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Soy de una generación sin filtros. Ningún efecto de Snapchat podría haber mejorado mis ochentas. Aunque supongo que, en realidad, soy de una generación a la que un escritor llamó “generación cochebomba”, y todavía hoy tiemblo cuando paso al lado de un coche y suena una alarma.
Nací en un gobierno militar, crecí en una guerra y me hice adolescente en una dictadura moderna. Fui engendrada en la euforia ideológica, pero no vine exactamente con la utopía socialista bajo el brazo. Estudié en un colegio soviético peruano solo para más tarde ser tildada de Generación X. Y aquí me tienen. Aún no sé si la modernidad se hizo líquida o alguien nos meó encima. Ya no somos tan jóvenes como para saberlo todo. Pero sí sabemos que las jóvenes son siempre las que se queman.
Cuando yo era más joven, nuestro Madrid Arena se llamó Utopía. Un nombre mucho más preciso para una discoteca que acabaría ardiendo con 29 jóvenes dentro. Aunque nunca estuve allí, siempre he pensado que de alguna manera algunas nos quedamos atrapadas en esa pista de baile. Y otras ya no pudieron volver a entrar. Tal vez por eso podemos percibir que la de ahora es una fiesta sin revolución o una revolución sin fiesta.
Todas somos millennials y todas somos cholas, qué más nos da el lugar o el año en que nacimos.
Y ahora somos ellas, las otras. Todas somos memes de la clase media. Todas somos millennials y todas somos cholas, qué más nos da el lugar o el año en que nacimos.
Somos gente haciéndose pasar por sí misma. Somos todo lo que nos han reprochado. Youtubers que devoran productos japoneses. Las del 15M que buscan trabajo. Los jóvenes sirios bombardeados que cargan a sus hijos asesinados. Las prostitutas feministas. Los adolescentes que están enganchados a los filtros que les cambian el color de los ojos. Los gays chechenos de los campos de concentración. Las okupas que ponen sus pisos cuquis. Los hackers perseguidos por los gobiernos que mandan emoticones de unicornios. Los franceses yihadistas que ponen bombas en París. Las niñas guatemaltecas violadas en rebelión, también quemadas. Los ingleses yihadistas que ponen bombas en el metro. Los americanos trumpistas. Las periodistas pobres. Los chefs peruanos. Los futbolistas que pagan vientres de alquiler. Las transfemeninas que denuncian los privilegios de las femicistas. Los antisistema con el dinero de papá y mamá. Los seres que hacen Ikea e Idealista. Los antiabortistas que no tienen ni treinta años y ponen en circulación museos del aborto y buses transfóbicos. Las traperas de mi barrio. Los narcos. Los exitosos de sí mismos que hacen charlas TED. Los revolucionarios de Verkami. Los trolls en su vida diaria fuera de Internet. Las afromujeres que hablan de su pelo contra el racismo. Los de Ciudadanos. Los tipos que matan gente en directo. Las poliamorosas arrepentidas. Las mujeres que no han sido asesinadas todavía. Los que no votan. Los otros. Las otras. Nos (otras).
Todas nos esforzamos por molar. Los videos hollywoodienses de ejecuciones del Estado Islámico dan buena cuenta de lo mucho que quieren molar. Como los cochesbomba de mi niñez pero con filtro Clarendon. También los de EI son de tu generación. Nuestra vida de mierda mola. Nuestro mundo de mierda mola. A precarias, pobres y paradas les pones el filtro y te quedas con flexibles, poco consumistas y emprendedoras. A desterradas, les pones migrantes. A autoexplotadas, freelancers. A segregadas, refugiadas. A perfectos extraños, amigos. A panda de borregos, seguidores. A macho de toda la vida, genio incomprendido. A trabajos de mierda, experiencias. A estar borracha, nueva sinceridad. A perdido, globalizado. Y listo.
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Gran artículo de opinión. Enhorabuena... me ha encantado leerlo.