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Música
Qué pasa con lo auténtico
Hace ahora diez años, un amigo me mandó un WhatsApp para decirme que había escuchado por casualidad un grupo que le había hecho acordarse de mí. Este colega siempre se reía de que me gustase el country, decía que era música para gente que pasaba los sábados en la Asociación del Rifle y los domingos en la sede del Ku Klux Klan, así que me imaginé lo peor. También me decía que el grupo se había puesto de moda en el rollo indie, lo que claramente era una señal para no abrir el enlace. Lo hice de todas formas, pensando que no iba a tardar ni diez segundos en quitarlo. En mi pantalla aparecieron dos hombres que, efectivamente, tenían bastante pinta de cantantes de country, pero no de los que disparan a latas vacías desde el porche y destilan licor en la bañera, sino de los de antes, de los que se subían al escenario como si acabasen de salir de un grupo de lectura de la Biblia, con el traje recién planchado. Creía que iba a cerrar el enlace a los diez segundos, pero diez años después sigo escuchándolos.
Desde aquel concierto de Radio 3 de 2011, Los Hermanos Cubero han publicado cuatro álbumes, cinco si tenemos en cuenta que el último es doble. En todos ellos hay country y bluegrass, pero también jotas y seguidillas manchegas y música popular de la Alcarria, parte de ella rescatada del olvido. Todos son brillantes, desde el desgarrador Quique dibuja la tristeza hasta el luminoso Errantes telúricos. En todo este tiempo los he escuchado mucho, pero también he pensado mucho en lo que me dijo mi amigo sobre que eran populares en el rollo indie. El country nunca ha estado de moda por aquí, mucho menos las jotas manchegas. Es porque se nota que son auténticos, me dijo mi amigo.
He pensado mucho en esto desde entonces porque la idea de autenticidad en la música me genera sentimientos contradictorios. Por un lado, es evidente que resulta atractiva, a mí la primera. Supongo que estamos tan acostumbrados a que el capitalismo nos venda de todo continuamente que cualquier cosa que se salga aunque sea un poco de la uniformización que produce el mercado despierta nuestro interés. Pero, por otro, también puede resultar problemática, sobre todo cuando se vincula con la recuperación de lo popular y lo tradicional. La música folk es un buen lugar para analizar estas tensiones.
Después de mucho tiempo olvidada, en los últimos años está viviendo un buen momento. Bandas y solistas como Rodrigo Cuevas, Tanxugueiras, Baiuca o los propios Los Hermanos Cubero están haciendo un trabajo inmenso de actualización y puesta en valor de una música popular tradicional que en muchos casos estaba prácticamente al borde de la desaparición. Esto es especialmente importante en el caso de lenguas e identidades minorizadas, a las que una mezcla de nacionalismo español, desprecio clasista y rodillo uniformizador del mercado ha prohibido, menospreciado y condenado a los márgenes durante décadas.
No todo lo que entendemos por popular es igual: no tiene las mismas implicaciones políticas y culturales recuperar canciones tradicionales en gallego, una lengua prohibida y despreciada como “atrasada” durante décadas, que la recuperación estetizada de los tópicos cañís, bandera de España incluida, del videoclip de “Demasiadas mujeres” de C. Tangana
Sin embargo, también es necesario complejizar esa recuperación y analizar sus aristas. Por un lado, porque el mercado también ha entendido que eso nos interesa, así que escoge elementos de esas identidades para convertirlas en productos que mercantilizar, añadiéndolas a la estética o el sonido de bandas y solistas que no tienen nada que ver con ello, lo que supone vaciarlas de contenido, reducirlas a sus elementos decorativos y despojar de ellas a sus creadores originales, que no reciben dinero ni reconocimiento. Por otro, porque no todo lo que entendemos por popular es igual: no tiene las mismas implicaciones políticas y culturales recuperar canciones tradicionales en gallego, una lengua prohibida y despreciada como “atrasada” durante décadas, que la recuperación estetizada de los tópicos cañís, bandera de España incluida, del videoclip de “Demasiadas mujeres” de C. Tangana. No es lo mismo que esa recuperación se haga por parte de quienes forman parte de esa cultura que por parte de quienes la ven desde fuera, con una mirada exotizante que es siempre desde arriba.
Pero, además, esta recuperación exige siempre una actualización. Lo tradicional no es bueno por sí mismo, y mucho menos si conduce a posturas esencialistas. Las implicaciones políticas de llevar la música popular asturiana y gallega al drag y el cabaret de Rodrigo Cuevas o de transformar las letras machistas como hace Tanxugueiras son muy diferentes a las de reproducir de forma acrítica y sin que medie ningún tipo de reapropiación los elementos de la cultura dominante.
La ola de recuperación de los elementos populares de la que oímos hablar tanto no es ni mucho menos homogénea en cuanto a sus planteamientos e implicaciones políticas. Presentarla así solo contribuye a hacer pasar por el rodillo del mercado y la cultura dominante propuestas que tratan de subvertir y burlar esas lógicas.