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Coronavirus
¿Prólogo al ecofascismo?
Si aceptamos este momento como un acto fundacional en lugar de crear un clima destituyente e impugnador, seguramente estaremos aceptando participar en un acontecimiento que con toda facilidad va a ser utilizado como analogía positiva para desarrollos autoritarios.
En plena inmersión en una distopía, seguramente uno de los sentidos comunes más compartidos está siendo el de “que hay aprovechar la oportunidad”. De repente, se ha convertido en hegemónica una versión sui géneris del cuanto peor mejor, y tanto la crisis en sí como la gestión mediante la orden de confinamiento general y la restricción de derechos han sido convertidas en una ocasión para decrecer, para cambiar nuestras vidas, para frenar el ritmo..., como si este momento pudiera, de alguna manera, ser el trampolín hacia un cambio.
La primera pregunta es obvia: ¿es un estado de excepción una oportunidad para algo más que para su propia prolongación o para el mantenimiento o el incremento de medidas autoritarias? No estoy negando aquí la necesidad de medidas sanitarias de prevención. Incluso me parecen comprensibles los cambios de criterio permanentes de las autoridades, inevitables cuando lo inesperado —que no necesariamente imprevisible— irrumpe en un mundo de instituciones patriarcales que presumen con suficiencia de tenerlo todo bajo control. Pero que la realidad que estamos viviendo nos imponga asumir ciertas medidas indeseables no significa que la conjunción entre una catástrofe y un estado de excepción propiciado por esa catástrofe sea el punto de partida para un cambio a mejor. Lo más probable es lo contrario.
Que la realidad nos imponga asumir ciertas medidas indeseables no significa que la conjunción entre una catástrofe y un estado de excepción propiciado por esta sea el punto de partida para un cambio a mejor
Ya debería preocuparnos el propio clima que se está generando alrededor de esa especie de formación del espíritu nacional construido alrededor del confinamiento, que de repente opera como una nueva regla de reconocimiento social. Aparte de las diferencias de clase que ya han sido denunciadas o las situaciones límite como las de las mujeres recluidas con su maltratador o las personas en situación de calle —realidades que abundan en lo que las feministas vascas han calificado como una crisis de cuidados—, el estado de ánimo generado alrededor de la exaltación del encierro tiene un conjunto de aspectos inquietantes.
Si bien la versión oficial del #YoMeQuedoEnCasa se ha querido enfocar al cuidado del personal sanitario y la protección de las poblaciones más vulnerables al covid19, a su rebufo se están desarrollando otros fenómenos que sería prudente no minusvalorar. Por una parte, el activismo 'hello kitty' que, mediante una banalización intencionada de la suspensión de derechos y el ejercicio de juegos, canciones, bailes, bitácoras y autorrepresentaciones chachis, ha construido una versión coach y rosa del encierro masivo de la población (y no se trata aquí de no llevarlo con sentido del humor o de buscar la dignidad y la alegría incluso en los momentos más duros, sino de la absoluta despolitización y desconflictivización de llegar a un extremo tan grave).
Por otro lado, el activismo chucky de ciertos sectores —en algunos casos coincidentes con aquellas corrientes dedicadas a exigir políticas municipales de carácter securitario— que están mostrando una pasión insomne por la vigilancia de la vida de los otros. Si ambos extremos, el del autodisciplinamiento feliz y lo que podríamos denominar como el autoritarismo biopolítico de las vocaciones vigilantes, construyen una identidad en torno a una experiencia común trágica como esta podemos ver superadas las más delirantes viñetas de Miguel Brieva.
Este toque de queda que estamos viviendo no es bueno ni puede positivizarse, tanto por su origen como por su posible onda expansiva
Aparte de estas mutaciones antropológicas, este toque de queda que estamos viviendo no es bueno ni puede positivizarse, tanto por su origen como por su posible onda expansiva. En primer lugar, porque es la consecuencia multicausal de un conjunto de políticas —en materia sanitaria, alimentaria, ecológica, industrial, turística— implementadas y promovidas de manera consciente a nivel global y que en este momento han mostrado la altísima capacidad destructiva que pueden alcanzar cuando entran en combinación. En segundo lugar, porque establece un mecanismo de gestión que quizás ahora puede acatarse como inevitable, pero que, de convertirse en un precedente ejemplar, puede dar lugar a desplazamientos sociales de carácter ideológico y político que a partir de ahora no podríamos considerar insospechados, y que bien podrían ser un acelerador de la curva protofascista.
La pandemia ha abierto a la vez tres cajas de Pandora. La primera, la materialidad de la devastación capitalista mediante el contagio, las muertes y la profunda fragilidad de las instituciones del infraestado del bienestar. La segunda, su metáfora, con el virus convertido en un relato de la velocidad letal de las lógicas del capital, pero donde “el peligro somos nosotros” y mantener el virus a raya es mantener a raya a la población. Y la tercera, su modelo de gestión autoritaria, con el estado de excepción como la única gestión posible en favor de la salud pública.
El futuro ya está aquí, el factor de riesgo es el capital y la militarización de las vidas solamente puede ser el prólogo al ecofascismo
Esa triada, establecida en este momento como una realidad total e inseparable puede habernos traído el riesgo ecofascista o, como mínimo, ecoautoritario más cerca de lo que creíamos esperar. Sabiendo que lo que estamos viviendo marcará profundamente la psicología colectiva y provocará un desplazamiento de la manera de sentir y de mirar de millones de personas, la apelación a la salud pública y a la defensa de la vida, puede convertirse fácilmente en la coartada de un espíritu colectivo que acepte el reforzamiento de fronteras, la ampliación de las potestades policiales, restricciones aún mayores a los accesos a la ciudadanía o a la sanidad pública (como ya está haciendo Vox), todo como medidas inevitables en nombre de un bien mayor.
