LGTBIAQ+
Guardianes de la memoria cuir
La sede del espacio de encuentro feminista Ca la Dona está en el centro de Barcelona, a pocos pasos de la catedral. Dentro, reciben la visita de El Salto Laura Casellas y Rebecca Schmitz, las —dudan un poco antes de enunciar su cargo— coordinadoras del centro de documentación que atesora memoria de mujeres, lesbianas y personas trans. Estas graduadas en Humanidades son las encargadas de aunar los esfuerzos de una quincena de voluntaries que mantienen vivo un archivo que incluye desde chapas políticas o carteles de manifestaciones a cartas y agendas.
Casellas y Schmitz son dos de las tantas personas que se afanan por conservar la memoria del colectivo cuir a lo largo y ancho del territorio del Estado español. Su historia personal es una marcada por el interés por la memoria y los recuerdos y por un ansia de verse en imágenes del pasado. “Tú miras el álbum de tus abuelos y no estás en esa imagen, pero dices ‘mi abuela se parece a mí porque tenemos la misma nariz’. Pues con nuestros archivos es igual: te ves en el gesto o en el peinado de la persona de la foto”, cuenta Schmitz, que añade que la necesidad de reconocerse en imágenes de hace décadas es uno de los motores principales de las personas que hacen voluntariado en el archivo.
Estas y otras investigadoras pueden llegar a desarrollar una relación parasocial con las personas que aparecen en las imágenes que custodian. Schmitz y Casellas están catalogando, entre otros, los documentos provenientes del archivo personal de Gretel Ammann Martínez. Las coordinadoras del centro de documentación nunca se refieren al conjunto de documentos por el nombre completo (o por las siglas GAM que lo identifican en los lomos de los archivadores), sino que hablan, simplemente, de Gretel. “Gretel estaba guardando esto para nosotras”, dice Casellas, preguntada por sus vínculos con personas cuir que vinieron antes de las generaciones actuales.
La conexión que las investigadoras sienten con los recuerdos de luchas y existencias pasadas va mucho más allá de la búsqueda de referentes. Casellas define al archivo como un compromiso: el de traer el pasado al presente y guardar el testigo para que llegue al futuro. Un compromiso que se afianza ante la ola ultra que amenaza los derechos LGTBIAQ+, pero no solo, por todo el mundo: las activistas creen tener un talento para catalogar, cuidar y divulgar la información referente a la memoria cuir. Esta tarea es importante, argumentan, porque demuestra que lo cuir no es una moda y humaniza a personas a quienes la reacción pretende demonizar: “Si las terfas conocieran esta comunidad, el amor que hay… Se les quitaría la gilipollez”, sentencia Casellas.
Energía e ilusión para mantener viva la memoria
Ca la Dona nació en 1988 como espacio feminista de encuentro. En la actualidad tiene su sede en un edificio suficientemente antiguo como para haber sobrevivido a las bombas de la Legión Cóndor fascista. Allí trabajan, además de Casellas y Schmitz, unas 15 personas voluntarias, un récord en la historia del espacio feminista que hace que la mesa de la biblioteca se quede pequeña en las asambleas mensuales en las que se juntan para trabajar en los fondos y pensar en cómo “activar” —dar a conocer, sacar a la calle, promover mediante actividades— el archivo.
El archivo de Ca la Dona, al igual que otros en el Estado español, se mantiene por el tesón de algunas personas que ven esa tarea como una suerte de activismo. En el caso del fondo documental de Barcelona, el perfil de persona voluntaria es, antes que nada, “friki” (Casellas dixit) y de entre 20 y 30 años, blanca, con estudios universitarios y busca reconocerse en la genealogía y ganar un espacio de encuentro. Llegan por redes sociales, amigues o actividades del centro de documentación.
