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Pacifismo
Las madres feministas no queremos la guerra
Al igual que a todas las que cuidan de sus niñas y niños, las imágenes de las madres ucranianas entrando en el túnel vital de tener que abandonar sus hogares, andamiajes sociales, anclajes de sus criaturas, apegos y paisajes familiares nos abre las carnes. Partiendo que la guerra es el gesto de sublimación del extractivismo más atroz, lo contrario al cuidado, contrario a la actividad humana de sostener a las otras, a lo otro, hay una pregunta que me viene una y otra vez: ¿cómo puede ser que hayamos normalizado la respuesta macho-belicista cómo única estrategia para mantener el orden socio-político-económico internacional?
¿De donde viene esto de plantear la guerra, que arrasa con toda la trama que posibilita la vida, como resolución de un conflicto?
Desde nuestros deseos como feministas que cuidamos, como responsables de generar condiciones vitales para nuestras hijas e hijos, y para nuestros propios cuerpos, no viene. Desde nosotras, como madres feministas, como cuerpo/entrada a este planeta o como territorio —sin el requisito consanguíneo— de sostén de nuestras criaturas, tampoco.
La guerra es incompatible con las condiciones vivibles, con las condiciones que ansiamos para que las crianzas salgan de las coordenadas actuales de pobreza y violencia
Viene como única salida a los macho-líos-patriarcales (líos que no hemos generado nosotras) desde los que subyace una retícula geopolítica compleja, como parte de una cultura de acumulación de capital, sea cual sea el origen del capital —sea robando cuerpos, robando recursos, robando energías humanas y no-humanas o ficcionado dinero desde la ingeniería de especulación o desde la creación de crédito bancario.
Las madres feministas nunca hemos querido, ni querríamos, la guerra. Es incompatible con las condiciones vivibles, con las condiciones que ansiamos para que las crianzas salgan de las coordenadas actuales de pobreza y violencia. La guerra es una solución ficcionada por el macho-paterfamilias como consecuencia de sus delirios, en su deriva neurótica de acumulación de capital. Las personas feministas que cuidamos de cuerpos dependientes no acumulamos, porque somos sistemáticamente ninguneadas y robadas.
La guerra es el arrase de todas las tramas sociales que posibilitan la vida, para que sólo podamos mirarlo a él —al macho-paterfamilias— cuando ya no haya nada, después de que lo haya destruido todo y, que perversamente, sea él mismo el que proyecta una reconstrucción que, a su vez, sigue generándole acumulación de capital. El mismo que nos hace creer que la guerra es un acontecimiento universal, con su envidia del pene, con su Freud a la espalda.
La guerra es una respuesta desde sus consensos, desde esos “hombres blancos buenos y justos” de los que habla Rouseau en su contrato social donde las madres, ni mucho menos madres feministas, no estábamos —ni seguimos estando— incluidas.
La guerra no es el resultado de un sedimento sociohistórico decidido por las personas que cuidan a otros cuerpos dependientes. La guerra es el resultado de seguir con las lógicas extractivistas, las mismas que roban toda la riqueza que producimos las madres. Es contrario a la lucha que tenemos en marcha para conseguir poder vivir desde la versión más ética posible.
¿Será que las riquezas que hemos generado, que nos han sido expropiadas, todo el dinero que nos deben a millones de madres desde siglos atrás, significaría que ya no hay capital acumulado para inyectarlo en la industria de la guerra?
¿Será que las riquezas que hemos generado, que nos han sido expropiadas, todo el dinero que nos deben a millones de madres desde siglos atrás, significaría que ya no hay capital acumulado para inyectarlo en la industria de la guerra? ¿Se puede monetarizar los costes de la industria de la guerra como única salida a sus macho-líos-territoriales y no se puede monetarizar la guerra silenciosa desde hace siglos contra los cuerpos de las madres? Las madres, no. Las personas que cuidan, no, que es problemático.
La guerra sí que es la que mantiene el blanco-orden, y el tinglado geo-económico. Estamos ya hastiadas, hasta con parte de los propios feminismos, de esta cosa de que no se pueda exigir dineros por los cuidados, por los trabajos maternos, por el sostén de criaturas a cargo, por cuidar de menores desde madres con enfermedades crónicas. Estamos cansadas de estas atroces normalizaciones bélicas que no son parte de nuestros consensos. No son parte de todo lo que hacemos, día a día, para que la vida de nuestros cuerpos y de los cuerpos que dependen de nosotras, continúe.
Teniendo presente lo que nos cuesta levantar un contexto social amable, unos apegos seguros, un entorno deseable, un tejido cálido y unos aprendizajes no castrantes en el que puedan crecer nuestras criaturas, y también nosotras —ya que nuestro proyecto de vida, más allá de las crianzas, sigue. La guerra no es el resultado de las decisiones de las madres feministas, es consecuencia del engorilamiento de un macho-paterfamilas que se resiste a asumir que su película ya no nos vale.