Opinión
Desde Tegucigalpa, a diez años del golpe de Estado
Diez años en resistencia en Honduras deben ser el espejo de lo que los pueblos pueden sobrevivir volviéndose a pensar. Acá todavía bailamos el fin de semana, comemos frijoles, sembramos maíz y verduras, hacemos foros, hacemos el amor, sembramos los muertos, gritamos asesinos en el entierro de quienes nos han matado.

Hoy 28 de junio, cuando se cumplen diez años de estar en resistencia contra el golpe de Estado en Honduras, agradecemos que haya gente en el mundo apoyándonos. Muchas y muchos de ellos, hondureñas también, expulsadas precisamente por este régimen que instaló —bajo el poder de las armas— un modelo que se traduce en hambre, en desasosiego, en desempleo, en muerte, en presos políticos, en despojo, en proyectos extractivistas, en dolor, en circos electorales, en fraudes anunciados, en corrupción y la impunidad como norma.
Que a pesar de que haya una enorme maquinaria mediática que repite que todo acá está bien, existan ustedes, pueblos hermanados en solidaridad con nuestras resistencias, que buscan entender, colaborar, explicarse, replicar, involucrarse a través de visitas o de nuestros relatos, para compartir un tiempo de nuestra historia, a pesar de sus propios problemas e imposiciones gubernamentales. Es algo que apreciamos mucho, es parte de todo lo que al final, ahora a diez años, celebramos junto a ustedes, nuestras resistencias populares frente al modelo neoliberal que perpetúan patriarcado, clasismo y racismo.
Es el modelo lo que está en juego, es la lógica del megaproyecto lo que está acabando con todo lo que está vivo
Si el poder fuese una cosa tan sencilla como quiénes alternan la silla, si bastara la mentira de muchos partidos de izquierda y de derecha para sostener que la democracia electoral es bondosa y solución a los problemas, las cosas en el mundo, no sólo en Honduras, se estarían resolviendo de otra forma. Pero no, es el modelo lo que está en juego, es la lógica del megaproyecto lo que está acabando con todo lo que está vivo, por eso ya no podemos vernos como naciones, como pequeñas islas con límites territoriales que además responden a intereses de quienes mal han gobernado.
Porque el estado corporación es una realidad, la internacionalización de la lucha de los pueblos cobra una vigencia trascendental y es un imperativo que gana fuerza de a poco, que vamos tejiendo los pueblos, para construir y reconocer otros poderes, para volver a nuestras raíces y volver a pensar cómo vivir por adelantando el sueño, como nos retaba Berta Cáceres, el poder de la ancestralidad de nuestros saberes, sin que sea sólo snobismo o cosa mágica y mucho menos la apertura de nuevos mercados con nuevos consumidores, sino práctica cotidiana para sobrevivir a lo que los poderes fácticos quieren que sea el holocausto humano de la gente que ya empobrecieron económica y espiritualmente hablando.
Diez años en resistencia en Honduras deben ser el espejo de lo que los pueblos pueden sobrevivir volviéndose a pensar, acá todavía bailamos el fin de semana, comemos frijoles, sembramos maíz y verduras, hacemos foros, caminamos las calles, hacemos el amor, sembramos los muertos, gritamos asesinos en el entierro de quienes nos han matado, cantamos en las calles.
Todo está patas arriba y toda la gente tiene una razón para luchar, un lugar, una trinchera, un modo, un tiempo
Las profesoras y profesores junto a los doctores y doctoras conformaron una Plataforma para defender la educación y la salud como un derecho humano que debe ser administrado por el Estado y nunca privatizado en ongs de los mismos que usurpan el Gobierno, la gente de los pueblos indígenas, garífunas y negros, siguen defendiendo sus territorios, los mestizos o ladinos junto a ellas y ellos hacemos encuentros de pueblos en resistencia.
Defendemos la semilla criolla, luchamos contra el monstruo de Monsanto, luchamos porque se despenalice el uso de las pastillas anticonceptivas de emergencia y defendemos el derecho al aborto, luchamos para detener el modelo privatizador de carreteras, de energía eléctrica, del agua potable, es que todo está patas arriba y toda la gente tiene una razón para luchar, un lugar, una trinchera, un modo, un tiempo, unas ganas increíbles de que vuelva a ser nuestro lo que hace siglos nos arrancaron con cruces, espejos y armas.
Reímos y lloramos y nos secamos las lágrimas porque no queda de otra que seguir, vemos con horror cómo van hacia el norte por miles con nada más que una mochilita que más que ropa lleva miedo porque es de gente que no anda siquiera buscando un sueño, sino salvándose de la pesadilla que amenaza con extorsión, hambre y luto y caminan porque caminar es lo que mejor sabemos hacer, caminamos buscando respuestas, y acá otras nos quedamos para que un día regresen y haya cosecha del fruto que hoy sembramos con sus pasos y los nuestros.
Hoy, a diez años del golpe de Estado, Honduras en el mundo sigue siendo y sigue estando en Resistencia.
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