La mesa de la biblioteca donde no cabría la totalidad de esas personas voluntarias está al lado de las estanterías especializadas llamadas archivos compactos. Al pie, un deshumidificador. Durante la visita de El Salto, la sala huele un poco a humedad; mala señal para un centro de documentación. Schmitz pone en marcha el deshumidificador, pero lo apaga a los pocos segundos: es viejo y el ruido que hace dificulta la grabación de la entrevista. Las investigadoras se excusan en que dependen del Ayuntamiento y el presupuesto no siempre llega. Añaden que su subvención es parte de políticas contra la LGTBIfobia. “Es horrible”, comenta Schimtz porque, aunque la violencia esté presente en los documentos, no es lo central. “La vida de Gretel [Ammann Martínez] y muchos otros compañeros ha sido dictadura, psiquiátricos, pero en su archivo no ves solo eso. Ves que curaron sus heridas haciendo comunidad y red y militando y celebrando. Nos quedamos con eso”, se explaya Casellas.
Pasado y futuro en la memoria
Una semana antes de ser entrevistadas por El Salto, Schmitz y Casellas acudieron a un encuentro sobre archivos. Una persona del público lega en la materia cogió el micrófono tras una de las actividades para decir que se había quedado sorprendida de que el trabajo de archivo no sonara tan aburrido. Schmitz relata que su primera referencia a un archivo era “la sala de los compactos [las estanterías especializadas] estos donde la gente iba a liarse y había revistas antiguas”.
Si piensa en las labores de archivo de una forma más amplia, esta trabajadora de Ca la Dona viaja mentalmente a su interés, de pequeña, por los álbumes familiares. En ese momento desarrolló una fascinación por cómo se construyen las narrativas familiares a través del álbum. “Pero me da mucha pereza hacerla a través de la familia nuclear española o catalana”, apostilla.
Casellas también llegó al archivo mediante los álbumes familiares. Recopilaba fotos que mantenía su abuela y le preguntaba por todas esas historias. La mujer mayor tenía demencia y no se manejaba bien en el presente, pero se podía hablar con ella del pasado y sentirla activada de nuevo. Y de ver las fotos, Casellas pasó a digitalizarlas y a buscar documentos que corroborasen las historias de su abuela. “Me parecían tan maravillosas que me daban miedo que no fueran reales”, dice la investigadora que ahora trabaja con memoria solidificada.
Un archivo contra la normatividad archivística
Al igual que el dúo de coordinadoras de Ca la Dona, Joi Pineda y Alba Gálvez tienen una historia personal relacionada con la memoria. Gálvez tenía mucha obsesión, dice, con las postales y las fotos antiguas. Pineda también gustaba de coleccionar “muchas cosas”: “Todo tenía un significado”, cuenta. Ahora, ambes drag kings han creado el Archivo de la Masculinidrag con el fin de aglutinar las genealogías que performan la masculinidad.
En línea con la tradición drag king, el proyecto de fondo documental de Gálvez y Pineda tiene dos nombres: el institucional, Archivo de la Masculinidrag; y su nombre de personaje drag, Armando el archi(di)vo. No es la única particularidad de este proyecto. “Vamos a travestir el archivo, va a ser un archivo performático”, dice Pineda. ¿Cómo funciona eso? Les investigadores no lo tienen claro, pero van probando: se dragean durante las presentaciones del proyecto o fantasean con crear un cabaret que devuelva a la vida nombres y hechos históricos mediante la ficción especulativa.
Además, les creadores del Archivo de la Masculinidrag —término acuñado para evitar el presentismo de hablar solo de drag king— quieren huir de dinámicas coloniales como puede ser el extractivismo: los archivos funcionan de manera unidireccional, es decir, alguien cede documentos y otra persona los custodia. Gálvez y Pineda hablan de bidireccionalidad. Dinamizaron un taller en la ciudad de Murcia para recuperar la memoria cuir de la urbe de forma colectiva y planean devolver ese conocimiento en forma de fanzine.
Archivos cuir en el Estado español
Centre de Documentació Armand de Fluvià. Archivo T.net. Centro de documentación LGTBI del Gobierno vasco, ¿Archivo queer?, Un archivo transfeminista andaluz o Armando, el archi(di)vo. Los lugares que recogen la memoria del colectivo LGTBIAQ+ se reparten por todo el territorio estatal y son, como las propias vidas cuir, cambiantes y cada cual de su padre y de su madre (y todas las variantes menos heteronormativas de esta expresión). Los hay de consulta exclusivamente física, online o híbrida; más serios o más performativos; comunitarios y autogestionados o institucionales.
