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Cuidados
Seguir cuidando durante la pandemia. Sobre derechos arrasados
¿Nadie sabe que el derecho fundamental a una vida psicoafectiva digna fuera del formato familiar nuclear es básico para que la crianza no sea una actividad humana insoportable e insufrible? ¿Será que nadie lo sabe en el poder porque una vez aterrizas ahí ya nadie cuida, todo se externaliza?
Todo este acumule vírico sobre nuestros cuerpos, toda esta pérdida de Derechos Fundamentales que estamos viviendo, nos pone en un territorio de aplastamiento, de estrecheces mentales y logísticas a todas las que sostenemos crianzas. Todo lo planteado para el manejo de esta crisis sanitaria refuerza y coloca cómo estructura única de sostén social a la familia nuclear con sus correspondientes obligatoriedades psicoafectivas y afectivosexuales (lo que da lugar a nuevas pobrezas).
Así, parece que la única manera de salir de este trance vital vírico es con el constante refuerzo de estructuras que someten a las mujeres en una continua pérdida de poder de todo tipo, reforzando los roles de género a saco y transitando a través de unas —inducidas— tinieblas pertrechadas por el macho-lío-patriarcal donde todo es confuso, donde lo exterior es problemático, donde lo otro, las otras, nos pueden llevar a la muerte.
El mensaje es claro: salva a tu grupo consanguíneo. Los vínculos fuera de eso son peligrosos. Esto reproduce una de las dinámicas básicas del maltrato psicológico, como parte del chiringuito o territorio de opresión en el que el paterfamilia nos ha metido durante siglos para poder continuar con esa neurosis, tan suya, de acumular los beneficios o potencia económica de trabajos que no eran suyos. Aquello de hacer hucha con monedas generadas por nuestros trabajos, por trabajos ajenos, con mayor hondura, con los trabajos maternos y los trabajos domésticos no remunerados. ¿Y ahora qué?
En serio, ¿nos van hacer creer, como lo han hecho antes, que la única manera posible de manejar una pandemia es anulando las necesidades vitales básicas?
En serio, ¿nos van hacer creer, como lo han hecho antes, que la única manera posible de manejar una pandemia es anulando las necesidades vitales básicas, como el derecho fundamental a tener una vida psicoafectiva digna en parámetros de bienestar fuera de las obligatoriedades consanguíneas impuestas por la estructura social del paterfamilias? ¿Nos vamos a salvar anulando lo comunitario? ¿Anulando la responsabilidad afectiva hacia otros cuerpos con los que no compartimos código genético?
¿No nos damos cuenta que esta forma de abordar cómo tenemos que salir adelante sólo reproduce estructuras de opresión de las que intentamos salir? ¿Qué pasa con lo de reforzar continuamente el extrañamiento de lo otro para que el único refugio seguro sea el “hogar” consanguíneo? Sabiendo ya de sobra que lo doméstico, el espacio de las casas, es una jaula histórica para las mujeres, y que el encierro en estos espacios perpetúa un diálogo con una misma desde la pobreza mental, desde la pobreza emancipatoria, desde la pobreza de posibilidades vitales, donde se termina por asumir que ese estado como destino único en lugar de entender que es un estado inducido por la acumulación de decisiones patriarcales.
¿Por qué lo otro es extraño? Cuando han sido las otras, los otros, lo otro lo que nos ha abierto la posibilidad de salir de nuestros territorios psíquicos de encierro y entender que las cargas que asumimos en nuestros cuerpos, que nos hacen enfermar, son parte de un sistema mal montado. Un sistema que castiga a los cuerpos que no forman parte de esa ficción de cuerpo universal aséptico que no cuida, ni enferma, ni va a morir nunca.
¿Alguien nos ha preguntando cómo queremos manejar esto incluyendo el cuidado de las otras, de los otros, de todxs a los que queremos cuidar y que no tienen nuestra huella genética?
¿Alguien nos ha preguntando cómo queremos manejar esto incluyendo el cuidado de las otras, de los otros, de todxs a los que queremos cuidar y que no tienen nuestra huella genética? ¿No se pueden pensar de manera urgente en planes de acción, de implementación, graduales/complejos para resolver las opresiones que estamos sufriendo los cuerpos maternos y los cuerpos que asumen el trabajo doméstico no remunerado durante este disloque social vírica cuando si pensamos en complejos planes de contabilización biométrica?
¿Nadie sabe que el derecho fundamental a una vida psicoafectiva digna fuera del formato familiar nuclear es básico para que la crianza no sea una actividad humana insoportable e insufrible? ¿Será que nadie lo sabe en el poder porque una vez aterrizas ahí ya nadie cuida, todo se externaliza? ¿Vamos a seguir reproduciendo durante el manejo de esta crisis esa falacia que dice que si cuidas o has decidido cuidar o cuidas porque no quieres externalizar, o no puedes, tiene que ser sinónimo de pérdida de poder neurodominante y pérdida de poder socioeconómico? ¿Nadie sabe que la pobreza psicoafectiva que surge del encierro en el formato familia nuclear y de este extrañamiento —inducido— hacia las otras y los otros en el que nos ha metido el macho-manejo de esta crisis inmunodeprime nuestros cuerpos que cuidan y también inmunodeprime a los cuerpos que necesitan ser cuidados?
Igual este disloque vírico, al sobrepasar nuestro umbral de tolerancia de auto-explotación sobre nuestros cuerpos, que penosamente tenemos asumido y, tristemente, muchas han integrado como parte de su identidad (y cuando pasa esto el macho-lío-patriarcal ha ganado la partida), desdibuja ya esa tolerancia que tenemos hacia la negación del valor estructural y de la potencia económica de los trabajos de los cuidados.
Igual al estar totalmente vulnerados nuestros Derechos Fundamentales, como el del acceso a una salud psicoafectiva en parámetros de bienestar o buen vivir, lo cual nos está llevando a una neoesclavitud doméstica, atencional y sociorelacional (fuera de estructura del paterfamilias) se abre una oportunidad única, se hace posible la revolución que tenemos pendiente: la del reconocimiento monetario de los trabajos maternos y los trabajos domésticos no remunerados.
¿Será ahora el momento sociohistórico, al estar fuertemente oprimidas todas aquellas que cuidamos, para poner en marcha la revolución pendiente?
Igual es el momento, ante este umbral de tolerancia dislocado, de encarar este trance como una posibilidad de emancipación real. Igual podemos problematizar desde en el centro de debate político lo que conlleva la construcción biosocial “madre” y “padre”, las asignaciones asociadas a sangre y piel. Entender cómo se han ido armando las dinámicas inconscientes, las relaciones de poder en las unidades familiares nucleares.
¿Será ahora el momento sociohistórico, al estar fuertemente oprimidas todas aquellas que cuidamos, al vernos atravesadas por la vulneración de derechos básicos para nuestro bienestar como el derecho a una salud psicoafectiva fuera de las estructuras familiares/consanguíneas, para poner en marcha la revolución pendiente?
Una revolución que traiga un cambio de paradigma hacia la manera de abordar y tratar todos los trabajos maternos y trabajos domésticos no remunerados. ¿Puede ser este el momento de demandar soluciones para resolver ya todo este nudo socialpolítico ya que no queremos seguir asumiendo más que se niegue por parte del Estado Español que todos estos trabajos forman parte de la riqueza del PIB?