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Antiespecismo
El veganismo: una herramienta de lucha
La discusión, como bien sabrán la mayoría de lectoras de este diario, surgió a raíz de un vídeo divulgativo con fines de sensibilización por parte del Ministerio de Consumo liderado por Alberto Garzón. No han sido los años, ya décadas, de activismo antiespecista y activismo ecologista español, sino un vídeo de apenas 6 minutos lo que ha hecho que el debate aparezca en la esfera mediática, ensanchando los confines en los que ambos movimientos tienden a operar. En él, Garzón plantea la necesidad de profundas transformaciones (sorprendentemente mucho más ambiciosas que regular las apuestas on-line o acabar con los locales de juego en los barrios trabajadores) como la reducción del consumo de carne a nivel planetario o sustituir la ganadería intensiva, actualmente mayoritaria, por una de tipo extensivo.
Más allá del mensaje contraproducente a nivel medioambiental que supone plantear como alternativa una ganadería extensiva (pues el consumo de suelos e insumos de alto nivel contaminante no se ven reducidos, especialmente en el caso del suelo y el agua, principales causantes de la deforestación) y de una absoluta omisión del sufrimiento animal desde una perspectiva antiespecista, han sorprendido las exageradas reacciones por parte no ya de los sectores de la industria cárnica, sino de todo un ejército de acérrimos y agitados defensores que parecía aguardar vigilante a que el tema saltase a los medios de comunicación para deleitarnos, en algunos casos, con un costumbrismo naif y, en otros, beligerantes ante tal agravio, con un relativismo moral y la vindicación de un hedonismo personal más propio del negacionismo climático que de corrientes aparentemente emancipadoras.
Las reacciones de la patronal cárnica y sus acólitos entran dentro de lo esperado y dan cuenta de las enormes resistencias políticas e institucionales, con los medios de comunicación como principales agentes de neutralización, que existen y existirán para emprender un proceso de emancipación en un sentido ecológico. Condiciones aún por construir en las trincheras ideológicas y organizativas de la sociedad civil. Pero en otros sectores que, desde el esencialismo social, podríamos considerar como próximos a los movimientos ecologistas y antiespecistas o, al menos, contrarios a los intereses de las grandes empresas cárnicas, sus reacciones se expresan como síntoma de un problema en el seno de la izquierda. Operan dentro de un marco cognitivo que delimita las fronteras entre las luchas materiales y las luchas culturales. Se trata de la crítica inalterable, que no por reiterada se confirma como cierta, de que las cuestiones relacionadas con el orden económico y de funcionamiento del Estado, las cuestiones más puramente de clase, han dejado de tener importancia en favor de los problemas de la identidad (¡como si la clase obrera no fuese una identidad en sí misma!).
Ante estas posturas de corte reaccionario, cada vez más instaladas en un sentido común de la izquierda, las estrategias del silencio se han demostrado como, al menos, insuficientes para un mensaje y un lenguaje cada vez más extendido ante la ausencia de una crítica contundente que en la mayor parte de los casos, aún a día de hoy, se hace desde la ridiculización y la frivolidad. Este problema se manifiesta, decimos, como síntoma de un problema aún mayor: la configuración de la izquierda, siempre enunciada como parte de una identidad más que de un programa político, como lugar de encuentro entre una amalgama de posturas emancipadoras donde caben determinadas posiciones reaccionarias y donde se priorizan siempre propuestas reformistas de carácter socialdemócrata, relegando al minoritarismo histórico a las más rupturistas.
Es aquella que prefiere romantizar cierta identidad construida en torno a la izquierda que llevar a cabo el programa de transformación que planteaba en su momento: la ideología más como refugio para el yo que para la liberación colectiva. Nos preguntamos entonces qué sentido tiene la izquierda, como cadena equivalencial entre demandas dispersas, si tal y como está codificada no es capaz de recoger los elementos más radicales de transformación y de integrar en su programa movimientos sociales tales como el ecologismo y el antiespecismo o, en su defecto, las disidencias sexuales y de género.
