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Insumisión
Chicos como Kike Mur
El 1 de septiembre de 1997 era lunes. Aquella noche, cinco insumisos se juntaron para cenar, como solían, en una de las celdas de la prisión de Torrero en Zaragoza. Allí, en el pabellón de tercer grado, cumplían condena por negarse a hacer el servicio militar obligatorio. Salían a las seis de la mañana para trabajar y volvían a la cárcel a las nueve de la noche. Al acabar la cena se repartieron, dos y tres, cada uno a su celda. Estas eran cuartos con literas, una mesita con radio o televisor, un armario empotrado con tres baldas de obra, un lavabo, un retrete en una esquina y puertas de madera que no se cerraban con llave por la noche, tal y como las describe Guillermo Ladrero, uno de los presos. “Hacía un calor bestial —recuerda su compañero de celda Fernando Gimeno—. Estábamos durmiendo y de repente oímos ruidos, unos gritos. No nos podíamos imaginar que era Kike”.
Kike era Enrique Mur Zubillaga, de 25 años, también insumiso. Su compañero de chabolo entró al de Ladrero y Gimeno para dar la voz de alarma. Entre todos bajaron a la entrada del pabellón a Mur, que había vomitado y a quien los internos intentaban reanimar.
“El instinto de todos nosotros fue el de intentar socorrer a nuestro compañero y dar aviso al funcionario de guardia para que avisara a los servicios médicos ante la urgencia de la situación”, explica Ladrero. Al rato —continúa Gimeno— empezaron a aparecer funcionarios, de pie, apoyados en la pared, mirando. Pedíamos que llamasen a una ambulancia”.
Pasó casi una hora hasta que apareció el médico de la cárcel, que acumulaba varias denuncias por mala praxis, y le tomó el pulso a Mur
Pasó casi una hora hasta que apareció el médico de la cárcel, que acumulaba varias denuncias por mala praxis, y le tomó el pulso a Mur en un momento que Gimeno no olvida: “Yo estaba de rodillas con Kike, el médico le cogió la mano, la dejó caer y no se me va de la cabeza el sonido que hizo contra el suelo”. Ya había pasado más de una hora desde que los gritos de dolor de Mur despertaron a sus compañeros cuando por fin aparecieron los servicios médicos de bomberos para introducirle en una Uvi móvil. “El funcionario jefe de servicio los detuvo para tomarle las huellas a Kike —recuerda Ladrero— y así intentar justificar que salía con vida de la cárcel”. Los internos pudieron contactar con otro insumiso en el exterior que a primera hora de la mañana ya estaba en la puerta de Torrero para comunicarles que Mur había ingresado cadáver en el hospital.
“Kike era especial. Era un buen tío, tranquilo, sensible y siempre estaba de buen humor”, define Gimeno. “Era uno de los presos más veteranos del pabellón —señala Ladrero—. Tenía que haber salido ya en libertad condicional, pues había cumplido la parte correspondiente de su condena. Pero debido a un parte continuado por negativa a realizar las penosas, por las condiciones en que se realizaban, brigadas de limpieza de fin de semana, estaba obligado a seguir en la cárcel teniendo además que acudir al pabellón en el horario de la comida. Muchos presos acudían a Kike para que les ayudara a realizar cualquier instancia o reclamación al centro o al juez penitenciario. Kike transmitía inteligencia y seguridad, parecía tener controlada la información que había adquirido con la experiencia durante todo ese tiempo”.
Mur no venía de ningún movimiento organizado. “No se ajustaba a los parámetros del perfil de un insumiso como los que veníamos de la militancia. A él no le gustaban los ejércitos, era antimilitarista y la insumisión era una opción. A ella entró mucha gente, peña de barrio, que nunca había estado en colectivos o asambleas. A través de la insumisión muchos chavales se engancharon a otros espacios colectivos y adoptaron una perspectiva de lucha en la vida”, indica Gimeno. Él y Ladrero coincidieron los meses de aquel verano del 97 con Mur, pero ellos sí procedían de ámbitos politizados desde su etapa escolar en su ciudad de origen, Ejea de los Caballeros. Esa trayectoria temprana incluye las movilizaciones contra la OTAN, el V Centenario o la utilización de las Bardenas Reales, una reserva de la Biosfera situada entre Navarra y Aragón, como polígono de tiro por parte del ejército español. En una de las primeras protestas ecologistas para la conservación de la zona, la activista Gladys del Estal, de 23 años, fue asesinada por la Guardia Civil en 1979.
