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Música
El día que la música murió
Holly estaba harto. No se quejaba fácilmente, pero joder, aquello era demasiado. Al principio había creído que era cosa suya. Se había congelado ya en Milwaukee, el primer destino de la gira, pero qué se podía esperar de un texano que ni siquiera había visto la nieve. Richardson, al que todo el mundo llamaba Big Bopper, estaba igual, pero era otro jodido sureño criado entre cactus. Y, por el amor de dios, Valens era incluso de más abajo. Ni siquiera era su verdadero apellido, eso de Valens se lo había puesto la discográfica porque muchos idiotas no eran capaces de pronunciar Valenzuela. Holly se compró un par de calzoncillos largos y cerró la boca, quedaban 23 conciertos por delante más los que el mánager iba cerrando sobre la marcha y no iba a estar quejándose todo el rato.
Lo malo es que los problemas no habían hecho más que empezar. La calefacción del autobús reventó del todo unos kilómetros después de salir de Milwaukee. El montón de chatarra que había alquilado la discográfica solo había aguantado un par de días. Podías apostar a que aquellos cabrones habían elegido lo más barato que encontraron. Con temperaturas de 23 grados bajo cero era imposible seguir la gira en ese trasto, así que el mánager empezó a hacer llamadas. Al cabo de un par de horas volvió conduciendo un autobús escolar con pinta de salir de un desguace. Los cabrones del sello tenían de gira a los músicos más famosos del país y querían meterlos en un jodido autobús escolar. Era para volverse loco.
Todo aquello no se había hecho nunca. Aunque luego se convertiría en algo corriente, aquella era la primera vez en la historia que se veía una gira que duraba meses e incluía fans histéricos, colas de horas para sacar las entradas y salas que se caían abajo por donde pasasen. Nadie sabía muy bien cómo organizarla, así que la gira daba demasiadas vueltas, iba y venía de una ciudad a otra, se hacían kilómetros que se podían haber evitado. Ni siquiera sabían muy bien cómo llevar a tantos músicos, dónde meter la puñetera batería de Burch y todas aquellas guitarras. A alguien se le ocurrió alquilar un autobús, pero después alguien más preguntó precios y pensó que tampoco hacía falta que fuese uno muy bueno. Y ahora algunos de los jodidos inventores del rock and roll estaban metiendo sus culos congelados en un autobús escolar.
Richardson y Valens pillaron la gripe. Estaban la hostia de enfermos, sudaban como empleados de banca en el crac del 29. Cuando se subían al escenario parecía que se iban a caer de un momento a otro, con aquellas ojeras y aquellos labios amoratados. Aun así, el cabrón de Valens salía y tocaba “La bamba” y la gente se volvía loca. Bailaba puesto hasta arriba de todos los medicamentos que encontraban y nadie se daba cuenta. Holly agradecía al dios de la iglesia baptista que le hubiese iluminado para comprarse aquel par de calzoncillos largos.
Unos días después tuvieron que ingresar a Burch. Se le habían congelado los pies la noche anterior. En el hospital de Ironwood, Michigan, le dijeron que podían salvarlos, pero tenía que quedarse. Holly se estaba volviendo loco. No podían seguir así, necesitaban parar. Si el mánager no quería soltar la pasta, lo pagaría de su bolsillo, pero se habían ganado una noche de descanso. Después del concierto los llevaron hasta el pequeño aeropuerto en el que esperaba una avioneta privada. El plan era llegar a Fargo, en Dakota del Norte, de madrugada. Allí tendrían dos días libres antes de que apareciese el resto de la banda y podrían descansar al fin.
Apenas unos minutos después del despegue, a la una de la madrugada, la avioneta perdió la comunicación con la torre de control. A la mañana siguiente, el equipo de búsqueda encontró el lugar en que se había estrellado, un campo de maíz a solo unos kilómetros del aeropuerto. Los cuerpos de los músicos habían salido despedidos del fuselaje, el del piloto había quedado atrapado de forma perpendicular entre los hierros de la cabina. Todos habían fallecido en el momento del impacto.
Décadas más tarde, en 1971, un chaval llamado Don McLean compuso una canción que hablaba de una sociedad que perdía la inocencia viendo el asesinato de activistas negros y las selvas llenas de napalm. También decía que quizá todo eso no habría pasado si la música no hubiese muerto en aquel accidente de avioneta. Aunque la canción se haría famosa sobre todo por la versión descafeinada que haría Madonna con el nombre de “American Pie”, desde entonces, el 3 de febrero de 1959, el día en que fallecieron Buddy Holly, Richie Valens y Big Bopper, se conocería como The day the music died. El día que la música murió.