Extrema derecha
Abundancia y deseo de emancipación

Tanto las promesas de vuelta a la normalidad como el deseo de dictadura son proyectos de prolongación de la agonía. Solo el deseo de emancipación y un proyecto de abundancia puede ser un proyecto de supervivencia real.
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Acto contra Vox en Vallecas. Álvaro Minguito
16 jun 2021 06:00

La multiplicidad de estrategias que se han venido pensando o aplicando para frenar los diferentes fenómenos del deseo de dictadura que hemos venido analizando, han mostrado tener importantes limitaciones. Si algo es común a todas las recetas contra el fenómeno autoritario, es lo que podríamos llamar como fetichismo de la estrategia: cordón sanitario; batalla mediático-informativa; marcaje o confrontación pública... son respuestas que determinan “qué hacer” antes de articular quiénes han de hacerlo y desde qué posición. La mayoría de estas estrategias adaptan el método a un determinado sujeto, y con ello limitan automáticamente quién ha de jugar un papel y cómo: los medios de comunicación se especializan en un bucle infinito de desmontaje de bulos; algunos sectores académicos en el análisis, deconstrucción y desvelamiento del discurso; la izquierda institucional opta por el cordón sanitario; y los círculos activistas de distinto signo se centran en la confrontación callejera o en redes. Así, cada uno de estos sectores decide cuál es la estrategia válida, acomodándola a sus usos y herramientas, y los protagonistas son, dependiendo de cada caso, periodistas, políticos, militantes... A todas luces una composición insuficiente para revertir una corriente social con una fuerza considerable a nivel global y en sus manifestaciones locales. 

Por otra parte, parece que la preocupación por el desplazamiento autoritario incrementa su intensidad conforme se acerca una fecha electoral y suele estar estrechamente relacionada con las expectativas de la ultraderecha en los sondeos y, a posteriori, con sus resultados. Como consecuencia, el terreno de la respuesta suele estar siempre en torno al papel institucional de la ultraderecha o de las mutaciones ultraderechistas en la derecha tradicional, que acaban siendo el centro de la atención mediática y cuya capacidad de centrifugación institucional parece el principio y el fin de todo. Incluso el activismo en la calle suele movilizarse con especial intensidad en períodos electorales (más allá de fechas puntuales y rituales como en nuestro caso el 12 de octubre o el 20 de noviembre), cuando empiezan a sonar las sirenas antiaéreas de los sondeos. El plazo corto y la dinámica reactiva no solo son síntomas de debilidad; también hacen que sea la rueda autoritaria la que integre la respuesta en su movimiento y no al revés.

Solo un río desborda otro río, y el momento exige ampliar y expandir los sujetos que han de jugar un papel, las formas de hacer y el arco temporal en el que se definen la acción y las estrategias. Con todas sus carencias, quizás uno de los legados más fructíferos de los 15emes fue ver que de una realidad de fragmentación y atomización social de diferente escala, podía surgir una política común compartida, más allá de los intereses y bagajes particulares, un deseo de emancipación que cristalizara la confluencia de un complejo de intereses, razones y emociones en formas múltiples de acción política

Partiendo de la realidad compartida de millones de personas sometidas a vidas de mierda pero en el marco de una profunda complejidad social, un deseo de emancipación más fuerte, más amplio, más desbordante que el deseo de dictadura, solo es posible haciendo surgir la heterogeneidad. Aunar pulsiones de liberación y ruptura en términos género, clase, raza, capacidades y también de geografías de desarrollo desigual, como son los barrios de las zonas metropolitanas, las relaciones campo-ciudad o las desigualdades centro-periferia en una escala mayor. Probablemente es el reconocimiento de todas las posibilidades de emancipación y transformación latentes, lo que es capaz de superar la mera agregación de fragmentos de vida y opresión, para convertirse en el proyecto compartido y masivo de una mayoría social. 

Quizás el contramovimiento boliviano frente al golpe de Estado del 19 de noviembre del 2019, nos enseña algunos aspectos de lo que eso significa. Si algo contiene la reciente historia de los movimientos bolivianos, es un deseo de emancipación profundo y persistente, construido durante décadas e imposible de encerrar en una botella. Sustentado en una compleja y amplia configuración social y política, y con unas relaciones problemáticas tanto con el Estado como con el mas (el partido mayoritario de la izquierda liderado hasta el golpe por Evo Morales), era difícil limitar y asociar sus capacidades a los intereses de una determinada estructura. Si la ofensiva en clave de restauración criolla fue literalmente hundida en pocos meses, primero a través de movilizaciones y después en una contundente respuesta electoral, fue precisamente porque la diversidad de formas de organización no había sido laminada y porque pulsión social disponía de una capacidad política autónoma con un altísimo nivel de independencia y autoconfianza política.