El final de los años 80 y el principio de los 90 fueron para Gimeno “años duros. La sensación que tengo es de crudeza y de frío social. Fue una época que nosotros superamos gracias a crear una familia en la militancia y el activismo político. Es lo que nos salvaba de ser engullidos por el sistema. Para muchos, la insumisión era parte de una lucha mucho más global”.
En 1989 se produjeron los primeros juicios contra insumisos. Para aquel año, el entonces ministro de Justicia Enrique Múgica les acusó de intentar “desestabilizar el Estado democrático”
Ladrero califica de “espectacular” la respuesta generacional a la invitación a la desobediencia que planteó el movimiento insumiso tanto a la mili como a la prestación social sustitutoria instaurada durante el gobierno de Felipe González como compensación de esta. En 1989 se produjeron los primeros juicios contra insumisos. Para aquel año, el entonces ministro de Justicia Enrique Múgica les acusó de intentar “desestabilizar el Estado democrático”, y un poco después el titular de Defensa, Julián García Vargas, de “extravagantes” e “insolidarios”.
El caso de Mur, cuya autopsia apuntó a la ingesta de arsénico, fue archivado pese a las denuncias de sus compañeros por omisión del deber de socorro e imprudencia profesional contra los responsables de la salud de los internos
50.000 jóvenes —unos diez al día— se declararon insumisos hasta la abolición del servicio militar obligatorio en 2001. 1.670 de ellos pasaron por prisión para pagar la pena que se hizo famosa entre aquella juventud: dos años, cuatro meses y un día. Uno de ellos, el navarro Unai Salanueva, se quitó la vida durante un permiso. Virginia Garaioa falleció atropellada durante una protesta frente a la cárcel salmantina de Topas. El caso de Mur, cuya autopsia apuntó a la ingesta de arsénico, fue archivado pese a las denuncias de sus compañeros por omisión del deber de socorro e imprudencia profesional contra los responsables de la salud de los internos aquella noche.
“Si lo vives no te lo puedes creer. Fue una crueldad que no se nos olvidará. Llevaba desde los 14 años luchando contra esto pero es que esto era peor de lo que había imaginado. Te das cuenta de que te puedes estar muriendo, que esta gente está delante y no hace nada. No me podía imaginar ese grado de maldad, sin reglas ni valores. Si eso le pasó a uno de nosotros, teniendo algún foco mediático, qué no habrá pasado con otros presos. En aquellos años previos había una vitalidad y una sensación de entrega a pecho abierto a todo, pero la cárcel y lo que pasó fue para mí un frenazo, una hostia de realidad que me dejó tocado”, afirma Gimeno. Con su compañero Ladrero ensayaba durante aquellas tardes, antes de entrar a dormir en Torrero, con su grupo de hardcore-punk El Corazón del Sapo.
Justo durante aquella época compusieron las canciones de su disco Fuego al cielo de los cuervos, que incluye “Matarifes”, una canción escrita pensando en Mur con una intro grabada desde la cárcel. “Aquel verano de 1997 —indica Ladrero— llevábamos ya ocho años de intensa campaña de insumisión y se estaba notando el desgaste. Se había conseguido, eso sí, una notable conciencia social de rechazo a la mili, uno de los principales objetivos. Viéndolo con la perspectiva del tiempo, fue un gran logro acabar con una obligatoriedad que pocos años antes era indiscutible. El compromiso y la entrega de un trabajo en el que se implicaron activamente mujeres, familiares y sensibilidades políticas y sociales de toda índole hace de aquel movimiento uno de los esfuerzos colectivos más notables de nuestra época”.
La antigua cárcel de Torrero se cerró en el verano de 2001. Desde octubre de 2010 el edificio de su entrada es un centro social ocupado autogestionado con un nombre bien diferente: CSO Kike Mur. Aquellos muros, en el popular barrio del sur de Zaragoza que daba su nombre a la prisión, siguen cargados de simbolismo. “Miles de antifascistas, anarquistas y homosexuales, además de insumisos, fueron encerrados allí, otros cientos fueron asesinados, y otros miles fueron conducidos desde la cárcel directamente a las tapias del cementerio para su ejecución”, explica la asamblea que dinamiza el espacio.
