueólogo Pablo López. Es otro oro, uno no tan material, pero que no por ello produce menos enriquecimiento. Es el del conocimiento, del saber, de la transmisión. Social landscape hace referencia al paisaje social que, traducido a lo de nuestro territorio, se da en llamar Arqueología agraria.
El objetivo principal es conocer cómo se forman los paisajes y entender la intervención de la mano del ser humano en este paisaje. “Tratamos de comprender cómo este paisaje que vendemos como natural se fue conformando por la mano del hombre, más por lo cultural que por lo natural”, explica Fernández Mier. Y así trabajan en una época muy amplia, agotando estratigrafía para entender la diacronía. Estas palabras se refieren al hecho de estudiar toda la historia que la excavación, capa a capa, les va aportando, agotando cada uno de los períodos históricos que el territorio ofrece: mientras otros se centran en una época concreta, el equipo de Mier abarca varios, desde la actualidad hasta el Neolítico, o viceversa. Y para eso Vigaña ofrece tanta información con una ocupación continuada en el tiempo que se convirtió en el pueblo más estudiado del norte de la Península.
“Vigaña lo tenía todo: una buena documentación por el Monasterio de Balmonte, un yacimiento de la Edad del Hierro. Desde el punto de vista de la organización agraria era un sitio ideal para hacer un estudio de larga duración, además de tener una implicación social fuerte con el territorio”, afirma la historiadora Margarita Fernández Mier
“Llevo diez años trabajando con la excavación arqueológica con la idea de hacer de Vigaña un laboratorio de investigación a partir de un trabajo previo, como es mi tesis, estudiando el sistema agrario, la toponimia… Ya había un trabajo de superficie para entender la diacronía de este paisaje. Ahora había que aplicar una metodología un poco distinta. Vigaña lo tenía todo: una buena documentación por el Monasterio de Balmonte, un yacimiento de la Edad del Hierro. Desde el punto de vista de la organización agraria era un sitio ideal para hacer un estudio de larga duración, además de tener una implicación social fuerte con el territorio”, afirma la historiadora.
Apunta Pablo López, en relación con esta implicación social, que “siempre buscamos una implicación importante de la gente que está allí y que conoce el territorio para que nos abran las puertas y no llegar como entes extraños de fuera. Queremos que el proyecto tenga un recorrido dentro de las comunidades”.
Por eso también se plantean otro tipo de preguntas más allá del cómo vivían y que se centran en el cómo se trabajaba el territorio, las zonas agrícolas o las ganaderas pensando en toda la cronología de ocupación desde finales del Neolítico hasta la actualidad y cómo va cambiando. Esto lleva a Fernández Mier a hacerse la siguiente reflexión que, cuando menos, asusta: “Tenemos una primera datación de hace 6.000 años y puede que en veinte no quede nadie en el pueblo y los podamos excavar arqueológicamente entero”.
Un terreno que habla
Y tras el estudio viene lo más difícil, que es convertir este conocimiento en herramienta útil para el futuro de estos territorios. Hay que asentar las patas del tayuelu en el territorio.
Se sabe poco de la Alta Edad Media, que coincide con la Monarquía Astur. De hecho, se parte de que las ocupaciones altomedievales están bajo los pueblos actuales, pero lo que sí queda demostrado es que hay una continuidad de ocupación desde el siglo VII con la necrópolis de la iglesia de San Pedro, incluso puede que del VI, aunque falta la datación carbónica. Y desde los lugares de hábitat propagaron la investigación a los espacios de cultivo y pasto en los límites del territorio para entender esa configuración del paisaje, qué se cultivaba, dónde y de qué vivía la gente de aquí. Lo que les interesa es hacer una historia del campesinado, de la que hay muy poca información y la que hay la escribieron las élites.