Los archivos LGTBIAQ+ en España comienzan de la mano del Casal Lambda (nacido como Institut Lambda) en Barcelona y COGAM en Madrid entre los años 70 y 80. Ambas organizaciones se esmeraron en un primer momento en recoger la poca memoria que generaban los colectivos entonces llamados de liberación homosexual. Como explica el sociólogo Kerman Calvo en Memorias y archivos LGTBI en España, los colectivos cuir de la Transición no ponían mucho empeño en guardar testigo de sus actuaciones. “Estamos hablando de organizaciones muy de su tiempo, con una clara orientación revolucionaria. No eran organizaciones que buscaban fomentar el espíritu comunitario, ni mucho menos cualquier forma de identidad colectivo”, explica el experto de la Universidad de Salamanca. A pesar de esto, algunas agrupaciones, como EHGAM o el Frente de Liberación Homosexual de Castilla, generaron una gran cantidad de fanzines, pósters y documentación en general que luego sería recogida por otras organizaciones con mayor interés en la labor historiográfica o de preservación de la memoria.
Un archivo estatal LGTBIAQ+
Laura Casellas, la coordinadora del centro de documentación de Ca la Dona, empezó a trabajar en el espacio de encuentro feminista en enero de 2022 a media jornada. Era la única persona contratada a cargo del archivo. A principios de 2024, tuvo la oportunidad de ampliar horario de trabajo y así poder dejar su segundo empleo en un bar, pero la rechazó para que el centro pudiera contratar a otra persona a media jornada: a Rebecca Schmitz, que había entrado poco antes para hacer las prácticas de su máster. “Sonaba como precarizar a dos personas por el precio de una, pero así hay un motor que puede sostener todo el activismo en sus subidas y bajadas”, explica Casellas. Eso y que, de seguir sola mucho tiempo, se habría quemado, añade.
A pesar de poner en relieve la vocación de ambas trabajadoras, en esta anécdota pesa mucho la palabra que define a cualquier persona que tenga que vender su fuerza de trabajo en este sistema: precariedad. Alba Gálvez y Joi Pineda se encuentran en una situación similar con su proyecto: necesitan financiación para poner en marcha un archivo físico y para desplazarse a visitar personas y fondos documentales.
La situación de estas cuatro personas no es la de la totalidad de quienes trabajan en archivos en el Estado español, pero representa a suficientes personas en ese mundillo como para preguntarse si no hay alguna forma de escapar de la precariedad de quienes cuidan la memoria, sean personas empleadas o voluntarias. La federación de asociaciones Plataforma Trans tal vez tenga la respuesta (aunque supone institucionalizar el archivo): en una proposición de ley entregada a los grupos parlamentarios en septiembre del año pasado, la agrupación incluye la creación de un archivo LGTBI+ estatal. Mar Cambrollé, presidenta de la entidad, explica a El Salto que la fundación de ese fondo documental es esencial en tiempos de ultraderecha y batalla cultural. “Necesitamos que se cuente cómo desde el colectivo LGTBI hemos construido democracia y un mejor país”, dice la activista.
Recuperar la memoria cuir implica potenciar y expandir relatos, saberes y redes colectivas que lograron existir —y resistir— frente a las adversidades de un sistema opresor que ha negado sistemáticamente derecho, identidades, corporalidades y sexualidades. Así se expresa por email Lucía Simón, comisaria del contra-archivo marica del museo de La Neomudéjar y autora de Archivos indisciplinados (autoeditado en 2025). Como bien saben Schmitz y Casellas, preservar archivos, según Simón, permite reconstruir la historia del colectivo y que las nuevas generaciones tengan referentes fuera de la historia “oficial, hegemónica y cisheteronormativa que todo lo coopta”.
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