Evidencias que deberían cambiar nuestra relación con otras especies

La ciencia ha zanjado el debate: los animales experimentan dolor, buscan su libertad y luchan por sus vidas. Los datos están sobre la mesa, pero preferimos mirar hacia otro lado.
Cambiar nuestra relación con otras especies
Aitor Garmendia (Tras los Muros) Cerdas enjauladas en el área de gestación de una granja.
13 ago 2025 07:08

Un cerdo tiene la inteligencia de un niño de tres años. Una vaca reconoce a más de cien individuos de su especie y establece amistades que duran toda la vida. Un pulpo resuelve laberintos y usa herramientas. Un pez reconoce rostros humanos y puede aprender trucos. Estos no son datos anecdóticos: son conclusiones publicadas en las revistas científicas más prestigiosas del mundo. Y sin embargo, cada año sometemos a más de 80.000 millones de estos seres sintientes a vidas de confinamiento y muertes programadas.

El elefante en la habitación que fingimos no ver

Imaginemos esta situación. Si alguien pateara a un perro en la calle, probablemente intervendríamos o al menos sentiríamos indignación. Si viéramos a alguien abandonar gatitos en una bolsa de basura, lo denunciaríamos. Pero esa misma capacidad de sentir dolor que reconocemos instantáneamente en perros y gatos —y que nos mueve a protegerlos— la tiene el cerdo que convertimos en jamón, la vaca que produce leche tras dar a luz, el visón que acaba siendo un abrigo, el ratón que matamos tras torturarlo en un laboratorio.

La neurociencia ha mapeado los circuitos del dolor con precisión milimétrica. Sabemos que cuando una gallina es desplumada, sus nociceptores envían exactamente las mismas señales que los nuestros enviarían en una situación equivalente. Cuando un pez es sacado del agua, su cerebro libera los mismos neurotransmisores asociados al pánico que liberaría el nuestro si nos estuvieran asfixiando. Cuando separamos a un ternero de su madre, ambos experimentan el mismo cóctel de hormonas del estrés que experimentaríamos nosotros ante una separación forzosa.

Pero hay algo más perturbador que el dolor físico: la evidencia de que los animales anticipan, recuerdan y temen. Los cerdos que son transportados al matadero muestran niveles de cortisol —la hormona del estrés— que se disparan no cuando llegan, sino desde el momento en que son cargados en el camión. Saben que algo malo va a pasar. Las ratas en laboratorios desarrollan ansiedad crónica no solo por los experimentos que sufren, sino por escuchar los chillidos de otras ratas que están sufriendo. Los elefantes en circos desarrollan comportamientos repetitivos idénticos a los que muestran los prisioneros de guerra con estrés postraumático.

Los números que preferimos no sumar

La Declaración de Cambridge sobre la Conciencia no fue firmada por activistas sino por neurocientíficos de Cambridge, MIT y el Instituto Max Planck. No es ideología: es el consenso de quienes mejor entienden cómo funciona el cerebro. “Los animales no humanos poseen los sustratos neuroanatómicos, neuroquímicos y neurofisiológicos de los estados conscientes”, concluye el documento. En lenguaje llano: los animales sienten todo lo que les hacemos.

Los estudios son demoledores por su claridad. El trabajo de Culum Brown demostró que los peces no solo sienten dolor sino que tienen memoria episódica: recuerdan qué, dónde y cuándo ocurrió algo. La investigación de Donald Broom en Cambridge documentó que hasta los crustáceos muestran preferencia por analgésicos cuando están heridos. Los trabajos de Georgia Mason mostraron que entre el 40% y el 85% de los animales en cautividad desarrollan psicopatologías inexistentes en libertad.

Mientras tanto, la escala de uso es vertiginosa. Cruelty Free International calcula que se experimenta con 115 millones de animales en laboratorios cada año. La Fur Free Alliance documenta 100 millones de animales matados solo por su piel. FAADA contabiliza más de 1.500 espectáculos con animales solo en España. Y estos números palidecen frente a los miles de millones usados para alimentación.

El giro argumental que no esperábamos

Aquí viene la sorpresa: resulta que no necesitamos nada de esto. La Unión Europea demostró en 2013 que se pueden desarrollar cosméticos seguros sin torturar conejos. El Good Food Institute documenta más de 5.000 empresas creando alternativas a productos animales. Las certificaciones Leaping Bunny y PETA listan miles de marcas que no experimentan con animales. El mercado de materiales alternativos al cuero alcanzará los 89,6 mil millones de dólares en 2025, según Grand View Research.

No estamos hablando de volver a las cavernas. Estamos hablando de dejar de hacer algo innecesario. Es como si descubriéramos que hemos estado golpeando una pared con la cabeza durante años y alguien nos dijera: “Oye, puedes simplemente... parar”.

La pregunta que nadie quiere responder

Los datos están ahí. La ciencia es unánime. Las alternativas existen. Entonces, ¿por qué seguimos?

La respuesta incómoda es que no se trata de necesidad sino de inercia. Seguimos financiando el sufrimiento animal no porque tengamos que hacerlo, sino porque siempre lo hemos hecho. Compramos el abrigo con piel, la entrada para el acuario y el zoo, el pintalabios testado en conejos, la carne del supermercado, no por necesidad vital sino por costumbre. Por no pensar. Por no conectar los puntos entre el producto que compramos plastificado en una bandeja de poliespan y el animal capaz de sentir todo el dolor causado y que deseaba conservar su vida.

Pero aquí está lo verdaderamente perturbador: una vez que sabes —realmente sabes— que ese producto implicó el sufrimiento evitable de un ser que siente igual que tu perro, o tu gato, la pregunta cambia. Ya no es “¿por qué debería cambiar?” sino “¿cómo puedo justificar no hacerlo?”.

Y esa es una pregunta para la que la ciencia, con todos sus datos y estudios, no tiene respuesta. Porque no es una cuestión científica sino de coherencia básica: si no harías sufrir innecesariamente a un perro, ¿por qué financiar el sufrimiento de un cerdo, una vaca o un visón?

La pelota está en nuestro tejado. Los animales sienten todo lo que les hacemos. Ahora nos toca decidir si eso nos importa lo suficiente como para dejar de hacérselo. 

Sobre o blog
INFOANIMAL es una revista #antiespecista cuyos contenidos están encaminados a difundir de la forma más rigurosa que nos sea posible noticias, información, datos e imágenes para ayudar a las personas a autocuestionar sus hábitos #especistas. El objetivo de INFOANIMAL magazine es cuestionar la utilización y explotación de los animales por parte del ser humano. Ofrecemos artículos, reportajes e imágenes de calidad sobre la explotación animal con el objetivo de crear un debate en la sociedad que ponga fin a la discriminación arbitraria contra los animales no humanos.
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