“A saber toda la información que perdemos cuando se hacen carreteras, pero como no hay un seguimiento arqueológico profeisonal y no se documenta… Así que aquí, por cabezonería, queremos hacer algo distinto”, señala Mier
Así encontraron una parcela que se ocupa en la Prehistoria para sufrir un posterior abandono y volver a ocupar en la Alta Edad Media hasta la actualidad. En la campaña de 2012/13 se llevaron la gran sorpresa de descubrir a 2,5 metros de profundidad un yacimiento del Neolítico donde documentaron usos agrarios y lugares de hábitat en el que aparecen hogares que parecen tener que ver con usos castreños. La importancia de este yacimiento es que aporta información de ocupación distinta a la más conocida de aquella época en Asturias y el norte peninsular, más ligado a la ocupación en cuevas o túmulos megalíticos y no tanto a cabañas porque es un material débil que no facilita la conservación. “A saber toda la información que perdemos cuando se hacen carreteras, pero como no hay un seguimiento arqueológico profeisonal y no se documenta… Así que aquí, por cabezonería, queremos hacer algo distinto”, señala Mier.
En la actualidad están excavando en L.linares, que pertenece al pueblo balmontín de Castañera, que limita con el de Vigaña. Allí buscaban un despoblado medieval, escuchando referencias de la vecindad. Pegados a la capilla de Nuestra Señora de L.linares aparecieron restos de ocupación de la Baja Edad Media y Edad Moderna y, debajo, una necrópolis que se superpone a un yacimiento de la Edad del Bronce, “que es espectacular porque de la ocupación doméstica de esta época no sabemos nada en Asturies, en Galicia está más documentada. También parece que hay algo de la época romana”. La espectacularidad es una estructura de combustión (lo que para los neófitos es un horno) prácticamente entera y que podría ser el precedente de las saunas castreñas de la Edad del Hierro.
Este terreno es muy ácido y se come huesos y metales, con lo que se pierde mucha información, pero sí respeta la cerámica asociada al entorno. Dicen que esta estructura de combustión de finales del Bronces (anterior al Hierro) parece asociada a un momento de monumentalización del espacio, que se aterraza y hay una remodelación del espacio. Y es en lo que se centra esta campaña, que abarca un mes dividido en dos quincenas habitadas por estudiantes voluntarios que le dan al cepillo y el recogedor esperando encontrar importantes descubrimientos mientras juegan a los bolos con una jaleo que hace revivir al pueblo, una mezcla local de las modalidades central, occidental y birle.
Creen que el abandono se produce en la época de los romanos y la minería del oro en el valle de al lado, lo que provoca el trasvase de población que no retorna hasta el siglo VII, asentándose en el pueblo hasta la actualidad. A través del tiempo, y del paisaje, se ven todos estos traslados, cambios y usos, como los fosos y las murallas, o la industria hidráulica correspondiente con la minería dorada, sumado a espacios de hábitat, pastos y cultivos: esa es la diacronía del uso del territorio.
“Nosotros proponemos documentar todos esos períodos históricos, seguimos toda la estratigrafía hasta agotarla para sacar información a lo largo del tiempo, porque lo normal es que cada cual busque el yacimiento de su época de estudio en concreto, lo que no te permite ver la duración en el tiempo”, explica Pablo López. También apunta que no buscan los típicos sitios, sino documentar hábitats rurales que no corresponden a las élites, y no ceñirse solo al castro, abriendo la investigación a espacios de cultivo y pasto para mostrar la vida más cotidiana que las fortificaciones, fosos y murallas.
Así es como llegaron a excavar en altura, en montes y puertos, como el pico más alto de los alrededores, El Cuernu, donde suben al ganado en el verano, y que es muy alucinante por el control visual del territorio. Allí encontraron un túmulo que no responde a los típicos conocidos, una estructura hipogea, que demuestra la variedad de túmulos, las diferentes tipologías y que está a la espera de poder continuar con la investigación.
Bajo los pastos
Esa información que aportan los pastos es el embrión del proyecto de López de estudiar los pastos de montaña en Andrúas (Quirós) y Fuexos de Montovo (Balmonte). “Partiendo de todo lo hecho en Vigaña y Santu Adrianu, las experiencias que teníamos en distintas excavaciones y de una arqueología comunitaria y social que luego derivó en el Ecomuséu La Ponte, tratamos de entender las brañas, cuándo se forman y la evolución de los comunales”, cuenta. Andrúas son los puertos a los que subían los de Villanueva de Santu Adrianu, que tenían derecho de facería, y en Montovo porque está cerca de Cueiro, importante braña en el límite entre los concejos de Teverga, Balmonte, Somiéu y con relación con los Salcéu (Grau). Aquí se hacía una importante feria de ganado, documentada sobre todo por el Señorío de Valdecarzana, con una antigua venta, ermita y caída de gentes de otras zonas.
