Música
El k-pop, las fans y la tumba de Franco
Mientras las canciones de reguetón suenan en todas partes y sus artistas reciben buena parte de los premios más importantes de la industria musical, el k-pop no suena en la radio, no recibe reconocimiento internacional y sigue siendo visto como un género minoritario, incluso de frikis.
Donald Trump quería hacer una demostración de fuerza. Había elegido la ciudad de Tulsa, conocida por haber sido el escenario de uno de los actos de violencia racista más brutales de la historia de Estados Unidos. El mensaje estaba claro: con las calles todavía ardiendo por el asesinato de George Floyd, Trump se iba a dar un baño de masas en la ciudad donde se había producido una masacre contra la población negra. El presidente estaba eufórico, dos días antes anunciaba por Twitter que había más de un millón de solicitudes para asistir a los actos de ese día. Sin embargo, cuando llegó el momento, las imágenes que recogieron las cámaras eran muy distintas. Con la excepción de unas pocas filas en la parte baja, el pabellón estaba vacío.
Aquella fue la primera vez que muchos de nosotros oímos hablar del k-pop. Los responsables de la campaña de Trump dieron todo tipo de justificaciones al fracaso de Tulsa, pero en las redes sociales se podía encontrar la verdadera explicación: la comunidad de seguidores de esta música había boicoteado el acto reservando los asientos de forma masiva. No era la primera vez que lo hacían: a principios de ese mismo mes habían tirado una aplicación de la policía de Dallas que permitía denunciar a los participantes en las protestas antirracistas. En el Estado español también se habían organizado para atacar la cuenta oficial de Vox en Twitter con vídeos de grupos de k-pop bailando sobre la tumba de Franco.
Aquellas acciones dieron una gran visibilidad en redes al género, pero en realidad el pop coreano estaba lejos de ser un fenómeno minoritario. Grupos como BTS llevaban ya más de tres años acumulando ventas millonarias de discos en el mercado internacional, hasta el punto de que han alcanzado cuatro veces el número uno del Billboard en dos años, algo que solo habían hecho los Beatles. Lo mismo en Spotify y YouTube: el single “Dynamite” rompió todos los récords de la plataforma de vídeo con cien millones de visitas en las primeras veinticuatro horas de su lanzamiento.
Las cifras de escuchas en plataformas y ventas de entradas y discos permiten considerar al k-pop el gran género musical del momento junto con el reguetón. No obstante, mientras las canciones de reguetón suenan en todas partes y sus artistas reciben buena parte de los premios más importantes de la industria musical, el k-pop no suena en la radio, no recibe reconocimiento internacional —la nominación a los Grammy de este año ha sido la única excepción hasta el momento— y sigue siendo visto como un género minoritario, incluso de frikis.
Esta negativa a considerar al k-pop parte del mainstream tiene varias razones. Una de ellas tiene que ver con el rechazo que suele generar cualquier música que no provenga del ámbito occidental, aunque musicalmente sea idéntico al pop que se consume aquí. También se suele esgrimir como una razón para descalificar al género el nivel de explotación de la industria musical coreana y el hecho de que las bandas son creadas de forma artificial por agencias. Se ha criticado, además, la sexualización a la que se somete a las cantantes, que suelen aparecer vestidas con ropa como tops, arneses y faldas cortas. Estas críticas son legítimas, pero deben tener en cuenta que la diferencia con la industria occidental es, en todo caso, de grado: aquí también se crean bandas, se modifica el físico y la apariencia de sus miembros, se sexualiza a las intérpretes femeninas y se somete a los cantantes a una explotación extrema. Por poner un ejemplo que todos conocemos, basta recordar al mánager de Amy Winehouse forzándola a salir del resort en el que se estaba recuperando de su adicción a las drogas para que cumpliese sus contratos.
Pero, además, el desprecio también tiene que ver con que se asocia con un público adolescente y fundamentalmente femenino. Los géneros musicales y las bandas cuyos oyentes son en su mayor parte mujeres jóvenes suelen recibir un trato bastante condescendiente, cuando no directamente de burla. A esto se une el desprecio con el que se suele mirar al fenómeno fan cuando son mujeres jóvenes las que lo protagonizan, a veces por los mismos que han hecho horas de cola para entrar a un festival o que han puesto tuits entre lágrimas por la muerte de Maradona. Los mismos que también olvidan que las mujeres jóvenes fueron el público mayoritario en su momento de bandas y solistas que ninguno de ellos se atrevería ahora a sacar del olimpo de la música occidental, como los Beatles o Elvis. Como cualquier otro grupo social, las adolescentes pueden escuchar música mala, buena o regular, pero creer que si les gusta a ellas es necesariamente mala es solo misoginia.
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