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La tostadora
Lágrimas de rímel
En los últimos años, el sufrimiento psíquico ha estado más presente que nunca en las listas de éxitos musicales. La depresión, la ansiedad y las dificultades para lidiar con el dolor que provocan han permeado las letras de géneros como el pop y el rap con mucha más frecuencia que antes.
Katy Perry se despertó con una resaca descomunal. No se acordaba de mucho, pero, a juzgar por las imágenes que le venían a la cabeza, parecía que había sido una noche larga: demasiado alcohol, demasiados líos con seguratas y alguna que otra infracción de la ley. “Last Friday Night” está pensada como un himno pop: es festiva, despreocupada y perfecta para bailar. El mensaje es claro: quema la tarjeta de crédito y diviértete, ya te arrepentirás mañana. Sin embargo, en la letra también hay un punto inquietante.
A mitad de la canción, Perry se da cuenta de que “siempre decimos que vamos a parar”, pero llega otro viernes y “volvemos a repetirlo”. De alguna manera, es como si fuese imposible detenerse, como si ese bucle de desfase y resaca estuviese condenado a repetirse una y otra vez.
Un año más tarde, en 2011, David Guetta lo confirmaba: “Sigue de fiesta como si fuese tu trabajo”. Su conocidísimo tema “Play Hard” sonaba a todo trapo en en las discotecas de Ibiza, pero podría haber sido el himno de inauguración de la cadena de montaje de la Ford: el estribillo repetía una y otra vez “trabaja duro, juega duro”. Como señalaba el crítico cultural Mark Fisher en su análisis de la canción, salir de fiesta parecía una obligación más.
Siete años después, sin embargo, Billie Eilish daba al pop el certificado de defunción del hedonismo festivo que había marcado los inicios del siglo XXI. No podía ser más clara: la fiesta se había acabado. “When the Party's Over”, lanzado como sencillo de su primer disco, hablaba de despedidas y soledad, de volver a casa sola cuando todo termina. El tema no tenía nada de festivo. Era triste, melancólico y oscuro, y el videoclip mostraba a Eilish llorando un líquido negro que caía por sus mejillas y por su camiseta blanca, hasta hacer un charco en el suelo.
Por supuesto, la historia del pop cuenta con centenares de canciones tristes y oscuras, pero Eilish parecía estar captando una sensibilidad diferente. En los años que separaban los temas de Perry y Guetta del disco de Eilish las cosas habían cambiado. Las discotecas de Ibiza seguían abarrotadas, pero la energía que había impulsado esa fiesta permanente parecía estar agotándose. Como si importase más lo que sucedía después de la fiesta que durante ella, el vacío y la soledad que el contacto con otros cuerpos. Como si todo se estuviera descascarillando y se empezase a ver la pintura de debajo.
El tercer sencillo del disco era incluso más duro. “Bury a friend” también hablaba de pérdidas y despedidas, pero mucho más definitivas: enterrar a un amigo, pensar en el suicidio. Ya no quedaban siquiera los ecos de la fiesta, la soledad y el vacío lo impregnaban todo. La interpretación de la música y la estética de Eilish se ha hecho con frecuencia en clave generacional. Con una carrera lanzada en SoundCloud y una forma de vestir que se alejaba intencionadamente de la sexualización a la que suelen ser sometidas las estrellas femeninas del pop, la prensa vio en Eilish la representación de la Generación Z. Es posible que haya algo de eso, pero también mucho más. Eilish no estaba conectando solo con la sensibilidad de su generación, sino con la de su época.
En los últimos años, el sufrimiento psíquico ha estado más presente que nunca en las listas de éxitos musicales. La depresión, la ansiedad y las dificultades para lidiar con el dolor que provocan han permeado las letras de géneros como el pop y el rap con mucha más frecuencia que antes. Un estudio de la agencia de márquetin Take 5 dio las cifras: en 1958, 24 de los singles del top cien trataban problemas mentales; en 2017 eran 71.
Genius, el motor de búsqueda de palabras en canciones que utilizan Spotify y Apple, estudió el caso concreto del hip hop: en los últimos diez años, la aparición de las palabras “depresión” y “ansiedad” en los temas de este género se ha triplicado. Además, el tratamiento ha cambiado: si antes se percibía cierta romantización, ahora predominan las reflexiones sobre el dolor y los llamamientos a superarlo y a ser responsables con la medicación y la terapia.
En 2017, el rapero Logic lanzaba la canción “1-800-273-8255”, cuyo título es el teléfono de prevención del suicidio de Estados Unidos. Post Malone y Kanye West también trataban la ansiedad, la paranoia y la enfermedad mental en sus discos Beerbongs and Bentleys y Ye. Además, tanto West como Kendrick Lamar hablarían en la prensa de su sufrimiento psíquico, el primero como consecuencia de un trastorno bipolar recién diagnosticado y el segundo por las ideaciones suicidas durante la grabación de su disco To Pimp a Butterfy.
En el pop, Ed Sheeran utilizaba también la metáfora del fin de fiesta para hablar de su ansiedad en un tema con Justin Bieber, que hasta hace unos años era el icono por excelencia de la música adolescente fabricada por la industria. Por su parte, el último disco de Selena Gomez también trata en profundidad la enfermedad mental de su autora, que ha compartido en sus redes sociales su terapia y sus ingresos en centros de salud mental. Ni siquiera un género tan festivo y hedonista como el reguetón ha podido sustraerse a la sensación de vacío y soledad que parece marcar el momento actual: hace un par de meses, Residente nos encogía el corazón con “René”, un tema sobre el sufrimiento psíquico de su autor: “Cuando caigo en depresión, mis problemas se los cuento a la ventana del avión./ El estrés me tiene enfermo, hace diez años que no duermo”.
Como Eilish, Residente captaba también esa sensación compartida de que la fiesta se ha acabado, de que estamos demasiado tristes y demasiado solos. Y si el capitalismo tritura así a personas que han triunfado según sus estándares y tienen acceso a tratamientos y terapia, no es difícil imaginar cómo nos deja al resto. La pregunta ahora es, quizá, qué hacer con ello.
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De Kanye es interesante esta canción, que enlaza bien con el tema, un poco anterior a Ye: https://youtu.be/CZaW0I_X1Po
Terminas preguntando qué hacer con quienes no participamos en la fiesta si tan mal parados quedan los supuestos beneficiari@s de ella; de entrada contarlo. Por eso se agradece mucho el artículo.
Un saludo. Hasta la victoria siempre.