Todos estos trabajos aportaron importante información, como cabañas y enterramientos de animales domésticos, reaprovechamiento de infraestructuras en épocas posteriores… Una información interpretada con otros ojos más centrados en la cotidianeidad y temas prácticos como enterrar a los bichos muertos por salubridad y para ahuyentar a las alimañas: “Información que la gente de la Academia no se plantea. Hay que cambiar el pensamiento en arqueología: buscamos la casa idílica, pero no miramos por qué cayó esa casa, por qué murieron los animales…”.
Esos enterramientos de los siglos XVI-XVII coinciden con documentación sobre los vaqueiros de alzada en la braña Los Fuexos, lo que da idea de cómo desde la cultura material puede documentarse los diferentes grupos sociales y su ocupación de los espacios.
“Lo guapo es ver cómo se mezclan las tradiciones y cómo van saliendo. Se documentan grandes monumentos y enterramientos, pero también aparece información en espacios de media y alta montaña”, resalta el arqueólogo Pablo López
Los puertos de Andrúas, como la zona de Busañe, ofrecen también bajo los pastos capas y capas que se sobreponen desde la historia más joven a la más vieja. Que lo que les pareció una excavación sencilla resultó ser una estructura tan grande que apunta a una venta o un intento de ocupación, bajo la que aparece otra estructura de grandes dimensiones y gran cantidad de materiales prehistóricos recopilados que hablan, a falta de carbono14, de finales del Neolítico, de la Edad del Hierro. De láminas de sílex en una cantidad tal que no es nada habitual y el descubrimiento espectacular de una piedra del rayu (hacha pulimentada en esquisto). “Lo guapo es ver cómo se mezclan las tradiciones y cómo van saliendo. Se documentan grandes monumentos y enterramientos, pero también aparece información en espacios de media y alta montaña”, resalta Pablo López.
Transferencia de doble vía
Uno de los problemas de producir conocimiento es que se queda en la Academia. Y que parece que solo la Academia produce ese conocimiento. Cómo hacer esa transferencia de doble vía, de la arqueología al pueblo y del pueblo a la arqueología, es la siguiente pata del tayuelu porque transferir es poner en valor, es favorecer el orgullo de la identidad, es mantener el arraigo en los pueblos y es, por qué no, atraer y fijar población. Es un trabajo de largo recorrido.
Así el proyecto busca la implicación de la gente, de los indígenas. “A las charlas no iba la gente, pero a los talleres sí. En ellos juntamos el conocimiento científico con el tradicional, lo que la gente del pueblo sabe de los diferentes procesos: del pan, del barro, de cómo teitar una cabaña…”, informa Margarita Fernández Mier.
Para ello contaron con el apoyo del Ayuntamiento, pero les faltaba el de la escuela, al desarrollarse las campañas en el verano. Implicaron al colegio de Balmonte, que trabaja con proyectos, y de esta manera nació ‘ConCiencia Histórica’, que cuenta con financiación del Ministerio por el hecho de trabajar la transferencia de conocimiento.
En este sentido llevan tres años investigando sobre temas como el desaparecido Monasterio de Balmonte, que es donde Mier sacó en su momento la documentación de Vigaña, sobre el agua, recuperando una ruta, ‘La Chalga de los Escolinos’, incluida entre las ofertas turísticas del concejo, y haciendo talleres de arqueología, cerámica, reconstrucción de piezas arqueológicas, zooarqueológicas, arqueología forense. “Ven cómo lo aplicamos, la implicación con el patrimonio y, al final, con el concejo. Los resultados son espectaculares, aprenden un montón, valoran el patrimonio y la implicación con el territorio”, apunta la investigadora en un resumen que pasa por “implicar a la población, al turismo y a la comunidad educativa con un resultado bastante interesante que demuestra la dimensión social del proyecto con esa comunidad educativa y la gente del pueblo”.
