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Insólita Península
El paso a nivel del tren de Negrín
Visita a un paso a nivel que cumple 80 años. El paso a nivel del tren de Negrín.
Las autovías que cortan la Península parecen tan solo túneles al aire libre. El paisaje queda difuminado, oscurecido, tal vez ignorado. Se trata tan solo de evitar los obstáculos, de elegir el carril que no se detiene, de repostar en la gasolinera sin conceder un minuto de más, de no leer los carteles que recuerdan el número de muertos en la Semana Santa del año pasado. La aguja avanza: 120, 130… Toca levantar el pie y lanzar una crítica mil veces repetida a los que pasan a 140, a 150. Estamos en la A-3, en la carretera de Valencia. La playa se intuye. Se puede ir y volver en el día. “Esta carretera sigue igual que siempre”. Con su sube y baja, sus curvas. “Perales de Tajuña. Aquí nos dimos la vuelta en un puente de mayo”. Un atasco inolvidable del año 2005. Y se hace memoria de los viajes antiguos. Del calor, sobre todo del calor.
Hoy, sin embargo, toca detenerse en Belinchón, en la provincia de Cuenca, a poco más de 70 kilómetros de Madrid. El propósito de la parada es visitar un paso a nivel que cumple 80 años.
Nada más desviarse en Belinchón, el viajero habrá de tomar la primera salida de la rotonda, que no parece ni siquiera una salida, sino tan solo un amago de camino. Y, a partir de ese instante, es aconsejable dejarse llevar.
Descender la antigua carretera Madrid-Valencia a su paso por Belinchón significa retroceder más de medio siglo. El empedrado y las curvas de herradura sugieren un trazado muy lento para vehículos ruidosos y coches de línea atestados de bultos. Hace 80 años, en plena guerra civil, la carretera permanecía en funcionamiento bajo el bando republicano, pero un acontecimiento singular cortó por unos instantes su trayectoria. Nada más terminar el descenso de Belinchón, en una ligera vaguada del terreno, hoy todavía puede apreciarse un corte claro en el empedrado, un tajo de asfalto que es la huella del tren de Negrín. Aquel tren circuló por primera vez el 8 de junio de 1938.
En La batalla del tren (2017), José Luis Fernández de Casadevante y Alfaro ofrece un minucioso y muy documentado estudio sobre este tren esencial en las comunicaciones republicanas en la guerra civil. Un acercamiento que permite recorrer paso a paso un camino de hierro de 91,2 kilómetros entre Torrejón de Ardoz y Tarancón, construido en diez meses por “más de 10.000 hombres entre militares, trabajadores, voluntarios y presos”. La vía, auspiciada por el Gobierno de Juan Negrín, permitió romper el aislamiento ferroviario entre Madrid y Valencia, y estuvo en funcionamiento apenas un año. La batalla del tren pone el foco en el paso a nivel de Belinchón: “El interés de esta historia reside en que es el único rastro de paso a nivel hoy conservado intacto y detectable sobre carretera original. Para mayor mérito de este único superviviente, se da la circunstancia de que fue proyectado como provisional, ya que entorpecía el tráfico de esta vital carretera”.
Me sitúo en el punto exacto del paso a nivel y quiero imaginar el sonido de aquel tren efímero que daba una esperanza ferroviaria a un bando cada vez más desesperanzado.
Al noreste, los restos de un pequeño talud permiten apreciar el recorrido original del tren. Luego nada se distingue. El trazado se pierde entre campos de cultivo. En estos días de primavera prolongada, surgen amapolas y flores sin prestigio de todos los colores, aunque predominan el morado y el amarillo. De pronto, oculto entre los pliegues de la pendiente que asciende hasta la iglesia de Belinchón, aparece un rebaño que levanta polvo y ruido de cencerros. El pastor va ataviado con un mono de trabajo y un sombrero con pañuelo; el perro que lo acompaña no para de perseguir con correteos precisos a las ovejas que se distancian del grupo. Mirar esta escena con afán de comentarla me convence de cómo la ciudad se ha alejado del campo. Ya ni siquiera sobreviven en los alrededores de Madrid aquellos descampados de los años 80, en los que convivían adolescentes atrevidos, yonquis discretos, chabolistas, rebaños de ovejas y pastores que nos encargaban la compra de una barra de pan.
Al suroeste del paso a nivel solo queda un cúmulo de plantas muertas, algo de basura y el muro sobre el que circula la A-3. El paso de los camiones y de algunas motos se hace notar y nos recuerda que este es un terreno de paso, una de esas oportunidades para acelerar y ganar tiempo.
Fin del paréntesis. El paso a nivel de Negrín queda atrás como una grieta del tiempo. Y toca continuar, llevados por la velocidad, por el deseo de llegar cuanto antes.