“Llevamos 12 años llenándolo de lucha, conspiración, charlas, talleres, jornadas, conciertos y todo tipo de actividades culturales y políticas. Hay biblioteca, huerto, gimnasio y actividades fijas semanales como el boulder —bloque para practicar escalada— popular. Las salas de reuniones o exposiciones y las cocinas siempre están disponible para todo aquel que las necesite”.
La asamblea está en contacto con otros colectivos de la ciudad como la Asociación de Vecinos Arrebato —un lugar del céntrico barrio de La Magdalena en el que han tocado bandas como At The Drive-In, Aina, Lisabö, Zinc, Standstill o Delorean—, la Coordinadora Antifascista de Zaragoza, La Revuelta o el Centro Social Comunitario Luis Buñuel. El CSO Kike Mur fue reocupado tras un desalojo a los pocos meses de haber nacido y hoy está en el punto de mira del ayuntamiento de la capital aragonesa dirigido por el Partido Popular con Vox como socio de gobierno. “Si quieren un espacio muerto y vacío para especular con él nos tendrán firmes y determinadas a defenderlo junto a las miles de personas que han pasado por él a hacerse o sentirse libres. Ellas son las que nos dan calor y apoyo y las que al fin y al cabo llenan este espacio de lucha, vida y alegría”, aseguran desde la asamblea, que recuerda que “la relación con el barrio de Torrero siempre ha sido importante, siempre nos han tendido una mano cuando lo hemos necesitado”.
El 23 de abril de 2017, El Corazón del Sapo volvió a tocar casi 17 años después de su disolución. Fue en el CSO Kike Mur, algo absolutamente impensable en aquella triste madrugada de septiembre del 97. “Me hizo mucha ilusión cuando supe que al lugar le pusieron el nombre de Kike —cuenta Gimeno—. Fue increíble volver a un sitio que nos había hecho tanto daño y que ahora está liberado y dedicado a la cultura y a la organización de las luchas del barrio. La noche del concierto se me salía el corazón por la boca. Para nosotros fue como una pequeña venganza”.
Este 2 de septiembre, a los 25 años de su muerte, el CSO Kike Mur organiza una jornada de homenaje al preso insumiso en la que se proyectará un documental y habrá una mesa redonda sobre la desobediencia civil, se le recordará con una lectura de poesía y una velada comunitaria. “Nos enteramos de la historia de Kike al ocupar el espacio, vecinos y vecinas militantes del movimiento insumiso nos la contaron y se decidió poner el nombre en su honor —cuentan desde la asamblea—. Con el cese del servicio militar obligatorio la historia de esa lucha ha ido diluyéndose poco a poco, pero hay que recordar que Zaragoza fue uno de los puntos neurálgicos de confrontación a la mili y que se tejieron redes, espacios y luchas políticas que perduran hasta hoy gracias a todas aquellas personas”. Gracias a chicos como Kike Mur.
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Se agradece el esfuerzo por "hacer memoria" aunque resulta muy triste que a estas alturas, 21 años después de acabar con la mili, se siga repicando la misma campaña masculinizante del movimiento que lo consiguió. Porque la insumisión no fue solo cosa de "chicos como Kike Mur", de hecho no hubiera sido nada (o hubiera sido un desastre en lo personal y en lo político) sin las demás personas que la hicieron posible, en particular mujeres feministas y más que participaron en multitud de grupos de apoyo y asambleas. Mujeres a las que este artículo les concede un papel secundario o subalterno, tal y como el patriarcado impone. Además, la referencia a la realidad antimilitarista actual que colabora con el acto de homenaje al que se refiere el artículo es inexistente en la redacción, flaco favor se hace así a quienes continúan la lucha.
Pues si, la insumisión fue un movimiento colectivo que en su espíritu libre y radical, porque iba a la raíz, arrastró miles de corazones, contagiando esa valentía y esa lucha por un mundo mejor posible. El MOC es el movimiento que sigue luchando desde aquel entonces y que en Zaragoza sigue activo con sede en el Centro social-librería La Pantera Rossa y vinculado a estas jornadas y a la okupa Kike Mur. ¡Larga vida a la NOVIOLENCIA!