El veganismo contra la extinción
Los orígenes conceptuales del veganismo, que surgió como reformulación del vegetarianismo a finales del siglo pasado, se remontan a la creación en 1944 de la Sociedad Vegetariana Británica y a que Donald Watson acuñase por primera vez el término. En cambio, los orígenes del vegetarianismo son más difusos y lejanos. Se remontan al siglo VI entre el budismo y el jainismo. Ya desde aquel entonces, el principio de no violencia a los animales fue la principal motivación para asumir el vegetarianismo como práctica cotidiana.
En su sentido más político, el vegetarianismo o el veganismo han estado históricamente, y aún a día de hoy, asociados a las prácticas anarquistas. De hecho, el propio Tólstoi, cercano al anarquismo cristiano y al anarcopacifismo ruso en la segunda etapa de su vida (su obra más característica para apreciar dicho cambio moral y político se encuentra en El reino de Dios está en vosotros), ya a finales del siglo XIX, se declaró un ferviente vegetariano con sentencias como esta: “Alimentarse de carne es un vestigio del primitivismo más grande. El paso al vegetarianismo es la primera consecuencia natural de la Ilustración”. Desde entonces, la lucha que después pasó a denominarse antiespecismo a raíz del famoso libro Liberación animal escrito por Peter Singer, ha sido encabezada por los sectores más afines al movimiento libertario, desde el anarcosindical hasta el autonomismo español, modelo de referencia y actuación para los movimientos sociales.
Antes de abordar el debate en mayor profundidad y plantear una propuesta, conviene subrayar el principal punto de reunión para las posiciones antiespecistas: el sufrimiento no es solo humano. Desde un punto de vista de la filosofía moral, y extrapolándolo a otras luchas, no existe un sufrimiento más legítimo, más importante o más defendible que otro entre especies, ni siquiera entre humanos. El sufrimiento existe y en tanto que compartido es un arma política de primer orden, tal y como han demostrado los movimientos en primera persona, quienes a partir de una experiencia compartida en el día a día han sido capaces de desnaturalizar, politizar sus existencias. El componente moral preexiste al político: la explotación de clase no es más defendible, al menos si lo hacemos desde posiciones no identitarias, que la situación de las personas trans o las migrantes, aunque la mayoría de esas personas, por sus condiciones de existencia, se encuentren en los sectores populares. Se trata de diferentes estrategias políticas, no de diferentes posicionamientos morales.
Siguiendo la máxima de E.P. Thompson de que la lucha de clases es anterior a la existencia de las clases y que solo una clase se constituye como tal cuando entra en conflicto con otra, llegamos a una postura constructivista de la lucha social, más que a un esencialismo de agentes ya constituidos con intereses ordenados y coherentes entre sí. Por tanto, nuestra visión se aleja de la obstinación, tan presente en determinados círculos, de concienciación mediante datos (algo que se fetichiza desde las posiciones más catastrofistas del colapso ecológico y que ha conducido más a la parálisis que a la impugnación). También nos alejamos de cierto neomalthusianismo y consideramos la lucha social como una estrategia política más dentro de un marco de emancipación mucho más amplio y, por tanto, más profundo y ambicioso.
La crítica de los sectores industrialistas y especistas a que el veganismo es parte de una acción personal no colectiva es del todo pertinente, pero no siempre se formula correctamente. Es cierto que determinados sectores han sobrevalorado el consumo como una única herramienta o como un fin en sí mismo y que otros tantos simplemente lo entienden como una forma de satisfacer sus “preferencias y necesidades”. Pero esa crítica no le es ajena a los ecologismos y antiespecismos; al contrario, han sido quienes han encabezado la confrontación contra dichas prácticas, las cuales consideran, en el mejor de los casos, reduccionistas y que tergiversan los principios de su acción política.