Algo que quizás parece obvio, aunque no lo parece tanto pensando en la estricta obediencia comunicativa que imanta el momento que vivimos, es la necesidad micropolítica de arraigarse al territorio. El desdén que a veces se palpa por las tareas ingratas e invisibles sin resultados inmediatos, en contraste con la valorización de toda actividad visible-comunicativa, tiene su respuesta cuando los barrios de clase trabajadora se desplazan en una determinada dirección pese a cuánto sudan la camiseta los spin doctors de unos determinados partidos durante las campañas electorales. El trabajo de vinculación política en el campo social es insustituible por la representación institucional o por unos necesarios medios de comunicación críticos. Las subjetividades de todos los tipos se construyen ahí y ganar este terreno de disputa es algo que se juega en una partida que probablemente durará veinte o treinta años, y que toca pelear desde dentro y no desde fuera del campo. 

Cuando hablamos de condiciones materiales, no nos referimos en exclusiva a un determinado contexto histórico, social y económico más o menos objetivable, sino también a la capacidad de construcción social y política colectiva que  puede determinar tanto la solidez como la masividad de un movimiento. Lo que somos capaces de hacer y construir son también condiciones materiales en la medida en que generan capacidades colectivas de poner límites o ensanchar espacios y derechos.

La abundancia como proyecto de supervivencia

Construir un horizonte para un deseo de emancipación, requiere también de pensarlo como proyecto de supervivencia a la crisis sistémica. En este momento histórico que nos devora y que Corsino Vela ha llamado capitalismo terminal, podemos ver con claridad meridiana algo que las críticas anticapitalistas y ecologistas vienen avisando desde infinidad de perspectivas hace décadas: que las lógicas de acumulación, concentración y extracción aunque generen objetos y necesidades de consumo no generan ni abundancia ni riqueza, sino una escasez que primero se ha convertido en un hábito (que es, si no, vivir a crédito), después en una amenaza y hoy en una manera de mirar y de estar en el mundo. El orden capitalista se está convirtiendo en una implacable cartilla de racionamiento global cuya asignación programada para millones de personas es cero.

El modelo de acumulación y extracción desde arriba y consumo privado e individual por abajo, no es que vaya a colapsar, es que está implosionando en este mismo momento. Frente a eso, el reverso de la conciencia de escasez y las condiciones materiales a la que está asociada, no es la construcción de otro tipo de escasez más igualitaria como desde una determinada modalidad de realismo plantea César Rendueles cuando afirma que probablemente un futuro igualitario y sostenible “se parecerá más a la Cuba del período especial que a Star Treck”. Nos toca seguramente hacer un planteamiento no menos realista pero sí menos encorsetado en el realismo de la escasez capitalista, y plantearse cuáles son las condiciones para la abundancia en contraposición a la escasez realmente existente. 

Efectivamente es difícil construir una especie de contraconciencia de abundancia en este contexto, pero sí un proyecto de supervivencia concebido en otros términos. Probablemente es necesario redefinir el significado mismo de abundancia, desvincularlo del concepto de acumulación y desdibujar los contornos de consumo individual con los que reina en el imaginario colectivo; ligar su significado a necesidades alimentarias y nutricionales, habitacionales, vitales, educativas, culturales, ambientales o sanitarias, en parámetros sociales, tal y como apunta Mike Davis, quizás limándole ciertas asperezas del centralismo urbanita:

La cuestión fundamental no es si la población ha aumentado demasiado, sino cómo cuadrar el círculo entre, por un lado, la justicia social y el derecho a un nivel de vida decente y, por otro lado, la sostenibilidad ambiental. No hay demasiada gente en el mundo; lo que sí hay, obviamente, es un sobreconsumo de recursos no renovables. Por supuesto, la solución ha de pasar por la propia ciudad: las ciudades verdaderamente urbanas son los sistemas más eficientes ambientalmente hablando que hemos creado para la vida en común. Ofrecen altos niveles de vida a través del espacio y el lujo públicos, lo que permite satisfacer necesidades que el modelo de consumo privado suburbano no puede permitirse.

Un proyecto radical de redistribución y asignación de recursos es probablemente el único programa de futuro realista que hoy se puede proponer; de hecho, un modelo fuertemente igualitarista es el único viable frente a la crisis sistémica. En terrenos esenciales como la alimentación, la vivienda, la energía o la movilidad, el uso eficiente de los recursos existentes pasa precisamente por un equilibrio entre decrecimiento y redistribución. 