Una manera de combatir “el desarraigo frente a esquemas del mundo urbano que nada tienen que ver con ellos y ellas y, además, genera muchos problemas de desapego al espacio. Nosotros hacemos todo lo contrario”, reivindica Mier con el apoyo de López y el resto de investigadores presentes y partícipes durante esta entrevista: Orlando Morán Fernández; el cordobés “al que no echamos ni con agua (ríen)” José Alberto Delgado Arcos, conocido como Lucena; y el colega y voluntario visitante Xosé Firmu García Cosío.
Aunque el covid condicionó bastante esta parte del proyecto, cuentan que liaron a Ambás y Ramsés con su recopilación de la tradición oral, que contaron con Aida Villa Varela, pareja de López, para hacer una encuesta etnográfica intergeneracional, en la que participaron escolares y abuelos y abuelas, tanto los de casa como los de la residencia de la tercera edad. “Cumplimos una función social no solo de acercar la arqueología a la sociedad, algo a veces nos visto por el elitismo intelectual. Hay que plantearse acerca la arqueología a la gente de los pueblos, que son unos informantes fantásticos, y conseguir que ellos se impliquen en la arqueología. Y esto es la co-construcción del conocimiento: es intergeneracional, la arqueología baja al territorio y el territorio sube a la arqueología”, explica Pablo López: “No se trata solo de generar conocimiento, sino de darle aplicabilidad; lo que ahora se llama Reto Demográfico. Se trata de gestionar el territorio por los propios del lugar para fijar a la gente en los pueblos”.
Reclama Fernández Mier que “las administraciones entiendan que todo esto que hacemos es útil para la gestión del paisaje y del territorio. No hablamos el mismo idioma que los políticos y, sobre todo, los técnicos. Por ejemplo es lo que pasa con las concentraciones parcelarias. Nuestro trabajo es importante para eso. Luego, cuando un ingeniero en Oviedo tira una raya en el mapa y les mangan los caminos por donde hacen, pasa lo que pasa, que argaya… porque el camino va por donde va por algo. Para ellos la arqueología es un problema porque les paremos el buldócer. Mientras tanto esto se hace bastante en el norte de Europa y aquí no somos a dar ese paso de la importancia que tiene la historia del paisaje en las remodelaciones”.
“Una cosa es lo que haces como trabajador y otra la que tendrías que reivindicar que se hiciera. Si no se protege la toponimia, los cierres tradicionales… Si antes estábamos a un paso de que desaparezca, ahora ya es medio paso. Por eso es importante seguir reivindicando. Frustra que pasen los años y sigamos igual. Falta visión a largo plazo”. A esta reivindicación que surge desde lo profundo de las entrañas de Pablo, de la tierra, se suma otra: “Tenemos un enquistamiento técnico con la gestión del patrimonio y con los recursos que la gente de los pueblos tiene. No se tienen en cuenta los modelos tradicionales y tenemos políticas adaptadas de otros territorios que no tienen encaje y que generan problemas o derivan en modelos que no enraízan entre las gente de los territorios. Ni los entendemos ni los queremos entender, y tampoco estoy diciendo que haya que vivir como en el siglo XIX. Pero es muy importante tener en cuenta la experiencia acumulada, la evolución de la diacronía, la resiliencia de los territorios, qué es lo que funcionó y lo que no. Eso es lo que nos falta ver”.
“En Europa hablan de Innovación Social, el Horizonte 2020 y 2027 insiste más en lo social y en las problemáticas de las migraciones, las identidades… Éstas son las líneas prioritarias para la UE, pero aquí llegan veinte años tarde”, apunta Margarita Fernández Mier. Esperemos que esos veinte años no sean los que hagan desaparecer territorios como Vigaña, para que no sean pueblos enteros reconvertidos en yacimientos arqueológicos en los que no tengamos más gente con la que cocrear conocimiento.