Si aceptamos este momento como un acto fundacional en lugar de crear un clima destituyente e impugnador, seguramente estaremos aceptando participar en un acontecimiento que con toda facilidad va a ser utilizado como analogía positiva para desarrollos autoritarios. Obviamente cualquier lucha parte siempre de una realidad dada y no elegida, pero las lecturas y las palabras importan, y no necesitamos “aprovechar el momento” sino plantear desde ahora mismo un 'nunca mais' que impugne tanto la lógica sistémica que nos ha traído hasta aquí —y que se concreta en políticas impuestas y aplicadas tanto a nivel local como a nivel internacional—, como la gestión autoritaria, que puede ser hoy un mal necesario, pero que debe ser denunciado necesariamente como un mal (y no menor) fruto de otro mal mayor.
El futuro ya está aquí, el factor de riesgo es el capital y la militarización de las vidas solamente puede ser el prólogo al ecofascismo.
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Buufff el termino supongo que se refiere a las prohibiciones y formas de generar impuestos corruptos que tienen los estados, con el nombre eco, pero ese punto de vista siempre ha sido y sera de insultante para la Ecologia
Da por hecho que el lector ya está familiarizado con el término. Hay un libro "Ecofascismo" de Janet Biehl que explica muy bien el origen del término y donde explica cómo "la escisión entre la cuestión social y la cuestión ecológica, o las teorías en que el análisis anticapitalista está ausente de la crítica a la degradación ambiental, brinda un espacio político e intelectual para el ecologismo autoritario."
No se entiende el uso en el artículo del concepto ecofascismo, que creo se refiere a otra cosa distinta a la que se plantea aquí.
Básicamente sugiere que esta pandemia y el consecuente estado de alarma, por justificado científicamente que pueda estar para el control de la salud pública, puede sentar un precendente peligroso a la hora de justificar posteriores actitudes autoritarias por parte del gobierno (el de España o cualquier otro), fundamentalmente por lo siguiente: la agencia del planeta es natural. Tu gobierno no te obliga (de acuerdo a su voluntad como poder estatal), simplemente gestiona la situación de acuerdo a un principio de "fuerza mayor", es decir, sobre un evento sobre el que ningún individuo ni colectivo tiene control (aunque luego se puedan trazar responsabilidades y casuísticas). Es esa "falta de control" la que puede inducir a "medidas excepcionales de control" para las que tú tal vez no tengas un argumento político o moral válido, y ese es el peligro y el problema.
.... incluso la "justificación científica" hay que ponerla muy en duda.
Cualquiera que estudie una carrera sabe que si esto estuviese sustanciado por una decisión científica habría una hipótesis, unas mediciones para confirmar, un plan al menos pensado. No hay nada de eso; que no os mientan, el confinamiento (más inhumano, más sujeto a estado policial y más militarizado que en cualquier otro país de Europa, empeñados en que no exista la risa o la normalidad dentro de esta aberración) no tiene una base científica sólida.
Sin aburrir con teoría de redes (piensa que si apagas el ordenador de tu casa, internet no se desconecta: igual pasa aquí con el estado de sitio, por eso sigue habiendo contagios, por eso no ha sido efectivo en China), sin aburrir con los daños para la salud de la angustia y el terror en soledad -datos sí científicos-, sin nada de eso, la muestra palpable de la ausencia de sustento científico es que no hay unas métricas que indiquen qué hacer. No las había desde un principio y sigue sin haberlas.
Cualquier diabético sabe que se tiene que medir su azúcar para saber qué hacer. Pero aquí no hay mediciones, no hay plan, sólo normas.
Y mientras me da mucha pena porque no quiero vivir en un país que deje morir solo y aislado a nadie y mantenga aterrados al resto. Es una indignidad que nos sitúa a un paso de los campos de concentración, del todo vale, me siento muy triste.
Gracias por el artículo. Abrazos
Hay un problema de falta de debate/discurso público profundo y adulto fuera de la berlusconización e infantilización que propaga el discurso del poder... ¿Dónde están los foros de pensamiento e intelectualidad?
Falso, hay un problema de capacidad de razonamiento crítico y fundamental. Demasiada gente sin saber cómo pensar, ni sobre qué hacerlo. Sin estas cualidades no se puede cribar la información con la que se elaboran después las perspectivas. Los foros de pensamiento están en todas partes, las conclusiones están a la vuelta de la esquina de un simple tweet o un comentario de youtube, de un comentario como este (y ese otro), pero si no las sabes pensar necesitas a alguien que le atribuya un valor intelectual para que tu imbuyas a la acción deducible de un valor moral, y así es como se propagan los cultos de los que lejos de tener principios morales y fundamentos intelectuales nada más mimetizan la virtud (o lo que entienden por ella mientras su grupo social le recompense por ello). He estado rodeado de ellos en esos "foros de intelectualidad", idiotas que no saben razonar sin un nombre ilustre en la carátula de un libro, a los que se seduce con exordios y retórica. Se tienen que simplificar los términos, sintetizar los fundamentos y reflejarlos con praxis. Se tienen que concretar los principios y aprender a pensar con ellos y desde ellos. Así se crean anticuerpos contra la demagogia, se estructura un consenso más heterogeneo y se puede avanzar más allá de los debates en pos de soluciones materiales. De lo contrario, con el modo sutilmente abrumador con el que se ejerce influencia mediática sobre la población actualmente, el debate será permanente y permanentemente fútil.
Interesante perspectiva, la compro. Gracias por el razonamiento.
Quien pueda entender este artículo, ya piensa así.
Hay que llegar a más gente