Eso requiere de un proyecto radical de abundancia de derechos, capaz de superar unos marcos jurídicos que forman parte del naufragio de las sociedades de mercado en tanto que son un relato de la realidad cada vez más alejado de esta y más inútiles como herramienta jurídica de articulación de la convivencia. Las sociedades complejas fruto de la globalización, exigen precisamente un marco de derechos expansivo, diverso y no restrictivo.

Alcanzarlo también requiere de darle la vuelta al argumento antidemocrático sobre la imposibilidad de la democracia para la gobernanza de las sociedades complejas. Si lo pensamos bien, probablemente el único gobierno eficiente tanto de las metrópolis como de la relación entre las metrópolis, sus entornos y las micrópolis, sea un equilibrio entre distribución del poder y formas de autogobierno. Un proyecto radical de abundancia democrática, dirigido a cortocircuitar la relación entre concentración de poder y concentración de riqueza.

Estas premisas obviamente deben desenvolverse en una realidad cuya tendencia se desplaza en sentido contrario. La constitución de una nueva economía moral con la abundancia y la redistribución (de recursos, de derechos, de democracia) como ejes fundamentales de acción política, debe actuar en cuatro planos y direcciones cuyo avance está interconectado: lo que Emmanuel Rodríguez ha definido como generar instituciones sociales propias; la defensa y la conquista de derechos en proceso de ser desarticulados junto con la ampliación del campo de los derechos; y volver a poner en el centro la propiedad de los medios de producción, que incluye repensar qué identificamos hoy como tales.  

Tanto las promesas de vuelta a la normalidad como el deseo de dictadura son proyectos de prolongación de la agonía. Solo el deseo de emancipación y un proyecto de abundancia puede ser un proyecto de supervivencia real.

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Tunigu
17/6/2021 21:25

Llevo algún tiempo tratando de desentrañar la causa de la desesperanza que me invade. Dudo que se pueda trazar una divisoria entre el dinamismo subjetivo individual y las tramas de significado que nos invaden, el contexto. La ruptura de los lazos sociales de solidaridad, la destrucción de los espacios de sociabilidad, la individualización de la subjetividad, el egoísmo como virtud social... En fin, las consecuencias necesarias que se siguen de la puesta en práctica del sistema de valores liberal y su propagación incesante no terminan de responder satisfactoriamente al cuestionaniento que me planteo. El síntoma, la depresión, por sí mismo, tampoco termina de convencerme. Hay algo así como una vergüenza generalizada a actuar de forma moral, en sentido ético. Una vergüenza al verse rodeado de otras personas en una actividad de protesta que se percibe como una escenificación artificiosa, un agregado de individuos que actúan una emoción colectiva, algo impostado, falto de autenticidad. Cuando el encuentro es auténtico no convoca demasiado y es brutalmente cortocircuitado por la autoridad, el poder.
Estoy dando por hecho un sujeto empático, alguien a quien le duele el sufrimiento ajeno.
En este punto encuentro una duda, una desconfianza basada en la experiencia, un temor de base empírica. Como si el fascismo fuera algo mucho más generalizado que su manifestación electoral. Como si odiar al otro, maltratarlo hubiera sido legitimado en la red simbólica que nos pone en relación. Esto parece que se acerca algo más. La individualización y su correlato la narcisización, me responden mejor. No es solo la incapacidad de ponerse en el lugar del otro, sino permanecer impertérrito ante su devastación. Tal vez eso explique la vergüenza por la sensibilidad, no la sensiblería, sino la solidaridad. Tal vez por eso se suicidan tantas personas.
No lo sé, me da la impresión de que mientras no se produzca una escasez generalizada incompatible con la vida biológica, no habrá respuesta y la que se produzca no permanecerá.
Las sociedades originarias americanas, por contra, se mantienen en la lucha de forma continuada. Lo que les une parece real y lo real es estable, no se dispersa, arraiga.
También es verdad que en la realidad de la violencia sufrida hay poca alegría. Salvo que las heridas sean atendidas por otras personas iguales, radicalmente iguales y que permanecen, no acuden a prestar ayuda sino a ser una con la otra.
Pienso que tener lo que necesario es mejor que tener lo que te distingue, te separa, aunque solo sea un deseo. Supongo que se desea mucho en general

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vsenra
17/6/2021 18:12

Enhorabuena por tus artículos, comparto el análisis y la propuesta

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