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Música
Las pioneras de la canción coraje en los años 70
María Jiménez habla como si escondiera un cuchillo detrás de la espalda. Cada palabra que dice le sube desde el fondo del estómago y le sale con rabia por entre los huecos de los dientes. El coraje se le nota incluso aunque sea una entrevista escrita que no va acompañada de fotografías ni vídeos del momento. Es para el periódico El Mundo, en marzo del año pasado. Se publica en la sección “La Otra Crónica (Noticias del Corazón)”, subsección ‘Famosos’. No en la de “Cultura”, a pesar de que María Jiménez tiene casi cincuenta años de trayectoria como cantante y de que la concede para anunciar los conciertos que va a dar después de una enfermedad grave.
La entrevista comienza con una breve entradilla que repasa la vida de Jiménez. Le dedica una frase al matrimonio con Pepe Sancho. Exactamente diez palabras: “Su matrimonio con Pepe Sancho fue intenso, desgraciado y tormentoso”. Si tenemos en cuenta que la propia Jiménez ha contado en varias ocasiones los atroces malos tratos a los que la sometía Sancho, desde propinarle palizas a secuestrarla para que no saliese de casa, “desgraciado” y “tormentoso” parecen eufemismos bastante terribles. Miro la firma de la entrevista y pienso que quizá no debería extrañarme: María Eugenia Yagüe, hija del ‘Carnicero de Badajoz’ y orgullosa defensora del legado familiar y de la figura de su padre. Aunque la verdad es que, para ser justos, Yagüe no es la única que utiliza eufemismos para hablar de los malos tratos de Sancho. En la web de Televisión Española, un artículo sin firma de julio de este año dice que “el problema es que no supieron gestionar la relación con un poco de cabeza fría” e insinúa que Jiménez tenía parte de culpa por su “falta de autonomía”.
En realidad, la entrevista de Yagüe es interesante porque Jiménez da un par de claves para entender no solo su carrera, sino un momento importante de la historia musical en el Estado español. La primera está en el titular: “Yo he sido la primera feminista de este país”. La segunda en la respuesta a un comentario donde Yagüe dice, ahí ya sin eufemismos, que Jiménez fue una mujer maltratada: “Mucho, mucho, mucho, pero eso ya pasó. Mira, yo pedía socorro en los textos de mis canciones, pedía ayuda pero nadie me escuchaba. No se daban cuenta”. Obviamente, Jiménez exagera en la afirmación que se usa de titular, pero sí es cierto que, durante los años 70, hubo una generación de mujeres que utilizó la música para forzar los límites del patriarcado nacionalcatólico del franquismo, y que ella misma dedicó varias canciones a denunciar los malos tratos en un momento en que ese tema no se trataba nunca en la esfera pública.
Una de las cantantes más conocidas de esa generación fue Mari Trini, que en 1971 lanzó “Yo no soy esa”, un tema que se rebelaba contra la feminidad complaciente y sumisa que imponía el patriarcado
Una de las cantantes más conocidas de esa generación fue Mari Trini, que en 1971 lanzó “Yo no soy esa”, un tema que se rebelaba contra la feminidad complaciente y sumisa que imponía el patriarcado. Su éxito no le evitaba insultos constantes de marimacho ni insinuaciones en la prensa y la televisión sobre su vida y su aspecto físico por salir al escenario con tejanos y camisas, pero no consiguieron impedir que el feminismo estuviera implícito en muchas de sus canciones a lo largo de su carrera. Un buen ejemplo es “Diario de una mujer” (1984), en la que hablaba de la relación de pareja como una prisión.
Esta visión de las relaciones heterosexuales como cárceles de las que las mujeres tienen que liberarse son una constante en las canciones de estas intérpretes, como “Me quedaré soltera”, de Cecilia (1973), o “Se acabó” (1978) y “Al alba rompí cadenas” (1980) de la propia María Jiménez. De hecho, Jiménez fue una de las cantantes de esta generación que más canciones feministas publicó. Quizá la más directa sea “Con golpes de pecho”, que, cantada por su compositor, el mexicano Vicente Fernández, era toda una amenaza de muerte a una mujer, pero que, con el cambio al femenino en la interpretación de Jiménez, se convierte en una promesa de venganza feminista: “Yo no sé matar pero quiero aprender, / para disipar todo el mal que me has hecho”. Si pensamos que, cinco décadas después, todavía tiene que aguantar culpabilización y eufemismos sobre lo que vivió, no es de extrañar que Jiménez siga hablando con la rabia brotándole del estómago.