Música
Matar al ídolo
Recuerdo el día en que supe que Marilyn Manson estaba saliendo con Evan Rachel Wood. Alguien compartió la noticia en un foro sobre música y abrí el enlace. No decía mucho, pero me fijé en la edad de la chica. 19 años, los mismos que yo. Manson entonces tenía 38.
En aquella época no me sentía demasiado bien. Había tenido que dejar la universidad por problemas de pasta, curraba por cinco pavos la hora hasta las dos de la mañana en un Foster’s Hollywood y la vida me parecía poco más que una sucesión absurda de hamburguesas de cuarto de libra y costillares con salsa barbacoa. Hacía tiempo que Manson ya no era mi cantante favorito, pero de vez en cuando seguía escuchando su música porque de alguna manera me parecía un lugar seguro. Los adolescentes raritos de mi generación habíamos tenido a Manson para recordarnos que ser como nosotros podía molar bastante, a pesar de lo que se empeñaban en decirnos los demás. Me hizo sentir bien saber que Manson estaba saliendo con alguien de mi edad, con alguien que, aunque solo fuera por ese detalle, era un poco como yo. Por supuesto era una fantasía estúpida, pero tampoco es que tuviese mucho más por aquel entonces.
También recuerdo ver el vídeo de la declaración de Wood en el Congreso de Estados Unidos muchos años después, en 2018. La lista de abusos, torturas y violaciones que había sufrido a manos de su expareja ponía la piel de gallina. Ella no dijo su nombre, pero lo supe. No era difícil de adivinar, en realidad cualquiera que hubiese seguido la trayectoria del cantante lo habría intuido. Manson había dedicado varias canciones a la relación y a la propia Wood: en “Into the Fire” le decía que iba a darle una cuchillada por cada una de las veces que pensaba en ella y en “I Want to Kill You Like They Do in The Movies” decía exactamente eso, que iba a matarla como en las películas. Por si alguien tenía dudas de a quién iban dirigidas, el propio cantante se había encargado de aclararlo en una entrevista que dio en 2009, donde además aprovechó para culpar a Wood de sus autolesiones y decir que fantaseaba con romperle la cabeza a martillazos.
En el caso de Manson, estas canciones son una buena muestra de que es imposible separar al autor de su obra. Nunca se puede. La poesía de Ezra Pound no se puede entender sin conocer su ideología fascista, las novelas de Yukio Mishima están impregnadas de sus ideas reaccionarias, la forma de ver a las mujeres de Woody Allen recorre todo su cine y Alicia en el país de las maravillas no se habría escrito si Lewis Carroll no hubiese deseado a una niña. Pero aunque se pudiese, aunque fuese posible encontrar una obra en la que la forma de ver el mundo de su autor no hubiese influido en ella, no deberíamos hacerlo. Los autores deben responder de sus obras, pero las obras también de sus autores.
El arte nos puede conmover, sacudir, emocionar o golpear aunque no compartamos el marco ideológico en el que fue creado. Pero eso es distinto a blanquear la imagen de sus creadores, a negar lo que hicieron, a darles premios
Esto no quiere decir que no nos pueda gustar la obra de una persona despreciable. Confesiones de una máscara, de Mishima, y Viaje al fin de la noche, de Céline, son dos cumbres de la literatura mundial, y las dos fueron escritas por fascistas. El arte nos puede conmover, sacudir, emocionar o golpear aunque no compartamos el marco ideológico en el que fue creado. Pero eso es distinto a blanquear la imagen de sus creadores, a negar lo que hicieron, a darles premios o a seguir acudiendo a sus conciertos y actos públicos.
No nos engañemos: quienes defienden que la obra es independiente del autor no lo hacen porque sean puristas del arte, sino simplemente porque creen que los actos de sus creadores no son tan graves. Que la violencia contra las mujeres y los niños, porque al final siempre es de eso de lo que hablamos, no es lo suficientemente grave como para dejar de seguir a un artista o siquiera para lidiar con la contradicción de que nos guste la obra de alguien despreciable. La violencia contra las mujeres no vale ni siquiera esa pequeña incomodidad personal.
A estas alturas, muchos de nosotros y sobre todo de nosotras, hemos bajado a varios ídolos del pedestal. Es decepcionante, triste y a veces incluso doloroso porque tenemos su música, sus libros o sus películas asociados con momentos importantes. Y es normal resistirnos, querer justificarlo o no haber querido verlo. Yo misma lo hice con las canciones y las declaraciones de Manson durante un tiempo, incluso aunque entonces ya no escuchaba su música. Pero lo bueno es que ahora tenemos al movimiento feminista para señalarnos lo que de verdad importa. Y lo que importa no somos nosotros, no es nuestra incomodidad o nuestra rabieta. Son ellas, las mujeres y niñas que han pasado por cosas que no tendrían que haber vivido. Y creedme, ahí fuera hay mucha gente que merece la pena haciendo música y escribiendo libros.
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