El consumo es una práctica más dentro de un marco de transformación que la supera y, al mismo tiempo, la posibilita dentro del veganismo (otros ejemplos clásicos son las marchas o el asalto de criaderos de cerdos para su posterior liberación). Lo es como lo ha sido en la historia del movimiento obrero. Ya en 1872, en su revelador escrito Contribución al problema de la vivienda, Engels instaba a formas de boicot contra lo que definió como segundas formas de explotación de la clase obrera: el tendero, el casero y un largo etcétera de formas de apropiación mediadas por el consumo, más allá de la propia fuerza de trabajo como sujeto en el proceso productivo. No existe diferencia cualitativa (otra vez, siempre y cuando no lo hagamos desde el sectorialismo obrero) entre el boicot a Coca-Cola por sus ERE en 2014 y el boicot diario planteado a la industria cárnica desde el veganismo. Ambos, de hecho, problematizan la producción e instan a un control social de la misma.
La creación de cooperativas veganas de consumo sostenible y accesible de proximidad no son muy distintas a las cooperativas de trabajo que históricamente han organizado los sindicatos. La diferencia radica en si estas prácticas son consideradas como un fin en sí mismo o como una herramienta más de una acción consciente y colectiva mucho más amplia con un horizonte de transformación compartido. Al mismo tiempo, entender que comercializar algo, reducirlo a pura mercancía, es mostrar su poca potencialidad política, ahonda en una visión estanca y exclusivamente coercitiva del poder, el cual se encarga de integrar los componentes menos disruptivos en su necesario ejercicio de legitimación permanente, tal y como ha hecho históricamente con el sectorialismo obrero, tanto a nivel mercado como a nivel Estado.
El argumento en relación a la salud de que comer menos carne nos reporta mayor bienestar opera, al menos de momento, bajo los límites del ético-consumismo, en lugar del político-comunitarismo. Al igual que la vía consumo (como nos diría Aglietta, el vaciamiento de derechos políticos ha conducido a la expansión de los “derechos del consumo”) problematiza la cuestión únicamente desde la esfera personal, como si de un homo economicus se tratase y, además, en pos de un beneficio propio. En ese sentido, tiene mucho más que ver con el civismo neoliberal del ciudadanismo que con una acción coordinada,es decir, colectiva a nivel político.
Las aportaciones más fértiles que forman parte de esta propuesta han venido por parte del extraño encuentro entre posiciones ecologistas y antiespecistas con el anticapitalismo como lugar común. Desde posturas de la izquierda clásica se tiende a ridiculizar, cuando no infantilizar, los planteamientos contra el sufrimiento animal del antiespecismo, pero ¿para cuántas personas este ha sido un primer espacio de socialización política para después adherirse a otras luchas propias del anticapitalismo? ¿Cuán importante ha sido la politización de las existencias por parte de determinados colectivos para establecer formas de solidaridad con otras luchas, radicalizando sus primeras posturas? ¿Cómo de útil es concebir los sujetos como algo ya definido, inalterable y estanco sin entender el potencial que tienen sus experiencias, siempre constitutivas e interdependientes? Más allá de compartir los planteamientos del antiespecismo o del ecologismo, algo que parece imposible hoy en algunos sectores, ¿no sería más razonable verlos como estrategias de emancipación para un proyecto totalizante?
Minusvalorar desde un supuesto obrerismo los motivos que, por ejemplo, desde una perspectiva ecologista entienden el veganismo como una práctica más es renunciar a su potencial político (un ejemplo es el fuerte poder legitimador del discurso de la ciencia) y a su programa anclándose en posiciones paralizantes, poco sensibles a las transformaciones de su tiempo. Porque si algo ha planteado el ecologismo anticapitalista, más próximo a la defensa del veganismo, es que el colapso, cada vez más inminente, pasa porque la superación capitalista venga acompañada de la emancipación social desde un control de la producción y, como es lógico, por una abolición de dos de las industrias más contaminantes del planeta: la de hidrocarburos y la cárnica. Ni en un caso ni en otro se trata del fantasma de las luchas culturales o posmateriales.
La generalización del veganismo o vegetarianismo como práctica política diaria, ya sea desde una perspectiva antiespecista o ecologista, inserta dentro de un gran proyecto de emancipación es cada vez más urgente. No se trata de una elección individual, como la conciben los mismos que la atacan por individualista, sino de una herramienta de actuación coordinada que posee toda una fundamentación política. Algo de lo que carece, sin lugar a dudas, la reivindicación individualista y hedonista por encima del bien colectivo, de comerse y reivindicar un chuletón.