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Italia
Adelanto editorial de ‘Salvini & Meloni: Hijos de la misma rabia’
@jaimebgl.bsky.social
Matteo Salvini y Giorgia Meloni. Ellos son los hijos de un nuevo siglo en el que la derecha radical parece que avanza inexorablemente hacia el gobierno. Ambos ya estuvieron en el poder. Salvini compartiendo gobierno con el Movimento 5 Stelle en 2018 y Meloni con Berlusconi diez años antes. Hoy, todos los sondeos indican que ambos serían capaces de gobernar sin necesidad de apoyos externos. Pero, ¿cómo se ha llegado a una situación en la que dos partidos de la derecha radical ocupan todo el espacio del centroderecha italiano?
Tanto la Lega de Salvini como el Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni son dos partidos que cuentan con características similares. Sin embargo, los orígenes de estas formaciones son bien distintos. Aunque en la actualidad ambas puedan incluirse en la categoría de “derecha radical”, sus antecesores provienen de tradiciones muy alejadas entre sí. Por un lado, la Lega viene de ser un partido etnorregionalista del norte de Italia, es decir, una formación con una fuerte impronta independentista, y un discurso étnico dirigido hacia un enemigo interno —Roma y el sur de Italia— y no tanto externo —los inmigrantes. Por otro, Fratelli d’Italia es heredera de Alleanza Nazionale, y ésta, a su vez, del Movimento Sociale Italiano (MSI), partido neofascista nacido tras la derrota de las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial que reivindicaba el legado mussoliniano. Una formación que nunca renegó de las atrocidades cometidas por el régimen fascista.
La Lega y Fratelli d’Italia son hijas de tradiciones ideológicas muy dispares que han confluido bajo el paraguas de la derecha radical populista. Sin embargo, para entender sus surcos políticos hay que observar lo que sus líderes actuales, Matteo Salvini y Giorgia Meloni, han conseguido. Los cambios que han logrado llevar a cabo en sus propias formaciones políticas y en la mente de millones de italianos e italianas.
El hombre que sabe poco de cada cosa, pero lo cuenta de forma magistral, ha alcanzado cotas de poder inimaginables. Llegó a un partido desahuciado con el 4% y lo llevó al 34%.
Salvini ha sido hasta ahora el hombre fuerte. Y también la encarnación del hombre común y popular. En él no hay espacio para las expresiones técnicas o para las frases grandilocuentes que el político medio usa para esquivar preguntas difíciles. Saluda, posa, sonríe, se hace una foto, se despide. Así, con cientos de personas que fácilmente pueden alcanzar el millar. Reivindica la normalidad del día a día. La de los italianos de a pie. Dice detestar los chismes de palacio; esa política que hacen los hombres serios de traje. El hombre que sabe poco de cada cosa, pero lo cuenta de forma magistral, ha alcanzado cotas de poder inimaginables. Llegó a un partido desahuciado con el 4% y lo llevó al 34%. De concejal a vicepresidente y Ministro del Interior. Sin embargo, tan rápido como ascendió parece haber bajado en los últimos tiempos.
Giorgia Meloni es diferente. Siempre lo fue. Los orígenes de la actual líder de Fratelli d’Italia son mucho más humildes que los de buena parte de los líderes de la extrema derecha. A diferencia de Marine y Marion Marechal Le Pen, Meloni no proviene de ninguna conocida estirpe de políticos, ni tampoco de la élite empresarial como Donald Trump o Silvio Berlusconi, sino de un barrio popular de Roma, la Garbatella, donde creció en un hogar integrado únicamente por mujeres. Desde muy joven tuvo que trabajar de camarera, cuidando niños y en el mercado de Porta Portese para ayudar económicamente a su madre. Trabajos que compaginó con sus estudios y su militancia política.
Unos orígenes humildes que se complementaron con una muy temprana (16 años) militancia en el Fronte della Gioventù, las juventudes del neofascista Movimento Sociale Italiano. Giorgia Meloni siempre reivindicó la militancia política como forma de vida, lo que no resulta fácil de mantener en una sociedad donde la clase política se encuentra profundamente desprestigiada desde hace años, y donde los partidos políticos han sido el principal blanco de muchos discursos populistas. Siempre trató de mantenerse firme en sus posiciones, lo que le ha permitido experimentar una trayectoria bien distinta a la de Salvini. Ascenso firme, pero más pausado. Tras años de ostracismo político, hoy rivaliza por ser la mujer más importante de Italia.
Una pandemia que lo cambió todo
La pandemia dio un vuelco al panorama político italiano, y el país que ha surgido en el 2021 poco o nada tiene que ver con el que existía en el 2020. En primer lugar, nos hallamos en un sistema de partidos que está convergiendo hacia un cuádruple empate entre la Lega, el Partido Democrático, Fratelli d’Italia y el Movimento 5 Stelle. Esto se debe a una reestructuración del voto de la derecha, con importantes pérdidas de la Lega de Salvini que han ido a parar casi en su totalidad al Fratelli d’Italia de Meloni, y a una equiparación de fuerzas entre un Movimento y un PD cuya alianza cada día es más estrecha y fluida. El resto de actores se hallan completamente desdibujados y descolgados de la pugna principal. Además, la crisis sanitaria trajo un cambio todavía mayor: la llegada de Mario Draghi al Ejecutivo como consecuencia del regicida Renzi.
