We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Insólita Península
Al llegar a Santiago
Al llegar a Santiago, los peregrinos y los viajeros, exhaustos o no, pueden seguir una serie de rituales relacionados con el final del camino. Para alimentar esas posibilidades que la ciudad ofrece, he aquí un breve recorrido por el parque de la Alameda, con paradas en algunas de sus esculturas de factura más reciente.
Nada más entrar en el parque por su extremo oriental, destaca una escultura que representa a dos mujeres que caminan cogidas del brazo. Sorprenden los colores vivos de sus vestidos y el gesto relajado de sus rostros. Una de ellas, la más alta, sostiene un paraguas cerrado; la otra, con la cabeza girada hacia su izquierda, extiende la mano libre como si quisiera comprobar si ha empezado a llover. Las dos placas explicativas que acompañan a este conjunto cuentan que representa a Maruxa Fandiño Ricart (1898-1980) y Coralia Fandiño Ricart (1914-1983). Traduzco uno de los textos (el original está en gallego): “Hermanas de una familia numerosa anarco-sindicalista de Santiago. Víctimas en 1936 y durante la dictadura franquista. Conocidas popularmente como ‘As Marías’ o ‘As Dúas en punto”. El otro texto detalla que ambas paseaban con coloridas vestimentas, dibujando una reivindicación de la libertad y la tolerancia, y concluye que ellas forman parte para siempre de la memoria colectiva de Compostela. La escultura, en bronce policromado, es obra de César Lombera y data de 1993.
Casi en el otro extremo del parque, en la escalera que desciende desde la iglesia de Santa Susana, una estatua de Lorca puede estremecer a un paseante despistado. Aparece representado con el mono azul de la compañía teatral La Barraca, la mano derecha en el bolsillo y la izquierda en un ademán pausado. Desciende la escalera y se diría que avanza para comentar algún detalle de la obra que está a punto de ser representada, quizá un cambio de última hora en el texto o en el escenario. Un artículo de La Voz de Galicia publicado el pasado 26 de octubre relata el descubrimiento de la escultura que había tenido lugar el día anterior: “Lorca conoció los rincones de la ciudad monumental, pronunció la histórica conferencia en el Colexio de San Clemente (…) y, antes de regresar a Madrid, el 11 de mayo [de 1932], estuvo en la Alameda, donde recogió unas camelias blancas en el pabellón municipal de A Ferradura para depositarlas en la tumba de Rosalía en Bonaval”. El mismo artículo detalla que la escultura, inspirada en una fotografía del poeta granadino, es obra de Álvaro de la Vega.
De nuevo en la vertiente oriental del parque, en el lado del paseo da Ferradura desde el que se observa al fondo la catedral de Santiago, una estatua sedente que representa al artista Isaac Díaz Pardo (Santiago de Compostela, 1920 - A Coruña, 2012) invita a detenerse para apreciar sus ojos pequeños. Esos ojos observan el horizonte con la calma de quien se entretiene en sus pensamientos al mismo tiempo. La estatua de Díaz Pardo reposa sobre un banco de piedra con las piernas muy juntas y los dedos de las manos entrelazados. Sobre el suelo, a muy poca distancia de sus pies, figura un texto del propio Díaz Pardo: “Santiago é a cidade que se configurou como centro de toda Galiza e na que meu pai me gravou na testa una estreliña forxada na irmandade da luz e da liberdade”. La escultura es obra de César Lombera, autor también de As Marías.
No me resisto a incluir algunos apuntes para matizar lo que aprecié en este paseo circular una mañana en la que el sol no terminaba de aparecer.
De As Marías recuerdo las flores de sus vestidos y la explosión de color de dos figuras de formas suaves que me hicieron viajar, al menos con el pensamiento, al Levante peninsular, a la luz sin disimulos del Mediterráneo.
De la estatua de Lorca me llamó la atención el tono metálico del mono azul y la textura de los pequeños pliegues de ese uniforme tan retratado. La lluvia dejaba bajo la barbilla del poeta unas gotas colgando, a punto de caerse.
En la estatua de Díaz Pardo, me entretuve en las arrugas de su frente y en el modo en que sus manos se apoyaban ligeramente sobre las piernas. También las gotas de lluvia caían por las orejas y la barbilla de Díaz Pardo.
Quiero imaginar que este paseo será alguna vez recorrido por un peregrino con tiempo, sin prisas aún por llegar al final del camino. Supongo que lloverá, que alguna de las esculturas habrá cambiado de ubicación y que habrán surgido nuevos homenajes. Imagino también que ese posible peregrino encontrará en las miradas de As Marías, Lorca y Díaz Pardo una voz que le habla. Habrá hojas caídas y caminantes con paraguas.