La mayor crisis política en años se abrió en medio de un repunte de contagios. La coyuntura era tan incoherente que cerca de la mitad de la ciudadanía italiana no entendía las razones de la crisis política recién surgida. El 73% consideraba que Renzi estaba llevando al país al borde del abismo por intereses personales y la sociedad italiana estaba dividida entre acudir a las urnas o seguir con el gobierno. Así, el 13 de febrero el nuevo gabinete de Draghi comenzó a andar. Seis de los siete principales partidos decidieron no solo apoyar su investidura, sino también participar en el que ya es el cuarto gobierno técnico de Italia desde 1993. Un ejecutivo, concretamente hablando, que se caracteriza por ser partidista (compuesto 18 políticos) pero con dirección técnica (8 técnicos al mando de las carteras más importantes).
Sin embargo, la principal consecuencia fue el cruce de destinos políticos de Salvini y Meloni. La correlación de debilidades, con una oposición interna y que espera saldar cuentas con aquel que acabó con la vocación norteña de la Lega Nord, obligó a Salvini entrar a gobernar con quienes, hasta ese momento, eran sus enemigos políticos: el Partido Democrático, el Movimento 5 Stelle y la Italia Viva de Renzi. Su estimación de voto sigue en descenso y no son pocos los que esperan ver su cabeza en una piqueta.
Por el contrario, Meloni y Fratelli d’Italia han escogido el camino opuesto. Como ya sucedió en 2018, cuando tuvo que decidir quedarse fuera del gobierno entre Salvini y el Movimento, Meloni ha decidido de nuevo ser Giorgio Almirante y no Gianfranco Fini, dejando a su partido fuera de todas las decisiones relevantes que se toman en Italia y permaneciendo en la oposición. Más allá de Sinistra Italiana, cuya relevancia parlamentaria es anecdótica, Fratelli es hoy el único partido eminentemente de oposición en el país.
La misión de Meloni no es menor. Pretende convertirse en el partido que recoja la desafección con el gobierno de Draghi y adelantar por la derecha a su compañero Salvini.
La misión de Meloni no es menor. Pretende convertirse en el partido que recoja la desafección con el gobierno de Draghi y adelantar por la derecha a su compañero Salvini. Hoy, la líder de Fratelli carga contra los dos temas que en los últimos tiempos más beneficios han otorgado al Secretario de la Lega: la Unión Europea y la inmigración. “El gobierno continúa cerrando negocios y los puertos siguen abiertos a la inmigración ilegal”, decía Meloni en relación a la reapertura del comercio en Italia en marzo del 202114. “Soga al cuello”, “nuestra paciencia se ha acabado” y “no negociamos más” fueron las expresiones que utilizó la líder de Fratelli contra la Unión Europea durante las negociaciones de los Fondos de Recuperación Europeos.
Durante la legislatura 2013-2018 se sucedieron en Italia tres gobiernos distintos, los de Letta, Renzi y Gentiloni. El Movimento 5 Stelle no apoyó a ninguno y creció al calor de la desafección con ellos. En esta legislatura ha habido, por el momento, también tres gobiernos y Fratelli no ha apoyado a ninguno de ellos. Está claro que con un Salvini en horas bajas y con un viento a favor en la oposición, la dirigente romana espera repetir la jugada convirtiéndose en el partido de la protesta en los próximos años.
Y en medio de esta tormenta la izquierda sigue desaparecida. Hoy, la ciudadanía italiana tiene ante sí a un bloque progresista incapaz de convencer. Con unos cuadros cada vez más desconectados de la militancia y unos partidos cada vez más alejados de la sociedad, su contribución al último ciclo político ha sido prácticamente nula. Nadie a la izquierda del Partido Democrático ha conseguido ser relevante en la última década. El Partido Democrático, por su parte, se ha convertido en la formación de las Zonas de Tráfico Limitado (ZTL) de los centros urbanos, donde vive una parte importante de los votantes más acomodados y con niveles educativos más altos. Las zonas más alejadas, los barrios populares de la periferia, no votan mayoritariamente a ninguna fuerza política de izquierda.
Si Meloni y Salvini consiguen hacerse con el poder no será meramente a causa de sus potencialidades, sino, muy a nuestro temer, también a costa de la izquierda
Los pocos movimientos sociales que han surgido en los últimos años, como Las Sardinas, se instalan en un marco reactivo de oposición a la derecha y, más concretamente, como anti-salvinistas (anteriormente era el anti-berlusconismo). No aparecen ninguna propuesta de creación de nuevos horizontes políticos. Como explica el politólogo Giovanni Orsina, Las Sardinas cometieron los mismos errores que buena parte de la izquierda histórica italiana: la continua apelación a un antifascismo meramente retórico, que únicamente buscaba la deslegitimación histórica del adversario político. Una estrategia estéril que ha traído consigo en los últimos tiempos una hiperinflación del término: hoy la enunciación del peligro fascista puede movilizar a ciertos sectores, pero no hace saltar las alarmas en una parte importante de la población. Como Esopo, quien grita mucho la llegada del peligro se arriesga a que el mismo no se materialice nunca.
Como en toda correlación de fuerzas, vale la pena recordarlo, existe otra de debilidades. Si Meloni y Salvini consiguen hacerse con el poder no será meramente a causa de sus potencialidades, sino, muy a nuestro temer, también a costa de la izquierda. Si Italia es el laboratorio político de Europa, más vale estar pendientes para que no se lleven a cabo experimentos peligrosos. La democracia depende de ello.
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